Las dioxinas y los furanos son contaminantes ambientales muy dañinos para la salud que aparecen en el aire cuando se queman desperdicios de forma descontrolada. Además, están considerados como los elementos más tóxicos que genera la actividad humana



El derrumbe del vertedero de Zaldibar y la recomendación del Gobierno vasco de no ventilar las casas ni hacer deporte al aire libre en los alrededores inmediatos ha puesto en el mapa mediático dos contaminantes químicos poco conocidos para el gran público: las dioxinas y los furanos.
De carácter orgánico, estos compuestos químicos tóxicos para la salud -y muy similares entre sí en su composición, por lo que se suelen englobar todos como dioxinas- son un subproducto de la quema de materia orgánica con cloro a altas temperaturas, una situación que se produce especialmente cuando arden residuos de manera descontrolada.
Cabe destacar que estos elementos son fundamentalmente químicos secundarios fruto de procesos industriales, como la fundición, el blanqueo de la pasta de papel con cloro o la fabricación de algunos herbicidas y, sobre todo, mediante la incineración descontralada de deshechos.
No obstante, la naturaleza los puede producir en menor medida a través de erupciones volcánicas y los incendios forestales, como aquellos que han sido noticia durante todo el 2019.
Un peligro para los humanos
De acuerdo con la Organización Mundial para la Salud (OMS), la exposición breve a altas concentraciones de dioxinas y furanos puede causar lesiones cutáneas y alteraciones funcionales del hígado. Mientras, la exposición prolongada provoca unas consecuencias más graves que se han relacionado con alteraciones inmunitarias, del sistema nervioso en desarrollo, del sistema endocrino y de la función reproductora.
El Registro Estatal de Emisiones y Fuentes Contaminantes del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, por su parte, destaca que las dioxinas y furanos «afectan a varios órganos y sistemas vitales» como el corazón, el sistema inmune, el hígado, la piel y la glándula de tiroides, provocando incluso cáncer reproductivo.
Una vez que penetran en el organismo, las dioxinas y furanos son capaces de permanecer largos periodos de tiempo gracias a su estabilidad química y a su fijación al tejido graso, donde quedan almacenadas. En el medio ambiente, tienden a acumularse en la cadena alimentaria, por lo que cuanto más arriba se encuentre un animal en dicha cadena, mayor será su concentración de estas sustancias.
Las dioxinas y los furanos se encuentran en todo el mundo y en prácticamente todos los medios. Las mayores concentraciones se registran en algunos suelos, sedimentos y alimentos, especialmente en los productos lácteos, carnes, pescados y mariscos. Por el contrario, sus tasa de concentración es menor en las plantas, el agua y el aire.
