Los ríos que fundaron Estados Unidos

Los ríos que fundaron Estados Unidos

Los ríos que fundaron Estados Unidos

Ríos como el Misisipi o el Misuri permitieron a los colonos expandirse hacia el Oeste, vertebrar su Gobierno y consolidar las industrias de la que pronto llegó a ser la primera economía del mundo. Pocos lugares de la Tierra tienen tantos ríos navegables capaces de vertebrar una nación como en Estados Unidos


Argemino Barro | Corresponsal en EEUU
Nueva York | 19 marzo, 2021


¿Qué sería de Estados Unidos sin sus ríos? Para empezar, probablemente ni siquiera habría unos Estados Unidos. El país de las barras y estrellas podría estar dividido en pequeñas naciones, al estilo de Europa o América Latina, carentes de poderosas vías de comunicación naturales y por tanto condenadas a desarrollarse, hasta hace pocos años, por separado.

Algunos estudios identifican las cuencas hidrográficas como las plantillas en la que se van definiendo las civilizaciones; el el caso norteamericano, ríos como el Misisipi o el Misuri permitieron a los colonos expandirse hacia el Oeste, vertebrar su Gobierno y consolidar las industrias de la que pronto llegó a ser la primera economía del mundo.

“Si usted ganase la lotería, y estuviese buscando comprar un país en el que vivir, el primero que le enseñaría el agente inmobiliario sería los Estados Unidos de América”, escribe Tim Marshall en Prisioneros de la geografía: Todo lo que hay que saber sobre política global a partir de diez mapas (Atalaya).

Una oferta que, además dos vecinos amigables y dos enormes costas llenas de prósperos puertos, sin duda incluiría los ríos. “La gran cuenca del Misisipi tiene más millas de río navegable que todas las del resto del mundo juntas. En ningún otro lugar hay tantos ríos cuya fuente no esté en tierras altas y cuyas aguas discurran suavemente hasta el océano a través de largas distancias”.

Nueva Orleans
Vista de Nueva Orleans desde el puente Crescent City en el río Mississippi.

“La gran cuenca del Misisipi tiene más millas de río navegable que todas las del resto del mundo juntas»

Los estadounidenses lo saben y por eso están agradecidos. Hay 16 de los 50 estados que fueron bautizados en honor a ríos, igual que 150 condados. No es que faltaran candidatos. El país tiene en torno a 250.000 vías de agua, que suman una longitud cercana a los cinco millones de productivos kilómetros. El 70% del caudal del Colorado, por ejemplo, riega los cultivos de trigo, maíz, algodón o alfalfa a lo largo de siete estados, y la abundancia hídrica de Washington provee más de la cuarta parte de la energía hidroeléctrica de Estados Unidos.

El escritor estadounidense Mark Twain El escritor estadounidense Mark Twain en una foto tomada hacia 1900 por Samuel Clemens. | FOTO: Everett Collection
El escritor estadounidense Mark Twain El escritor estadounidense Mark Twain en una foto tomada hacia 1900 por Samuel Clemens. | FOTO: Everett Collection

Pero los ríos tienen también un abundante capital simbólico. En las religiones y las tradiciones literarias suelen representar la fuerza de la naturaleza, la fertilidad o el paso del tiempo. Los ríos separan a los protagonistas de la muerte o de un futuro promisorio; cruzarlos siempre es difícil, pues se trata de entidades orgullosas e independientes que te hacen pagar un precio. A veces, como en la cultura griega, el río está habitados por seres mitológicos, y otras es directamente un dios, la fuente de toda existencia, como sucedía con el Nilo del Antiguo Egipto.

El bardo de los ríos americanos, sobre todo del Misisipi, fue Samuel Langhorne Clemens. Nadie como él enriqueció su literatura con el simbolismo y los vericuetos fluviales.

Nacido en 1835 y criado en Hannibal, una localidad portuaria del Misisipi, Clemens desarrolló una activa fascinación por el oficio de timonel.

«Los ríos tienen también un abundante capital simbólico. En las religiones y las tradiciones literarias suelen representar la fuerza de la naturaleza, la fertilidad o el paso del tiempo»

Viajar en un barco de vapor en aquella época era lo más prestigioso: como participar en el futuro. Y los timoneles ganaban un buen sueldo. Clemens fue aceptado como aprendiz de uno de ellos, y así se aventuró a conocer en detalle su adorado río. El joven fue timonel entre San Luis y Nueva Orleans hasta que estalló la Guerra Civil, en 1861.

Los años siguientes los pasó viajando por el Medio Oeste; fue minero, y, como lo de bajar a picar piedra no se le daba bien, empezó a escribir artículos e historietas para los periódicos. Sus aventuras, especialmente las vividas a bordo del barco o en los aledaños del Misispi, le proporcionaban el material para encandilar a los lectores. Clemens se haría famoso, precisamente, con un pseudónimo inspirado del vocabulario de los timoneles: “mark twain”, una expresión que se usa al alcanzar una profundidad en el río de dos brazas, el equivalente a 3,64 metros.

Las novelas más famosas de Mark Twain, esas que cuentan las andanzas de Tom Sawyer y Huckleberry Finn, está directamente sacadas de su infancia a orillas del Misisipi; en ellas aparecen trasuntos de sus amigos, de sus amores y de sí mismo, y siempre está el río, con todo su esplendor y su caudal de misterios. Veinte años después de su época como timonel, Twain volvió a recorrer el segundo río más grande de Estados Unidos (solo unos kilómetros más corto que su hermano, el río Misuri o Missouri); un periplo que relata en La vida en el Misisipi.

«El famoso escritor estadounidense, ligado para siempre al Misispi, sacó el río su apodo literario de “mark twain”, una expresión que se usa al alcanzar una profundidad en el río de dos brazas, el equivalente a 3,64 metros»

La relación entre el pueblo estadounidense, sin embargo, y los ríos no siempre ha sido positiva. Entre 1832 y 1866 hubo en EEUU una pandemia de cólera que tuvo tres oleadas. El primer brote, originario de la India, desembarcó en Nueva York, y de Nueva York, a través del comercio, llegó a las pioneras regiones de la costa del Pacífico.

El bacilo Vibrio cholerae, que inflama los intestinos y causa una diarrea aguda, hacía estragos en las ciudades portuarias del interior. Viajaba por los ríos. Según un estudio del U.S. National Library of Medicine, la pandemia pudo haber acabado con la vida de entre el 5% y el 10% de las poblaciones junto a las vías fluviales.

Además de la costa de Florida y del Golfo de México, las orillas del río Misispi han sido testigos de algunas de las peores inundaciones de la historia del país, como la acaecida en Nueva Orleans en 2005, tras el impacto del Huracán Katrina. Las inundaciones de río también son comunes en zonas húmedas y frías; a veces son causadas por las tormentas o por el derretimiento de nieves cercanas. Un sospechoso habitual es el río Rojo, que pasa entre Minesota y Dakota del Norte.

Three Forks, cerca del nacimiento del río Missouri en Estados Unidos. | FOTO: Joseph Sohm
Three Forks, cerca del nacimiento del río Missouri en Estados Unidos. | FOTO: Joseph Sohm

Si los norteamericanos padecen la ira o los caprichos de los ríos, estos tampoco están a salvo de la actividad humana. En 1969 el río Cuyahoga, que pasa por Ohio, estaba tan contaminado que prendió fuego. Los empleados de las acerías cercanas temían al Cuyahoga. Se decía que, si uno se caía en él, no saldría vivo. El petróleo burbujeante cubría la superficie, donde flotaban cadáveres de ratas hinchadas, “prácticamente del tamaño de un perro”. Las industrias del lugar miraban para otro lado: hacían falta empleos y el precio lo pagaba el río.

«Siempre está el río, con todo su esplendor y su caudal de misterios»

Ese verano de 1969 el petróleo de las aguas ardió durante una media hora. No era la primera vez que sucedía; los bomberos lo apagaron y la vida siguió como si nada. Pero la revista Time dedicó un artículo al incidente, que calificó de “desastre ecológico”, y lentamente se formó un efecto de bola de nieve. Poco a poco la opinión pública se movilizó, presionó al Gobierno federal para que creara salvaguardas y en 1972 el Congreso aprobó la Ley de Agua Limpia, destinada a proteger de la contaminación todas las vías acuáticas de Estados Unidos.

Río Cuhayoga, en Ohio, Estados Unidos | FOTO: Ami Parikh
Río Cuhayoga, en Ohio, Estados Unidos | FOTO: Ami Parikh

«Hacían falta empleos y el precio lo pagaba el río»

Casi medio siglo después, la polución del agua en Estados Unidos ha descendido notablemente: especialmente la que emana de las industrias química y energética y de las plantas depuradoras. Aún así, los ambiciosos objetivos fijados en 1972, por ejemplo que “todas las aguas de EEUU sean adecuadas para nadar y pescar en 1983”, o que hubiese “cero vertidos contaminantes para 1985”, no se han cumplido. Más de la mitad de los ríos y el 70% de los lagos, según datos de la Agencia de Protección Medioambiental de 2017, siguen en cierta medida contaminados.

El interés en cuidar de los ríos ha ido fluctuando según los distintos inquilinos de la Casa Blanca. El pasado noviembre asociaciones como American Rivers, creada en 1973, meses después de que se aprobara la Ley de Agua Limpia, celebraron la victoria del demócrata Joe Biden. Hoy confían en que su administración, que ha creado un consejo climático y ha prometido reestablecer y reforzar algunas de las garantías medioambientales recortadas por Donald Trump, “hará un progreso real en la protección y la restauración de los ríos y la conservación de agua limpia”. Entre sus exigencias se encuentran restaurar protecciones federales, mejorar la gestión de los terrenos inundables y revisar el programa nacional de presas.

Cuencas fluviales de Estados Unidos dibujadas por Robert Szucs. | CRÉDITO: Robert Szucs
Cuencas fluviales de Estados Unidos dibujadas por Robert Szucs. | CRÉDITO: Robert Szucs

Mientras, la relación entre los ríos, los humanos y el clima sigue cambiando, dando a las arterias fluviales papeles y hasta colores diferentes. Un estudio publicado en Scientific American demuestra que los ríos tienen su propia pigmentación en función de lo que hay en ellos. Unos son “verdes como las algas” y otros “amarillos como los sedimentos”.

Un tercio de los ríos habría cambiado de color en los últimos 35 años. Los menores niveles de agua y la acumulación de sedimentos habría hecho más amarillos los ríos de la región noreste. En el oeste, por el contrario, la falta de sedimentos, atorados en las presas, les habría quitado cieno y arena, dándoles un tono azul.



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