El Gobierno de Japón decidirá este mes si lanza al océano Pacífico un millón de metros cúbicos de agua radiactiva tratada que se ha acumulado en la planta nuclear de Fukushima tras los derrumbes del núcleo después del terremoto y tsunami de 2011



Japón se prepara para dar una solución definitiva a su problema con las aguas contaminadas de Fukushima. A pesar de haber pasado ya casi una década desde que un tsunami provocara el accidente nuclear de la central nipona, el reactor siniestrado sigue requiriendo trabajos de descontaminación y refrigeración que necesitan de toneladas de agua para llevarse a cabo. Hasta el momento, el líquido radiactivo se ha guardado en la propia central, pero el Gobierno de Japón planea lanzar al océano Pacífico un millón de metros cúbicos de ese agua tratada, una decisión definitiva y polémica que se tomará este mes.
Fuentes oficiales de la Administración japonesa han asegurado que falta poco para conocer las intenciones finales del Gobierno, según informa la agencia de noticias Kyodo News, algo que pondría fin a un debate que ha durado más de siete años sobre qué hacer con esta agua, que se prevé llene los tanques de almacenamiento de la instalación nuclear a mediados del año 2022. De hecho, este septiembre, el agua almacenada ya ascendía a 1,23 millones de toneladas y llenaba 1.044 tanques.
El primer ministro japonés, Yoshihide Suga, aseguró el mes pasado que el Gobierno quería «tomar una decisión lo antes posible» sobre cómo tratar el agua durante una visita a la planta de Fukushima. Sin embargo, esta posible salida para el agua almacenada, que no tendría lugar hasta dentro de dos años y tardaría en completarse décadas, no ha servido para atajar la polémica. Los pescadores y residentes locales se han opuesto debido a los temores de que los consumidores eviten el marisco de la zona, mientras que organizaciones de la sociedad civil han mostrado preocupación por el impacto ambiental que podría tener este vertido.


Actualmente, ya hay países como Corea del Sur que prohíben las importaciones de mariscos y otros productos agrícolas de la zona por las filtraciones que se produjeron tras el desastre de 2011. Si finalmente el Gobierno de Suga optara por esta salida, es previsible que las filtraciones las importaciones podrían aumentar, pero incluso el propio ministro de Medio Ambiente nipón, Yoshiaki Harada, sostiene que Tokio no tiene más opción que “tirar el agua al mar y diluirla”.
Y es que la empresa que se encarga de la gestión de la centra, Tepco, ya ha avisado de que en dos años y medio se quedará sin espacio. Y, en cualquier caso, tener grandes cantidades de agua contaminada en una zona propensa a terremotos y tsunamis, no parece una solución definitiva.
Un problema que dura una década
El 11 de marzo de 2011, un terremoto de magnitud 9 en la escala de Richter cercano a la costa de Japón provocó un tsunami que arrasó casi 600 kilómetros de litoral, causando 19.000 muertos. La ola gigante inundó la central atómica de Fukushima, dañando sus sistemas de refrigeración y provocando la fusión total o parcial de tres de sus reactores.
Aunque estos reactores estaban cubiertos por unas vasijas de contención, la alta presión hizo que varias explosiones de hidrógeno rompieran los muros y liberaran grandes cantidades de partículas radioactivas a la atmósfera. Estas fugas obligaron a evacuar a 80.000 personas que vivían en un radio de 20 kilómetros alrededor de la planta.


Las vasijas se lograron volver a cerrar y los reactores quedaron sellados, pero aún no tenemos la tecnología necesaria para retirar el combustible fundido de los reactores, ya que es tan radioactivo que un ser humano moriría en cuestión de segundos con solo acercarse a él. Para que el combustible no vuelva a hacer estallar el muro de contención ni libere más radiación a la atmósfera, es necesario inyectar agua subterránea a los reactores para refrigerarlos y mantenerlos a 30 grados.
Por ahora, para impedir filtraciones y reducir el bombeo de agua al mínimo posible, se ha construido un muro de hielo subterráneo alrededor de los reactores. El objetivo es matener la tierra circundante a una temperatura de 30 grados bajo cero para evitar cualquier fuga de agua radiactiva al mar. Además, se han cambiado los suelos de la central para que sean capaces de atrapar partículas radioactivas, lo que ha reducido la contaminación en el aire y permitido que no haga falta un traje especial de protección en el 90% del recinto. Pero el agua se acumula y Japón parece que no va a tener más remedio que darle salida al mar, con consecuencias ambientales que aún son imprevisibles.
