El Foro Económico Mundial explica en un artículo reciente cómo ciudades como Berlín y Londres han desarrollado proyectos de infraestructuras que demuestran que las características del agua urbana pueden ser una forma efectiva de crear disipadores de calor y controlar las inundaciones



El agua, a través de las inundaciones, es la gran protagonista de muchos de los eventos más devastadores de los últimos 50 años. Según un reciente estudio publicado en Nature, las crecidas en ríos y litorales fueron artífices de la muerte de más 58.000 personas desde la década de los 70 y causaron pérdidas cifradas en más de 100.000 de dólares. Un problema que, de acuerdo a la evidencia científica, además se está viendo agravado en los últimos años por culpa del cambio climático: entre los años 2000 y 2018, la proporción de la población mundial expuesta a inundaciones se incrementó entre un 20% y un 24% y el número de habitantes afectados por estos eventos fue de entre 255 millones hasta 290 millones. Una realidad ineludible que además amenaza con empeorar en los próximos años si no se frenan las emisiones de efecto invernadero y que hace imprescindible que las ciudades inviertan en infraestructuras acuáticas para adaptarse y ser más resilientes.
Bangladesh, Alemania o China son algunos de los ejemplos más cercanos que confirman esta necesidad. De hecho, la intensidad y la escala de las inundaciones que se produjeron en julio en el oeste del país teutón, dejando cientos de muertos y un reguero de destrucción a su paso han conmocionado a los científicos del clima, que no esperaban que se batieran tantos récords ni en un área tan amplia ni tan pronto. En concreto, partes de Renania-Palatinado y Renania del Norte-Westfalia se inundaron con 148 litros de lluvia por metro cuadrado en 48 horas en una parte de Alemania que generalmente ve alrededor de 80 litros en todo el mes de julio.
Ante esta situación, el Foro Económico Mundial ha publicado recientemente un artículo, basado en sus investigaciones, en el que se explica que Gobiernos como el alemán deben no solo adaptar cuanto antes nuevos planes de prevención de inundaciones y sistemas de alerta, como piden reputados científicos, sino sobre todo adaptar sus asentamientos humanos con infraestructuras acuáticas. En este sentido, es imprescindible tener en cuenta la resiliencia al cambio climático en las políticas de planificación urbana para evitar una gran cantidad de superficies selladas, desde viviendas o parques comerciales, que dificultan que la lluvia se escurra. Además, la infraestructura y los edificios también deben ser lo suficientemente resistentes para resistir las inundaciones.


En concreto, el establecimiento de disipadores de calor naturales y la creación de más instalaciones de retención para el agua de lluvia ayudarán a que las ciudades sean más resistentes al clima extremo, como muestra un proyecto ya construido en Berlín. Y es que, en el centro de la capital de Alemania, en la famosa Potsdamer Platz donde solía estar la frontera entre el este y el oeste, se han creado una serie de depósitos y canales para evitar inundaciones, cumplir objetivos ecológicos y mejorar la vida urbana.
Con una superficie de aproximadamente 1,2 hectáreas, esta gran infraesctructura berlinesa se carateriza por una serie de canalizaciones, tanto al aire libre como subterráneas, que son alimentadas por el agua de lluvia y ayudan a reducir la temperatura ambiente en verano, además de absorber el polvo y humedecer el aire. El sistema se complementa con una serie de cisternas en los techos de los edificios circundantes que ayuda a que el agua no solo se capture y almacene, sino que además se utilice luego para rellenar los lavabos y alimentar la irrigación de parques y jardines. La capacidad de almacenamiento es suficiente para evitar que se descarguen grandes volúmenes de agua de lluvia en el canal Landwehr, uno de los principales de la ciudad, evitando crecidas descontroladas.
El ejemplo británico
El artículo del Foro Económico Mundial también se centra en Londres, donde las inundaciones han sido un problema recurrente a lo largo de los años hasta el punto de que el alcalde de Londres, Sadiq Kahn, escribió recientemente en The Guardian que la ciudad se encuentra ahora en la primera línea de la emergencia climática: “Con demasiada frecuencia, en el Reino Unido hemos pensado que países como India y Bangladesh están en la primera línea del cambio climático. Las realidades del cambio climático ya no son un problema remoto«. Para hacer frente a este reto, Khan se comprometía a medias como «mejorar las defensas naturales contra inundaciones» o «modernizar las casas de los londinenses para que sean no solo más eficientes energéticamente sino más resilientes».
Lo bueno es que el mejor ejemplo de infraestructuras acuáticas lo tiene en casa. Y es que Londres construyó a principios del siglo XXI el London Wetland Centre, un humedal urbano que se extiende sobre 42 hectáreas y tiene múltiples beneficios para la ciudad, incluyendo la promoción de la biodiversidad e incluso la mejora de la salud mental. De hecho, humedales como el de Londres también pueden almacenar lluvia y prevenir inundaciones al equilibrar los niveles de agua, actuar como un amortiguador del aumento del nivel del mar y enfriar el medio ambiente hasta en 10°C en verano. También son un sumidero de carbono muy eficaz, que absorben grandes cantidades de CO2 para aumentar la resiliencia al cambio climático.
No es el único ejemplo británico del poder de las infraestructuras en lo relativo a la adaptación climática. También está Bristol, que fue reconocida como Capital Verde Europea en 2015, pero también es una ciudad portuaria que ha sufrido frecuentes inundaciones a lo largo de su historia. Por eso, esta urbe del oeste de Inglaterra es una de las tres ciudades donde se ha desarrollado en los últimos años el proyecto europeo RESCCUE, que pretende proporcionar una serie de herramientas y metodologías de resiliencia urbana que se puedan poner en práctica en otras ciudades.


RESCCUE, cuyas siglas significan en inglés Ciudades Resilientes Contra el Cambio Climático, cuenta con el apoyo financiero de la Comisión Europea a través del programa Horizonte 2020. Y su principal diferencia con otras iniciativas de resiliencia urbana es que, en vez de enfocarse en un sólo sector, este proyecto estudia el fenómeno del cambio climático de forma integral, analizando sistemas urbanos tan diversos como el agua, el alcantarillado, la electricidad, los residuos o las telecomunicaciones.
Además, y aunque formalmente la evaluación llevada a cabo por RESCCUE ha llegado a su fin el pasado año, el plan de Bristol se va a extender a 2025, aunque ahora ya con financiación local. Según explicaba la administración, con los datos recogidos se pretende lograr una mejor planificación y gestión de riesgos, la provisión de infraestructura y la preparación de respuestas para la recuperación y reconstrucción. Además, se va a impulsar la construcción o mantenimiento de infraestructuras seguras, autónomas y flexibles en servicios urbanos estratégicos: suministro de agua y energía eléctrica, aguas residuales, drenaje de aguas pluviales, tratamiento de residuos y movilidad.
Aunque el Foro Económico Mundial centre su atención en Berlín y Londres, lo cierto es que no hace falta salir de España para encontrar iniciativas tanto o más innovadoras que estas. Desde 2015, la ciudad de Alicante se ha dotado de una nueva herramienta para afrontar las lluvias torrenciales propias del litoral Mediterráneo. Se trata del parque inundable La Marjal, una infraestructura verde diseñada para ser capaz de absorber grandes cantidades de precipitación.
En periodos secos, La Marjal funciona como un parque disfrutable por el público, pero cuando llueve copiosamente, reacciona como un sistema natural de retención de agua.
En concreto, para hacer frente a los episodios de crecidas, el parque La Marjal, situado en la playa de San Juan de la localidad alicantina, cuenta con 3,6 hectáreas de superficie inundable, con capacidad para recoger hasta 45.000 metros cúbicos, y dos colectores (ubicados en las avenidas con tendencia a inundarse) que recogen el agua de las crecidas y la canalizan hasta los dos estanques del parque. Además, el agua almacenada puede canalizarse para su depuración y posterior reutilización, principalmente para riego de zonas verdes o llenado de lagos.
