El cambio climático no solo se manifiesta en la subida de los termómetros, sino un sinfín de impactos que amenazan nuestras vidas. El incremento de las temperaturas en España está cambiando los patrones de precipitaciones y construyendo una región con menor disponibilidad de agua



A pesar de la cruzada de ciertos sectores de la sociedad por maquillar o negar la existencia del cambio climático, lo cierto es que sus esfuerzos no pueden caer en un peor saco roto ya que las evidencias científicas, las mejores tecnologías de observación y un mayor número de series históricas no dejan lugar a dudas de que “el cambio climático es una realidad y que el ser humano, con extrema probabilidad, es su fiel creador”, tal y como señala el Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC).
Sin embargo, la mera existencia de esas voces poniendo en entredicho su inexistencia denotan la enorme complejidad que encierra este efecto mundial, que, en muchas ocasiones, solo se entiende como un simple incremento global de las temperaturas y sin muchas más consecuencias que el derretimiento de los polos y correspondiente subida del nivel del mar.
Por este motivo, es normal que muchos se sientan confundidos al pensar cómo un temporal como Filomena pudo convertir a España en un verdadero congelador lleno de nieve siendo que nuestro país es comúnmente señalado como uno de los más amenazados por el calentamiento global. O por qué razón este año está siendo más lluvioso si se supone que las precipitaciones y el agua misma iban a desaparecer de nuestro país.
Las respuestas, como señala la Organización de las Naciones Unidas (ONU) pasan por asimilar que el cambio climático no es un fenómeno de presente, sino de pasado y futuro, y que solo se puede entender si lo vemos a través de las gafas del agua y la meteorología, en vez de solo de la mano de los termómetros.


Esta determinación por el agua nace de la importancia que juega este recurso en el sistema climático del planeta, compuesto principalmente por el líquido elemento. De hecho, en el Día Meteorológico Mundial, la Organización Meteorológica Mundial (OMM) puso de relieve el papel de los océanos, representando las mayores reservas de agua en nuestro planeta, como los verdaderos artífices del tiempo atmosférico y clima que nos toca y nos tocará vivir:
“El océano es el termostato de la Tierra y, además, ejerce de cinta transportadora de calor. Absorbe y transforma una parte importante de la radiación solar que incide en la superficie terrestre y aporta calor y vapor de agua a la atmósfera. La formación de enormes corrientes oceánicas horizontales y verticales permite distribuir este calor por todo el planeta, a menudo a lo largo de miles de kilómetros, configurando así el tiempo y el clima de la Tierra a escala mundial y local”, señalan desde la OMM.
Cualquier cambio en los océanos puede arrastrar consecuencias en muchas de las regiones del mundo que dependen de los subproductos nacidos de sus aportaciones de vapor y calor a la atmósfera, como lo es el Niño-Oscilación del Sur (ENSO, por sus siglas en inglés). Para muchas regiones de América, la presencia de este fenómeno es sinónimo de intensas lluvias o implacables sequías, del mismo modo que ocurre en Europa con los distintos estados de la Oscilación del Atlántico Norte (NAO).
La paradoja del agua en España
Estar a la vanguardia del sistema climático implica inexorablemente sufrir las primeras embestidas del enemigo. En este caso, las heridas sufridas en batalla se traducen en una absorción aproximada del 90% del exceso de calor generado por la acumulación de gases de efecto invernadero, que a su vez están incrementando los niveles del mar y la acidificación de sus aguas.
El problema de todo ese balance es que aun cuesta señalar una correlación sólida entre el ascenso de temperaturas con las variaciones en los patrones atmosféricos nacidos de los océanos y, por lo tanto, en el tiempo atmosférico que vivimos todos los días y que ellos generan. Como señalan los expertos, el escaso margen de tiempo que hemos tenido para estudiar el cambio climático es la causante de esa brecha, sin contar con la enorme cantidad de elementos que influyen en el clima y el tiempo.
España no presenta ninguna excepción a la norma y en ella se puede ver cómo aun es difícil determinar si algo tan determinante como las lluvias desaparecerán o no de nuestro mapa:


“Si algo caracteriza a las precipitaciones en España, es su variabilidad: a años muy lluviosos le suceden otros secos, y largos períodos de sequía se ven bruscamente interrumpidos por episodios de lluvias torrenciales. Esto dificulta el estudio de tendencias, y así como en el caso de las temperaturas está muy claro el ascenso, con las precipitaciones existen más incertidumbres”, explica para El Ágora Rubén del Campo, portavoz de la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet).
Tan solo algunos estudios afirman haber encontrado un moderado descenso de las precipitaciones durante los últimos 50 años, así como un cambio estacional donde el máximo de precipitaciones otoñal propio de la vertiente mediterránea se está desplazando hacia el interior oriental de la Península, sustituyendo a la primavera como estación más lluviosa.
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“A pesar de estos hallazgos, aun es necesario seguir avanzando en un mayor conocimiento sobre comportamiento de la atmósfera, con ayuda de las nuevas tecnologías, para obtener mejores pronósticos y, por supuesto, proyecciones para entender a los distintos escenarios a los que nos encaminamos con los aumentos de temperaturas globales”, añade el portavoz.
Sin embargo, y como ya ha dejado entrever, que el cambio climático no haya generado una nueva tendencia clara en las precipitaciones no quiere decir que no haya impactado en ellas. En este sentido, Rubén del Campo aclara que debido a su influencia estamos viviendo un mayor número de eventos extremos relacionados con ellas:
“El mar Mediterráneo, al igual que el resto de los mares, se está calentando, aunque este a un ritmo mucho mayor. Un mar más cálido es sinónimo de mayores aportaciones de humedad y de energía a la atmósfera, que se traducen en episodios más violentos, como borrascas profundas o lluvias torrenciales más torrenciales”, afirma el portavoz de la Aemet.
“Así, algunas zonas de nuestro país los días más lluviosos parecen ser cada vez más lluviosos, extremo que confirman otros estudios, por ejemplo, en la cuenca del Segura, donde Juan Andrés García-Valero, de la Aemet, encontró un significativo aumento de los episodios de gran intensidad de precipitación a partir de los años 80, y especialmente en la última década”.


Ahora bien, si los patrones de precipitaciones tienen intención de cambiar de manera tan agresiva en un futuro ¿por qué se amenaza con la posibilidad de un país mucho más seco y, por lo tanto, con menos disponibilidad de agua?
Para Rubén, el motivo reside en que las lluvias estarán peor repartidas, tanto en el tiempo como en el espacio, y tendrán que vivir con otros fenómenos climáticos extremos que ponen en peligro su integridad, como las olas de calor.
“Con lo que sabemos, las proyecciones indican un descenso de las precipitaciones -más importantes si hablamos de los peores escenario climáticos- que, unido a un aumento asegurado de las temperaturas más acusado que en otras regiones, que provocaría una mayor demanda evaporativa por parte de las plantas, entre otros fenómenos. En definitiva, hablaríamos de una menor disponibilidad de agua en las próximas décadas”, asegura Rubén del Campo.
En la presentación del primer informe anual sobre el estado del clima en España, Beatriz Hervella, portavoz de la Aemet, lo explicó de la siguiente manera: «En el pasado, 30 litros de agua tenían mucho más rendimiento en España. Ahora se necesita mucha más cantidad de ese recurso, que es más escaso, para obtener los mismos beneficios”.
Este nuevo paradigma del agua refleja la creciente vulnerabilidad humana frente unos cambios del clima con consecuencias que abarcan mucho más allá de una simple subida de los termómetros. Mientras las voces que niegan la realidad sigan vivas, el precio por la responsabilidad de nuestros actos seguirá oculto en un mundo que no titubeará por destruirnos. La paradoja del agua es solo el principio y puede ser también el final.
