Memoria y guerra en el río Dnipro

Memoria y guerra en el río Dnipro

De manera similar al Nilo en Egipto, el Misisipi en EEUU o el Ganges en la India, el río Dnipro, tradicionalmente conocido con la palabra rusa Dniéper*, ha vertebrado la historia, el paisaje y la economía de Ucrania. El Ágora ha viajado a uno de sus puntos más simbólicos y determinantes, la presa DniproHES, en la ciudad de Zaporiyia: una estructura que alimenta las industrias del sureste de Ucrania y que, al mismo tiempo, proyecta la sombra de la dominación soviética en un momento crítico para el país


La presa de DniproHES, en el sureste de Ucrania, no es de este mundo. El proyecto ciclópeo que inauguró los planes quinquenales de Stalin, borró los legendarios rápidos del río Dnipro y sumergió un pedazo de Ucrania bajo las aguas ha sido tan rapsodiado por los escritores y documentalistas soviéticos que se ha convertido en un lugar casi místico. Por eso, cuando el viajero cruza por primera vez los 800 metros que mide el refinado arco de la presa, tiene la sensación de haber entrado en un lugar ficticio, tan irreal como el reino de Oz o el Monte del Destino. La huella de una civilización en la que el horror y la utopía caminaron juntos durante 74 años.

Como decían los versos de Vladímir Maiakovski, el comunismo “domeñó” al Dnipro con “arneses de alambre”, lo forzó a “fluir por las turbinas” y a atravesar las  viviendas “a modo de corriente eléctrica”. Una victoria del hombre sobre los elementos. En concreto, del hombre soviético, obsesionado en los años 20 y 30 con superar al capitalismo y construir el futuro de un brillante, definitivo plumazo.

“DniproHES fue fundamental a la hora de industrializar Ucrania y de dar forma al distrito industrial de la gran curva del río”, dice a El Ágora Roman A. Cybriwsky, profesor de Geografía Urbana de la Universidad de Temple y autor de Along Ukraine’s River: A Social and Environmental History of the Dnipro, un espléndido libro que traza la historia y las circunstancias del río más importante de Ucrania. “Toda la cadena de presas y reservas a lo largo del Dnipro, en territorio ucraniano, transformó un río natural en un río diseñado para servir a la industria y a la economía”.

La presa, que consta de nueve turbinas y generadores y cuya construcción requirió mover 3,5 millones de metros cúbicos de tierra y roca, fue la primera pieza de ese puzle soviético industrial que es el sureste de Ucrania. La fuente que alimentaría la red de minas, plantas metalúrgicas y ferrocarriles que se extiende del Donbás al Krybas (la cuenca de Kryvyi Rih, rica en manganeso y en mineral de hierro). Un horizonte de chimeneas, factorías grises y montañas de residuos que todavía dominan el panorama y dejan en la boca un humeante regusto metálico.

Presa DniproHES, en la ciudad de Zaporiyia (Ucrania). | Foto: LeManilo /Shutterstock

Pero los tiempos han cambiado y estas poderosas estructuras han adquirido un tono ceniciento, casi enfermizo: el aspecto de la industria en declive. Los dioses del comunismo están muertos, derribados de sus pedestales, y el país que un día gobernaron trata por todos los medios de pasar página: de consolidar esta fase de libertad que empezó con la independencia de 1991. Una fase que estos dioses, salidos de sus tumbas en una tambaleante versión chovinista rusa, tratan de abortar.

En el momento en que el autobús cruza la presa de DniproHES para entrar en Zaporiyia, dos misiles rusos caen sobre esta ciudad, destrozando una empresa e hiriendo a 14 personas. La “pausa operativa” de los invasores, que reúnen fuerzas para intentar conquistar el resto de la provincia de Donétsk, viene acompañada del lanzamiento de misiles a ciudades de toda Ucrania, sin aparente lógica interna: los misiles caen al este y al oeste, al norte y al sur, de día y de noche, sobre objetivos militares, industriales y civiles, inyectando miedo en los corazones de los habitantes.

El divorcio entre Ucrania y Rusia, a raíz de los sucesos de 2014 y de la actual invasión a gran escala, está inscrito en el paisaje ucraniano. En sus libros de texto, en sus calles y en sus monumentos.

Cuando el autobús completa los 800 metros de la presa, Vladímir Ílich “Lenin” ya no lo recibe al final de la curva, con su cráneo lampiño y su gesto adusto. La estatua fue retirada como consecuencia de las leyes de “descomunización” aprobadas en 2015. En su lugar solo hay un hueco. Una superficie vacía, castigada por el sol y rodeada de rosales. La avenida que brota de este parque tampoco se llama ya Perspectiva Lenin, sino Perspectiva de la Catedral. Los que sí que aguantan son los edificios estalinistas que definen la mayor parte de esta arteria, de más de 10 kilómetros de largo.

Pedestal vacío donde se encontraba una estatua de Lenin. | Foto: Argemino Barro.

Paradójicamente, a poca distancia de este símbolo de las ambiciones soviéticas, en pleno río Dnipro, está la isla de Jórtytsia, localización histórica del Sich, o sede militar, de los cosacos zaporogos. Una casta guerrera que ha pasado a encarnar, en la imaginación folclórica, la valentía y los instintos de libertad del pueblo ucraniano. Algo que el país, en estos momentos, tiene muy presente. En ciudades como Zaporiyia es habitual cruzarse con los soldados que van y vienen del frente, que está solo a media hora en coche. Algunos de estos soldados llevan la cabeza rapada salvo un mechón que se dejan libre y rebelde: es el oseledets de los cosacos, presente también en los carteles propagandísticos que elevan la moral y prometen la victoria.

Estos aventureros, que en los siglos XVI-XVIII defendían a los campesinos ucranianos de la estepa, huidos de los territorios controlados por Polonia y acosados por las incursiones en busca de esclavos de los tártaros de Crimea, vivían junto a los nueve rápidos del Dnipro. Cuando el río se estrechaba en su viaje al Mar Negro, y su caudal avanzaba con un impulso violento, superando a gran velocidad los obstáculos graníticos, se formaban estos nueve rápidos que resultaban difíciles de sortear, lo cual ofrecía a estos guerreros anárquicos, en la isla de Jórtytsia y otros puntos, un lugar resguardado en el que descansar y practicar su desordenada vida asamblearia.

Cuando los soviéticos inauguraron DniproHES en octubre de 1932, los rápidos habían desaparecido, igual que parte de la vieja civilización que se había formado a orillas del río y que ahora reposaba en el fondo del lago formado por el embalse.

“Había muchos asentamientos, pequeños y algunos más grandes, que fueron evacuados con los proyectos de construcción de la presa y de sus reservas, y que ahora han desaparecido”, cuenta Roman A. Cybriwsky. “Algunas iglesias famosas se han perdido. A lo largo de la historia, la población ha estado localizada desproporcionalmente junto al río, así que esta historia de asentamientos antiguos, lugares de enterramiento y otros trazos del pasado fueron inundados”. Cybriwsky recomienda leer La Catedral, de Oles Honchar, en la que el autor ucraniano reconstruye en detalle cómo los soviéticos sumergieron la historia ucraniana.

La historiografía soviética, por el contrario, ve el vaso medio lleno: la presa de DniproHES no solo trajo el empleo, la industria y un nivel de vida relativamente próspero a estas regiones de Ucrania, sino que eliminó para siempre las molestias que esos rápidos habían planteado a la navegación por el río Dnipro. Como cuenta Karl Schlögel en El siglo soviético: arqueología de un mundo perdido, el poeta Maiakovski, que todavía conserva su avenida en Zaporiyia, dijo que DniproHES saldaba la deuda del Imperio ruso con Ucrania.

Señales de tráfico tumbadas en la hierba. | Foto: Argemino Barro.

Así que Zaporiyia, que significa “más allá de los rápidos”, es en sí misma una conversación, un diálogo entre estas dos narrativas: la de la faraónica obra soviética y la de las casitas reconstruidas del Sich cosaco. Dada la invasión rusa a gran escala iniciada en febrero, ni Jórtytsia ni el embalse pueden visitarse a pie. En sus entradas hay puestos de control y erizos antitanque, y las señales de tráfico que indican a qué distancia quedan las ciudades de Dnipro y Nikopol aún están tumbadas en la hierba. Se retiraron en febrero para despistar a los invasores. Aunque estos se han quedado a 40 kilómetros de la ciudad, quizás sea pronto para volver a relajarse.

El río Dnipro, como el resto de grandes arterias acuáticas del mundo, es mucho más amplio y duradero que las vicisitudes humanas que se dan a su alrededor. Hoy hablamos de DniproHES, de Vladímir Putin y de la lucha ucraniana por su independencia; en el siglo XVIII nos habríamos centrado en las guerras cosacas y en la destrucción del Sich a manos de los ejércitos de Catalina la Grande. En el año 988 habríamos visto a las autoridades de Kyiv realizar un bautizo masivo en aguas del Dnipro, al tiempo que se quemaban los ídolos paganos por orden del rey Volodímer.

Todo esto viene y va, como saben los pescadores que, al atardecer, cuando el sol brilla de forma oblicua y sus tonos dorados invitan a la nostalgia, tiran sus cañas al río Dnipro, liso como una bandeja de plata. Cuando ellos ya no estén, el río seguirá atravesando Ucrania y desembocando en el Mar Negro, impertérrito e indiferente.

*Desde 2005, sucesivos gobiernos ucranianos han pedido a la comunidad internacional que se refiera a sus toponímicos en lengua ucraniana, empezando por el nombre de la capital: Kyiv, no Kiev. Esgrimen la razón de que muchos países continúan usando los nombres rusos para referirse a lugares ucranianos, prolongando en los mapas y en el imaginario un doloroso legado colonial. De la misma manera que prácticamente todos los medios anglosajones ya han hecho el cambio, y en España hemos hecho ajustes similares con Ceilán/Sri Lanka o Birmania/Myanmar, aceptando sus sensibilidades históricas, es lo propio hacer lo mismo con Ucrania. De manera que el ruso Dniéper pasaría a ser el ucraniano Dnipro.



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