La intrínseca relación entre la salud humana y el agua ha conducido a un resurgimiento en los últimos años de una cultura del agua que promueve su uso como fuente de bienestar, quedando este fenómeno de manifiesto en el aumento de la demanda de tratamientos preventivos y terapéuticos basados en la utilización de este recurso vital en nuestras vidas.
Para la doctora Rosa María Meijide, de la facultad de Ciencias de la Salud de la Universidad de Universidad de La Coruña, el envejecimiento de la población y su búsqueda por encontrar soluciones alternativas y efectivas que pongan fin a dolencias achacadas a la avanzada edad ha sido el principal factor que ha impulsado la utilización del agua con fines terapéuticos.
Sin embargo, no ha sido el único ya que la mayor concienciación ciudadana por adoptar un estilo de vida saludable como método para la prevención de enfermedades y la necesidad de evadirse de las rutinas estresantes que gobiernan cada palmo de nuestras vidas también se han presentado como detonantes de este fenómeno.
Ahora bien, ¿cómo se puede aprovechar el agua para asimilar todos esos beneficios de los que se presume? De acuerdo con la hidrología médica, que es la rama de la medicina que tiene como fin el estudio de todos los tipos de agua y sus efectos sobre el organismo humano, existen varios mecanismos, entre los que destacan la ingestión oral y la aplicación externa.
El uso de uno u otro dependerá del tipo de agua que se suministre al paciente, aunque, normalmente en este tipo de tratamientos, se acude al uso de agua mineromedicinal y termal aplicado de forma externa debido a los impactos que la temperatura y composición química ocasionan en el individuo.


El agua potable ordinaria, a pesar de no ser utilizada para tratamientos orales específicos, se emplea en hidroterapia, una disciplina que utiliza el agua sobre la superficie corporal con fines terapéuticos sin considerar los posibles efectos derivados de su mineralización y absorción. Una modalidad de hidroterapia muy común es la terapia acuática, que consiste en la realización de ejercicios físicos en un medio acuático como forma de rehabilitación efectiva.
Algo similar ocurre con el agua marina, siendo la talasoterapia la disciplina que la utiliza junto con elementos propios del ecosistema marino para alcanzar sus objetivos.
Por su parte, la medicina balnearia o medicina termal hace uso de las técnicas presentes en las anteriores disciplinas con la diferencia de que aquí se incluyen diversos recursos hidrotermales naturales, como lo son las aguas mineromedicinales y termales, gases, vapores, climas e, incluso, recursos complementarios de la medicina.
Según Rosa María Meijide, este tipo de medicina se realiza exclusivamente dentro de los balnearios, que, a pesar de no tener definición establecida, se podrían considerar como “aquellas instalaciones sanitarias próximas al manantial de agua termal o mineral donde se llevan a cabo la aplicación de aguas mineromedicinales”.
Aguas minero medicinales y termales
En la actualidad, no existe una definición exacta y globalmente aceptada de lo que son las aguas minerales. En la ley de Minas 22/1973 donde se legisla estas aguas en España tampoco se establece una definición general, aunque si establece dos tipos de aguas minerales: por un lado, las mineromedicinales, siendo las aguas termales las que tienen fines terapéuticos, y las mineroindustriales.
Cada Comunidad Autónoma legisla las aguas minerales a su parecer. Galicia, una que las ha legislado y en su ley 5/1995, define estas aguas del siguiente modo:
Aguas mineromedicinales: las alumbradas natural o artificialmente y que por sus características y cualidades son declaradas de utilidad pública y son aptas para tratamientos terapéuticos. Un matiz muy importante es que resalta que solo podrán ser aprovechadas en los balnearios. Así pues, esta definición coincide con la aportada por la hidrología médica
Aguas termales: aquellas aguas cuya temperatura de surgencia sea superior, al menos, en cuatro grados centígrados a la media anual del lugar en el que alumbren, y sean declaradas de utilidad pública y aptas para uso terapéuticos en instalaciones balnearias.
La historia de la medicina balnearia cuenta con una larga y dilatada historia que se remonta a la tradición médica de griegos y romanos. Por ejemplo, el militar y escritor Plinio el Viejo en su gran obra Historia Natural dedica una sección completa al agua y a su uso en balnearios ya que el consideraba a este elemento como “el señor de todos los demás”.
Pero incluso antes que él, en tiempos del médico Hipócrates, los baños y balnearios se consideraban algo más que simples emplazamientos higiénicos: al mezclar aguas frías y calientes se podían mejorar los estados de humor e, incluso, las aguas exclusivamente termales se decían que preparaban el cuerpo del paciente para asimilar nutrientes y así mejorar su digestión.
El historiador Ralph Jackson en un artículo incluso afirma que las aguas termales se utilizaban como remedio para algunas enfermedades, como dolores de pecho y espalda, neumonía o molestias en las articulaciones.
Tras el máximo esplendor que experimentaron los tratamientos termales durante la época romana, el Instituto Geológico y Minero de España (IGME) señala que este tipo de medicina sufrió un retroceso durante la Edad Media, limitando su utilización tan solo para casos excepcionales.
En España, los manantiales termales de las Burgas de Ourense -un conjunto de tres fuentes públicas con aguas que emanan agua a más de 60 grados Celsius– fueron relacionados con el infierno, a diferencia de lo que ocurrió en la época romana, donde estas fuentes se asociaban con deidades.


Las aguas termales durante esta época tan solo se siguieron utilizando en el seno de algunas órdenes, como la de los Caballeros de Santiago y la de San Juan, que las utilizaron para la cura de sus heridas.
En la Edad Moderna renace el uso de las aguas mineromedicinales y termales y, acercándonos a la actualidad, se les otorgó además un uso turístico.
Usos medicinales
A pesar de que vivimos en una época donde los avances en medicina no paran de sucederse y los conocimientos se expanden a una mayor velocidad gracias a las herramientas digitales, muchas instituciones continúan presentando a las distintas disciplinas de la hidrología médica, sobre todo a la medicina balnearia, como terapias complementarias, pese “a los beneficios y los escasos efectos secundarios que poseen”.
España es uno de esos países donde la hidrología médica siguió un camino distinto al resto de Europa al no considerar esta rama de la medicina dentro del sistema de sanidad pública. Debido a esto, Rosa María Meijide explica que muchos balnearios tuvieron que cerrar sus puertas y la rama médica sobrevivió a duras penas gracias la Cátedra de Hidrología Médica de la Universidad Complutense de Madrid.
“La hidrología médica y la medicina termal, entre otras, se desarrollaron en nuestro país gracias al impulso de programas nacionales, como el IMSERSO, que impulsaron el turismo termal. Ahora, la investigación balneoterápica ha cobrado impulso gracias a las universidades que las incluyen dentro de sus departamentos de salud”, detalla Rosa María Meijide.
En cualquier caso, los beneficios de estas aguas son bien conocidos y España, al poseer una gran diversidad geológica, posee una alta variedad de aguas minerales y mineromedicinales con distintas cualidades en función de sus composiciones químicas.
Si optamos por aplicación de aguas medicinales por vía externa, contamos con dos tipos de tratamientos: los mecánicos y los térmicos.
Los primeros se utilizan para producir efectos físicos, mecánicos y químicos derivados de la presión y entorno en el que se aplicará el agua. Por ejemplo, durante ejercicios de flotación se eliminará la gravedad, permitiendo realizar movimientos con menor esfuerzo y, en consecuencia, facilitar la recuperación.


“Estas acciones mecánicas nos ayudarán a corregir nuestra postura, reducir la presión en articulaciones, mejorarán los estímulos y la percepción sobre nuestro cuerpo, relajarán nuestros músculos, entre otros muchos beneficios”, declara Mejide.
Desde el punto de vista térmico, el agua posee un calor específico más elevado que el presente en el aire, por lo que se ofrece “como perfecto método termoterápico, sobre todo si se combinan efectos de calor y frio”, denominadas terapias de contraste. “En patología reumática, esta es una de las técnicas de tratamiento más indicadas”, comenta.


Cuando se utilizan aguas cálidas, normalmente se acuden a aguas termales que rondan los 36°C y los 40,5°C con el fin de producir efectos analgésicos, mayor circulación sanguínea e, incluso, como relajante muscular, entre otros. Debido a los beneficios que presentan este tipo de aguas, los balnearios que acuden a terapias termales suelen estar especializados en distintas dolencias, siendo la Reumatología la más común, seguida de aquellos que lo hacen en patologías bronquiales y enfermedades del aparato digestivo.
