El agua, el gran desafío para España ante el cambio climático

El agua, el gran desafío para España ante el cambio climático

El cambio climático es una realidad que centrará su mayor virulencia en los recursos hídricos. Menor cantidad de agua dulce, mayor demanda y una redistribución de las precipitaciones son sólo algunas de las consecuencias que sufrirá España en los próximos años


“Incluso en los escenarios de bajas emisiones, se prevén considerables repercusiones en el ciclo hidrológico. Dada la estrecha relación del agua con los sectores económicos, los cambios podrían generar vulnerabilidad a nivel sistémico con posibilidades de efectos de cascada”.

Con esta frase, el informe Impactos y riesgos derivados del cambio climático en España del 2021 expone una realidad que a veces queda muy olvidada: la crisis climática es un fenómeno que no solo se manifiesta a través del incremento de las temperaturas, sino que impacta en todos los pilares que sustentan al mundo.

El agua, en este sentido, constituye un muro de carga planetario altamente castigado por ser precisamente el ciclo hidrológico “el componente que da vida al sistema climático y el nexo que une la atmósfera con la superficie terrestre”, según la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

Por ejemplo, con el aumento de las temperaturas y la redistribución de precipitaciones, la evapotranspiración se alterará paulatinamente. Ahora, los suelos están dejando de acumular tanta humedad como lo solían hacer y las cuencas están disminuyendo sus volúmenes de agua.

Lo mismo sucede con el hielo posado, aunque en este caso la desaparición del permafrost y de los glaciares supone la extinción total de unas reservas de agua que durante milenios han abastecido a civilizaciones enteras. Como señala la ONU, además de subir el nivel del mar, su adiós alimentará un estrés hídrico que en la actualidad afecta a una cuarta parte de la población mundial.

De hecho, para el 2050 la ONU cree que unas 570 ciudades alrededor de todo el mundo verán disminuida su disponibilidad de agua dulce en al menos un 10% debido solo a estos factores. Algunas como Ciudad del Cabo o Melbourne pueden llegar al 40%, mientras que Santiago de Chile puede incluso superar la barrera del 50%.

Si a esto unimos que la demanda de agua aumentará un 1% anualmente mientras los pocos recursos limpios disponibles seguirán asediados por la contaminación y la eutrofización, podríamos considerar que la humanidad está en un serio aprieto. En este sentido, estudios nombrados por la ONU señalan que podremos llegar a enfrentar un déficit mundial de agua del 40% para 2030 si continuamos con nuestros ritmos habituales de vida.

Todo esto sin incluir el efecto de los fenómenos extremos relacionados con el agua que, como estamos ya viviendo en la actualidad, están viendo incrementado su frecuencia e intensidad. La ONU teme que la próxima gran pandemia esté relacionada con las sequías, que por ahora han afectado a 1.500 millones de personas en lo que va de siglo y han supuesto pérdidas de al menos 124.000 millones de dólares en todo el mundo entre 1998 y 2017.

La otra cara de la moneda se encuentra en las inundaciones y los eventos de lluvias extremas, que se han disparado en más del 50% en esta década, y ahora se suceden a una tasa cuatro veces mayor que en 1980. “Durante los últimos 20 años, los dos principales desastres relacionados con el agua, las inundaciones y las sequías, causaron más de 166.000 muertes y afectaron a otros tres mil millones de personas. La cifra total de pérdidas entre ambos asciende por encima de los 700.000 millones de dólares”, recuerda la ONU.

La situación de España

El último balance sobre el estado del clima de la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet) ha vuelto a poner el foco sobre una idea clara: España es uno de los países más afectados por el cambio climático.

Tal es así que mientras el resto del mundo ha incrementado su temperatura con respecto a los niveles preindustriales en 1,2 grados Celsius, nuestro país lo ha hecho en 1,7°C. Mientras, las proyecciones estiman que España pueda elevar su temperatura hasta 6,4°C para finales de siglo en el peor de los escenarios o 3,4°C en uno moderado. En cualquier caso, ambos sobrepasan los límites marcados por el Acuerdo de París.

Las conclusiones recogidas en el informe impactos y riesgos también se ven reflejados en otros documentos, como en los Planes Nacionales de Adaptación al Cambio Climático. Este en concreto identifica 73 riesgos provocados por el calentamiento global, de los cuales nueve relacionados con los recursos hídricos tendrán un alto impacto en España.

Uno de los más importantes está relacionado con la disminución de las precipitaciones, aunque este se trata de un tema con mucha controversia dada la altísima variabilidad de estos episodios que dificulta el estudio de las tendencias:

“Así como en el caso de las temperaturas está muy claro que existe un notable ascenso durante las últimas décadas, con las precipitaciones no ocurre lo mismo. Vivimos en un país donde a años muy lluviosos le suceden otros secos, y largos períodos de sequía se ven bruscamente interrumpidos por episodios de lluvias torrenciales”, detalla Rubén del Campo, portavoz de la Aemet, en una reciente entrevista para El Ágora.

No obstante, existen estudios que afirman haber encontrado una moderada disminución de las precipitaciones durante los últimos 50 años, así como un cambio en la distribución temporal, con un otoño que cada vez más está superando a la primavera como la estación más lluviosa. Para finales de siglo, el informe de impactos y riesgo teme que las precipitaciones puedan disminuir entre un 15% y un 20% durante todos los meses.

Asimismo, esta ligera reducción ha sido para muchos un factor clave a tener en cuenta para entender la disminución entre el 10% y el 20% de los recursos hídricos disponibles en muchas cuencas de la Península Ibérica, así como la escorrentía.

Esto, unido al incremento de las temperaturas, mermará la entrada de agua en los acuíferos que, curiosamente, podría compensarse reduciendo el regadío en un 20%, aunque no bastaría para mitigar el impacto de las extracciones que llevarían a cabo sobre todo durante una estación seca más larga que la actual. Sin olvidar que el aumento del nivel del mar propiciaría la intrusión salina en muchos de ellos que, desde ese momento, quedarían inutilizados.

Otro de los grandes afectados por la falta de agua y el exceso de calor será el suelo, que en la actualidad ya corre peligro en el 70% del territorio español. En este sentido, la tasa de degradación de suelo es ya en la actualidad superior a la de su formación, lo que está impulsando a España hacia una erosión sin precedentes que amenazan los cultivos.

Por si fuese poco, los eventos extremos causarán estragos en nuestra sociedad incluso en escenarios en los que las temperaturas no sobrepasen los 2°C. En este supuesto, las inundaciones afectarán hasta mediados de este siglo al doble de las personas y provocarán daños anuales que asciendan a los 13 mil millones de euros. Para finales de siglo, las personas afectadas serán el triple y los costes sumarán otros cuatro mil millones más.

El Mediterráneo se convertirá en una máquina de producir tempestades: “Un mar más cálido es sinónimo de mayores aportaciones de humedad y de energía a la atmósfera, que se traducen en episodios más violentos, como borrascas profundas o lluvias torrenciales más torrenciales”, señala Rubén del campo.

Sin olvidar tampoco de las subidas del nivel del mar. Las vertientes de España son un mundo y cada una de ellas reaccionará de una manera distinta a este fenómeno, sin embargo, de media la línea de costa en todas ellas retorcerá unos dos metros para el 2040. Y precisamente esos lugares no son regiones despobladas, sino que en ellas está presente en la actualidad a un tercio de los habitantes de España.

No obstante, toda esta lista de consecuencias es tan solo la punta del iceberg porque incluso en los estudios más escuetos, los capítulos dedicados a las consecuencias que sufrirá el agua son eternos y parecen apuntar hacia una situación reversible. Para evitar que el agua dulce sea un mito en nuestras vidas, solo nos queda una alternativa: adaptación, adaptación y más adaptación.



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