Una amplia variedad de deportes extremos que se practican en la actualidad no podría llevarse a cabo sin la presencia del agua como elemento central, como el psicobloc o el rafting. Desde El Ágora os mostramos algunos de lo más practicados



El agua ofrece un ecosistema perfecto para la realización de actividades físicas debido a los principios que la caracterizan. La flotabilidad, por ejemplo, permite a cualquier usuario realizar ejercicios que en tierra firme serían prácticamente imposibles, de ahí que muchos expertos en salud la recomienden como herramienta de apoyo a personas de avanzada edad.
Y precisamente estos márgenes de seguridad que ofrece el agua la han convertido en todo un campo de pruebas con el que experimentar actividades que, en muchas ocasiones, son llevadas a extremos en los que se puede poner en peligro nuestra propia vida.
Son los llamados “deportes extremos”, una disciplina en sí misma que no ha parado de ganar adeptos durante los últimos años como respuesta a la necesidad por parte de los usuarios de vivir nuevas experiencias que, además, recorren las redes sociales como la pólvora. Su amplia penetración ha abierto las puertas incluso a su explotación como atractivo turístico en muchas regiones del mundo.
En España, por ejemplo, la riqueza natural ha ayudado a instaurar en el litoral deportes extremos en el agua como el buceo libre, el esquí acuático o el reciente psicobloc, este último llevado a cabo sobre todo en las escarpadas paredes de los acantilados de la cornisa cantábrica.


La razón de que este último se realice en esos lugares es porque se trata de una modalidad de escalada en la que el único elemento de seguridad es el agua. Así, los mosquetones, las cuerdas y demás herramientas disponibles en la escala normal se sustituyen por el colchón del agua que se encuentra bajo nuestros pies y que, a medida que avanzamos, se encuentra cada vez más y más lejos.
Cualquier mínimo fallo significa una caída de varios metros sobre el mar, lo que a las habilidades de escalada habría que sumarle cierta soltura en el agua. Por si fuese poco, al realizarse en los acantilados, se añade un plus de peligrosidad por las rocas que puede haber escondidas en el agua o, simplemente, por las cornisas de las paredes.
Por este motivo, muchos inexpertos afirman que este deporte “cambia drásticamente la visión del escalda tradicional” y lo vuelve más peligroso hasta el punto que antes de practicarlo también hay que fortalecer la mente. Como curiosidad, el padre de esta actividad fue precisamente un español, Miguel Riera, que en la década de los 80 convirtió su pasatiempo en el psicobloc actual.


El buceo libre o apnea, por su parte, ofrece otra manera de disfrutar del mar, aunque no exenta del peligro. Como revela su nombre, este deporte consiste en la exploración de los fondos marinos con la ayuda solo de unas gafas y de nuestros pulmones.
El aire, por tanto, se convierte en nuestro mejor aliado y al mismo tiempo en nuestro peor enemigo. Aunque más que el aire, este último papel lo ejercerá nuestra propia cabeza que, sin la preparación necesaria, nos puede jugar malas pasadas que pueden significar la diferencia entre la vida y la muerte.
Por ese motivo, y aunque parezca sencillo, antes de practicar esta modalidad de deporte extremo muchos expertos recomiendan adquirir amplios conocimientos sobre sobre seguridad y fisiología:
“Un apneísta no capacitado corre el riesgo de sufrir desmayos, lesiones en los oídos, en los conductos nasales y en los pulmones, e incluso podría ahogarse”, señalan desde la Asociación Profesional de Instructores de Buceo, que añaden que una vez adquiridos “podrás conectar con la naturaleza de una manera que hasta ese momento nunca habrás experimentado”.


Tal vez menos peligroso es el esquí acuático que tanto se practica en las costas como en los lagos del interior en nuestro país, aunque los materiales que se necesitan pueden no estar al alcance de todos ya que la pieza clave de este deporte no es la tabla que nos desliza sobre el agua, sino el barco que la propulsa.
No obstante, hay muchas empresas que se dedican a ofrecer estos materiales y, de paso, enseñar a las personas a cabalgar sobre las olas que barco origina con sus movimientos, porque la práctica es esencial: un mal movimiento o una mala caída pueden producir serias lesiones en nuestro cuerpo.
Como no podía ser de otra forma, los ríos y arroyos que dan forma a nuestras cuencas hidrográficas son también carne de cañón para este tipo de deportes que se alimentan además de la peligrosidad de aquellos cauces escarpados que a muchos ponen los pelos de punta solo con mirarlos.


Es el caso del rafting, un deporte que consiste en el descenso de un río normalmente embravecido a borde de una embarcación con capacidad de hasta ocho personas. Estos ingredientes lo convierten, por tanto, en una modalidad arriesgada, desafiante y al mismo tiempo divertida.
El norte de España por sus características es la región por definición para la práctica de este deporte, siendo especialmente famoso el descenso del río Sella, aunque existen otros muchos ríos en el país que se utilizan como pistas de descenso, como el segura, en Murcia, y no precisamente a lomos de un barco.


En este caso, cuando las personas descienden a través de los cañones o cauces de torrentes con ayuda de cuerdas o simplemente nadando, se conoce como barranquismo. Los expertos recuerdan que no se trata de un simple paseo y que si es rafting ya es peligroso de por sí, hay que imaginarse el riesgo del barranquismo teniendo en cuenta que aquí el chasis que te protege de las colisiones es tu propio cuerpo.
Por ese motivo, recuerdan que hay que conocer a fondo las técnicas de rapel y demás, incluso el propio terreno para evitar cualquier susto que pueda poner en peligro nuestra vida. Ante esto, siempre recomiendan practicar el deporte cuando el agua está más calmada para minimizar los riesgos.
Con todas las prevenciones sobre la mesa, lo más seguro es que terminemos por disfrutar de una jornada como ninguna otra donde, una vez más, el agua demostrará su enorme versatilidad.
