Hubo un tiempo en que las llanuras centrales de Estados Unidos no eran llanuras. Ese paisaje apacible, que los americanos llaman the heartland, el corazón de la patria, con sus camionetas y modales sobrios y campos de maíz hasta donde alcanza la vista, solía constar de valles y meandros salvajes donde se desparramaban los ríos. Pero con los años, millones de años, la gravilla, la arena y la arcilla que arrastraban esos ríos fue acumulándose, y así se formaron las llanuras actuales. Los ríos no desaparecieron, sino que quedaron ocultos. Se convirtieron en acuíferos. Y desde hace unos tres siglos sostienen la boyante civilización estadounidense. Más o menos.
«Depende de cada región», dice a El Ágora Nicola Ulibarri, profesora asistente de políticas y planificación medioambiental de la Universidad de California, Irvine. «A medida que la gente se fue desplazando hacia el oeste, muchos lugares se levantaron en torno a los ríos. Pero el uso a gran escala de aguas subterráneas es relativamente reciente: de hace 50 o 70 años. Los pozos están ahí desde siempre, claro, pero la tecnología de extracción es la que obtiene mucha agua».
En total, los acuíferos aportan la cuarta parte del agua fresca del país. Son particularmente útiles allí donde llueve poco y escasea el agua de la superficie. El mayor acuífero de todos es el de Ogallala, que se ramifica por las cavidades subterráneas de nueve estados comprendidos entre Dakota del Sur y Texas. El 90% del agua que se extrae del Ogallala se dedica al regadío, alimentando, en total, la tercera parte de los cultivos de EEUU. El gran problema de los acuíferos, por otra parte, es que son difíciles de renovar. Tardan mucho tiempo en volver a llenarse.
Como suele suceder con casi cualquier aspecto de este país, tan amplio y variado como un continente, el contexto natural y burocrático de cada acuífero es distinto. El caso más llamativo, en parte por las dos décadas de sequía que sufre el suroeste de Estados Unidos, es el de California: el único estado que, hasta hace muy poco, no regulaba la extracción del agua subterránea, vorazmente usada en la agricultura.


«No sé por qué no había regulación», dice Ulibarri. «Cada uno de los otros estados tenía alguna manera de distribuir los derechos del agua, o, al menos, definir quién tenía derecho a usarla y cuánto. Tenemos distribución del agua de superficie desde los años 70, pero las aguas subterráneas no estaban reguladas. Parte de la razón es que los principales usuarios son granjeros, y resultan ser políticamente poderosos. El grupo de influencia de los granjeros«.
Se trata de un estado particularmente sediento. California tiene el monopolio virtual de la producción de frutos secos, y de muchas frutas, en Estados Unidos. Melocotones, pistachos, higos, dátiles, kiwis, aceitunas, o, por supuesto, naranjas, crecen en sus valles. Y el vino. Gracias a sus veranos largos y secos, el «estado dorado» produce casi todas las uvas de Estados Unidos. 49 de sus 58 condados son vinícolas.
Sed de acuíferos en California
Algunas especies, como la almendra, son voraces consumidoras de agua. Cultivar un kilo de almendras requiere 12.000 litros de H2O, y su producción se ha triplicado en las últimas dos décadas, empujada por una demanda que ha multiplicado su precio. Otro problema, como nos explicaba el profesor Josué Medellín-Azuara, de la Universidad de California Merced, es que se trata de «cultivos permanentes»: aquellos que requieren un cuidado continuo durante todo el año, sean cuales sean las circunstancias. Con o sin sequía, no se puede descuidar a las almendras.
Si añadimos a la postal los caprichos del ganado vacuno, esos cinco millones de vacas que precisan toneladas de alfalfa y trigo, que a su vez necesitan su agua, es más fácil entender la presión a la que están sometidos los acuíferos californianos. Sobre todo, a la luz de la falta de regulación vigente hasta 2014, cuando se aprobó la Ley de Gestión de Aguas Subterráneas Sostenibles, o Ley SGMA.
«Ahora tenemos algo que dice que las aguas subterráneas están reguladas, pero no es muy riguroso», explica Nicola Ulibarri. «SGMA deja que cada persona gestione sus acuíferos para tener unos niveles sostenibles, y hay diferentes herramientas. Para algunos lugares, se trata de limitar cuánta agua extrae la gente del acuífero. En otros, se saca el agua a la superficie y se deja que vuelva al acuífero».


El objetivo de la ley es que las reservas se puedan recomponer hasta ciertos niveles para el año 2040. Pero su ritmo lento y estructura descentralizada despierta dudas entre los expertos. La primera consecuencia visible es que las autoridades prestarán algo más de atención al bombeo de aguas subterráneas, lo cual afectará, especialmente, a las pequeñas explotaciones agrícolas: aquellas que, a falta de grandes recursos tecnológicos, no tienen la capacidad de afinar y regular el bombeo. Según nos decía Medellín-Azuara, la ley podría obligar a dejar de explotar en torno a 600.000 acres de tierra, de un total de 9 millones en todo el estado.
Las consecuencias de abusar del agua subterránea son visibles sin necesidad de ser un hidrólogo o de usar aparatos científicos. Desprovista de sus ríos y lagos ocultos, la tierra, simplemente, se puede hundir. «Está ocurriendo, aunque no en todas partes», explica Ulibarri. «Depende del tipo de suelo del que esté hecho el acuífero. En algunos lugares de California se ha extraído tanta agua que el suelo, básicamente, se desploma. Hay lugares con una caída de entre 50 y 70 pies [entre 15 y 20 metros] del nivel de la superficie. En algunas áreas agrícolas y cerca de la costa».
Antes de potencialmente hundir los suelos, el exceso de extracción tiene otras consecuencias, según Ulibarri. En las zonas costeras el agua se puede salinizar y deja de ser potable. O su nivel es tan bajo que también deja de ser bebible y acaba dañando el ecosistema local. Cuanto más se extrae, más se daña el hábitat del que dependen, para su supervivencia, multitud de plantas y animales.
Del Colorado al Misisipi
California no es el único estado que sufre la mayor sequía, según las más recientes estimaciones, de los últimos 1.200 años. Los otros acuíferos del suroeste de Estados Unidos, aquellas regiones alimentadas por el río Colorado, pasan por un calvario similar, lo que anima a los científicos y académicos especializados en la gestión del agua a presentar sus análisis y posibles soluciones.
Un estudio publicado por la Universidad Estatal de Arizona indica que la ley que regula la obtención de aguas subterráneas, que data de 1980, ha permitido que se abuse de su extracción en este estado. Desde que la sequía se hizo patente hace dos décadas, los niveles del río Colorado, y de los acuíferos a los que este aporta su agua, han ido bajando y haciéndose notar en las explotaciones agrícolas del suroeste de EEUU. Lo que ha obligado a estudiar respuestas conjuntas.
«Hay mucha coordinación entre los estados respecto las cuestiones del río Colorado», dice por correo electrónico Sharon Megdal, directora del Water Resources Research Centera de la Universidad de Arizona. «Una prueba de esta coordinación es la adopción, en 2019, de los Planes de Contingencia de Sequía para la Cuencia Alta y Baja. Hay coordinación en la evaluación de aguas subterráneas a lo largo de la frontera entre Estados Unidos y México», añade.


Al otro lado del sur del país, en el Golfo de México, las autoridades de Luisiana, Misisipi y Alabama han invertido 6 millones de dólares en distintas universidades para desarrollar un proyecto que pueda medir con precisión el volumen de los acuíferos disponibles y de determinar así como explotarlos más eficientemente. Lo primero que se ha hecho es compilar cientos de miles de datos de la región para hacer un mapa fehaciente del estado de estas redes de acuíferos.
Añade Nicola Ulibarri que, para las personas que estudian el uso de los acuíferos, uno de los grandes desafíos es hacer que las autoridades pasen de la teoría a la práctica. «Hay una tendencia a decirles a las agencias competentes que deben de hacer planes para mejorar o hacer más sostenible el uso del agua, pero luego estos planes no son aplicados. Eso no es muy eficiente. El agua parece ser algo que no se regula directamente. Es un proceso muy politizado», resume.
