En uno de los países con más inseguridad hídrica del planeta, la escalada de violencia talibán se une este verano a una nueva sequía, aún más agresiva que las vividas en los últimos años. Las cifras en Afganistán son desoladoras y a la población se le acaba el agua y el tiempo



La retirada de las tropas internacionales, encabezadas por Estados Unidos, tras más de dos décadas de encarnizada guerra, está sumiendo a Afganistán en una situación desesperada. El acuerdo para crear un espacio de paz entre los afganos está siendo aprovechado por los talibanes que avanzan por el país, destrozando lo poco que queda en pie, a medida que las tropas se marchan.
Naciones Unidas ha hecho saltar todas las alarmas ante el infierno que está viviendo la población de Afganistán, que asciende a 32 millones de personas. Hace apenas dos semanas, publicaba un aviso con cifras desoladoras: en el primer trimestre del año, las bajas civiles aumentaron en un 29% en comparación con el año pasado, y entre ellas, las bajas de mujeres aumentaron en un 37% y los niños en un 23%. Mientras, ACNUR advierte que el avance talibán ha echado de sus hogares este año a 270.000 afganos, lo que hace que la cifra total de desplazados internos alcance los 3,5 millones de personas.
Y en medio de este infierno, como en todas las guerras, el agua es el recurso más necesario y más castigado. Décadas de destrucción de la débil infraestructura hacen de Afganistán uno de los países con la inseguridad hídrica más alta del mundo. Según el Índice de Desarrollo Humano del país, más de la mitad de la población, es decir 16,8 millones de personas, no tienen la posibilidad de acceder a agua potable. Los datos de la castigada capital, Kabul, no son mejores; se estima que el 70% de la población de la ciudad (seis millones de habitantes) carece de un acceso seguro al agua en sus hogares y hace uso de pozos perforados sin ningún control sanitario.
Afganistán es el tercer país del mundo con la tasa más alta de mortalidad infantil entre los menores de cinco años, con 161 muertes por cada 1.000 nacidos; el 23% de estos fallecimientos está ligado al agua contaminada y a la falta de un saneamiento eficiente. Además, el 54% de los niños entre 6 y 48 meses presenta un alarmante retraso del crecimiento y más del 67% presenta síntomas de malnutrición.


Por si todo esto no fuera suficiente, Afganistán está viviendo en 2021 una de las peores sequías que se recuerdan, que se suma a otros dos períodos de carestía de agua en los cuatro últimos años. Las oscilaciones erráticas en los patrones climáticos, provocadas por el calentamiento global, están causando en el país periodos secos muy prolongados e inusuales.
«La sequía de este año será la gota que colme el vaso para millones de afganos que ya luchan para sobrevivir después de décadas de conflicto y la pandemia de covid-19″, ha señalado la directora del Consejo Noruego de Refugiados en Afganistán (NRC), Astrid Sletten, que ha lamentado que cientos de miles de personas aún tienen «frescos» los recuerdos de sequía de 2018, que les obligó a abandonar sus hogares.
Más de 12 millones de afganos, un tercio de la población, se enfrentan a niveles considerados de «crisis» y «emergencia» de inseguridad alimentaria, circunstancia que sitúa al país entre los tres con más población en esta situación a nivel global.
Además, el número de personas ya afectadas excede los niveles registrados en la sequía de 2018, según el reciente informe del NRC ‘Se acaba el tiempo: una sequía inminente en Afganistán‘. Las provincias afganas ubicadas en el norte y el oeste del país son las que se enfrentan a las mayores consecuencias de la potencial sequía, debido a su dependencia de la agricultura.


«El cielo ha dejado de llover, en la tierra ya no crece hierba y el Gobierno ha dejado de ayudarnos«, lamenta en el informe Abdul Baqi, un afgano de 67 años que se vio obligado a abandonar su hogar en la sequía de 2018 y teme que ocurra los mismo en los meses siguientes.
Mientras, las organizaciones humanitarias alertan de que la escalada de violencia a causa el avance talibán ha supuesto que solo haya llegado un 16% de la financiación a ayuda humanitaria en lo que va de año. Por ello, temen lo peor ante los efectos que la sequía tendrá en la población sin que los equipos de ayuda puedan intervenir.
«El Banco Mundial ha estimado que como resultado del conflicto y la severa tercera ola de COVID, la sequía, el tejido social debilitado y otros factores, la tasa de pobreza de Afganistán podría aumentar del 50% a más del 70%«, advierte Deborah Lyons, representante especial y jefa de la Misión de Asistencia de la ONU en Afganistán.
Kabul, la batalla por el agua
En 2050, se espera que la población de Kabul alcance los 9 millones, lo que la convierte en una de las ciudades de más rápido crecimiento en el mundo. La gente está acudiendo en masa a la capital en busca de mayores posibilidades de empleo y oportunidades. Algunos huyen de la amenaza de la inseguridad en el campo (a pesar del reciente aumento de ataques mortales en la capital), otros son refugiados que regresan. Lo cierto es que Kabul se está desbordando y la competencia por la reducción de los recursos es feroz, siendo la batalla por el agua quizás la más severa, según advierte un estudio de Fundación Asia.
A medida que aumenta la demanda de agua, el exceso de bombeo de pozos perforados sin control ha provocado una fuerte disminución en el nivel del agua subterránea en los últimos años. Según el Servicio Geológico de Estados Unidos, el nivel freático en Kabul disminuyó en un promedio de 1,5 metros por año entre 2004 y 2012. La falta de una regulación efectiva ha provocado que miles de pozos se sequen, requiriendo profundización o reemplazo. La contaminación del agua subterránea por la contaminación de las aguas residuales domésticas e industriales vertidas en el río Kabul también plantea un grave problema de salud, ya que la mayoría de los puntos de agua y pozos compartidos en la capital están contaminados


Un estudio de agua de la cuenca de Kabul de dos años advirtió que las fuentes de agua subterránea profunda escasamente explotadas pueden no ser suficientes para abastecer a los residentes o satisfacer las necesidades agrícolas. Las nieves de las montañas, que alimentan los ríos a lo largo de la cuenca, se están derritiendo antes, dejando menos agua para usar más adelante, especialmente durante el verano, cuando más se necesita. Los residentes de Kabul usan alrededor de 40 litros de agua al día cada uno, mucho menos que la mayoría de las otras ciudades asiáticas, pero se espera que la demanda aumente a medida que se desarrollen las comunidades y aumente el crecimiento de la población.
La legitimidad del agua
El gobierno de Afganistán sigue luchando por ganar legitimidad estatal. En el contexto de inestabilidad e incertidumbre, brindar servicios de calidad, como el acceso a agua potable, es un camino claro hacia el respaldo de la población. Desde que llegó al poder en 2014, el presidente Ashraf Ghani ha hecho de la gestión del agua y la construcción de represas una prioridad para el crecimiento económico y el desarrollo. Sin embargo, a causa del conflicto que nunca acaba, los avances son muy lentos.
El presidente Ghani y el primer ministro indio inauguraron en 2016 la ‘Presa de la Amistad’ financiada por la India en la provincia de Heart, con el objetivo de regular el riego de más de 80.000 hectáreas de tierra y proporcionar electricidad a miles de hogares en el oeste de Afganistán. La presa fue atacada en 2017 por los talibanes causando graves destrozos y la muerte de una decena de militares. Hace apenas unos días, la infraestructura recibió el impacto de varias bombas lanzadas por los terroristas.


El Gobierno afgano cuenta con un Consejo Supremo de Agua y Tierra que está desarrollando la primera política del sector del agua del país, que incluye la realización de estudios de factibilidad y encuestas sobre los recursos hídricos del país. Sin embargo, según apuntan los expertos de la Fundación Asia, es necesario hacer más, incluidas las soluciones políticas que promuevan la eficiencia del uso del agua a nivel del consumidor a través del reciclaje, la gestión de aguas residuales, el tratamiento del agua, la recolección de aguas superficiales y la monitorización de los métodos de extracción de aguas subterráneas.
Mucho camino por delante en una situación cada vez más complicada, que amenaza con hacer retroceder décadas a uno de los países más castigados del planeta. Una región en la que, junto a otros muchos derechos humanos, el derecho al agua es vulnerado cada día, cada minuto, cada segundo. Un país olvidado por los que más deberían preocuparse de que el agua no fuera una quimera, sino una realidad.