El incremento de las temperaturas y los impactos antropogénicos en los ecosistemas están impulsando a que las cigüeñas prefieran pasar su vida en España en vez de desplazarse en invierno a las regiones más cálidas de nuestro planeta, haciendo que San Blas sea nada más que una mera curiosidad en vez de una fecha clave en su ciclo migratorio



Del mismo modo que el cantar del gallo anuncia la marcha de la luna cada amanecer, el crotoreo de las cigüeñas blancas (Ciconia ciconia) rompen el silencio invernal para recordarnos que la estación más fría del año tiene los días contados. Una suerte de cántico sobre una muerte anunciada que tiene lugar cada tres de febrero durante la festividad del día de San Blas.
Debido a esa coincidencia, el refranero español anuncia que “por San Blas, la cigüeña verás”, añadiendo en ocasiones que “si no la vieres, año de bienes”, haciendo referencia a que las nieves permanecerán en nuestro territorio algo más de tiempo, beneficiando así al agricultor y su futuro producto.
Sin embargo, con el paso de los años, el proverbio está perdiendo esa precisión de la que presumía y convirtiéndose en más bien una mera curiosidad que se recuerda a principios de febrero. El motivo no son otros que los impactos de las actividades humanas sobre los ecosistemas, entre ellos, el cambio climático antropogénico.
De acuerdo con un informe de la ONG SEO/BirdLife, las cigüeñas blancas son unas de las aves más representativas que decoran gran parte de nuestro territorio durante los meses cálidos. Cuando el frío llega a la península, esta especie se desplaza hasta el centro y sur de África e, incluso, hasta Asia meridional, dando forma así a su ciclo migratorio.
Debido a su amplia distribución y su gran población reproductora a escala mundial, las cigüeñas blancas no se catalogan con ningún grado de amenaza
El problema es que en la actualidad muchas de ellas prefieren quedarse en España durante el invierno, en un fenómeno que, aunque no es nuevo -ya que se tiene constancia de él desde finales del siglo XIX, según SEO/BirdLife-, cada vez es más común. De hecho, según los censos realizados desde 1995 hasta el 2004 -los últimos realizados-, las poblaciones de cigüeña invernantes en España crecieron de los 7.600 ejemplares a los 31.000.
“Gracias a las nuevas tecnologías, conocemos que las cigüeñas que emigran son más jóvenes que las que prefieren quedarse en España. Es posible que estas aves tengan prefijado genéticamente el comportamiento migratorio y con los años aprendan que se pueden quedar en España”, destaca la organización en el informe.


Si bien este comportamiento en principio puede suponer una ventaja para las cigüeñas, sobre todo para las más adultas al ahorrarse una costosa migración que puede poner en jaque su éxito reproductivo, los expertos no paran de mostrarse cautelosos por las incógnitas que levanta, principalmente al ser un fenómeno nacido de los impactos antropogénicos.
En concreto, la ONG señala la presencia de los vertederos como principal detonante ya que estos emplazamientos son capaces de aportar enormes cantidades de comida a las cigüeñas , que, por otro lado, comienzan a anidar más cerca de ellos.
“La reducción de los movimientos migratorios y de la mortalidad asociada a los desplazamientos, y un incremento de la productividad han permitido la explosión demográfica de la especie. Los pollos en nidos próximos a basureros se encuentran frecuentemente en mejor condición física que aquellos de zonas más remotas”, subrayan en su informe.


Para los expertos, que las cigüeñas se alimenten de los residuos humanos “no es en sí un inconveniente a nivel poblacional”, aunque no se pueda decir lo mismo a un nivel individual. Esto es porque con esta vía de alimentación las cigüeñas se exponen a bacterias nocivas de origen humano y animal, como los estafilococos multirresistentes, e, incluso, a sustancias químicas perjudiciales.
«Al tratarse de una alimentación que dista de la variedad de presas habitualmente consumida por las cigüeñas blancas, existe la posibilidad de que presente deficiencias al no aportar todos los elementos esenciales que precisan las aves. Por no hablar de que en estos lugares obtienen materiales perjudiciales para la construcción de los nidos, como lo son los plásticos, que pueden enredarse en las crías o ahogarlas”, añaden en el informe.
En vista de este escenario, los expertos de la organización se mantienen optimistas por las nuevas medidas ambientales que deberán aplicarse durante los próximos años y que, entre otras cosas, tienen como objetivo reducir el número de vertederos: “Estos cambios deberían revertir, al menos en cierto grado, la tendencia actual y volver a estabilizar a la especie”, señalan.
Sin embargo, con el cambio climático acechando, cualquier escenario está sobre la mesa. Las futuras investigaciones, por tanto, pueden presentarse como herramienta útil para seguir comprendiendo a esta compañera blanca que, más que nunca, parece que ha venido para quedarse.
