La temperatura o las concentraciones de gases de efecto invernadero no han sido las únicas protagonistas del último informe desplegado por el IPCC, sino que también el agua ha tenido una posición relevante. Aquí os repasamos qué podemos esperar del agua en un mundo gobernado por el cambio climático



La actividad volcánica, los ciclos orbitales, la radiación solar… Son muchos los factores naturales que pueden influir en el sistema climático terrestre, pero ninguno de ellos podría definirse como un principal autor del crimen climático que está viviendo nuestro planeta.
Para encontrar el responsable de esta atrocidad habría que mirar precisamente hacia el otro lado, al artificial y humano, al tener éste las claves que unen las piezas de este llamativo rompecabezas planetario. No lo dice el destino, sino las conclusiones del Primer Grupo de Trabajo del Sexto informe de Evaluación del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC), que afirman con una “alta confianza” que es “inequívoco decir que la influencia humana ha causado el cambio climático”.En sus líneas se pueden leer afirmaciones tan rotundas como que las concentraciones de gases de efecto invernadero emitidas desde alrededor de 1750 han calentado poco a poco nuestro planeta hasta alcanzar 1,09 grados Celsius en comparación con la temperatura anterior a la revolución industrial, teniendo 1.07 °C firma totalmente humana.
También afirma que, con el actual ritmo de emisiones, la temperatura global aumentará 2,7°C a finales de siglo con respecto a la media de la era preindustrial. Para encontrar un escenario similar, habría que retroceder unos tres millones de años en el tiempo.
Sin embargo, el cambio climático no solo actúa como una suerte de sinónimo de alteraciones en el clima o alta concentración de gases de efecto invernadero, sino que también lo es de cambios en la propia agua al presentarse este recurso como “el principal componente de ese sistema climático transformado por la acción humana”. De ella, en su informe extraen una serie de claves:
Más lluvias, pero menos eficientes
Los más de 200 expertos del Primer Grupo señalan en primera instancia que su ciclo se ha visto alterado por lo menos desde 1980 por el incremento de las temperaturas, manifestándose, sobre todo, en un aumento de las precipitaciones sobre la tierra en las latitudes más altas del hemisferio norte desde 1950.
A nivel mundial, los expertos estiman que las precipitaciones pueden incrementarse para el 2100 hasta un 2,4%, aunque todo dependerá de los escenarios de emisiones en los que nos movamos, ya que, en el más reducido de ellos, las lluvias podrían incrementarse como mínimo un 1,5%, mientras que en el escenario más pesimista podríamos estar hablando de un 12,9%.
Ahora bien, este exceso de lluvias se vería empañado por la evapotranspiración, es decir, esa cantidad de agua que se devuelve a la atmósfera como consecuencia de la propia evaporación y de la transpiración de las plantas. Tales procesos han aumentado la cantidad de vapor de agua en la atmósfera desde 1980 y han reducido la presencia del líquido elemento en el suelo, ampliando notablemente el riesgo de sequías y desertificación.


En este sentido, señala al Mediterráneo como una de las regiones que más van a sufrir este efecto y, por lo tanto, a ver sus tierras encaminadas hacia un destino marcado por una aridez adulterada, del mismo modo que pasará en la cuenca del Amazonas, América del Norte o el sur de África.
En España, las precipitaciones no van a ser más abundantes sino todo lo contrario ya que las proyecciones apuntan hacia una reducción de ellas. Al mismo tiempo, la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet) ya habló de un notable aumento de la demanda evaporativa, por lo que advirtió que el rendimiento del agua se verá mermado en consecuencia: «En el pasado, 30 litros de agua tenían mucho más rendimiento en España. Ahora se necesita mucha más cantidad de ese recurso, que es más escaso, para obtener los mismos beneficios», explicó a agencia.
Las lluvias sufrirán alteraciones espaciales y espaciales, creando regiones secas que reciban lluvias abundantes en determinados puntos del año
En este sentido saca a relucir la creciente tendencia al alza en el número de ciclones y huracanes, que además están alimentados por el incremento de las temperaturas oceánicas. La Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica (NOAA) de los Estados Unidos, por ejemplo, ya se hizo eco de esta inclinación cuando actualizó sus estadísticas de huracanes sobre el Atlántico.
Según sus datos, las tormentas con nombre han pasado de una media 12 en el periodo 1981 – 2010 a 14 para el periodo 1991 – 2020. Los huracanes han hecho lo propio de seis a siete, mientras que los huracanes con categorías tres o superior siguen estancados en tres.
Hielo en retroceso, océanos en aumento
Dadas sus propiedades, el agua adquiere distintas formas en nuestro planeta. Por ello, su estado gaseoso no ha sido el único que se ha mirado con lupa, sino que también la criosfera ha recibido una especial atención por parte de los expertos.
En un anterior informe especial, autores del IPCC advirtieron del rápido deterioro de esta capa helada del mundo, con especial puntualización en los glaciares al ser estos los grandes almacenes de agua de los que dependen millones de personas en el mundo.
Con el nuevo documento, algunas de esas conclusiones se vuelven a exponer, dejando constancia de habría que retroceder 1.000 años en el tiempo para ver las caídas veraniegas en la extensión del hielo marino ártico actuales, y 2.000 años para vivir un retroceso de glaciares similar.


De acuerdo con sus proyecciones, la extensión hielo del ártico podría descender por debajo del millón de kilómetros cuadrados al menos una vez para el 2050, independientemente del escenario de emisiones del que estemos hablando. Si lo hacemos del más pesimista, para finales del siglo los veranos árticos estarán totalmente libres de cualquier indicio de hielo marino.
El año pasado, la cifra del hielo marino ártico llegó a un mínimo de 3,74 millones de kilómetros cuadrados. Una cifra equivalente a algo más de siete veces España, lo que parece una superficie notable. Pero pequeña, si se tiene en cuenta que en décadas pasadas el hielo en verano cubría hasta siete millones de kilómetros cuadrados.
Con total probabilidad, por cada grado de calentamiento que suframos, el permafrost presente a tres metros por debajo de la superficie promete retroceder hasta un 25% en comparación con los volúmenes actuales. Se trata de una noticia nefasta si tenemos en cuenta que encierran enormes cantidades de metano (CH4), un gas de efecto invernadero con una capacidad 23 veces superior para calentar la tierra que el CO2, que podría desatar un punto de inflexión.
En este sentido, sacan a relucir el caso de la capa de hielo de Groenlandia, que entre 1992 y el 2020 perdió aproximadamente 4.890 gigatoneladas de hielo. Tal ritmo hará llegar a un punto de inflexión a Groenlandia a partir de la segunda mitad de este siglo.
La historia se repite en los glaciares que en el mejor de los casos podría perder hasta 18% de su masa actual a lo largo del siglo. No obstante, en un escenario pesimista, la cifra podría elevarse aproximadamente hasta el 80%.


El último bastión de hielo, la Antártida, también ha estado perdiendo su hielo de forma continua en determinadas regiones, aunque en este apartado el IPCC señala que existen pocas pruebas de que haya sido provocado por el forzamiento antropogénico. Asimismo, de su hielo marino estiman que no sufrirá grandes cambios por lo menos durante este siglo.
Y después del sólido y gaseoso, solo queda hablar de su estado líquido, poniendo el foco en los océanos, al ser estos los grandes depósitos de agua en nuestro planeta. De ellos, el IPCC destaca que su nivel medio aumentó entre 1901 y el 2018 unos 0.2 metros y se espera que siga creciendo, como máximo, hasta los dos metros para el 2100.
Si se sigue extiendo la línea temporal, la cifra podría acercarse hasta los cinco metros en 2150, siempre teniendo en cuenta escenarios de emisiones altas. De hecho, y en cualquier caso, afirman que “el nivel del del mar está comprometido a aumentar durante siglos a milenios debido a la persistencia de la profundidad del calentamiento de los océanos y el deshielo de las capas de hielo, permaneciendo elevados durante miles de años”.
“En los próximos 2000 años, el nivel medio global del mar aumentará entre dos y tres metros si el calentamiento se limita a 1,5°C, entre dos y seis metros si se limita a 2°C y de 19 a 22 metros con 5°C de calentamiento”, afirma desde el IPCC.
Los escenarios más esperanzadores son, sin embargo, una utopía para el IPCC, que cree que la ansiada meta de los 1,5°C se verá incumplida en las próximas dos décadas. Para alcanzar la meta de los 1,5°C propuesta tras el Acuerdo de París, la humanidad deberá ceñirse a corto plazo en un escenario de muy bajas emisiones, y aun así cabría la posibilidad de que se lograse superar el umbral durante algunos años.
La Tierra y el agua que posee podrá seguir cambiando, pero la pregunta es ¿Podremos hacer nosotros lo mismo? Solo el tiempo lo dirá.