Aunque ya han pasado 15 años desde que el huracán Katrina arrasara Nueva Orleans, esta ciudad estadounidense todavía sigue recuperándose de aquel desastre mientras lucha por adaptar sus calles y viviendas a los impactos del cambio climático



Ha pasado una década y media, pero miles de familias aún no han vuelto al Nueva Orleans post-Katrina. Los dolores materiales y emocionales aún palpitan: nadie se olvida de la furia que la naturaleza desencadenó aquel 29 de agosto de 2005, cuando las aguas del río Misisipi cubrieron el 80% de la ciudad donde nació el jazz, 100.000 viviendas fueron destrozadas y 1.833 personas perdieron la vida.
Fue como si los vientos de 240 kilómetros por hora arrancasen el telón, desvelando la fragilidad de barrios enteros, su pobreza y la falta de planificación de las autoridades. El Ayuntamiento no dio la orden de evacuar hasta pocas horas antes de que apareciese el huracán, generando la sensación de que no iba a ser para tanto.
En los días siguientes las imágenes de Luisiana como si fuera Honduras conmovieron a la opinión pública de dentro y fuera Estados Unidos. La ayuda humanitaria se movilizó y el presidente de entonces, George W. Bush, que, en lugar de visitar el lugar del desastre, se hizo una foto mirando por una ventanilla del Air Force One, vio cómo su popularidad llegaba al punto más bajo de sus dos mandatos. Menos mal que Sean Penn se presentó a revisar los daños con su Zodiac y su fotógrafo personal.
La debacle, sin embargo, también ha inspirado mejoras y un concienzudo proceso de aprendizaje. Las autoridades y empresas de Luisiana han tratado de reforzar su preparación ante posibles catástrofes: desde los pequeños propietarios de las viviendas hasta los grandes arquitectos urbanos, todos los actores parecen tener en mente aquella bofetada abominable que transformó la región en un pantano y acabó modificando sustancialmente Nueva Orleans, que a día de hoy tiene en torno a 100.000 habitantes menos que entonces.
La periodista local Missy Wilkinson ha registrado los cambios en el sector inmobiliario a raíz del Katrina. En los últimos 15 años se han popularizado en las casas de Nueva Orleans el granito y los tejados picudos, más resistentes a los vientos huracanados. Hay más casas elevadas, para eludir las inundaciones y la humedad, y el gas se ha vuelto más habitual en las cocinas. El estilo minimalista se impone también. Si vuelve a suceder otro Katrina, ¿para qué acumular parafernalia?


Wilkinson relata cómo los huracanes Betsy y Camille, que en los años sesenta pasaron por Nueva Orleans, hicieron del hacha una de esas cosas que no pueden faltar en un hogar. Las nuevas generaciones no acababan de entenderlo, hasta que vieron cómo el Katrina se llevaba de cuajo los cimientos de sus vidas.
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Según los datos recogidos por Engeneering News-Record, la ciudad criolla cuenta hoy con más de 500 kilómetros de diques y muros y 78 estaciones de bombeo. La primera línea de defensa está bien separada de los núcleos urbanos para minimizar el envite del viento y las aguas, como un vasto y circular escudo de hormigón.
La intención es esa. Pero menos de un año después de que se completasen los trabajos, en 2019, el portal Scientific American cuestionó la efectividad de los nuevos sistemas construidos. El mismo Cuerpo de Ingenieros del Ejército, co-responsable de “una de las mayores obras públicas de la historia del mundo”, reconoció que este complejo de minimización de riesgos solo sería efectivo durante cuatro años, es decir, hasta 2023. El aumento del nivel del mar y el hundimiento de los diques exigen invertir más millones en reparar lo que se acaba de construir.
“Estos sistemas que nos protegían antes ya no van a ser capaces de protegernos sin hacer ajustes”, declaró al portal Emily Vuxton, directora de políticas públicas de la ecologista Coalición para Restaurar la Luisiana Costera. “Creo que este trabajo es necesario. Tenemos que proteger a la población de Nueva Orleans”. La erosión, además, mina poco a poco las barreras naturales que procuran las islas de los pantanos de Luisiana.


Los expertos, sin embargo, temen que se haya extendido la complacencia. El Katrina se va alejando en la memoria y esos sistemas ya han costado mucho dinero y mucho esfuerzo. Se ha tardado más de diez años en ponerlos en pie, y es posible que sea difícil convencer a los contribuyentes y a los políticos que los representan de que vuelvan a echar paladas de dinero pensando en amenazas futuras.
La realidad es que los huracanes, como demostró la temporada otoñal de 2020, son cada vez más frecuentes y destructivos, y Nueva Orleans está situada en una zona especialmente vulnerable. Una parte de su población reside por debajo del nivel del mar, que está a una hora de camino en coche, y tiene cerca el río Misisipi y los lagos de Borgne y Pontchartrain, lo que eleva sustancialmente el peligro de inundación.
El pasado mes de octubre el Huracán Zeta golpeó Nueva Orleans, partiendo sus árboles por la mitad y dejando sin luz a 300.000 personas. Como sucedió durante el Katrina, solo un puñado de distritos decretaron la evacuación. Y lo hicieron en el último minuto. Era el quinto huracán de la temporada que entraba en Luisiana.
Pero la innovación no se queda solo en las defensas. Otros residentes han percibido la oportunidad de utilizar a su favor la fuerza del agua. La firma de arquitectura Waggoner & Ball diseñó una serie de infraestructuras verdes, como el Jardín Acuático de Mirabeau, que tiene previsto recibir, almacenar y limpiar casi 40 millones de litros de agua de los sistemas de drenaje, y convertirse en un centro de referencia del estudio de las infraestructuras acuáticas.
El terreno, de cien mil metros cuadrados y en proceso de construcción, fue donado a la ciudad por parte de la Congregación de Saint Joseph, con la condición de que lo usara para proteger al vecindario y “evocar un gran cambio sistémico en la manera en que los humanos se relacionan con el agua y la tierra”. Hay otros proyectos similares, como los Corredores Azules y Verdes. Los “azules” serían una red de canales preparada para recoger y dirigir el agua de lluvia, evitando inundaciones, y los “verdes” paseos altos y arbolados: una mejora de paisaje urbano, sobre todo en los barrios más deprimidos, y una barrera natural contra las tormentas.


Nueva Orleans es hoy una ciudad distinta. Su población no solo se ha reducido sino que se ha vuelto más diversa. Muchos afroamericanos y algunos blancos, incapaces de rehacer sus vidas en una ciudad devastada, se marcharon a vivir a otros estados; al mismo tiempo, inmigrantes latinos de Texas acudieron a participar en las ciclópeas tareas de reconstrucción, y ha crecido también la minoría asiática.
Ha habido también un proceso de gentrificación, al gusto de las clases medias y del turismo, que acude atraído por la magia inmortal de la música. Las cicatrices del Katrina son bien visibles en estos cambios y en las cicatrices que representan los edificios históricos abandonados o el nuevo, e imperfecto, sistema de diques. Los próximos huracanes indicarán realmente cuál es su capacidad defensiva.
