Dice la leyenda que en 1859 el explorador y aventurero Henri Mouhot perseguía una mariposa por la jungla camboyana y se topó con la majestuosa imagen de unas torres con forma de flor de loto. Absorto, encuadró la mirada en el contexto recién descubierto y vio decenas de sonrisas talladas en la piedra autóctona que contagiaban una paz instantánea. Aunque se acusó al naturalista francés de atribuirse un descubrimiento ya sabido, lo cierto es que fue con sus publicaciones cuando se dio a conocer en occidente las maravillas de la antigua ciudad de Angkor.
En la actual Camboya surgió una de las civilizaciones más avanzadas de la historia. El imperio Jemer dominó durante más de seis siglos el sudeste asiático. Actualmente, en la región de Siemp Reap nos quedan unos maravillosos vestigios de la antigua ciudad de Angkor Wat. Una herencia histórica que ha legado un patrimonio ejemplar de ingeniería hidráulica, a la vez que su final fue producto de sus mismas virtudes. Dos aristas tan enfrentadas como conectadas en una lógica medioambiental que ha viajado en el tiempo y amenaza con acabar definitivamente con Angkor Wat más de 900 años después.


Desapareció en el siglo XV casi sin dejar constancia, y ahora por el mismo exceso de confianza en su gestión del agua puede hacerlo por segunda vez.
La civilización Jemer convirtió el sudeste asiático desde el siglo IX en uno de los lugares más desarrollados y prósperos del mundo. Basado en una asombrosa y extraordinaria arquitectura hidráulica, el Imperio creció y conquistó la mayoría de regiones colindantes en un esplendor político y religioso poco comparable en la historia. Bajo el culto indiscutible de la religión hindú, sobre el 800 d.c el monarca Jayavarman II unificó los reinos independientes de la zona de Angkor autoproclamándose devarajá, dios-rey, y fundando una dinastía longeva que dominaría el territorio durante siglos.
A unos 40 kilómetros de Angkor se construyó el primer templo Jemer dedicado al dios Shiva. El centro de culto era el edificio principal en torno al que se desarrollaban las actividades sociales y económicas. Este modo de expansión territorial tejió un entramado de edificaciones religiosas donde se han encontrado hasta 1.000 santuarios.
Con el reinado de Indravarman I se produce el punto de inflexión determinante para el crecimiento del pueblo Jemer. Una vez más es la religión hinduista quién inspira el modelo de construcción y desarrollo urbano. El agua como símbolo de pureza y representación de los dioses en la tierra se convierte en el elemento protagonista de las políticas de la dinastía pre camboyana. En las recreaciones que se han hecho en plano de la zona vemos los templos rodeados de fosos de agua confirmando la teoría del culto a los dioses hindúes.
“El arqueólogo francés Bernard-Philippe Grosslier se refirió a Angkor como la ciudad hidráulica”
El arqueólogo francés Bernard-Philippe Groslier aportó una nueva visión del fenómeno del agua en Angkor. Al descubrir una de las grandes proezas de ingeniería, los baray, amplió la hipótesis del agua como símbolo religioso a una utilización extraordinaria del elemento fluvial para la agricultura. Los baray eran unos lagos artificiales que recibían el agua desviada de los ríos cercanos.


Uno de los mejor conservados en el baray occidental de ocho kilómetros de largo por dos de ancho. Se estima que para una obra de esta envergadura se necesitaron más de 200.000 trabajadores y mover un volumen de tierra de 12 millones de metros cúbicos. Grosslier se refirió a Angkor como “la ciudad hidráulica”. Una vez puesto el acento en los impresionantes conocimientos hidrológicos de esta cultura se descubrió un inagotable y complejo sistema de gestión y control del agua que hizo de Angkor una de las ciudades preindustriales mejor desarrolladas.
La ciudad más importante del momento
Se han encontrado más de 1.200 kilómetros cuadrados de un vasto sistema de canales y cientos de estructuras relacionadas con un control exhaustivo del agua.
La climatología extrema en cuanto a las precipitaciones anuales motivó unas infraestructuras aún más sofisticadas. Los ingenieros jemeres diseñaron un sistema que amortiguara los efectos de las lluvias monzónicas.
Las numerosas expediciones y fotografías aéreas han documentado un esqueleto de canales que se filtra por las estructuras urbanas con funciones muy diversas. Encontramos unos canales de desagüe para las épocas estivales de mucha precipitación que desviaban el agua al lago artificial o baray. Para la temporada que iba de octubre a noviembre otro tipo de canales distribuían el agua para el regadío y la vida en las ciudades. Con estos dos objetivos controlados, la ingeniería jemer se aseguraba un extraordinario control de las inundaciones, almacenamiento suficiente para épocas de sequía y una inteligente distribución del regadío para los campos de arroz.


Existen evidencias claras de la evolución constructiva y de las técnicas hidrológicas que estuvieron en continua revisión y mejora. Con el reinado de Suryavarman II se vivió la edad de oro con la construcción del símbolo arquitectónico de esta civilización. Angkor Wat. La red fluvial llegó a su máximo esplendor y conocimiento. El agua siempre se recogió de la bajada de las colinas de manera natural, y es ahora cuando se construyen presas y sistemas de desvío del cauce natural de los ríos Puok, Roluos y Siem Reap. La riqueza de los campos de cultivo jemer creció de tal manera que se convirtió en su mayor riqueza. Un pueblo con grandes excedentes de comida que utilizaban en intercambios económicos y que produjo un esplendor político sin igual. Los arqueólogos consideran la gestión del agua en Angkor como una obra de ingeniería sin parangón en la historia.
“Los ingenieros jemeres diseñaron un sistema que amortiguara los efectos de las lluvias monzónicas”
El gran misterio para la comunidad historiográfica durante muchos años fue saber por qué una sociedad tan avanzada desapareció sin dejar huella y tan radicalmente. La teoría más aceptada fue un declive político y religioso por las continuas invasiones de los pueblos cercanos. Investigadores científicos del PNAS (Proceedings of the National Academy of Sciences of the United States of America) han publicado estudios en las últimas dos décadas donde apuntan a aspectos climáticos muy determinados que acabaron con la civilización jemer. El primer escollo con el que se han encontrado los investigadores y arqueólogos que quisieron estudiar la caída de Angkor es la falta de evidencias epigráficas y nuevas construcciones a partir del siglo XV.
Los autores del PNAS utilizaron los vestigios que la naturaleza del terreno ha dejado a lo largo de la historia. Una reconstrucción hidroclimática de la época de los jemeres. Por datos de los pueblos cercanos sabemos que a finales del siglo XIV comenzó un cambio climático severo con monzones muy intensos en contraposición con años de sequías permanentes.


Con este punto de partida, Brendan Buckley quiso analizar los anillos de crecimiento de alguna especie autóctona y longeva como el po-mu. El estudio refleja que entre 1362 y 1392, y entre 1415 y 1440, este tipo de ciprés sufrió sequías muy pronunciadas, y el monzón tuvo muy poca presencia o casi ninguna. Los periodos intermedios vinieron con un extremado aumento de las precipitaciones. Una inestabilidad climática que puso en jaque el sistema hidráulico del imperio.
Las excavaciones y exploraciones del terreno se enfocaron en demostrar estos resultados. Los arqueólogos demostraron que las excepcionales obras fluviales Jemer habían sufrido desperfectos, reconstrucciones y modificaciones desde hacía décadas. La complejidad en la evolución de la red hidráulica a lo largo de la historia Jemer tenía como desventaja un mayor riesgo.
El control del agua se hizo cada vez más artificial. Hubo un desvío permanente del curso natural del flujo del agua. Y algunos investigadores apuntan que la deforestación radical para construir la red de canales pudo contribuir a cambiar el ciclo de lluvias. Los restos arqueológicos demuestran un angustioso esfuerzo de los ingenieros por reconducir un sistema de agua que estaba siendo vulnerable.


“Los arqueólogos consideran la gestión del agua en Angkor como una obra de ingeniería sin parangón en la historia”
La presa que desviaba el agua del río Siem Reap muestra varias modificaciones y una sedimentación por encima que apunta a una crecida descontrolada de agua. El puente que llega a la ciudad de Angkor Tom tiene unos bloques de piedra con los que se construían los templos. Un material tan sagrado para reconstruir un simple puente evidencia una celeridad a la desesperada por remediar los problemas de las inundaciones.
La única solución que los ingenieros no pudieron idear era reconducir todo el sistema al lago natural Tonle Sap al sur de Angkor. Los jemeres solo conocían el trabajo utilizando la gravedad y no pudieron reconducir el agua en dirección contraria. La red fluvial no pudo contener las numerosas inundaciones que destrozaron la infraestructura y generó un colapso con intensas hambrunas y una crisis política y religiosa que acabó con la civilización que un día fue la más evolucionada del planeta. Las invasiones vecinas no tardaron en aparecer y en 1431 el ejército de Siam conquistó definitivamente el territorio de la actual Camboya.
Redescubriendo Angkor y su futuro
Las higueras centenarias, únicos supervivientes al parecer de la desaparecida Angkor, habían engullido los templos y las construcciones de todo el territorio. La selva frondosa recuperó su esencia y se hizo de nuevo protagonista hasta que en 1860 el explorador y naturalista francés Henri Mouhot dio por casualidad con un asombroso paisaje.
Las impresionantes torres en forma de flor de loto de Angkor Wat recibían al boquiabierto Mohuhot. En realidad, hay constancia de visitas occidentales anteriores, así como de que el territorio nunca se abandonó por completo y los pueblos vecinos sabían de su existencia. Pero es cierto que el explorador francés dio la publicidad que nadie hasta entonces había conseguido. El imperio francés estableció a principios del siglo XX un primer plan de reconstrucción que llegó hasta los años setenta. El horror de la dictadura de los Jemeres Rojos interrumpió la restauración y en 1992 se dio el paso definitivo declarando a Angkor como Patrimonio de la humanidad por la UNESCO. Hoy en día, tras años de mucho trabajo, la ciudad hidráulica de Angkor es uno de los principales activos económicos de Camboya.
“El agua como símbolo de pureza y representación de los dioses en la tierra se convierte en el elemento protagonista de las políticas de la dinastía pre camboyana”
Angkor recibe la visita de alrededor de cuatro millones de turistas al año. Un segundo esplendor en la historia de este territorio que según un informe de la UNESCO reciente amenaza con repetir un cataclismo medioambiental. La extracciones masivas de agua para abastecer las nuevas necesidades de la región de Siem Reap ha dejado unos 300 millones de metros cúbicos de agua de déficit. En consecuencia, se ha detectado un descenso del nivel de la tierra que sustenta las ruinas que podría provocar un hundimiento del parque arqueológico.


El auge del turismo en la región ha revalorizado la ciudad de Siem Reap que ha multiplicado sus servicios hasta contar con un aeropuerto internacional. Centenares de hoteles, restaurantes y mercados amenazan el abastecimiento de agua y provocan una contaminación ambiental preocupante. Los residuos se hacen cada vez menos controlables y los habitantes de las zonas cercanas se quejan de un agua sucia y contaminada. La UNESCO ha propuesto transvasar agua del lago Tonle Sap. Algo que también podría tener consecuencias ambientales para los miles de pescadores de agua dulce que dependen de una actividad que supone más de 250.000 toneladas de pescado anuales.
La ambición del Imperio Jemer contribuyó a la desaparición y el desastre de Angkor hace unos 1.000 años. Un exceso de confianza sin reparar en el respeto al medio natural que disponía los cimientos necesarios para prosperar terminó con la ciudad hidráulica más importante de la historia. Una lección de humildad de la naturaleza. La que siempre sigue su curso y un milenio después vuelve a avisar para no repetir los errores del pasado.
