Dos millones de personas necesitan acceso urgente al agua en la región norte de Burkina Faso, una de las zonas más pobres y castigadas del planeta por la violencia y el cambio climático



El sol abrasador del Sahel preside la árida tierra del norte de Burkina Faso, un país sin salida al mar que lucha por cada gota de agua. Desde 2018, esta región desértica, la parte más seca y calurosa del país, ha estado en el centro de un creciente conflicto armado. La violencia, junto con el impacto del cambio climático, ha dejado a las comunidades en una situación extremadamente vulnerable: no tienen agua, el riesgo de sufrir enfermedades es altísimo y la necesidad de asistencia humanitaria es urgente.
La violencia, que lleva afectando a la población del norte de Malí desde 2012, ha ido avanzando gradualmente hacia la zona de Liptako-Gourma, en la región fronteriza entre Malí, Burkina Faso y Níger. En Burkina la inseguridad se ha propagado hacia la zona oriental del país tras enraizarse en el norte, afectando a las regiones más desfavorecidas.
Ante esta situación, las necesidades humanitarias en Burkina Faso se han disparado desde el año pasado, con un incremento del 1.200% en el número de personas obligadas a huir de sus hogares. En el país, de 20 millones de habitantes, solo el 24% tiene un acceso seguro al agua y el 93% de la población no tiene un servicio básico al saneamiento.
Según datos de Intermon Oxfam, en la actualidad, hay cerca de 800.000 personas internamente desplazadas, y la mayoría (el 94%) han sido acogidas por comunidades vulnerables que ya se enfrentaban a la pobreza y a la escasez de alimentos. El acceso al agua potable se ha convertido en un reto diario tanto para las personas desplazadas como para las comunidades de acogida. «Hay casi dos millones de personas que necesitan acceso urgente al agua», afirman.


Se trata de un problema que se suma a la inseguridad alimentaria crónica y a un contexto marcado por el temor a secuestros, asesinatos, represalias de grupos armados, violencia psicológica y ataques dirigidos a escuelas y centros de salud. Los medios de vida han quedado devastados por los desplazamientos y los impactos de la crisis climática, como las inundaciones y las sequías. Además, cada día llegan más personas a comunidades que ya se enfrentaban a grandes dificultades.
La organización de ayuda humanitaria apunta que en algunas localidades, el índice de acceso al agua potable se ha reducido en un 40%, y las infraestructuras existentes no dan abasto. «Las mujeres y las niñas esperan durante horas para recoger una ínfima cantidad de agua que a menudo no basta para cubrir las necesidades diarias de sus familias. Miles de personas viven en condiciones de hacinamiento sin acceso a agua para beber o para la higiene, los servicios de salud están sobrecargados y las enfermedades diarreicas están en alza. Se teme que la situación empeore si no se mejoran las condiciones», explican.
La situación de los niños está al límite, según Unicef, que además de los problemas de acceso al agua, denuncia las graves deficiencias en cuanto a saneamiento. «El acceso a agua y letrinas en escuelas y comunidades se convierte en un lujo: la tasa de defecación al aire libre en zonas rurales es del 75%, muchas escuelas no disponen de retretes y los que existen, carecen de un mantenimiento adecuado y no se ajustan a las necesidades de niñas y adolescentes en materia de higiene menstrual. Todo ello tiene un gran impacto en el desempeño escolar de niñas y niños, al igual que en su estado de salud», lamentan.


Según datos de Naciones Unidas, el Sahel representa más del 60% de niños con desnutrición aguda grave en África Occidental y Central. Y se espera, además, que el número de niños afectados aumente de 8,1 a 9,7 millones para finales de 2021, incluyendo 3 millones de niños y niñas en situación de desnutrición aguda grave.
Crisis climática, crisis del agua, crisis del hambre
La región del Sahel central, conformada por Malí, Burkina Faso y Níger, se percibe, desde las sequías de los años setenta y ochenta del pasado siglo, como una zona ecológicamente frágil. El desierto del Sáhara no cesa de avanzar y, de manera cada vez más recurrente, las lluvias torrenciales hacen subir el caudal los ríos, entre ellos el Níger, anegando miles de hectáreas de tierras de cultivo.
La región es conocida como ‘el cinturón del hambre’ debido a las repetidas hambrunas que asolan la zona. La pobreza crónica ha hecho de esta parte de África una de las regiones con la esperanza de vida más baja del mundo, sometida a una constante inseguridad alimentaria por la inestabilidad política y la llegada, en 2012, de grupos terroristas de corte yihadista. El asentamiento de ideas radicales en la llamada ‘triple frontera’ ha supuesto un giro sustancial en la región, marcado por el aumento paulatino de la inseguridad en los tres países.
La combinación de estos tres elementos —cambio climático, pobreza y terrorismo— ha agudizado una crisis multidimensional que en los últimos años se ha cobrado miles de vidass.
La desertificación es uno de los principales detonantes de esta situación, ya que ha supuesto un aumento de los conflictos en la región debido a la reducción de los recursos disponibles, así como a la transformación de sistemas de producción que generan una competencia mal regulada por el acceso a los recursos, sobre todo a la tierra y al agua, cada vez más codiciados.


Cáritas, presente en la región, alerta de que esta competencia está derivando en un aumento de conflictos interétnicos, como sucede en Malí entre los dogones (agricultores) y los peuls (ganaderos), o entre los mossi (agricultores) y los peuls (ganaderos) en Burkina Faso. Estos enfrentamientos han provocado el desplazamiento forzoso de miles de personas, lo que ha originado una de las crisis humanas más graves en la actualidad, que afecta a más de 2 millones de personas y ante la que los frágiles Estados sahelianos se ven incapaces de responder.
Durante la temporada de lluvias, que comienza en junio, el acceso al agua se vuelve más fácil. Sin embargo, usar esta agua para cocinar o para beber conlleva muchos riesgos. La falta de agua potable y la alta concentración de personas son el origen de infecciones parasitarias, enfermedades de la piel y enfermedades transmitidas por el agua, como la diarrea.


Por ello, proporcionar agua potable y saneamiento funcional es una parte fundamental del trabajo humanitario en Burkina Faso. “Recibimos a cientos de pacientes cada mes en los centros médicos en los que brindamos apoyo debido a enfermedades como consecuencia de la mala calidad del agua”, dice David Munganga, coordinador de Médicos sin Fronteras en el distrito de Gorom Gorom. «Sólo entre enero y marzo de 2021 atendimos a más de 1.200 niños menores de cinco años con diarrea», señala.
Un panorama desolador que necesita de alianzas internacionales para rebajar las tensiones en la zona y asegurar el acceso al derecho humano al agua y al saneamiento, clave para devolver la vida a la región.
