¿Sabías que la efectividad de las pruebas PCR se basa en una bacteria acuática descubierta hace 55 años en Yellowstone? Sus propiedades termorresistentes son la clave para el diagnóstico más fiable del covid-19, entre otras muchas aplicaciones



Un término como ‘PCR’, habitual en círculos científicos y especializados, se ha convertido en poco más de un año en una palabra usual en las conversaciones cotidianas y las informaciones de los medios de comunicación. ¿Pero qué es y qué tiene que ver con el agua? La “Reacción en Cadena de la Polimerasa” (PCR por las siglas en inglés de Polymerase Chain Reaction), es una técnica de biología molecular que busca amplificar millones de veces un fragmento del material genético. La técnica PCR tiene innumerables aplicaciones y, actualmente, por su fiabilidad y precisión, se considera la prueba de referencia para el diagnóstico de la infección por el virus SARS-CoV-2, responsable de causar la enfermedad covid-19.
Pues bien, las pruebas PCR solo son efectivas debido a una bacteria acuática descubierta hace 55 años en el Parque Nacional Yellowstone: la Thermus aquaticus, conocida como Taq.
La aventura de este microbio comenzó en el otoño de 1966 cuando Thomas Brock, microbiólogo de la universidad de Indiana, Estados Unidos, tomó muestras de las calientes aguas de la laguna Mushroom Pool, situada entre los famosos géiseres del parque nacional de Yellowstone. Analizando las aguas de este gran manantial descubrió una bacteria que vivía por encima de los 65ºC, pero no pensó que pudiera tener una aplicación concreta. Así que la bautizó y la donó a la American Type Culture Collection, un banco genético de microorganismos.


Unos años después, en 1971, una empresa biotecnológica de California, Cetus Corporation, comenzó a analizar microbios termorresistentes y aisló en la Thermus aquaticus una enzima del tipo polimerasa que sobrevivía a ciclos repetidos de calentamiento y enfriamiento y que, por tanto, era el organismo ideal para dirigir el proceso de copia de ADN. En 1991, la multinacional suiza Hoffman-La Roche pagó a Cetus 300 millones de dólares por las patentes sobre la enzima y la técnica PCR, y en 1993 Kary Mullis, el científico que descubrió el proceso, obtuvo el Premio Nobel de Química.
Y en esta historia llegamos a la prueba médica que más se ha realizado en el último año. Solo cinco países, Estados Unidos, India, Reino Unido, Italia y Turquía, han realizado más de mil millones de pruebas de covid-19, según datos de Our World in Data.
Una prueba un tanto molesta que implica un hisopo de la garganta o la nariz del paciente, que luego se envía a un laboratorio donde se calienta y enfría repetidamente para copiar el ADN dentro de la muestra. Una prueba en la que la Thermus aquaticus mantiene unidas las secuencias de ADN en un ciclo térmico necesario para hacer crecer la cadena de ADN de manera rápida y fiable.
La Taq es un perfecto ejemplo de los beneficios que nos ofrece la biodiversidad y nos recuerda que esta bacteria fue accesible para la ciencia porque su hábitat se había protegido. Son muchos más los casos de seres de la naturaleza que han cambiado la historia de la medicina, como el cangrejo herradura en el ámbito de las vacunas, el árbol del tejo en las terapias contra el cáncer, o el lagarto gila en los tratamientos de la diabetes.
No podemos olvidar que proteger la naturaleza no solo es una cuestión ética, sino que entra de lleno en el terreno de la lógica. Y es que los beneficios de conservar o restaurar los espacios naturales superan con creces el potencial de beneficio que supone el explotarlos para un uso humano intensivo, según todos los estudios existentes sobre el valor de la biodiversidad y los ecosistemas. Por tanto, detener la pérdida de biodiversidad es un objetivo vital en sí mismo ya que sustenta fundamentalmente el bienestar humano presente y futuro.
Porque no sabemos si un pequeño ser, esperando a ser encontrado en un bosque recóndito, guarda en su interior el secreto para salvar el planeta.
