El acceso al agua potable y saneamiento en Chad está entre los más bajos del mundo. A la falta de infraestructuras hidráulicas se une la pérdida de su principal fuente de agua a causa del cambio climático, el lago Chad que ya ha perdido el 90% de su superficie



La República de Chad, un país sin litoral ubicado en mitad de África y con 16 millones de habitantes, es uno de los territorios más pobres del mundo. Concretamente el quinto más pobre del mundo, con el 80% de la población por debajo del umbral de pobreza, según Naciones Unidas. Las cifras del agua en Chad también son desoladoras. El acceso al agua potable y a servicios de saneamiento en Chad está entre los más bajos del mundo, lo que contribuye a brotes recurrentes de enfermedades como la poliomielitis, la meningitis y el cólera. Casi el 60% de la población no tiene acceso a fuentes mejoradas de agua potable y sólo el 9% tiene acceso al saneamiento, según el Estado Mundial de la Infancia de UNICEF.
La situación de la infancia, el grupo de población que más necesita de agua limpia, es alarmante. Menos de uno de cada dos niños tiene acceso a agua potable, mientras que solo uno de cada diez tiene acceso a un saneamiento mejorado y uno de cada 17 niños se lava las manos con agua y jabón. La tasa de defecación al aire libre en Chad es del 68% a nivel nacional. La situación de las niñas es aún más dramática, ya que la higiene menstrual es tabú en la mayoría de comunidades, lo que las hace más vulnerables todavía.
La falta de acceso a servicios adecuados de agua, saneamiento e higiene provoca frecuentes enfermedades diarreicas y fenómenos de mala absorción, que contribuyen a la malnutrición, especialmente la desnutrición crónica, en los niños pequeños.
A pesar de la adopción de estrategias nacionales, apoyadas por organismos internacionales como Unicef y Organización Mundial de la Salud, los avances en el derecho humano al agua y al saneamiento avanzan de manera muy lenta. En 2018 se estableció una estrategia para mejorar el acceso al agua limpia en distintas zonas prioritarias del país, así como una estrategia nacional de saneamiento, apoyada por Unicef. El primer período de acción se marcó de 2018 a 2021 y, aunque se han obtenido avances, aún quedan millones de personas en la más absoluta precariedad hídrica.


En especial es preocupante la situación en los campos de refugiados al oeste del país, que acogen a cientos de miles de personas desplazadas por la violencia y los conflictos en Chad, así como refugiados provenientes de Darfur, la región del oeste de Sudán cuyo sangriento conflicto ha ido cayendo en el olvido internacional. Estos campos se encuentran en la región chadiana del Sahel, una zona semidesértica que devastada desde hace años por una dura sequía. A la falta de agua se une la inexistencia de infraestructuras de saneamiento para los refugiados que conviven con desplazados y la población autóctona en un clima de tensiones internas.
La situación en estos campos es desoladora. Agua estancada, mosquitos y otros insectos, falta de higiene, enfermedades diarreicas, basuras acumuladas… las personas viven un infierno en vida. A pesar de los esfuerzos de las organizaciones de ayuda humanitaria, que arrojan un poco de luz en la oscuridad en la que está sumida esta población, no es suficiente para devolver la dignidad humana a esta región castigada.
Sin el agua del lago Chad
A la falta de infraestructura hidráulica que sufre el país y su población, el otro gran problema de Chad es que el recurso en sí se ha visto mermado de manera preocupante en los últimos años a causa del cambio climático. Y es que su principal fuente de agua, el lago Chad ha perdido el 90% de su superficie en los últimos 40 años.
Hace 7.000 años, lo que es hoy la República de Chad estaba bañada por un imponente lago de 400.000 metros cuadrados, es decir, una masa de agua un poco más extensa que el mar Caspio, el lago más grande que existe en la actualidad.
Sin embargo, ese titán hídrico fue poco a poco desapareciendo hasta dar forma al que conocemos en nuestros días como lago Chad, tejido en una cuenca endorreica que solo se llena durante los meses lluviosos entre julio y septiembre y gracias a unos ríos que desaguan en él. Y aunque pocos, estas vías de abastecimiento fueron suficientes para mantener viva a la masa de agua, por lo menos hasta la década de los 70.


Las imágenes ofrecidas por la NASA mostraban en 1963 un lago Chad que se extendía por 22.000 kilómetros cuadrados. Sin embargo, a partir de 1970, una enorme sequía, originada por cambios en la Oscilación Multidecadal del Atlántico (AMO) y en El Niño Oscilación del Sur (ENOS), incidió severamente en el lago, causando graves estragos durante 1973, 1976 y 1979 que redujeron la masa de agua en más de un 75%.
El resultado de ese periodo fue la transformación del lago hacia uno nunca visto, con dos partes divididas que jamás se han vuelto a unir por el agua. En la década de los 80 la situación no mejoró en absoluto. Según los datos de la NASA, en 1980 el área del lago alcanzó un mínimo de solo 300 kilómetros cuadrados, y no fue hasta finales del siglo cuando se pudieron observar signos de mejoría.
En la actualidad, la masa de agua se ha recuperado parcialmente y se extiende hasta unos 1.400 kilómetros cuadrados, pero es insuficiente para satisfacer una demanda hídrica que no ha parado de agudizarse con el avance del cambio climático. Tanto es así que los desplazamientos humanos nos han parado de sucederse, se ha agravado la inseguridad alimentaria y hasta ha aumentado la violencia alrededor del lago de la mano del grupo terrorista Boko Haram.


Devolver la vida al lago
En vista del poder del agua del lago tanto en el Chad como en el resto de los países del Sahel que baña, devolver la vida al lago ha sido una prioridad casi desde el momento en el que el agua de la cuenca sufrió su golpe más duro.
De hecho, en la década de los 70 se lanzó el proyecto Transaqua, una faraónica infraestructura que pretende construir un canal de 2.400 kilómetros para desviar entre 50 y 100 mil millones de metros cúbicos de agua de la cuenca del río Congo hacia uno de los principales afluentes del lago y en la que ha sobresalido el papel del sector privado, según Nidhi Nagabhatla, de la Universidad de las Naciones Unidas, para fluir en los arreglos del agua.


De hecho, gracias a la colaboración privada entre la empresa estatal italiana Bonifica -quién dio vida al proyecto, y PowerChina, junto los estados ribereños de la cuenca del lago Chad y organizaciones internacionales como la Comisión de la cuenca del lago Chad (LCBC) y el Banco Africano de Desarrollo (AfDB), se podrá dar vida a un ecosistema con futuro laboral y natural.
Y estas esperanzas se hicieron más que tangibles en el 2018 durante la “Conferencia Internacional para Salvar el Lago Chad” en la que, entre otras cosas, se expusieron muchos de los beneficios del proyecto público-privado:
“Este megaproyecto creará una superzona económica de comercio y comercio entre toda la nación del río Congo y las cuencas del lago Chad, afectando potencialmente a un tercio de todo el continente africano. Además de la generación de energía hidroeléctrica que se necesita desesperadamente, se construirán nuevas carreteras, se crearán nuevos centros de fabricación y agricultura, se desarrollarán nuevas pesquerías y se ampliará la producción de alimentos con 40.000 hectáreas adicionales de tierras de regadío”, se lee en una crónica del evento.
Ahora, bien, las obras, de llevarse a cabo, se realizarían en la República Centroafricana y la República Democrática del Congo, y esta última se ha opuesto al proyecto al creer que saldrá perjudicada.
Para Nidhi Nagabhatla, si este proyecto no se basa en una agenda que ponga de acuerdo a todas las partes, es probable que genere problemas geopolíticos y situaciones de inseguridad entre los actores estatales, sin olvidar que el propio sector privado podría salir perjudicado de los problemas socioculturales complejos.
“El futuro de Transaqua se basa en el desafío de generar una colaboración y un consenso efectivos entre todas las partes interesadas”, afirma la experta, que cree gracias al sector privado se están llegando a acuerdo que en el pasado eran impensables.
“¿Cómo puede el Congo acceder si ni siquiera ha sido capaz de resolver sus propios problemas hídricos?”, enuncian otros expertos. Quizá sea la falta de ambición o quizá esa falta de colaboración a la que hacia referencia Nidhi. Mientras esta brecha no se resuelva una cosa está clara: la falta de agua irá eliminando la vida del lago Chad y de los países que dependen de él.
