“No lo llamen Mar de Aral, llámenlo Aral Kum, el desierto de Aral. El Mar de Aral ya no existe ni volverá a existir. Ahora lo que tenemos es arena y sal que tenemos que retener, porque los vientos esparcen este polvo sobre los pueblos, los cultivos y la gente de alrededor y están destruyendo la prosperidad”.
Lo dice el doctor Zinovy Bogganovich, un experto uzbeco en restauración ecológica, mientras toma entre sus manos un puñado de fina arena seca llena de conchas y costra de sal y lo desmenuza ante nuestros ojos. Cada kilo de ese sustrato lleva 150 gramos de sal. Y una cantidad adicional de otro material: restos de pesticidas, herbicidas y fertilizantes fabricados con la tecnología soviética de los años 60. Un cóctel corrosivo.


Estamos de pie, al sol y el frío de la estepa asiática, pisando la base de lo que hasta ayer era el cuarto lago más extenso del mundo, 70.000 kilómetros cuadrados de agua, dos veces mi Extremadura natal. Al final de la última glaciación, hace 20.000 años, esta depresión asiática se llenó de agua. Ahora ya no queda nada. Bastaron apenas cuatro décadas para secarla.
En el punto donde nos encontramos, hace solo tres décadas había 40 metros de columna de agua. En los años dorados, se extraían 10.000 millones de toneladas anuales de pescado de este mar interior y salado y 60.000 personas vivían de la pesca. Un vergel de agua y marismas en el reseco centro del continente asiático. Lejos, muy lejos, están los viejos pesqueros soviéticos, varados y herrumbrosos sobre la orilla de una costa que ya no existe. Los antiguos muelles miran hacia la nada suspendidos en el aire y los norays atan barcos naufragados en el vacío.
En los años dorados, se extraían 10.000 millones de toneladas anuales de pescado de este mar interior y salado y 60.000 personas vivían de la pesca
El pequeño grupo internacional de periodistas mira perplejo el paisaje. Hemos llegado hasta aquí sobrevolando decenas de kilómetros de arenales en un moderno helicóptero Boeing de la Fuerzas Aéreas de Uzbekistán. No hay carreteras, no hay gente, no hay nada, no hay forma de llegar hasta aquí si no es por el aire. Estamos en un sitio que no existe, o que no existía. Porque hasta hace poco todos los mapas del mundo ponían aquí una lámina azul de agua. Ahora hay un paisaje lunar, onírico… y tóxico.


Acudimos invitados por el gobierno uzbeco para conocer los trabajos que se están llevando a cabo para reforestar la zona y participar en la conferencia internacional Aral Sea Region – Zone of Environmental Innovations and Technologies que pretende impulsar una mejor gobernanza del agua en la región y restaurar ecológicamente el fondo del mar. Porque para sorpresa nuestra, nadie está hablando de volver a llenar de agua el fenecido Mar de Aral, sino en solucionar el problema que suponen las arenas de su lecho ahora expuesto al aire.
Muchos hemos llegado pensando en escribir la historia que teníamos ya en la mente. “El Mar de Aral desaparece”, “El Mar de Aral agoniza” … dicen los titulares desde hace años y era lo que entendíamos que íbamos a ver y desarrollar. Pero son noticias viejas. La historia es otra. A veces los enviados especiales tenemos que dar la vuelta al artículo que ya llevamos en mente. Nada de lo consultado previamente vale. Hay que cambiar el chip. La realidad es mucho más rotunda y basta con venir a comprobarla en persona.
No, el mar de Aral no está desapareciendo. El mar de Aral ha desaparecido ya. Ahora es Aral Kum, el desierto de Aral. Bogganovich nos lo lleva mostrando todo el día por tierra, aire y … mar desaparecido. No hay nada como venir a los sitios para descubrir historias en estos tiempos de corta y pega, para ver realidades por ti mismo que internet no te da. Me alegro de ser reportero. Me gusta estar aquí, aunque me gustaría no tener que contarlo.






Aral es un desierto, no un mar. Es un desierto recién nacido en una de las zonas del mundo con más historia, comercio y agricultura de la humanidad. Uno de los grandes oasis de la Ruta de la Seda. Lo que se está haciendo ahora es intentar que el daño no vaya a más. Las tormentas levantan la capa de fina arena, sal y residuos químicos del fondo y esparcen ese material a lo largo de cientos de kilómetros, matando el terreno y ocasionando problemas respiratorios y de salud entre la población.
Ha habido episodios en los que el difunto Aral ha cubierto con 10 centímetros de depósitos ciudades como Askabán, situadas a cientos de kilómetros. Algunas fuentes aseguran que este polvo se ha podido detectar en lugares tan remotos como Noruega.
Zinovy Bogganovich, un ingeniero agrícola recio como un roble y fuerte como un oso, nos habla a toda velocidad en ruso, indignado y encendido, sin que el intérprete tenga tiempo de traducirnos. Es la persona designada por el gobierno de Uzbekistán para luchar sobre el terreno contra el efecto más urgente de la destrucción del Mar de Aral: las tormentas de arena. Es un desastre ecológico que se desea parar cuanto antes.
Porque el problema no es la desaparición de un mar. Si no la creación de una bomba de arenas tóxicas del tamaño de Castilla-La Mancha (70.000 kilómetros cuadrados) en una zona del mundo donde el hombre ha cultivado tierras desde hace milenios.
En el último año Uzbekistán ha movilizado a miles de soldados y cientos de máquinas para llevar a cabo una tarea descomunal. Reforestar buena parte de ese fondo del mar. Emplean para ello plantas y arbustos de escaso porte adaptados a la sal y la sequía. Variedades vegetales propias de sistemas dunares o de orillas del mar. El objetivo es uno: fijar las arenas.



A un metro bajo el el suelo, el acuífero aún tiene agua. Es hipersalina, pero determinadas especies, como las del género Salicornia, medran en ese ambiente y hasta prosperan cuando sus raíces alcanzan la longitud necesaria.
El gran proyecto de la URSS
La misión es tan descomunal, reverdecer el fondo del mar, como la que produjo el desastre que tenemos ante nuestros pies: secar un mar para irrigar un desierto.
Todo comenzó a finales de los años 50, cuando la Unión Soviética puso en marcha un gigantesco plan de regadíos para convertir estas áridas llanuras de la estepa asiática en su gran centro productor de algodón. Planes quinquenales, mano de hierro, movilización de recursos, desarrollismo comunista, la técnica al servicio de la idea… Fue el cóctel perfecto. En ningún lugar como en la Unión Soviética se han dado las condiciones para llevar el afán de progreso tecnológico hasta la peor de sus consecuencias sobre los ecosistemas.
En ningún lugar como en la Unión Soviética se han dado las condiciones para llevar el afán de progreso tecnológico hasta la peor de sus consecuencias sobre los ecosistemas.
Moscú trazó unas líneas en el mapa, lanzó un plan de producción y desplazó a decenas de miles de personas, entre ellos los mejores ingenieros de su generación. La idea era clara. Drenar los dos grandes ríos que recorren Asia Central, el Sir Daria (2.450 kiómetros) y el Amu Daria (2.394 kiómetros), y verterlos sobre el desierto.
Fue una obra mastodóntica y dilapidora en recursos hídricos y humanos. No hacía falta invertir en sistemas de riego eficiente, sino que bastaba con bañar por inundación campos que en verano alcanzan los 40 grados y donde las lluvias de 90 mm al año son la mitad que en Almería. La evaporación en esas condiciones es descomunal.
Tampoco se levantaron canales de obra para conducir el recurso. El agua corría por enormes zanjas excavadas directamente en el suelo poroso. Más del 70% del volumen hídrico se perdía por infiltración o evaporación antes de llegar a los nuevos cultivos.
La URSS obtuvo sus cosechas de algodón y pudo presumir de ellas ante el competidor americano. Pero el coste fue altísimo. En la década de los 80, ya se hizo evidente que el Mar de Aral estaba perdiendo volumen de agua embalsada y cota superficial. En esos años, el mar colapsó ecológicamente. El agua se hizo aún más salina, los peces murieron y toda la flota pesquera desapareció. A finales del siglo XX, con la Unión Soviética ya desaparecida, la merma se hizo evidente a ojos de satélite. Al llegar el siglo XXI, el mar de Aral ya estaba listo para sentencia.
Tras la caída del régimen soviético, el territorio quedó dividido en cinco nuevos estados, Kazastán, Ubezkistán, Turkmenistán, Tajikistan y Kirguistán. También forma parte de la cuenca del Aral la remota y convulsa Afganistán. Esto hizo mucho más difícil aun acometer medidas para frenar la catástrofe. Cada país heredero de la URSS tenía sus canales y sus cultivos. Desde entonces no han hecho más que sucederse iniciativas para la gestión de una cuenca conflictiva que abarca cuatro Españas y más de media docena de estados.
«Desde la caída de la URSS se han sucedido iniciativas para la gestión de una cuenca conflictiva que abarca cuatro Españas y más de media docena de estados»
Mucho antes de que se pudiera actuar, el Mar de Aral se había esfumado. Quedó dividido en dos pequeños lagos. Uno al norte, alimentado por el Sir Daria, y otro al sur, regado por lo poco del Amu Daria que aún lograba llegar a la desembocadura interior.
En los años recientes, una presa de urgencia realizada al norte por Kazastán ha servido para contener las aguas del Sir Daria que llegan a la vieja desembocadura del norte, impidiendo que fluyan hacia el sur y se vacíen en vano en la llanura desértica donde el sol las agota. Porque el problema es la evaporación. Las condiciones climáticas de la zona son tales que el calor del estío vaporiza el agua.
El Aral sólo podía mantenerse por una cuestión de inercia térmica. Era tal su volumen, acumulado en épocas geológicas remotas, que la insolación de los meses de verano no era capaz de terminar con el agua que los ríos le traían desde montañas lejanas. Llegado a un punto de no retorno, el intercambio entre aporte de agua y evaporación se hizo negativo.
Llegado a un punto de no retorno, el intercambio entre aporte de agua y evaporación en el Mar de Aral se hizo negativo
Los hidrólogos descubrieron, allá por el 2001, cuando el nivel del mar bajó 20 metros, que el destino del Aral ya estaba dictado. No habría nada que pudiera contener su deshidratación. El aporte anual no era capaz de suplir la pérdida debida a la insolación. El Mar de Aral se había partido en dos lagos sin conexión entre ellos. La desecación continuó. En 2014, el lóbulo este del antiguo lago se esfumó por completo. Sólo permaneció el lado norte, mantenido por el dique de cemento que impedía que las aguas se perdieran en la nada.
Desde entonces lo que queda del antiguo mar de Aral evoluciona de un año a otro. Pero incluso en la mejor de las temporadas queda reducido a dos lagos menores, separados entre ellos y que no llegan ni al 10% de la superficie original y a un volumen aún mucho menor del agua que contuvo.


Otra de las consecuencias de la desecación del Mar de Aral es que ha modificado el microclima de la zona, que se ha hecho más extremo. La presencia de la gran masa de agua hacía que la temperatura fuera más suave en invierno. Y en verano la evaporación generaba un ambiente más húmedo. Ahora los inviernos son más fríos y los veranos tórridos. ¿Cuánto? Hablamos de un clima de extremos. Continental y desértico. Cuando el Mar de Aral existía, sus aguas estaban heladas cinco meses al año. En verano, su superficie ardía a temperaturas diarias de 40 grados. Ahora, es peor. El agua tiene un efecto benéfico que solo se echa de menos cuando se pierde.
La muerte del Mar de Aral
El Mar de Aral era un mar interior. Un lago salado situado en el fondo de una cuenca endorreica que se alimentaba exclusivamente del agua que el Sir Daria y el Amu Daria transportaban hasta la cubeta fluvial desde sus fuentes, a 2.500 kilómetros de distancia, en las montañas nevadas del Thiam Sam y del Pamir. Estas altas cumbres son los arrabales del Himalaya. Con 7.000 metros de altura y sus eternas nieves alimentan de agua de deshielo el reseco páramo que las continúa.
Para explicar lo sucedido en Aral hay que entender la geografía de una tierra que supera las dimensiones de nuestra modesta Península Ibérica. La cuenca del Aral es un enorme terreno desértico, varias veces España, con un clima continental extremo, sin apenas lluvias. Este páramo está recorrido, de forma milagrosa, por dos grandes ríos. Las similitudes entre el Nilo o el Níger en África son evidentes. Porque igual que esos dos grandes cauces africanos han alumbrado la agricultura y la civilización, el Sir Daria y el Amu Daria han enriquecido los oasis de la Ruta de la Seda desde hace milenios y han tejido una rica cultura agrícola y comercial alrededor.
Las míticas ciudades como Samarcanda (Uzbekistán) basaron su éxito en la apertura al comercio y en la fertilidad de sus campos. Eran el punto de aprovisionamiento de todas las caravanas. Su prosperidad residía en la capacidad de dar recursos allá donde no los había de forma fácil. Los oasis de la ruta de la seda son fruto de la tecnología agrícola y un un ejemplo de globalización primigenia, centros de aprovisionamiento basados en su excelencia en la gestión de la escasez.


Los vegetales de Asia y el Mediterráneo han pasado por este cruce de caminos durante siglos, yendo y viniendo y dispersando cultivos entre Asia y Europa. Sandías, melones, albaricoques, melocotones, cítricos, pistachos, almendras, garbanzos, lentejas, berenjenas y todas las verduras imaginables no llegadas de América han tenido su centro de diseminación entre Oriente y Occidente en los oasis de la Ruta de la Seda regados por el Sir Daria y el Amu Daria.
La diversidad de esos cultivos todavía pueden verse en los mercados y restaurante de Uzbekistán, donde la enorme variedad de cultivares que uno puede llevarse a la boca muestra aún la riqueza de un milenario legado campesino que aún no ha sido destronado por la agricultura comercial. Hay más variedades de almendras o melones en un puesto de mercado uzbeco que en todo Mercamadrid.
Este tejido cultural, comercial y milenario fue en gran parte arrasado por la URSS. De la noche a la mañana todo se transformó en una palabra: ALGODÓN. Una ciega faena de extensión agraria cambió los pequeños huertos y la variedad de explotaciones seculares de subsistencia particular por monocultivos del exigente cultivo de fibra textil. El río Oxus que Alejandro Magno cruzó maravillado por su fertilidad se convirtió en el abastecedor de algodón de Stalin y Kruschev.
Moscú destruyó un entramado productivo y comercial exitoso y una forma de adaptación milenaria a las condiciones biogeográficas de la región. Porque en los oasis de Samarcanda no sobra el agua. Solo corre por ella y las diversas culturas la habían usado con cuentagotas. Moscú alteró todo. El Soviet Supremo cambió una adaptación tan vieja como el mundo por una globalización sui generis que puso Asia Central al servicio de los planes productivistas del Politburó. La fantasmagoría duró 30 años. Lo que se tarda en secar un lago interior.
Dadas las condiciones del Sir Daria y el Amu Daria, no hay apenas forma de extraerle recursos más allá de los que convencionalmente habían hecho las civilizaciones de la zona, adaptadas al terreno.
«Moscú destruyó un entramado productivo y comercial exitoso y una forma de adaptación milenaria a las condiciones biogeográficas de la región»
Lo explica Abror Gafurov, un científico ubzeco que lleva 20 trabajando en el German Research Centre for Geosciences de Postdam, en Alemania: “Los recursos hídricos del Sir Daria y el Amu Daria se forman en su mayor parte en las montañas, por la fusión de la nieve y de los glaciares. Las mediciones que hemos llevado a cabo muestran que desde los años 70 las aportaciones del deshielo han bajado un 70 %, afirma el hidrólogo.
“Además, los patrones muestran un cambio radical en la aportación de recursos hídricos. Hasta ahora, la época de más descarga glaciar coincidía con el verano, momento de mayor demanda de riego. Sin embargo, con el aumento de temperaturas, las nieves eternas se derriten antes, en primavera, y fluyen cuando no se pueden aprovechar”, explica.
“Tenemos que hacer el trabajo científico para modelizar y saber cuánta agua vamos a tener en 30 o 40 años, pero es evidente que cada vez habrá menos y es impensable que vaya a haber la suficiente para abastecer las demandas crecientes de la población y, además, para recuperar el difunto Mar de Aral”, afirma Gafurov.


La única fuente de recursos que el científico espera obtener en el futuro es la que vengan de la eficiencia, no de las lluvias, que no existen en la zona, ni los hielos, que están en disminución: “Ahora mismo, el 50% o 60% del agua que se destina a la agricultura se pierde antes de llegar a la planta, porque se filtra o evapora por los sistemas de conducción de agua. Sólo con que pudiéramos evitar esas pérdidas tendríamos una enorme cantidad de recursos que podrían llegar de nuevo al antiguo Mar de Aral”, afirma. No lo bastante para rellenarlo de nuevo, explica, pero sí lo suficiente para recuperar un pequeño ecosistema de delta interior en su desembocadura. Algo similar a lo que es el delta del Okavango al sur de África, concluye.
Conferencia internacional de la ONU
Recuperar unas condiciones mínimas de salud pública en la región, implementar medidas de eficiencia hídrica y conseguir estabilidad geopolítica son las metas que se ha marcado la ONU para esta región, a la que considera ejemplo de las tensiones del cambio climático. En 2017, cuando llegó al cargo, el secretario general de Naciones Unidas, el portugués António Guterres, visitó las mismas orillas del Aral donde me encuentro para señalar esta zona como el ejemplo paradigmático de los retos que el calentamiento global va a generar.
«No hay opción realista de devolver el mar de Aral a su estado anterior. Todo lo que podemos hacer es preservar ciertas partes», afirma el enviado especial de la UE
Lo explica a El Ágora, el británico Peter Burian, representante especial de la UE para Asia Central, ponente en la cumbre internacional Aral Sea Region – Zone of Environmental Innovations and Technologies organizada por el Gobierno uzbeco con la participación de la ONU y otras entidades : “No hay opción realista de devolver el mar de Aral a su estado anterior. Todo lo que podemos hacer es preservar ciertas partes. Es posible que en el futuro pueda llegar más agua proveniente del ahorro en regadío usando tecnologías responsables para el riego, pero desde luego no puedes devolver toda el agua y recrear el Mar de Aral”.
“Es necesario explicarle al mundo una idea realista de lo que ha ocurrido y de lo que tenemos que hacer ahora. No es posible devolver el Mar de Aral a su situación anterior, los periodistas debéis volver a casa y explicar a la gente la realidad. No es que se esté secando. Es que se ha secado ya”, dice Burian a nuestro periódico.
Junto a él, participó en la cumbre internacional Nathalia German, representante de la ONU para Asia Central (UNRCCA), quien corrobora sus palabras: “Hay que presentar a la comunidad internacional la magnitud de la catástrofe ambiental que afecta a toda la región. Hemos hecho desaparecer el cuarto lago más grande del mundo en el tiempo de una generación humana”.


«Hemos hecho desaparecer el cuarto lago más grande del mundo en el tiempo de una generación humana”, declara Nathalia German, representante de la ONU para Asia Central
Para Gherman, profunda conocedora de la región y ex viceministra de Moldavia, el desafío es enorme y anticipa el futuro. Según explica a nuestro diario: “Esta es la combinación de un uso absolutamente irracional de los recursos naturales durante décadas junto a los efectos del calentamiento global. El resultado ha sido devastador. En esta región estamos viendo el futuro que viene con la emergencia del cambio climático, y por eso el secretario general de la ONU ha puesto Asia Central como el ejemplo de los retos de gestión de ecosistemas y de gobernanza a los que nos vamos a enfrentar”.
Pero, ¿qué se puede hacer?
Los involucrados en la gestión de la crisis de Aral insisten en que es clave movilizar el apoyo de la comunidad internacional para mantener la estabilidad en la región. “Dentro del contexto de la lucha climática internacional y de los Acuerdos de París, esta región es un ejemplo de los más significativos. Explica perfectamente cómo no deben hacerse las cosas. Esto no es solo efecto del clima, sino también del uso irracional de los recursos hídricos en vastas regiones, en toda la cuenca de este mar desaparecido que abarca varios países de Asia Central”, explica Gherman.
La estabilidad social y política es clave. Los países de Asia Central son un colchón entre zonas de conflicto internacional. Irán e Irak están al oeste. Al este se levanta el polvorín de Afganistán y Pakistán.
Las naciones de la cuenca del Sir Daria y el Amu Daria son un remanso que debe su tranquilidad en parte a la acción soviética. Moscú introdujo, con mano de hierro, un laicismo que aún se siente décadas después en este destino exótico y extrañamente occidental en un continente islamizado.
Las anchas avenidas, los desarrollos urbanísticos y el palpitar de las gentes occidentalizadas aun manteniendo su carácter local deben mucho todavía al rodillo soviético. El fundamentalismo islámico no encuentra un continuo desde Pakistán a Oriente Medio porque los zares, ya desde el XIX, occidentalizaron la estepa asiática. Pero eso puede permanecer así mientras las condiciones económicas, sociales y de salud pública mantengan estándares mínimos.
«Moscú introdujo, con mano de hierro, un laicismo que aún se siente décadas después en este destino exótico y extrañamente occidental en un continente islamizado»



El profesor Sergei Vinogradov, un ruso asentado en la universidad escocesa de Dundee y que lleva décadas dedicado a la consultoría estratégica en la región, confirma que la zona es un polvorín que se debe contener. “La población se ha duplicado. En buena parte debido al impulso del desarrollismo soviético, las naciones de la estepa aumentaron su población. Ahora hay decenas de millones de nuevos pobladores que se enfrentan a un horizonte de incertidumbre climática, hídrica y económica. La gobernanza y la cooperación entre las naciones de la cuenca para el reparto de recursos y la planificación a largo plazo son fundamentales”, explica.
«La URSS puso en marcha una agricultura industrial con pies de barro y sin sustento ecológico y generó un gran aumento de la población que no puede mantenerse»
Es la pescadilla que se muerde la cola. Se podría intentar bajar el nivel del regadío impuesto en la región por las políticas soviéticas. Pero ahora costaría hacerlo porque la población ha aumentado tanto debido a ese desarrollismo que cuesta hacerlo sin afectar al medio de vida de la población. Es una dinámica muy soviética. Stalin, natural del Cáucaso, desplazó y mezcló deliberadamente población en las regiones caucásicas para convertir la zona en un avispero que solo una mano de hierro como la suya podía mantener tranquila. Las consecuencias se han visto después.
En cierto modo, la URSS creó algo similar en la estepa del Aral: puso en marcha una agricultura industrial con pies de barro y sin sustento ecológico y generó un gran aumento de la población que no puede mantenerse si no existe un factor externo que ponga el pegamento artificial que lo aúne. Pero el pegamento del Kremlin ya no está presente, y el pegamento del agua está en franca disminución.
“En el futuro habrá más población y más necesidades. Tenemos que adaptar nuestra gestión hídrica a las expectativas futuras de disponibilidad del recurso y de demografía”, afirma el climatólogo Abror Gafurov, resumiendo en concisas palabras la situación.
Apoyo internacional
Ahorrar y garantizar el acceso a los recursos hídricos es clave, explican los conocedores de la situación.
Ese es el motivo de la puesta en marcha de la conferencia internacional Aral Sea Region. Zone of Environmental Innovations and Technologies, un meeting internacional al que acudió invitado El Ágora como único medio invitado de habla hispana. El encuentro movilizó a expertos en gestión hídrica y gobernanza de todo el mundo y representantes de entidades internacionales de inversión al desarrollo y los gobiernos de la región.


En los últimos años la situación ha dado un cambio de grandes proporciones. Lo gobiernos del área han tomado constancia de que el daño es irreversible y de que ahora es perentorio adaptarse a los efectos y gestionar las consecuencias. El gobierno uzbeco también ha llevado a cabo un plan de inversiones para dinamizar la zona más cercana al antiguo Mar de Aral y atender las necesidades de empleo y salud de la población, creando industrias alternativas y nuevas dotaciones hospitalarias.
“Hay grandes oportunidades para que las empresas europeas inviertan en eficiencia en el uso del agua, desalinización, recuperación de suelos, mejoras de técnicas agrícolas y en mantener el mismo nivel de producción pero empleando la mitad de agua”, afirma la portavoz de la ONU Natalia Gherman.
“Lo que estamos haciendo es poner en marcha un esquema de colaboración pública y privada que permita movilizar recursos, y las instituciones internacionales y los gobiernos de la zona como Uzbekistán están poniendo facilidades para crear un marco de colaboración y estabilidad a largo plazo para hacer esas mejoras e inversiones”, explica Peter Burian, el enviado especial de la UE, tras la celebración de la conferencia internacional.
«El desierto de Aral es una oportunidad para las empresas occidentales que puedan aportar su saber y su tecnología», concluye el representante de la ONU.
Entre las entidades participantes en la conferencia internacional está el Internacional Water Management Institute. Una entidad sin ánimo de lucro que aglutina a 15 entidades internacionales de investigación. Su director general, Mark Smith, explica a nuestro diario: “Creo que hay una gran oportunidad para trabajar en común con las entidades nacionales, regionales y mundiales y los centros de investigación para identificar los asuntos críticos, detectar tecnologías y prácticas para el ahorro del agua y planificar mejor”.
«Hay infraestructuras anticuadas que tienen que ser actualizadas con mayor eficiencia hídrica y energética, además de cambiar los sistemas de riego en una extensa región”, añade Smith.


En ese sentido, la conferencia internacional, impulsada por el presidente uzbeco Shavkat Mirziyoyev y el primer ministro, es un intento de comprometer entidades públicas y privadas en una causa común.
Para la representante de la ONU en la región, Nathalia German, es un ejemplo de lo que el futuro depara. Uzbekistán ha iniciado reformas y aperturas para facilitar la participación internacional en la puesta en marcha de iniciativas de inversión tecnológica en sostenibilidad en el país. El encuentro de alto nivel llevado a cabo en Nukus, la ciudad uzbeca más importante al pie del fenecido Mar de Aral, es un ejemplo de ello.
Visto desde la perspectiva del siglo XXI, parece sencillo entender las consecuencias de lo que ocurrió hace décadas. ¿Qué tenían en la cabeza los que iniciaron este proyecto?
No queda mucha gente de aquella época, pero sin duda el que más conoce es el nonagenario Victor Dukhovny, director del Scientific Information Center of the Interstate Commission for Water Coordination in Central Asia. Tan ampuloso título puede resumirse de forma sencilla. Es la persona que estuvo a cargo de los planes de regadío desde los 50. Fue el número 1 de su promoción de ingenieros soviéticos, enviado a Kazastán al comienzo de los planes del Kremlin para la irrigación del desierto.
Coincidimos con él en una pequeña espera, antes de la recepción de gala que el Gobierno uzbeco concede a los delegados internacionales presentes en el país. En un breve intercambio al pie de la escalinata, tenemos la oportunidad de preguntarle:
– ¿Podía ustedes imaginar que el Mar de Aral se acabaría secando?
– No podíamos saber hasta qué punto, pero estaba claro que retraer recursos restaría agua al mar – responde
– ¿Les preocupaba?
– Queríamos dar recursos al pueblo. El mundo en el que yo empecé a trabajar era un mundo que aspiraba a dar prosperidad al pueblo soviético. Ahora el mundo quiere dinero e inmediatez.
En los años 80, Ryszard Kapuscinsk se reunió con Dukhovny también y retrató el encuentro en su antológica obra Imperio. Por entonces, el ingeniero aún defendía la quimérica idea de desviar los ríos siberianos que vierten al Ártico para volver a rellenar el Aral. Han pasado 40 años, pero no han cambiado muchos las cosas.
– Todo el mundo habla de la naturaleza ahora, pero hablan de ella para sacar dinero. Nuestro tiempo fue un gran tiempo. Queríamos prosperidad para todos. Mucha gente habla de desertificación de la tierra, pero a mí me preocupa la desertificación de los cerebros – dice Dukhovny.
Y dicho esto, se marchó.
Atrás, queda el producto de aquel esfuerzo. Un nuevo desierto donde antes hubo un mar interior.
