Icono de nuestros mares, el atún rojo es un pez migratorio que recorre grandes distancias entre el océano Atlántico y el Mediterráneo, donde viaja anualmente para reproducirse. Aunque su ritmo de crucero está en los siete kilómetros por hora, puede alcanzar velocidades punta de hasta 70 kilómetros



El atún rojo o atún de aleta azul como se le conoce en inglés (bluefin tuna) es uno de los peces más apreciados en la gastronomía mundial. El interés por él se remonta a las primeras civilizaciones del Mediterráneo, que aprovechaban sus migraciones anuales para capturarlo cerca de las costas. Fenicios, griegos y romanos idearon diversas técnicas para atraparlo, de las que quedan vestigios en España, como en el yacimiento arqueológico de Baelo Claudia, en Cádiz, que alberga los restos de una gran factoría pesquera fundada por Roma al sur de España hace 2.000 años. Todavía hoy, en la misma zona, se sigue pescando atunes con la técnica artesanal de la almadraba, un laberinto de redes que se interpone en el camino de los peces durante la migración.
El atún rojo (Thunnus thinnus) es uno de los grandes nadadores del océano. Puede llegar a medir hasta cuatro metros y alcanzar pesos récords superiores a los 600 kilos. Pasa su vida entre el Atlántico y el Mediterráneo, a donde acude para reproducirse, y se distingue del resto de especies de atunes por su capacidad de adaptarse al entorno. Cuando las temperaturas del agua se enfrían, es capaz de incrementar su temperatura corporal para aclimatarse con mayor facilidad.
En sus viajes, los atunes recorren distancias de hasta 50 kilómetros diarios, a una velocidad de crucero de siete kilómetros por hora. Sin embargo, en distancias cortas, cuando se ven acosados por depredadores o cuando aceleran para capturar a otros peces pueden alcanzar los 70 kilómetros por hora, lo que los convierte en uno de los peces más rápidos del mundo, solo por detrás del pez espada (Xiphias gladius) y de los peces vela o marlines (Istiophorus spp.)
Estado de conservación
El afán mundial por el atún rojo, popularizado globalmente gracias a recetas como el sushi japonés, ha hecho que la presión sobre la especie aumente en las últimas décadas, hasta el punto de amenazar la sostenibilidad de las pesquerías. Desde 1966, la Comisión Internacional para la Conservación del Atún Atlántico (ICCAT) trata de llegar a acuerdos entre países para repartir cuotas de pesca y limitar las capturas. El consejo científico durante años ha sido reducir el volumen pescado anualmente para permitir que los stocks de peces se recuperaran. En 2006 se puso en marcha un plan de recuperación, reduciendo las cuotas de pesca permitidas, que está permitiendo que las poblaciones mejoren lentamente.
