La proporción de lugares de baño con agua de excelente calidad en Europa ha aumentado del 53% en 1991 al 85% en 2019, gracias a acciones locales guiadas por la legislación europea vinculante que ahora debe hacer frente a nuevos desafíos nacidos del cambio climático y las actividades humanas



La mayoría de los pueblos de España reproducen el mismo ciclo de vida que la vegetación que los rodean: en invierno se marchitan esperando la llegada de cálidas temperaturas veraniegas para resurgir de entre sus cenizas. El mío, por supuesto, sigue esa misma norma, aunque más que las temperaturas, el elixir que le dota de vida es un enorme embalse cargado de agua ansiosa por ser disfrutada.
Durante esa estación, la gente del pueblo y alrededores se aglutinan en sus playas para combatir el calor, disfrutar de la familia o, simplemente, saborear un tesoro natural situado a una hora escasa de la capital del país. Todo ello ignorando de la suerte de poseer un regalo tan simple y valioso como lo es un agua con la suficiente calidad como para poder bañarse porque, de hecho, no todo el mundo puede disfrutarlo del mismo modo.
Como recuerda la Agencia Europea del Medio Ambiente (Aema) en uno de sus últimos informes, el baño en aguas naturales representa un enorme desafío para la Unión Europea debido a la gran cantidad de amenazas que están escondidas en el agua, como las bacterias fecales, fruto de la mala gestión hídrica de los entornos urbanos y de la actividad animal, o las cianobacterias, capaces de producir erupciones en la piel.
«Cuando el baño se hace al aire libre, es necesario cuidar la calidad agua para proteger la salud humana y natural»
Todas ellas se empezaron a identificar en la década de los 70 en unos entornos que comenzaron a bautizarse como “las aguas de baño”, que no eran otra cosa que espacios concretos de la naturaleza donde las personas se evadían para disfrutar de agua por ocio, salud o diversión.
Según la AEMA, de aquel trabajo nació más adelante la Directiva de Aguas de Baño (BWD), un marco que utiliza en la actualidad la última evidencia científica para implementar parámetros más eficientes con el fin de predecir el riesgo microbiológico en la salud en estos entornos, simplificando su gestión y métodos de vigilancia.
“Antes de que la BWD fuera adoptada en el 76, las ciudades arrojaron sin control enormes cantidades de productos contaminantes frutos de su actividad en las aguas superficiales de Europa. Como resultado, estas aguas se contaminaron, produciendo malestar un malestar en los usuarios que, en parte, allanaron el camino para implementación de la BWD”, señalan desde la Aema.
La legislación especifica que la calidad del agua de baño puede clasificarse como «excelente», «buena», «suficiente» o «mala», según los niveles de bacterias fecales detectadas, el mayor contaminante de las aguas. Cuando el agua se clasifica como «pobre», los Estados miembros de la UE deben tomar ciertas medidas, como prohibir el baño o desaconsejarlo, proporcionar información al público y tomar las acciones correctivas adecuadas.
El comienzo de la gestión de estas aguas catapultó el número de aguas con calidad suficiente -el mínimo para poder bañarse, según la BWD- en apenas 30 años. En 1991, el 71% de estas aguas se situó dentro de esta categoría, mientras que en el 2003 esa cifra se elevó hasta el 95%, donde se ha mantenido estable hasta ajora.
Por otro lado, el porcentaje de aguas de baño con la mayor de las calidades pasó de 53% a principios de la década de los 90 hasta el 85% en el 2019, es decir, que ocho de cada 10 de las actuales 22.295 aguas de baño que monitorean tiene una altísima calidad en sus aguas.
De acuerdo con la Aema, estos avances tampoco se pudieron llevar a cabo sin la ayuda de una gestión integrada que implicase a todos los grupos de interés involucrados en la administración del agua, aunque “no solo desde el punto de vista legislativo”, sino también económico.
“Las inversiones en el ciclo urbano del agua para mejorar todas las instalaciones implicadas, desde el alcantarillado hasta las estaciones depuradoras, han contribuido enormemente a la reducción de la mala calidad del agua en Europa”, señalan desde la Aema.
“En 1991, el 9% de las aguas de baño se clasificaron como pobre, mientras que en 2019 este valor se redujo al 1,4%. Las inversiones, en este sentido, han ayudado a superar una brecha económica que impedía a muchos países seguir el ritmo de la legislación simplemente por el enorme coste y dificultad que supone”, añaden desde la agencia europea.
Los desafíos del futuro
Aunque la tendencia de la calidad de las aguas de baño tiende al alza, el contexto actual está motivando la aparición de nuevos obstáculos que merecen la atención de la Unión Europea, empezando por la popularización de las actividades al aire libre que, sobre todo, se han visto incrementadas con la pandemia.
Según la Aema, este fenómeno ha desbordado en cierto modo a la BDW a escapar cada vez más ríos, lagos y playas de su legislación, sobre todo, porque la UE describe que una zona de baño, para ser considerada como tal, debe recibir un número mínimo bañistas. Si estas nuevas zonas no cumplen con el criterio, no pueden ser monitoreados bajo la BDW.
Por este motivo, una de las propuestas que lanza la Aema es la incorporación de otras legislaciones que aumenten la calidad de agua de estas zonas, por lo menos, de manera indirecta para reducir los riesgos para la salud: “En esos sitios se pueden instalar carteles informativos advirtiendo de las amenazas que existen en el agua e, incluso, desaconsejando el baño en ellas”.


Como no podía ser de otra forma, el cambio climático está presente en esa lista de amenazas lanzadas por la Aema. Según detallan, muchas de sus consecuencias, como inundaciones y olas de calor, pueden impactar de forma notable en las infraestructuras que garantizan la calidad del agua e, incluso, directamente en las aguas de baño y en la forma en la que las disfrutamos.
La adaptación, en este aspecto, es fundamental para reducir los posibles impactos y, por ese mismo motivo, la Aema anima a hacer uso de las soluciones basadas en la naturaleza para mimetizar las medidas en unos entornos que, precisamente, brillan por su estrecha relación con el ambiente.
La mitigación, por otro lado, queda más reservada para el otro gran problema que amenazan estas aguas: la contaminación plástica: “casi el 80% de toda la basura que se encuentra en las playas es de material plástico. Al ser este un problema con importantes riesgos para los ecosistemas, se vuelve imperativo monitorear y reducir la basura plástica para acabar con el problema”.
En cierto modo, se han empezado a dar pasos en esta dirección prohibiendo los productos plásticos de un solo uso, aunque advierten que aún quedan muchas brechas que cerrar, sobre todo, por otro tipo de materiales igual de perjudiciales, como las conocidas “redes fantasmas”.
“Todos deberíamos trabajar juntos, no como europeos, sino comunidad internacional, para hacer frente a unos problemas de dimensiones planetarias. Solo con la colaboración de todos asegurar el futuro de las aguas que nos dan la vida”, concluyen.
