El pobre estado de la reserva hídrica este otoño en gran parte de España es una prueba más de la necesidad de utilizar fuentes de agua alternativas, como la desalinización, para asegurar el abastecimiento presente y futuro, especialmente en la agricultura



Este otoño, gran parte de España mira el cielo. La falta de lluvias en octubre y en noviembre ha agravado la situación de los embalses españoles, que la semana pasada se situaban un 26,07% por debajo del volumen medio de los últimos diez años, con casi un 17% menos de agua que hace doce meses. Pero esta situación no se debe solo a las pocas precipitaciones en otoño. De hecho, el pasado curso hidrológico, cerrado en septiembre, la lluvia ha estado un poco por encima de la media histórica con 656 mm, según aparece en el Boletín Hidrológico Nacional. Es decir que, aunque llueva la cantidad habitual, el estado de la reserva hidráulica no remonta.
Esto se debe en parte al cambio climático: al aumentar las temperaturas, la evaporación del agua embalsada es un problema cada vez mayor, especialmente en verano. Además, el calentamiento global también provoca cambios en los patrones de precipitación que provoca lluvias más intensas y localizadas, reduciendo la capacidad de absorción tanto del medio natural como de las infraestructuras construidas por el hombre. En concreto, la temperatura del aire del mar Mediterráneo ha aumentado en 1,54 grados centígrados en comparación con los niveles preindustriales.
Este cambio en el clima, junto a otros factores, a ya ha provocado que las precipitaciones se reduzcan entre el 10% y el 15% en algunas áreas, una cifra que se incrementa hasta el 30% en regiones del sur de Europa como España, especialmente entre primavera y verano. Y la situación podría ir a peor. Un estudio reciente de la Unión por el Mediterráneo advierte de que, con las políticas actuales y sin medidas adicionales, la temperatura regional aumentará 2,2 grados en 2040 y las olas de calor serán más agresivas que en otras partes del mundo.
Sin embargo, los cambios meteorológicos no afectan a todo el territorio español por igual y causan problemas especialmente graves en el litoral mediterráneo, donde se añade un desafío añadido: la tradicional alta demanda de agua de la zona, motivada en gran medida por la agricultura, aunque también por la alta presión turística. En España hay 3,7 millones de hectáreas en regadío, de forma que el país es el primer exponente de Europa en este modelo agrícola. Aunque gracias a avances tecnológicos como la digitalización o el riego localizado se ha logrado en los últimos diez años una reducción del 15% de consumo de agua por hectárea, también se ha incrementado la superficie total, por lo que la demanda sigue siendo alta.Ante el estrecho margen de actuación y las consecuencias de sobreexplotar un recurso escaso en la zona, la desalinización se ha convertido en una herramienta imprescindible con la que hacer frente a este desafío importante no solo para España y el litoral mediterráneo sino para muchas zonas del mundo. De hecho, en Israel, un país con condiciones climáticas similares a los del sur de la península, ya se obtiene la mayor parte del agua potable de cinco enormes plantas desalinizadoras y espera que ese porcentaje suba hasta el 90% con la construcción de otras dos.
España, referente en desalinización
Sin embargo, no hace falta irse al otro lado del Mediterráneo para encontrar un país líder en materia de desalinización: España es uno de los países del mundo que más agua desalada produce. Según la Asociación Española de Desalación y Reutilización (AEDyR), nuestro país es actualmente el cuarto del mundo en cuanto a capacidad instalada con más de 5.000.000 de m³/día de agua desalada para abastecimiento, riego y uso industrial, sólo por detrás de Arabia Saudí, Estados Unidos y Emiratos Árabes Unidos. Esto quiere decir que, si se utilizaran a pleno rendimiento las 765 plantas desalinizadoras repartidas por todo el país, se podría atender a prácticamente todo el consumo doméstico de España.
En cualquier caso, si bien el principal uso que tiene el agua desalada es el abastecimiento, los usos industriales y agrícolas no son despreciables, por lo que el potencial de las plantas desalinizadoras es mucho mayor que su actual uso. Y eso que, en España, el uso del agua desalada para riego agrícola es bastante destacable respecto al de otros países y se ha extendido mucho más y antes que en otros lugares del mundo, representando ya el 21% del consumo total.
Además, el agua desalada es un elemento clave para el turismo, cuyos usuarios consumen mucha más agua a nivel medio que un ciudadano normal: mientras que un ciudadano consume de media 132 litros al día, el gasto medio por turista oscila entre 450 y 800 litros al día, dependiendo de la estación del año y de la zona que visita. La suma de esta alta demanda y la situación climática motiva de hecho que en dos de los destinos más visitados de España, Islas Baleares e Islas Canarias, las plantas desalinizadoras sean un asunto estratégico. En el archipiélago canario, el abastecimiento de agua está de hecho garantizado gracias a ellas, incluso en situaciones de grave sequía o erupción volcánica.


Por otro lado, en Ibiza, el suministro de agua producida en las plantas desaladoras de la isla superó por primera vez a los acuíferos en 2019, con una producción de 10,7 hectómetros cúbicos frente a 8,4. En comparación, en el año 2000, el consumo de agua subterránea era de 10,9 hectómetros cúbicos, mientras que el de desaladora se situaba en sólo 3,8. Es decir que, además de asegurar el abastecimiento para una población cada vez mayor, el aumento de la capacidad de producción de agua desalada está teniendo enormes beneficios ambientales para la isla en forma de reducción en la presión sobre los acuíferos, que son elementos imprescindibles para la biodiversidad y el buen funcionamiento de los ecosistemas locales.
En este sentido, un aumento en la capacidad de desalinización podría traer importantes beneficios a otras zonas muy dependientes de acuíferos y con una gran presión turística y agrícola, como la Costa del Sol malagueña o la huerta que se extiende entre Alicante, Murcia y Almería. Y es que, aunque muchas localidades de estos territorios ya recurren a menudo a esta fuente independiente de las vicisitudes climáticas, el avance del calentamiento global hace imprescindible una apuesta aún mayor por la desalinización para asegurar la viabilidad de sectores clave y garantizar la resiliencia de sus poblaciones.
Tecnología y reducción de emisiones
En cualquier caso, para asegurar el futuro de la desalinización es imprescindible apostar por las alianzas y la colaboración público-privada como modelo de desarrollo. Y es que hablamos de un proceso complicado con un alto componente tecnológico que exige tanto inversiones como innovación y conocimiento técnico, lo que se traduce en la necesidad de sumar a un diferentes actores. En la actualidad, la desalación supone unir a administraciones, ingenierías, diseñadores, constructores, operadores, suministradores y centros de investigación en torno a un solo objetivo común: lograr un agua desalada segura que cada vez sea más eficiente y económica de producir.
A día de hoy, en España, el camino más recorrido para “limpiar” esta agua es la osmosis inversa, aunque existen otros, como evaporación, que demanda mucha más energía. Además, las aguas desaladas generalmente tienen una dureza y alcalinidad bajas, con un marcado carácter agresivo, por lo que requieren un tratamiento posterior para adecuarlas al consumo humano, que dependerá del método de desalación realizado y la calidad obtenida. En general, se dividen en cinco grandes métodos: eliminación de CO2 o descarbonatación, mezcla de aguas, intercambio iónico, acondicionamiento químico y desinfección.


Es decir, hablamos de procesos complejos e intensos en recursos y energía que requieren por tanto de investigación e innovación para mejorar la eficiencia de la desalinización en los próximos años, especialmente si tenemos en cuenta que su papel será cada vez más importante en un contexto de cambio climático como el actual. En este sentido, en 2021, los principales actores del sector, agrupados en AEDyR ANESE (Asociación Nacional de Empresas de Servicios Energéticos), han presentado un manifiesto de interés ante el MITECO para lograr la reducción de la huella de carbono e incrementar la eficiencia energética y ambiental de la desalinización.
Mediante este manifiesto, AEDyR asume el papel de promover un uso adecuado de la desalación de agua de mar y aguas salobres y de la reutilización de aguas residuales regeneradas, contribuyendo así a la gestión sostenible de los recursos hídricos. Entre las medidas que esperan impulsar en los próximos años están el uso de recuperadores de energía tanto en agua de mar como salobre, la instalación de variadores de frecuencia en bombeos principales, la creación de membranas de ósmosis inversa más eficientes o el incremento en la implementación de energías renovables, además del imprescindible fomento de la investigación y desarrollo de nuevas tecnologías menos demandantes de energía.
Según el diccionario de la RAE (Real Academia Española) desalar se define como Quitar la sal a algo, como a la cecina o al pescado salado, mientras que desalinizarQuitar la sal del agua del mar o de las aguas salobres, para hacerlas potables o útiles para otros fines. Es decir, ambos términos son correctos, pero es más específico y preciso utilizar la palabra desalinización a la hora de referirse al proceso tecnológico de potabilización del agua de mar.
Sin embargo, desalación parece ser bastante común en España. Al fin y al cabo, es la palabra desalación —y no desalinización— la que forma parte del nombre Asociación Española de Desalación y Reutilización. En cualquier caso, desalinización, además de ser un término más preciso, es utilizado ampliamente en América del Sur y entre la comunidad técnica de habla hispana a nivel global.
