La falta de lluvia y las infraestructuras deficientes, sumadas a una falta de planificación hídrica integrada, han provocado una fuerte caída de la reserva hídrica de Turquía que podría incluso dejar sin agua a su mayor ciudad, Estambul



La puerta entre Oriente y Occidente tiene sed. La falta de lluvias en los últimos meses ha provocado que la reserva de las principales presas que abastecen de agua a Estambul esté a comienzos de este 2021 a su nivel más bajo de la última década. Una auténtica crisis de abastecimiento que ha llevado a diferentes medios locales a alertar de que la ciudad más importante de Turquía podría quedarse sin agua en apenas un mes y medio si no se toman medidas, aunque las autoridades han negado tal extremo. Eso sí, los avisos a la población para que ahorren agua se multiplican e incluso las autoridades religiosas han pedido a los imanes que recen para que llueva pronto.
La crisis no es exclusiva de Estambul: el alcalde de Ankara, Mansur Yavaş, aseguró a principios de enero que la capital tenía para 110 días de consumo habitual con la capacidad actual de sus embalses. Y las otras dos ciudades más grandes de Turquía, Esmirna y Bursa, apenas cuentan con unas reservas del 36% y el 24%, respectivamente. Pero la situación de Estambul es especialmente grave no solo por el capital simbólico de esta histórica ciudad, sino porque es el hogar de más de 15 millones de habitantes, lo que supone casi un quinto de la población turca.
Aunque las políticas hídricas de Turquía tienen su parte de culpa en esta situación, como veremos más adelante, el principal causante de esta crisis no es otro que el cambio climático: esta segunda mitad de 2020 no ha llovido ni la mitad de lo habitual. Además, la temperatura media ha sido más alta de lo normal en muchos meses del año, lo que ha favorecido una mayor evaporación de las reservas de agua.
Sin embargo, las condiciones climatológicas solo explican a medias la situación actual. Y es que Turquía siempre ha sido un país con alto estrés hídrico, es decir, que su demanda de agua suele superar la cantidad disponible. En total, apenas hay de media unos 1.346 metros cúbicos de agua per cápita al año, una cifra baja si se tiene en cuenta el peso de la agricultura en la economía del país. De hecho, y aunque la de este año es la más grave en una década, durante el último medio siglo Turquía ya se ha enfrentado a varias sequías graves, que se han ido agravando por una combinación de factores entre los que está por supuesto el cambio climático pero también el crecimiento demográfico, la industrialización y la expansión de las áreas urbanas.
Por eso, algunos expertos señalan al Gobierno y su mala planificación hídrica como corresponsables de la situación. «Las señales de advertencia han estado ahí durante décadas, pero no se ha hecho mucho en la práctica”, explica a Arab News la doctora Akgün İlhan, experta en gestión del agua del Centro de Políticas de Estambul.
Una planificación dudosa
El Gobierno turco lleva décadas priorizando el desarrollo económico de su país por encima de cualquier otra consideración. Una estrategia que sin duda ha dado sus frutos: solo entre 2004 y 2014, el PIB de Turquía creció un 105%, convirtiéndola en uno de los mercados de mayor crecimiento del mundo en ese período, y la tasa per cápita ha pasado de 1.900 euros en 1994 hasta los 8.000 euros de la actualidad, según los datos de la OCDE. Sin embargo, esta visión puramente económica y desarrollista, con un importante papel del Estado en la inversión, ha generado externalidades negativas, sobre todo ambientales.
Y es que, fruto de la expansión económica, cuencas hídricas vitales han dado paso a proyectos de desarrollo urbanístico y ecosistemas clave como bosques o tierras agrícolas han sido eliminados por dar espacio a nuevas infraestructuras. “Todo el mundo sabe que las cuencas deben preservarse, especialmente para estos episodios de sequía que se están volviendo más severos y prolongados”, asegura a The Guardian el doctor Ümit Şahin, profesor de Política Ambiental en la Universidad Sabancı de Estambul.
“Sin embargo, en Estambul, por ejemplo, las cuencas hidrográficas más importantes, los últimos bosques y tierras agrícolas, se han abierto a proyectos de desarrollo urbano como un nuevo aeropuerto, el nuevo puente del Bósforo, o más carreteras y autopistas de conexión”, añade Sahin, que afirma tajantemente que este tipo de políticas “no pueden resolver el problema de la sequía en Turquía».


Esta política de grandes infraestructuras ha sido una de las principales estrategias del presidente turco, Recep Tayyip Erdoğan, que gobierna el país casi sin oposición desde 2003. De hecho, la parte hídrica también ha seguido este mismo camino: en lugar de centrarse en mejorar la red existente, adaptarse al cambio climático o actuar sobre la demanda, las autoridades turcas han insistido en ampliar la capacidad total de sus reservas de agua mediante la construcción de más de cien embalses en las últimas dos décadas.
Algunas de estas nuevas infraestructuras están incluso causando otros problemas, que van desde enfrentamientos con países vecinos hasta reclamaciones por parte de la UNESCO. Es el caso de la gigantesca presa sobre el Tigris que ahora mismo se encuentra en construcción, que ha provocado la destrucción de patrimonio histórico y varias quejas formales de Irak ante la ONU por lo que consideran un atropello de sus derechos hídricos.
Adaptarse para sobrevivir
El problema hídrico de Turquía también tiene una cara agrícola. Por un lado, en las consecuencias, ya que zonas productoras de trigo como la llanura de Konya y la provincia de Edirne, situadas en la frontera con Grecia y Bulgaria están advirtiendo de que muchas cosechas se podrían perder. Pero también en las causas: con una producción total de 42,5 millones de toneladas de frutas (16,5 millones) y verduras (26 millones), Turquía es el primer exportador de este tipo de productos a Europa y el cuarto del mundo, lo que en un país con un estrés hídrico considerable puede suponer problemas de abastecimiento, como se ha visto con esta sequía.
Sin embargo, la solución tampoco está en castigar al sector agrícola, ya que aunque este ha ido perdiendo peso en el PIB con el importante desarrollo de los servicios, todavía emplea a casi un cuarto de la población turca. Además, la disminución de la producción agrícola podría ser contraproducente, ya que el aumento de los precios de los alimentos podrían provocar un aumento de la pobreza y la migración de las zonas rurales a las urbanas, agravando las presiones existentes sobre la infraestructura hídrica de las ciudades.


La clave, según apunta la doctora Ilhan, está en la adaptación, tanto al cambio climático como a las nuevas claves demográficas de la población turca, por lo que es clave invertir en mejorar las infraestructuras existentes. “Una forma de manejar el problema es obligar a las autoridades locales a reducir el 43% de las pérdidas de agua actuales a un nivel más aceptable a través de instrumentos legales e incentivos económicos”, explica a Arab News.
Pero también podría ayudar a resolver el problema invertir en tecnologías de reutilización de aguas grises regeneradas, sobre todo en el castigado sector agrícola, o ampliar el número de infraestructuras verdes en las áreas urbanas para reparar el dañado ciclo del agua. Además, hay que actuar desde el lado de la demanda y concienciar a la población de la importancia de reducir el consumo. “La gestión y el uso eficiente del agua es algo que todos debemos aprender. Incluso cuando tenemos agua en abundancia, lo cual es algo difícil en estos días, debemos evitar el desperdicio de agua”, asegura la profesora de ingeniería ambiental de la Universidad Técnica de Estambul (ITÜ) a la agencia de noticias turca.
Es cierto que, en cualquier caso, lo que necesitan Estambul en particular y Turquía en general con urgencia es mucha lluvia o, de lo contrario, algunas ciudades del país tendrán que racionar el agua pronto. Sin embargo, e incluso si la climatología es benevolente y acaba solucionando el problema a corto plazo, lo seguro es que Turquía necesita llevar a cabo reformas de calado en su sistema de gestión del agua si quiere asegurar su futuro hídrico a largo plazo.
