A pesar de que estos dos términos referentes a la transformación de tierras fértiles en secas se suelen utilizar como sinónimos, la desertización es un proceso natural mientras que la desertificación está provocada por el ser humano



Las secuelas que la acción del ser humano está dejando en la Tierra son innegables. Aumento de las temperaturas, destrucción de la biodiversidad, derretimiento de glaciares y casquetes polares… Las consecuencias sobre el medio ambiente de nuestra actividad social y económica se dejan sentir en todo el planeta, hasta el punto de que el consenso científico alerta de que, si no se toman medidas decisivas contra la emergencia climática, la misma supervivencia de nuestra especie podría estar en peligro. Pero de entre todos los retos ambientales, la desertificación y la desertización son sin duda unos de de los más urgentes.
Entendidas ambas como la degradación de la tierra en las zonas áridas, semiáridas y subhúmedas secas, estos dos conceptos que se refieren a la paulatina transformación de suelos fértiles en desérticos se suelen utilizar como sinónimos. Sin embargo, guardan una importante diferencia: la desertificación tiene su origen en la acción humana, mientras que la desertización es un proceso natural de formación de zonas yermas y es la que está detrás de grandes desiertos como el Sáhara o el Kalahari.
Además, hay también un matiz temporal. La desertización, al no contar con intervención humana alguna, es un proceso extremadamente lento, que depende de cambios climáticos naturales a gran escala. Tras la última glaciación, hace más de 10.000 años, el Sáhara era una gigantesca sabana verde, más parecida al Serengeti tanzano que al actual páramo con dunas y sol ardiente. Y, aunque los investigadores tienen diferentes teorías sobre el por qué, se mantuvo así durante varios milenios, con una desertización paulatina que no expulsará a casi toda la fauna y la flora de la zona hasta aproximadamente cinco milenios después.
Sin embargo, la desertificación, al ser un proceso provocado por el hombre, es un proceso mucho más rápido que apenas ha durado siglos y además corre el riesgo de acelerarse. Según apunta la Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación, cada año desaparecen más de 24 millones de toneladas de suelo fértil y dos tercios de toda la tierra están en proceso de desertificación. De hecho, se prevé que para el año 2045 alrededor de 135 millones de personas en todo el mundo (aunque principalmente en África) tendrán que abandonar los lugares que habitan en la actualidad como consecuencia de este fenómeno.
Causas de la desertización
Como se ha indicado anteriormente, la desertización es un fenómeno natural que puede durar miles de años y tener causas muy variadas, que además a menudo se combinan entre sí. Por un lado, la formación de un desierto está claramente condicionada por agentes climáticos. La lluvia y el viento son los principales movilizadores de sedimentos, al actuar sobre los suelos y transportar sus materiales, por lo que muchas veces están detrás de la pérdida de fertilidad de una tierra al ir “devorando” las capas más nutritivas y transportándolas a otro lado.


Además, es importante también la naturaleza del sustrato de la zona “desertizada”, ya que los agentes atmosféricos tendrán más impacto en el suelo dependiendo de la vulnerabilidad que presente el suelo en función de su composición, permeabilidad y disposición. Por supuesto, en este punto también hay que destacar la topografía o relieve de una región, ya que cuanto más abrupta sea una zona y mayor pendiente presente, más expuesta estará a los factores climáticos y se degradará por tanto más rápidamente.
Los agentes climáticos y su impacto sobre una zona concreta dependen además de factores astronómicos, como los ciclos de Milankovitch, que se refieren a los cambios en la distancia que tiene la Tierra con el Sol según las diferentes épocas históricas. También geomorfológicos, ya que la distribución de las montañas y las masas continentales ha ido variando (de manera casi imperceptible para el ser humano) a lo largo de los milenios. En este sentido, también hay factores dinámicos, derivados de la actividad geológica del planeta: una gran explosión volcánica o un terremoto puede tener consecuencias inmediatas sobre el clima.
Causas de la desertificación
Aunque en la desertificación también hay por supuesto factores climáticos, algunos a largo plazo, estos no se deben a causas naturales sino a la acción del hombre. Es decir, el hecho de que los desiertos en todo el planeta estén avanzando se debe en gran medida al cambio climático, de origen antropogénico, ya que el de aumento las temperaturas de manera generalizada puede significar que en zonas concretas se supera el umbral a partir del cual casi toda la biodiversidad de una zona desaparece.


Aún así, hay otras acciones concretas del hombre no relacionadas con las emisiones de efecto invernadero que también crean desiertos, casi todas relacionadas con nuestra manera de producir y alimentarnos. La primera de ellas es la deforestación, entendida como la tala indiscriminada de árboles y arbustos para obtener combustible, tierra cultivable o recursos madereros. Esta práctica, especialmente grave en zonas tropicales de África, Asia y América Latina provoca la desaparición de la cubierta vegetal que mantiene la capa fértil del suelo y acelera la desertificación.
También tienen importantes consecuencias el pastoreo intensivo, que destruye la capa superior del suelo al impedir que las plantas tengan tiempo suficiente para regenerarse y la agricultura intensiva, centrada en que la tierra produzca el máximo beneficio sin importar el hecho de que así se agotan mucho más rápidamente los nutrientes del suelo. De hecho, actualmente se utiliza la producción agrícola para clasificar la desertificación en diferentes grados: se considera que existe una desertificación moderada si el rendimiento de la tierra desciende entre el 10% y el 25%; severa si disminuye del 25 % al 50 %; y muy severa si la reducción de la capacidad de producción agraria es superior al 50%.
Un enorme problema a corto plazo
Por supuesto, en el futuro inmediato, el problema no es tanto la desertización, que se produce a un ritmo apenas perceptible por el ser humano, como la antropológica desertificación. Es cierto que, a lo largo de la historia de la humanidad, la desertización ha contribuido al colapso de grandes imperios y al desplazamiento de poblaciones locales, pero en la actualidad hablamos de una aceleración preocupante: se estima que el ritmo de degradación de las tierras cultivables es de 30 a 35 veces el ritmo histórico.


En la actualidad, aproximadamente 2.000 millones de personas dependen de los ecosistemas en las zonas de tierras secas, el 90% de las cuales vive en países en desarrollo, según apunta el PNUD. De hecho, en muchos países subdesarrollados, donde la superpoblación genera presiones para explotar las tierras secas para la agricultura, se crea un espiral negativo del que es muy difícil salir, dando lugar a regiones sobrepastoreadas, donde la tierra está agotada y el agua subterránea está sobreexplotada.
El reto, eso sí, no es nuevo. La desertificación, junto con el cambio climático y la pérdida de biodiversidad, fueron identificados como los mayores desafíos para el desarrollo sostenible durante la Cumbre de la Tierra de Río de 1992, hace ya casi tres décadas. Por eso, cualquier acción climática a nivel mundial debe tener en cuenta este fenómeno y combatirlo si de verdad queremos que el planeta siga siendo habitable para todos más allá del siglo XXI.
