Las protestas en Irán contra la grave falta de agua y los cortes de energía han llamado la atención sobre los problemas hídricos del país, que sufre una importante sequía pero también las consecuencias de una política de autosuficiencia que ha casi agotado sus acuíferos



Aunque Irán se enfrenta a una variedad de desafíos ambientales que van desde las altas temperaturas a la contaminación pasando por las inundaciones, nada asusta más a sus más de 80 millones de habitantes que la posibilidad de quedarse sin agua. Según apunta la BBC, en abril, la Organización Meteorológica de Irán advirtió sobre una «sequía sin precedentes» y niveles de lluvia sustancialmente por debajo de la media a largo plazo, un problema de estrés hídrico que ha provocado que en zonas como la provincia productora de petróleo de Juzestán, los residentes hayan salido a las calles para protestar por la escasez de agua y los cortes de energía hidroeléctrica. Aunque el Gobierno ha respondido con asistencia de emergencia para las ciudades más afectadas, la falta de precipitaciones y una deficiente gestión de la masa hídrica derivada de las políticas de autosuficiencia del régimen de los ayatolás augura aún más complicaciones en el futuro.
Por el momento, la sequía avanza impasible: la cantidad de lluvia en las principales cuencas hidrográficas de Irán entre septiembre de 2020 y julio de 2021 fue, en la mayoría de los lugares, sustancialmente menor en comparación con el mismo período del año pasado, según datos de la web del Ministerio de Energía. Y aunque por el momento no es posible acceder a las cifras del gobierno para conocer las tendencias históricas, investigadores de los Estados Unidos han recopilado datos utilizando imágenes de satélite que demuestran que los primeros tres meses de 2021 estuvieron muy por debajo de ese promedio.
Según el Centro de Hidrometeorología de la Universidad de California en Irvine, el mes de enero de este año fue el más seco registrado desde 1983 y marzo fue uno de los más secos de toda la historia, una tendencia que se deriva casi con toda seguridad del cambio climático aunque por el momento no hay ningún estudio científico haya demostrado esa relación causal concreta. Eso sí, la sequía no está afectando por igual a todos los puntos del país: la provincia de Juzestán es sin duda la más afectada. La BBC apunta que la población local lleva ya meses protestando, algunos al grito de «Tengo sed», lo que, para una región que solía tener abundante agua gracias al vital río Karun es toda una sombría nueva realidad.


Es más, de acuerdo a un mapa de la autoridad de embalses iraní, muchas de las presas críticas de esta zona parecen estarse agotando actualmente, un problema a pesar del cual se está pidiendo que se libere el agua restante para apoyar a los productores de arroz y ganado en las regiones circundantes y que revela que el reto hídrico de Irán no es solo una cuestión de meteorología sino también de gestión. «El cambio climático y la sequía son un catalizador aquí», explica al medio británico Kaveh Madani, ex subdirector del Departamento de Medio Ambiente de Irán, que ahora trabaja en la Universidad de Yale y apunta que «el problema tiene sus raíces en décadas de mala gestión, mala gobernanza ambiental y falta de previsión, que ha impedido el prepararse para una situación como esta».
Una situación hídrica que va a peor
Tras la Revolución Islámica, uno de los grandes proyectos del régimen de los ayatolás fue convertir Irán en un país autosuficiente tanto a nivel energético como agrícola, una tarea colosal que aunque en lo relativo a la energía ha sido factible gracias a las enormes reservas de gas y petróleo del país, ha exigido también una fuerte dependencia de un agua nacional que nunca ha sido demasiado abundante. Y es que, tras construir numerosas represas hidroeléctricas y plantar todo tipo de cultivos de regadío, Irán se ha hecho muy vulnerable a las sequías que asolan regularmente el país, que además se van a volver incluso más frecuentes debido a las condiciones más extremas provocadas por el cambio climático.
Por un lado, cualquier alza de las temperaturas conduce a un clima aún más cálido y seco que impacta fuertemente en la generación de energía hidroeléctrica, lo que ya ha provocado graves interrupciones del suministro eléctrico este verano en Irán. En este sentido, no solo se han producido protestas contra los apagones que causan el caos en Teherán y otras ciudades, sino que la creciente demanda de aire acondicionado para contrarrestar el calor sofocante también ha contribuido a la presión sobre las redes eléctricas.


Por otro, el mantenimiento de la autosuficiencia agrícola parece insostenible. Esta política ha llevado a que los agricultores consuman mayores cantidades de agua subterránea, bombeando el líquido elemento a un ritmo más rápido de lo que se repone y conduciendo un aumento de los niveles de sal en el suelo, lo que a su vez está afectando a las regiones productoras de alimentos. Es más, según un estudio publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences, existe un «riesgo de salinidad muy alto» para el agua de riego en muchas áreas.
Estos problemas han llevado al jefe del Departamento de Medio Ambiente de Irán, Masoumeh Ebtekar, a pedir una «revolución» en la agricultura para hacerla más eficiente, ya sea mediante la introducción de técnicas innovadoras de recuperación de aguas o mediante un mayor control y digitalización del regadío. Pero, si no se actúa cuanto antes, las consecuencias pueden ser catastróficas: en 2015, un experto ambiental llegó incluso a advertir que podría producirse un éxodo masivo de millones de personas si Irán no encontraba una solución a su crisis del agua.
El caso del lago Urmía
El lago Urmía es el humedal más grande de Irán y fue una vez uno de los lagos de agua salada más grandes del mundo. Además, hasta hace poco, también era el principal destino de turismo interno de Irán: según explican en el medio Future Planet, durante décadas, los habitantes de Teherán conducían en masa las 10 horas aproximadas que se tarda desde la capital hasta el extremo noroeste del país. Sin embargo, ahora la zona está llena de hoteles en ruinas y barcos varados, muchos de los cuales se encuentran ahora literalmente en medio el desierto, sin una gota de agua a la vista. Además, la abundacia de huertos, campos y casas abandonados evidencian la realidad de un territorio que se muere, con sus muchos de sus antiguos habitantes buscado suerte en otros puntos del país.
En apenas dos décadas, el lago Urmía ha pasado de un máximo de más de 5.000 kilómetros cuadrados hasta apenas una décima parte de esa área en 2014-2015 y tan solo al 5% de su volumen histórico. Gran parte del lago ahora está consumido por algas rojas de aspecto enfermizo que se han desbocado a medida que el agua se ha desvanecido y el contenido de sal se ha disparado. Una salinización que tiene además consecuencias para la salud: la exposición de la larga corteza de sal en combinación con los fuertes vientos de la zona azotan el suelo del lago levantando tormentas de polvo y sal que afectan a las vías respiratorias de la población local.


El origen de esta asombrosa decadencia es el mismo que el del resto de los problemas hídricos de Irán y ejemplifica a la perfección los retos pendientes del país. Tras la Revolución Islámica, se pusieron en marcha nuevos planes de riego para cultivar productos básicos en las riberas del lago y se instalaron enormes presas en casi todos los afluentes de los lagos. Esto provocó que, desde la década de 1980, el área de tierras agrícolas y los asentamientos humanos alrededor del lago Urmia se multiplicaran por cuatro, una presión hídrica que a pesar de las escasas precipitaciones de la zona no se empezó a notar hasta 1995, cuando la situación comenzó a deteriorarse con bastante rapidez, como muestran las imágenes de la NASA.
Necesitando urgentemente regar sus cultivos, los agricultores recurrieron a bombear más agua subterránea para compensar la falta de lluvia, lo que agotó aún más el lago y dejó al descubierto su lecho salado. En un círculo vicioso de retroalimentación, la expansión de la agricultura en tierras desérticas marginales se sumó a las tormentas de arena, que arrojaron su polvo cargado de sal a las tierras agrícolas, reduciendo los rendimientos. Ahora, el Gobierno está desarrollando un plan para revertir la terrible situación, que exige actuaciones de urgencia como la sustitución de cultivos intensivos en agua por otros más de secano. Sin embargo, ante el avance del cambio climático, toda medida parece poca para paliar el estrés hídrico e Irán tendrá que, en los próximos años, desarrollar una estrategia global si no quiere que su población y sus cultivos empiecen a morirse de sed.
