Tras años de excesos en los acuíferos y sequías, el Valle de San Joaquín, en California, se ha ido poco a poco hundiendo en la tierra, teniendo a Corcoran como epicentro. En esa ciudad, proclamada como la capital agrícola del estado, la altura ha disminuido más de 3 metros en 14 años



Las granjas y los extensos campos de cultivo han hecho de Corcoran la capital agrícola de California, una ciudad próspera tejida por los frutos de la tierra que, sin embargo, parece estar engullida por ella. Y es que, según los datos satelitales de la NASA, durante los últimos 14 años la urbe se ha hundido casi tres metros y medio.
En muchos lugares de la ciudad, la altura tragada por el suelo es parecida a la altura de un piso y similar a la que estiman que se hundirá durante los próximo 11 años. Ahora bien, Los estragos de este desvanecimiento no se manifiestan en roturas de edificios o en el resquebrajamiento de otras infraestructuras, sino más bien en el dinero público y, sobre todo en el agua, porque más que un problema de tierra, Corcoran sufre un problema hídrico.
La ecuación parece resolverse sola: en Corcoran y otras partes del Valle de San Joaquín, la tierra ha disminuido de manera gradual pero constante principalmente porque las empresas agrícolas han bombeado agua subterránea durante décadas para regar sus cultivos, según el Centro de Ciencias del Agua de California del Servicio Geológico de los Estados Unidos (USGS).
“Es como una serie de pajitas gigantes que succionan el agua subterránea más rápido de lo que la lluvia puede reponerla”, relata la hidróloga Anne Senter.
Es difícil de estimar la cantidad de agua extraída en toda la región, pero los expertos advierten que ha sido de tal magnitud como para constituir lo que se conoce como “Corcoran Bowl”, un área que se extiende por casi 100 kilómetros que se hunde como un cuenco y que tiene a Corcoran como base.


Jay Famiglietti, ex científico senior del Laboratorio de Propulsión a Chorro de la NASA, ayudó a descubrir esta suerte de cuenco y advirtió sobre hundimientos severos en el área basándose en imágenes satelitales desde 2009. De hecho, desde ese momento, los expertos de la NASA no pararon de estudiar el hundimiento de la región mediante el uso de tecnología de radar y satélite.
“La escala del cuenco gestada a partir del bombeo es grande y esa puede ser la razón por la que la gente no la percibe. Pero un análisis cuidadoso descubriría que hay una gran cantidad de infraestructura potencialmente en riesgo «, comentó Jay Famiglietti,
La única señal de peligro se manifestó en el 2017 en un dique cercano a la ciudad que amenazaba por colapsar debido a un hundimiento estimado en dos metros desde 1983. Arreglar aquel desperfecto costó a los habitantes de la ciudad 10 millones de dólares que se sumaron a millonarios gastos de la ciudad para sostener la industria agrícola con ayuda de maquinaria de bombeo de agua.Este año, de nuevo la falta de agua se ha hecho presente en la ciudad por la prologada sequía que sufre el estado, agravada según los expertos por el cambio climático, que ha trasformado el cuenco en un vasto campo de polvo marrón.
De este modo, Corcoran se encuentra ahora en medio de un círculo vicioso: con sus suministros de agua limitados, los operadores agrícolas se ven obligados a bombear más agua subterránea, lo que a su vez acelera el hundimiento de la ciudad.
Pocos habitantes se han pronunciado en contra del problema, lo que no es sorprendente, ya que la mayoría trabaja para las mismas grandes empresas agrícolas que bombean agua subterránea.


«Tienen miedo de hablar en su contra porque si lo hacen perderán su trabajo», señala Raúl Atilano, vecino octogenario de Corcoran. Este lugareño pasó años trabajando para uno de los productores de algodón más grandes del país, JG Boswell, cuyo nombre se ve en miles de bolsas de tela rellenas de algodón que se ven apiladas por la ciudad.
«No me importa», agrega con una sonrisa. «Llevo 22 años retirado».
A medida que las grandes operaciones agrícolas se han mecanizado e industrializado cada vez más, requiriendo cada vez menos mano de obra local, los propios habitantes de la ciudad se han hundido en una depresión económica y psicológica debilitante.
Un tercio de la población hispana mayoritaria de la ciudad vive ahora en la pobreza. Las tres salas de cine que alguna vez dieron vida a la urbe han cerrado sus puertas. Ahora, muchos de ellos solo sueñan con aquel pasado en el que el agua era el capitán de sus vidas.
