Reconstruir la economía desde la sostenibilidad se ha convertido en uno de los grandes mantras políticos y sociales de nuestro tiempo. La pandemia de coronavirus ha supuesto sin duda un duro golpe para la mayoría de los países del planeta, pero cada vez más voces apuestan por ver esta crisis como una oportunidad para cambiar nuestra forma de relacionarnos con el medio ambiente y hacer frente a la amenaza existencial que supone el cambio climático. Este mismo mes, la ONU publicaba un informe en el que se constata que el desarrollo sostenible se ha frenado este 2020 y hacía un llamamiento a los gobiernos para que los paquetes de estímulo prioricen “la construcción de una economía más sostenible y resiliente”.
Esta transformación productiva y social exige múltiples cambios, que van desde la forma en la que producimos energía hasta la manera en la que nos deshacemos de los residuos. Sin embargo, hay un punto que suele pasar desapercibido cuando se habla de transición ecológica: las infraestructuras. Aunque sean parte esencial de nuestras vida, nadie piensa en el enorme rol que pueden jugar en nuestro trabajo de adaptación y mitigación del cambio climático. Sobre todo, si se empiezan a complementar las construcciones “grises” habituales, ya sean carreteras, pantanos o aeropuertos, con las denominadas infraestructuras verdes.
En cualquier caso, y aunque el concepto de infraestructuras verdes puede parecer nuevo, hay pocas cosas más atemporales. Las riberas de los ríos, las tierras en barbecho o incluso los bosques son infraestructuras verdes naturales, que sirven como sumideros de carbono, reservas de biodiversidad y ayudan a mejorar la seguridad hídrica. Pero el gran reto está en integrarlas dentro de nuestras ciudades, nuestras carreteras, nuestros puertos y toda estructura humana que pueda ser una barrera para la naturaleza. Y el agua es un buen punto de partida.


Actualmente, las infraestructuras verdes abarcan una gran variedad de prácticas de gestión del agua, como techos con vegetación, plantaciones al borde de las carreteras, jardines absorbentes y otras medidas que capturan, filtran y reducen las aguas pluviales. Al hacerlo, se mejora la calidad y cantidad del agua y se reduce la cantidad de inundaciones, además de limitar la escorrentía contaminada que puede llegar desde las alcantarillas a arroyos, ríos, lagos y océanos.
Por supuesto, la infraestructura verde no puede sustituir completamente a la tradicional, ni siquiera en el sector del agua: se siguen necesitando depuradoras o desalinizadoras para garantizar tanto la seguridad hídrica como la limpieza de las aguas. Pero son un estupendo complemento por el que se debería hacer una apuesta decidida, ya que mejoran la calidad y cantidad de los suministros de agua locales y proporciona una miríada de beneficios ambientales, económicos y sanitarios, muy a menudo en áreas urbanas carentes de naturaleza.
Los beneficios de las infraestructuras verdes
El agua de lluvia, sobre todo en las grandes ciudades, puede ser un regalo envenenado. Y es que cuando las gotas de agua atraviesan las “boinas” de polución que envuelven nuestras urbes o rebotan contra el suelo sucio, se contaminan con elementos que van desde metales pesados o productos químicos tóxicos, pasando por pesticidas y fertilizantes de céspedes e incluso virus o bacterias de los desechos animales. Además, la prevalencia de suelos pavimentados impermeables puede provocar que esta lluvia cause inundaciones, ya que la tierra no absorbe apenas líquido y todo tiene que ser gestionado por el sistema de alcantarillado.
Las infraestructuras verdes pueden ser una solución a ambos problemas, según se afirma en la Estrategia Europea de Infraestructuras Verdes desarrollada por la Comisión. Por un lado, previenen la escorrentía al capturar la lluvia donde cae, lo que le permite filtrarse hacia la tierra, donde puede reponer los suministros de agua subterránea o regresar a la atmósfera a través de la evapotranspiración. Además, mejoran la calidad del agua al disminuir la cantidad de lluvia que llega a las vías fluviales y eliminar los contaminantes del agua que lo hace, gracias a procesos naturales como la adsorción, la filtración, la absorción o la descomposición orgánica.
Por otro lado, las infraestructuras verdes también ayudan a reducir el impacto de unas inundaciones que se están haciendo cada vez más frecuentes como consecuencia del cambio climático. A través de sistemas de drenaje naturales como un bosque urbano, se puede retener el agua de lluvia durante episodios de alta intensidad y, posteriormente, derivar ese caudal a la red de drenaje o a la depuradora para su reutilización. En este sentido, los parques inundables, como el de La Marjal, en Alicante, destacan porque, además de mantener su función hidráulica, aportan un valor social añadido para los ciudadanos.


Pero estos no son los únicos beneficios de las infraestructuras verdes. En las ciudades, a la polución hay que sumar el conocido como “efecto isla de calor” se debe a que el pavimento absorbe e irradia calor a la atmósfera circundante a un ritmo mucho mayor que un paisaje natural. En este punto, los techos verdes y otras formas de infraestructura sostenible ayudan a mejorar la calidad del aire y reducen la temperatura media gracias a la vegetación, que absorbe contaminantes como el dióxido de carbono (CO2) y ayudan a reducir la temperatura del aire a través de la evaporación y la evapotranspiración.
Además, las infraestructuras verdes salen baratas. La cantidad de inversión que se necesita suele ser menor que en la llamada infraestructura gris, ya que plantar un jardín inundable para que ayude al drenaje de una ciudad cuesta menos que cavar enormes túneles o instalar tuberías. Pero incluso cuando es algo más cara, la infraestructura verde sigue representando una buena apuesta a largo plazo. Según apunta el World Resources Institute (WRI), la esperanza de vida de un techo verde es el doble que la de un techo normal y los bajos costes de mantenimiento del pavimento permeable pueden convertirlo en una sólida inversión a largo plazo.
Plantas en tejados y pavimentos
Aunque muchas veces se hable de las infraestructuras verdes como un proyecto de futuro, y absolutamente cierto que es necesario multiplicarlas y expandirlas como recomiendan diversos organismos internacionales, lo cierto es que este tipo de construcciones ya forman parte del paisaje de muchas ciudades, aunque a veces estén ocultas a simple vista. Un ejemplo de estos tesoros “escondidos” son los tejados verdes, que suponen una excelente herramienta tanto de adaptación como de mitigación climática.
Y es que, más allá de proporcionar un oasis verde para pájaros o insectos, los techos verdes reducen los costes energéticos de cualquier edificio relacionados con la refrigeración y la calefacción, ya que proporcionan una capa adicional de aislamiento, además de capturar dióxido de carbono y agua de lluvia. Sin embargo es importante no confundirlos con los tejados azules, que aunque también son una solución ampliamente recomendada para evitar inundaciones y reducir el estrés hídrico, no pueden ser considerados “verdes” al utilizar sistemas de recogida de agua no orgánicos.
Los jardines infiltrantes o pluviales son otra de esas infraestructuras que ya están en muchas ciudades aunque no nos fijemos en ellos. Se encuentran en todo tipo de zonas urbanas, desde medianas hasta pequeños patios pasando por aceras y suelen consistir en una porción de tierra no pavimentada en la que hay arbustos nativos, plantas perennes y otros tipos de vegetación de bajo mantenimiento. Pero no hay que dejarse engañar por su aspecto simple e incluso desaliñado: diseñados para atrapar y absorber la escorrentía de techos, aceras y calles, los jardines pluviales ayudan a recargar los acuíferos subterráneos, proporcionan un hábitat para la vida silvestre y pueden embellecer una calle o un patio.


Otra infraestructura verde que también empieza a verse cada vez más es el pavimento permeable o poroso, un sistema de asfaltado que se usa a menudo para aceras, estacionamientos o entradas de vehículos y permite que la lluvia se filtre a las capas subyacentes de suelo mientras la limpia de contaminantes. Según el WRI, una vez que se tienen en cuenta los costes de instalación, esta técnica puede costar hasta un 50% menos en total que los sistemas de pavimento convencionales, ya que su mantenimiento es más barato a largo plazo.
Lo que está claro es que un elemento común vertebra todas estas infraestructuras hídricas: las plantas. Y es que, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), hasta el 70% de la humedad atmosférica generada en las áreas terrestres proviene de las plantas. Por eso, ya sea a través de infraestructuras urbanas como los tejados verdes o de soluciones más tradicionales como la de plantar kilómetros de bosque, la prioridad es la de restaurar la vital conexión que existe entre vegetación, agua y ciudades para poder hacer frente al cambio climático al mismo tiempo que mejoramos la calidad de vida de la mayoría de la población.
