Las fábricas de agua de los Andes, contra las cuerdas

Las fábricas de agua de los Andes, contra las cuerdas

Las fábricas de agua de los Andes, contra las cuerdas

Los páramos, ecosistemas únicos de alta montaña en la América ecuatorial, juegan un papel vital en el abastecimiento hídrico de la región, pero están amenazados por varios frentes


Nicholas Dale
Madrid | 22 octubre, 2021


Cuando los conquistadores treparon los Andes por primera vez tras haber desembarcado en el Caribe se encontraron con un paisaje único al cruzar la barrera de los tres mil metros. A partir de esa altura los bosques tropicales de los valles y las faldas de las cordilleras dan paso a zonas húmedas y frías, que, salpicadas por lagunas, parecen existir suspendidas entre las nubes. Los españoles que pisaron por primera vez sus tierras cubiertas de musgo las bautizaron como “el país de la niebla”, a raíz del manto gaseoso que las suele arropar. Sin embargo, poco sabían ellos de estos ecosistemas, que ahora reciben el nombre de páramos, y que cumplen un papel vital en el abastecimiento de agua de la región. Pero cinco siglos después, el frágil balance que hace funcionar estas auténticas fábricas de agua está amenazado por el calentamiento global y por industrias como la minería o la ganadería.

Desde el norte de Perú hasta el occidente de Venezuela los páramos salpican las cumbres de las cordilleras como si fuesen islas en las alturas. Pero es en Colombia y en Ecuador donde se concentran la mayoría de estos ecosistemas y en donde su impacto es más evidente. Decenas de millones de personas en las principales ciudades de ambos países, incluidas Bogotá y Quito, consumen agua de los páramos día a día. Esta también es vital para el abastecimiento de hidroeléctricas, que componen un alto porcentaje de la producción energética en la región; solamente en el país cafetero 153 centrales hidroeléctricas dependen del agua de los páramos. Como consecuencia, estas tierras únicas de la alta montaña andina reciben el apodo de “fábricas de agua”, por lo que tampoco es casualidad que Colombia sea uno de los países con mayores reservas hídricas del planeta.

Los musgos que cubren la mayor parte del terreno, la niebla y una laguna en el páramo de Cajas cerca de Cuenca, Ecuador.

El sistema por el cual los páramos “producen” agua depende en gran medida de la vegetación endémica. Las plantas locales han evolucionado para sobrevivir las difíciles condiciones que existen a tales alturas en las latitudes ecuatoriales: poco oxígeno, alta radiación ultravioleta, fuertes vientos, y un cambio extremo de temperatura entre el día y la noche, además de un alto grado de humedad. Aun así, los páramos andinos están cubiertos casi enteramente por una gruesa capa de musgos; y precisamente son estos los que le confieren su capacidad “productora” de agua.

No es que los musgos retengan o transpiren agua directamente sino que, dado que la descomposición de las plantas ocurre de manera especialmente lenta en las bajas temperaturas del páramo, el suelo es en efecto una cama formada por capas de materia orgánica que actúa como una esponja. Así, el páramo retiene la lluvia y la humedad del ambiente, y abastece lentamente acuíferos subterráneos que luego se filtran a los arroyos y ríos que fluyen montaña abajo. Se calcula que un metro cuadrado de páramo “produce” aproximadamente un litro de agua al día.

Marcela Galvis, coordinadora de proyectos sobre páramos del Instituto Humboldt, un centro de investigación público colombiano, resalta la importancia de estos ecosistemas desde un punto de vista todavía más amplio. “El páramo cumple una función como regulador hídrico porque ayuda a enfrentar los fenómenos climáticos extremos causados por el calentamiento global: en tiempo de sequía o de muchas lluvias el páramo guarda el agua para asegurar la oferta hídrica en un caso, y evitar catástrofes en el otro. Además, el mismo suelo que retiene el agua almacena muchísimo carbono y así los páramos también contribuyen a regular el clima global”.

Un ecosistema en riesgo

No obstante, los páramos llevan años sufriendo a pesar de estar protegidos por ley desde hace décadas -además de su importancia medioambiental, muchos son santuarios y lugares sagrados para comunidades indígenas-. Según estudios del Instituto Humboldt, ya se han perdido irremediablemente un 16% de los páramos, alrededor de 2.900.000 hectáreas, principalmente por la agricultura y la ganadería, pero también hay vastas áreas con un nivel de degradación menor que continúan su proceso de deterioro.

La tendencia se remonta a la época colonial, cuando algunas de estas tierras se empezaron a habilitar para el trabajo agrario, pero la mayor parte de este proceso ha ocurrido a partir del siglo XX. Primero, una reforma agraria en Colombia a mediados de siglo otorgó tierras de páramos a campesinos desposeídos que readaptaron el paisaje para sus actividades productivas. Más adelante, algunas instancias de desplazamiento forzado en el marco del conflicto armado hicieron llegar miles de campesinos desde zonas más bajas de la montaña en busca del refugio natural que supone el aislamiento y la hostilidad del páramo.

fábricas de agua
Un camino a través de un páramo en Tolima, Colombia, donde se puede ver por qué fueron bautizados como “el país de la niebla” por los conquistadores.

Esta amenaza se suma además a la del calentamiento global, aumentando dramáticamente el riesgo para los páramos. Por un lado, los patrones de lluvia se han trastocado y las temperaturas han aumentado, poniendo en jaque a todas las especies clave adaptadas a este ecosistema tan particular. Asimismo, especies y plagas invasoras provenientes de zonas más bajas han ido escalando en altitud, buscando su clima ideal y, en algunos casos, han empezado a reemplazar las variedades autóctonas que mantienen el balance natural del ecosistema.

Además, con temperaturas mayores, los páramos se han vuelto más aptos para la actividad productiva, atrayendo a una nueva ola de colonos que están haciendo un daño especialmente agresivo al ecosistema. Son principalmente ganaderos lecheros, pues, aunque la temperatura aumenta, las lluvias son volátiles e impredecibles, lo cual no es ideal para la agricultura. “La ganadería extensiva transforma irremediablemente las coberturas de páramos, compactando el suelo por el peso de las vacas y haciéndole perder su capacidad de retención de agua y de carbono”, explica Galvis. Además, para adquirir estos nuevos pastos para el ganado se suelen quemar grandes extensiones de páramos, lo cual prácticamente cierra la puerta a la recuperación del ecosistema.

Páramos y minas

Como si todo esto fuese poco, los defensores de los páramos tienen otro frente abierto: la minería. Si bien esta actividad está prohibida en estos ecosistemas desde el 2011, muchas empresas y particulares que ya tenían licencias ambientales -principalmente sacando carbón, y en menor medida, oro y materiales de construcción-, continúan operando mientras negocian cómo será su salida.

Los frailejones, la planta endémica más característica de los páramos, de la cual hay decenas de variedades únicas que han evolucionado en las islas geográficas que son los páramos.

“El cierre de mina es muy importante. No se puede simplemente abandonar la mina; hay que tener un proceso de restauración, de sustitución y darle una respuesta a las personas que dependen de ella”, apunta Galvis, incidiendo en la complejidad de la situación. Pero, mientras la actividad minera esté activa, la contaminación del agua causada por esta, así como los demás efectos nocivos para los ecosistemas que de ella se derivan, seguirán causando estragos.

No obstante, un caso reciente en el que se habían concedido licencias para exploración minera que contaminaría los acuíferos subterráneos y los arroyos que descienden desde el páramo, ha llevado el tema al foco del debate público y los conservacionistas esperan que el resultado sea un refuerzo en la protección de los páramos. Por ahora el proyecto en cuestión, uno de megaminería de oro en terrenos limítrofes al páramo de Santurbán, al nororiente del país, está congelado por la polémica suscitada a pesar de que bajo la legislación actual está permitido. Una victoria inicial y parcial, coinciden sus defensores, pues el primer paso para proteger a los páramos es la concienciación.



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