La construcción de una potabilizadora capaz de producir 40 millones de litros de agua potable por día demostró a la capital de Ruanda, Kigali, las bondades de la colaboración entre sectores y mostró nuevos caminos de desarrollo para el país



Las proyecciones de los expertos apuntan hacia un aumento de población de más de dos mil millones de personas para los próximos 30 años, donde pasaremos de 7.700 millones actuales a los 9.700 millones en 2050, pudiendo llegar a un pico de cerca de 11.000 millones para 2100.
La Organización de las Naciones Unidas (ONU) estima que más de la mitad de esa explosión demográfica resuene en África, que verá en los próximos años cómo las zonas urbanas del continente triplican su tamaño, como en el caso de Ruanda. Allí, el número de hogares en áreas urbanas crecerá hasta los 5,3 millones y las ciudades como Kigali, su capital, acogerán al 70% de la población para el 2050.
La velocidad de este crecimiento en el continente es motivo de preocupación para muchos expertos que ven como en la actualidad Ruanda está sufriendo presiones provocadas por el hambre y, sobre todo, por la falta de instalaciones relacionadas con el agua, el saneamiento y la higiene y servicios, especialmente de hogares de bajos ingresos. Y más teniendo en cuenta el actual contexto de cambio climático.
“En Ruanda, solo el 47% de la población de la población cuenta con un suministro de agua a menos de 500 metros de su casa, mientras que el casi el 50% tiene que desplazarse durante 30 minutos para conseguirla. La situación en más grave en Kigali, donde la producción solo cubre las tres cuartas partes de la demanda total”, señala un estudio conjunto entre la Universidad de Ruanda y la Universidad de Aberdeen, en Escocia.


La solución para muchas de las presiones que vive África ha pasado todos estos años por realizar fuertes inversiones en infraestructura, como es el caso de la electricidad. Sin embargo, el agua no ha corrido la misma suerte, como señalan los expertos de ambas universidades.
Al contrario que con la electricidad, el agua se podría considerar más como “un monopolio natural”, lo que complica la creación de mercados competitivos. Asimismo, el coste del transporte del agua es relativamente caro, especialmente teniendo en cuenta las consideraciones de salud y seguridad.
De hecho, algunas entidades afirman que se pone trabas porque lo que se busca es que “el proveedor del agua sea una entidad de propiedad del gobierno para protegerse contra una empresa privada que posea demasiado control del mercado”.
Los expertos de ambas universidades señalan en mayor medida a los costes de inversión y mantenimiento de la infraestructura y a la necesidad de “una fuerza laboral altamente educada y calificada”. “Los ingresos son insuficientes para sostener esa maquinaria y, por lo tanto, la gestión del agua se ha mantenido como un desafío en Kigali y Ruanda en general”, añaden.


En cualquier caso, en vista de estos desafíos, junto a otros como la falta de transparencia, los inversores privados tampoco veían factible traer su capital al país. Los pocos que lo intentaron nunca cumplieron con las expectativas o sus proyectos se cancelaron prematuramente, advirtiendo a otras entidades sobre las consecuencias de dar un paso al frente en este continente.
De hecho, informes del Banco Mundial muestran que entre 1995 y 2018 muestran que la inversión en agua y saneamiento fue unas 53 veces menor que la de la electricidad. Todo esto ocurría mientras crecía la necesidad por un servicio seguro y de calidad y se establecían metas internacionales que, en principio, parecían imposibles en Ruanda y su capital.
Sin embargo, contra todo pronóstico, el sector privado terminó dando ese paso al frente a través de una colaboración público-privada, respaldada por el gobierno de Ruanda y el Banco Africano de Desarrollo, que más bien se parecía a una concesión de electricidad en vez de a una de agua.
Como comenta el Grupo de Desarrollo de Infraestructura Privada (PIGD) que financia infraestructuras en países en desarrollo, se ideó un proyecto en el que se construyen y operan nuevos activos de infraestructura bajo la propiedad del socio privado hasta la finalización del contrato.
“Este proyecto que se llevó a cabo en Kigali es más atractivo para los patrocinadores, operadores e inversores privados ya que representa menores riesgos para los flujos de efectivo y la rentabilidad que una concesión de distribución de agua minorista tradicional con ingresos generados a través de pagos de tarifas de usuario en moneda local. En este caso, estaríamos hablando de dólares estadounidenses”, detallan.


En concreto, lo que se ideó fue la construcción de una estación de tratamiento de agua potable que sería capaz de triplicar el suministro de la ciudad, es decir, producir 40 millones de litros de agua potable por día. Con la pandemia de por medio, el proyecto finalizó su construcción a finales del 2020 y entró en funcionamiento en febrero de este año, llegando casi a estabilizar la demanda de agua.
“En el pasado, el agua estaba disponible en nuestros grifos una vez a la semana. Entonces, contrataríamos un camión para que nos trajera agua, y esto costaría alrededor de 35.000 rupias. Sin embargo, ahora tenemos agua aquí en casa y estamos contentos”, señala un ciudadano de Kigali en un periódico local.


Para el PIGD, este proyecto totalmente innovador cubrió las necesidades de agua más urgentes de Kigali porque, aunque la ciudad tenía activos existentes para la extracción y el transporte de agua, estaban al borde del colapso en 2015. Para ese año, Kigali y Ruanda no podían ignorar los desafíos que, con ayuda de sus socios de desarrollo, financió un proyecto totalmente nuevo.
“A diferencia de las concesiones tradicionales de aguas industriales abandonadas, el proyecto de Kigali no aborda directamente los problemas de la gestión en curso de la empresa nacional de agua. Sin embargo, demuestra que la preparación adecuada puede animar a la inversión privada a ayudar a satisfacer las necesidades más urgentes”, explica el PIGD.
Aunque se trata solo de la punta del iceberg, este plan hizo ver la luz del túnel a Kigali a un país que, en la actualidad, lucha por alcanzar, más que los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), la supervivencia de su país, ahora, eso sí, ayudado más que nunca por entidades extranjeras.
Otros actores se han sumado a la ayuda de Ruanda en su lucha por la consecuencia de los ODS. Por ejemplo, la iniciativa Urban Water Resilience in Africa, liderada por el Instituto de Recursos Mundiales (WRI, por sus siglas en inglés) está enfocada a garantizar que la ciudad de Kigali tenga un suministro de agua sostenible y resistente, tanto ahora como en el futuro.
“La iniciativa busca garantizar un futuro con seguridad hídrica al abordar los desafíos de la cantidad, la calidad y la gobernanza del agua y ayudar a las ciudades a abordar sus riesgos y vulnerabilidades del agua a través de la investigación, la asistencia técnica, el intercambio de conocimientos y alianzas para la acción colectiva”, señala el WRI.
Tampoco hay que olvida a otros agentes tradicionales, como las ONG u la misma ONU. En este último caso, la FAO lanzó el proyecto “Conocer mejor el agua” (KnoWat), que tiene por objeto desarrollar la capacidad local para contabilizar el agua e instruir al personal técnico en la recolección y utilización de datos.
“En Ruanda, en el marco de este proyecto, se están evaluando el aprovechamiento y la asignación del agua del río Yanze, una de las principales fuentes de abastecimiento de Kigali, así como una fuente vital de recursos hídricos para los pequeños agricultores, los pastores y los pescadores”, señala la FAO.