La ciudad de Santiago, capital de Chile, fue, desde mucho antes de su descubrimiento hace más de quinientos años, un valle extenso y colorido. Ubicada entre cerros, atravesada por un gran río, el Mapocho, y varios esteros que le daban un sello agrícola y ganadero, fue el lugar elegido para dar vida a una nación, la cual estaba poblada en su mayoría por indígenas, sobre todo picunches.
Tras su fundación, Santiago se fue poblando no solo de españoles llegados de otras ciudades de este joven continente, sino de habitantes de zonas rurales del país que vieron, y siguen viendo, a esta ciudad como un lugar de desarrollo económico, mejor calidad de vida y amplias posibilidades de crecimiento personal.
Sin embargo, en este Santiago de hoy todo ha cambiado, especialmente esa imagen de un valle fructífero y vivo gracias a las aguas del río Mapocho. Hace décadas que sus afluentes, como el Canal San Carlos y el San Miguel, han sido reducidos y hasta eliminados de la ciudad, para dar paso a viviendas o a nuevas calles y avenidas. De esta manera, la ciudad no solo ha ido perdiendo su historia, sino que se ha cubierto de un manto de concreto que esconde ese suelo vivo que alguna vez nos mantuvo.


Hoy desde la Cordillera de Los Andes sigue bajando el agua, aunque cada vez en menor medida, ligado esto al cambio climático y a la variación en la isoterma 0 en la zona central, lo cual ha provocado que, en los meses de invierno de los últimos años, graves episodios de inundación y desastre, que han mantenido a la ciudad sin agua potable por varios días.
Pero el agua que alimentaba a la capital de Chile también se ha ido perdiendo a nivel de napas subterráneas. Esto ligado al crecimiento vertiginoso y sin regulación que la ciudad ha vivido en los últimos 50 años, el cual la ha convertido en un gran plano de cemento, con escasas áreas verdes, sobre todo en la zona centro de la ciudad y en comunas más periféricas, asociadas a grupos socioeconómicos de bajos recursos.
¿Qué hacer entonces, bajo este panorama desalentador, para dotar a esta ciudad no solo de nuevos espacios verdes, sino sobre todo de una comunidad que defienda, promueva y se comprometa con el cuidado de este recurso, y especialmente de estos espacios que pueden convertirse en oasis dentro de la ciudad?
Es la pregunta que se plantearon un grupo de profesionales de la Universidad Tecnológica Metropolitana de Chile, UTEM, encabezados por las arquitectas Rosa Chandía y Daniela Godoy, expertas, la primera, en Energía y Medio Ambiente y, la segunda, en Regeneración Urbana y Participación Ciudadana.
De ellas surgió el proyecto “Aguas de Barrio. Modelo participativo para recuperación de aguas lluvias a través de sistemas de drenaje en el paisaje urbano del centro sur de Santiago”, el cual recibió fondos del Gobierno Regional para su ejecución, cuyo objetivo ha sido explorar estrategias metodológicas que permitan, en tiempos de crisis hídrica, darle valor al agua lluvia como un recurso valioso y no como un residuo, y, además, vincular a los vecinos a través de la educación ambiental, el fortalecimiento de redes, la creación de asociatividad, tanto a nivel vecinal, estatal y con organismos públicos y privados.


Tal como nos explica la arquitecta Rosa Chandía, en la génesis de este proyecto se funden varios intereses. En primer lugar, su interés por la relación que existe entre el agua, el territorio y la cultura en los pueblos altoandinos del norte de Chile, es decir “cómo construyen el paisaje a partir del agua y cómo el agua pasa a ser algo fundamental en la razón de la existencia de ellos”, temática que estudió para su tesis doctoral y, en segundo lugar, cómo, al incorporar la mirada de la comunidad, se obtiene la comprensión del paisaje o de un lugar, mucho más rico, porque se van cubriendo aristas de información que solo con lo visual no son suficientes de entender.
Además, las profesionales pusieron sus ojos en otras ciudades del mundo que hubieran pasado por crisis similares y dieron con Arizona, al oeste de EEUU, una zona desértica donde se implementaron estrategias para la recuperación de acuíferos en sectores urbanos, tras evidenciar un problema técnico que también se da en Santiago: escasa caída de lluvia y cuando ésta caía, escurría libremente por la calle y se perdía, debido a que el suelo estaba muy impermeabilizado, lo que provocaba microinundaciones y luego un período intenso de sequía. Esto los llevó a generar estrategias técnicas de mejoramiento de diseño urbano, las cuales ayudaron a recuperar la escasa agua que cae en la zona.
Fue así como el equipo de Aguas Barrio se decidió a desarrollar un proyecto que implicaba la construcción de un sistema de drenaje urbano sostenible, tal como en Arizona, pero vinculándolo a la comunidad donde iba a insertarse, a fin de hacerlos responsables de la obra y dándoles el poder de decidir cómo querían su espacio público.
Además, como indica Chandía, el proyecto dio espacio “a la colaboración y la cooperación y le da un valor a la universidad también, porque normalmente la academia está en un lugar y las personas están en otro y muy pocas veces se producen traspasos de información. El conocimiento de la academia tiende a quedar encerrado y si lo que queremos es que la ciudad cambie su forma de gestionar los recursos naturales, tenemos que saber comunicar a las personas lo que vemos y que lo otros no han logrado ver todavía”.
Trabajo comunitario
Tras poner sobre la mesa todos los antecedentes antes expuestos y organizar al equipo de Aguas de Barrio, entre los que figuran trabajadores sociales, ingenieros civiles especialistas en hidráulica, arquitectos especialistas en urbanismo y estudiantes de arquitectura, se realizó un diagnóstico urbano espacial, a fin de conocer el espacio público de Santiago que podría ser intervenido. Fue así como se definió el sector delimitado por las avenidas Matta, Viel, Santa Rosa y Eleuterio Ramírez, el cual corresponde al cuadrante que agrupa el Parque Almagro, al que llamaron “Barrio Almagro”, para posibilitar que las personas se sintieran representadas con un área específica y así darle un valor adicional al sector, vinculado a la identidad.
Luego, se dieron a la tarea de acercarse a la comunidad del sector, para lo cual fue fundamental la información obtenida en un trabajo anterior, donde habían recopilado datos de actores sociales que, en esta ocasión, serían fundamentales para el proyecto Aguas de Barrio.


Mientras esto pasaba, el equipo de ingeniería realizó su propio diagnóstico, evaluando dónde estaban los lugares con potencial de inundación, qué pasaba con la permeabilidad del suelo, dónde estaba el suelo degradado o deteriorado y, tras esto, fueron asociando sus resultados a las técnicas que ya se conocen desde la ingeniería hidráulica, y que son los sistemas urbanos de drenaje sostenible o técnicas de manejo alternativo de aguas lluvias urbanas.
Al tener toda esta información procesada se hizo una convocatoria en el barrio a intervenir y luego otra por las redes sociales del proyecto, lo que generó un suceso inesperado para el equipo. A los días de difundir la convocatoria tenían 35 mil personas pidiendo ser parte de este proyecto, no solo de Santiago, sino también de regiones, lo que evidenció el enorme interés por aprender sobre gestión sustentable del agua lluvia.
Finalmente, el grupo elegido para el desarrollo de este proyecto fue de 50 personas, los cuales correspondieron a vecinos y dirigentes del Barrio Almagro, quienes comenzaron un camino de trabajo y amistad, que hoy los tiene esperando la construcción de una obra que jamás imaginaron y, sobre todo, comprometidos con el cuidado de un recurso que cada vez se nos ha vuelto más escaso.
En la primera etapa de este curso, los vecinos recibieron información sobre “la importancia que tenía el vincularnos, sobre la participación ciudadana en la toma de decisiones; también sobre qué entendíamos por infraestructura ecológica, por infraestructura verde urbana; qué eran los sistemas urbanos de drenaje sostenible, cuál era el ciclo del agua lluvia, cuál era el problema del cambio climático asociado a la gestión de agua lluvia y también cómo dentro de la ciudad, hemos perdido ese conocimiento que está en el mundo rural, de vincularnos al origen del agua que nos abastece, pues nos parece que el agua sale del grifo y se nos olvida que viene de una montaña, que pasó un recorrido largo para poder llegar a mi casa”, nos cuenta la gestora de Aguas de Barrio, Rosa Chandía.
También les hablaron de la importancia que tenía la flora nativa y la naturaleza en la ciudad, dándoles diversos ejemplos de los jardines y áreas verdes que existen en Santiago, las cuales son poco sustentables en términos de gestión de agua; de los bosques esclerófilos, entre otros temas. “En el fondo les fuimos hablando de la importancia de mirar de manera sistémica el territorio donde estamos viviendo, porque no podíamos llegar solo a hablar del agua, sino hablábamos de los ecosistemas”, enfatiza Chandía.
Así pasaron un par de meses, con un público cautivo que no fue decayendo y que, día tras día, se fue mostrando más interesado y comprometido con este proyecto, pero principalmente con aportar al cuidado del agua, a asociarse con sus vecinos y a seguir promoviendo obras en la ciudad, que permitan aminorar el impacto del cambio climático.
Felipe Aránguiz, Presidente de la Junta de Vecinos y Vecinas Almirante Blanco Encalada, es uno de los activos participantes de este proyecto Aguas de Barrio, para quien “dotar a la comunidad de este tipo de aprendizaje, junto con un lenguaje técnico, pero a la vez claro, hace que se pueda aprender desde la práctica. El fenómeno de crisis hídrica que vive nuestro país, ha sensibilizado a la población en estas temáticas y nos obliga a idear acciones que permitan el cuidado en el uso del agua y, en este sentido, este proyecto ha sido clave en la formación y en incentivar el cuidado de un barrio de Santiago que, además, es aplicable en distintos contextos”.
Tras meses de trabajo, entre el equipo de Aguas de Barrio y los vecinos de Barrio Almagro, se llegó a la definición de 11 potenciales puntos de intervención, donde era factible construir algún Sistema Urbano de Drenaje Sostenible o SUBS. Este paso llevó al equipo a acercarse al municipio de Santiago, convirtiéndolo en un nuevo actor y también en parte interesada en este conocimiento que la universidad estaba entregando a la comunidad.
Fue así como, a medida que el proyecto seguía avanzando, se sumaban más participantes a los talleres: el municipio y académicos de la UTEM, también arquitectos, quienes junto a los vecinos dialogaban sobre las características que debían tener los proyectos que iban a presentarse como potenciales obras en el Barrio Almagro.
Como nos cuenta Rosa Chandía, ya había claridad sobre el objetivo de la obra a construir, el cual era recuperar aguas lluvias, pero “debíamos darle un valor adicional, por lo que los vecinos nos pidieron otros atributos, como tener una esquina colorida, un espacio para sentarse, un espacio para que los niños jueguen, para sentirse seguros. Todas esas peticiones fueron recursos que proyectamos desde el lenguaje y convertimos en diseño”.
Cerrada esta etapa el equipo realizó el Seminario Internacional y Workshop Aguas de Barrio: “Agua en la ciudad, estrategias de diseño participativo”, el cual invitó a expertos internacionales, a los vecinos del barrio que eran parte del proyecto y a los estudiantes de arquitectura de la UTEM, para que crearán los proyectos que requerían los vecinos. Fue una semana de intenso trabajo, donde participó activamente la comunidad del Barrio Almagro, orientando a los estudiantes sobre los requerimientos que deseaban ver plasmados en sus planos y maquetas.
Además, en esta jornada se firmó la “Carta del Agua”, entre la UTEM y el Municipio de Santiago, la cual contiene un acuerdo ético por fortalecer y favorecer intervenciones en el espacio público que tiendan a la recuperación del agua lluvia, pero también a la participación ciudadana en la toma de decisiones sobre esta materia.
Finalizado este concurso, se definió el lugar donde se instalaría la obra, el cual corresponde a la calle Zenteno, muy cercano al centro cívico de la ciudad. Tras esto el equipo técnico se abocó a la tarea de conseguir los permisos municipales para el desarrollo de la obra, pero también a retomar un trabajo que pensaron estaba terminado: ganarse nuevamente la confianza de todos los vecinos de dicha calle que no habían sido parte de los talleres y que veían con reticencia a este equipo que quería construir en su barrio una obra, de la cual no entendían su importancia.
Para ello realizaron en terreno dos talleres resumiendo y explicando el proyecto y el trabajo de casi un año, lo que les permitió sumar el apoyo de nuevos vecinos a la Platabanda Zenteno o Jardín Urbano Zenteno.
Esta platabanda, que fue diseñada por el equipo de estudiantes de arquitectura Antonia Barroso Torres, Cristóbal Infante Vega, Diego Medina Veas, Matías Vilches Cruces y Gisselle Muñoz Ríos y Javier Pardo, implica la construcción de un pozo drenante (SUDS) en una zona de 60 metros cuadrados, el cual será cubierto por una muestra del bosque esclerófilo de Chile, de bajo consumo hídrico y que se encuentran naturalmente presentes en la precordillera de la zona central, como chagual, huilmo amarillo, doca, armeria, cola de zorro, tabaco del diablo y algarrobo, entre otras especies.
Esta obra debiera a comenzar a construirse prontamente, tras lo cual será la comunidad del Barrio Almagro quien deberá hacerse cargo de su cuidado y mantención.
Vecinos implicados
Además de este proyecto de Platabanda Zenteno, fueron en total cinco los proyectos que nacieron del concurso entre estudiantes, cuyos planos y definiciones técnicas van a quedar a disposición de los vecinos, a fin de que los puedan postular a fondos públicos y así se construyan SUDS en diversos puntos del barrio. Éstos son “los cubos” de San Diego, el proyecto para la feria de Coquimbo, el proyecto Colmena y “la isla” de 10 de julio, los cuales destacan por su inserción en sectores del barrio con escaso valor urbanístico, pero con alta valoración para los vecinos, sobre todo por la posibilidad de reconvertirlos en espacios de esparcimiento y convivencia comunitaria.
De este proyecto, además, nacerá un manual de prácticas participativas para intervenciones en el espacio público, que recogerá la experiencia completa de Aguas de Barrio, tanto del modelo metodológico aplicado al trabajo con los vecinos, como también sobre la manera en que se fueron vinculando la ingeniería, arquitectura y el diseño, para llegar a soluciones tipológicas.
Además, Rosa Chandía, destaca que “el rol social en la arquitectura es fundamental y requiere un replanteo, requiere que trabajemos en unas aristas que quizás no son las que más nos acomodan, donde tenemos que ser mediadores, traducir a veces, tomar con paciencia aquello que sabemos y buscar la manera de transmitirlo. Entonces, creo que esa es la experiencia que ha sido más enriquecedora en términos de ver la ciudad desde las personas y ver que efectivamente las personas tienen mucho que decir sobre los lugares y si tú consideras su opinión, pasan cosas interesantes, que a veces uno mismo no las ve”.
Y mientras este proyecto continúa su curso, el cual implica levantar la obra de Platabanda Zenteno y darle un nuevo sentido a la escasa agua lluvia que cae en Santiago, los vecinos siguen proyectando futuros espacios para reencontrarse y seguir generando comunidad. Un ejemplo de esto es el rescate que desean hacer del antiguo Canal San Miguel, hoy cubierto por la transitada y famosa calle 10 de julio, donde habitan talleres mecánicos, tiendas de repuestos para automóviles y cités que huelen a nostalgia de décadas pasadas, donde se daba una vida comunitaria intensa y colaborativa, la cual, gracias a Aguas de Barrio, pareciera estar recuperándose.
