Las lluvias torrenciales de la semana pasada han llenado de agua dulce y barro la laguna salada murciana, un hábitat de gran valor cuya conservación ya era delicada. Los miembros del Comité de Asesoramiento Científico del Mar Menor estudian los posibles efectos adversos. El mayor riesgo es que los nitratos y fosfatos de origen agrícola fomenten una explosión de algas que asfixien la albufera



Tan solo tres años después de la mayor riada que recordaban hasta ese momento, la que anegó cientos de viviendas y se cobró la vida de uno de sus vecinos, el jueves 12 de septiembre los habitantes de los pueblos ribereños del Mar Menor volvían a ver cómo el cielo se desplomaba sobre sus cabezas haciendo fluir el agua torrencialmente por el Campo de Cartagena, desbordando ramblas, canalizaciones y arrastrando todo lo que encontraba a su paso.
En una región en la que la lluvia suele ser noticia por su ausencia, durante el transcurso de unas pocas horas se llegaron a acumular más de 300 litros por metro cuadrado en una zona comprendida entre las localidades de El Algar y La Manga. Es el equivalente a la precipitación anual de esa zona. En pocas horas llovió lo mismo que en todo un año.
Al día siguiente, entre el ir y venir de helicópteros de rescate y dotaciones de bomberos y Protección Civil, algunos miraban a la laguna salada con preocupación preguntándose si su ya de por sí frágil equilibrio ecológico, en peligro desde hace décadas por la presión urbanística y la agricultura intensiva, no se vería definitivamente afectado por la entrada repentina de millones de metros cúbicos de agua y sedimentos.
La perturbación parecía tal que el Gobierno murciano, habitualmente reacio a dudar de la salud del Mar Menor, no tardaba mucho en advertir de que se entraba “en un escenario nuevo”, en declaraciones del consejero de Agua, Agricultura, Ganadería, Pesca y Medio Ambiente, Antonio Luengo, a la prensa local.
Al salir de la reunión de uno de los grupos del Comité de Asesoramiento Científico del Mar Menor, Luengo hacía énfasis en el “impacto impredecible sobre la flora y la fauna” que conlleva la entrada de ingentes cantidades de agua dulce. “La reducción de la salinidad y la turbidez podría prolongarse en el tiempo”, añadía.
Un ecosistema hace mucho en peligro
Pero, si bien la especial dureza de esta gota fría ha vuelto a colocar el Mar Menor en los titulares de los medios de comunicación, que hablan de su regreso a una UCI en la que entró con el espectacular episodio de eutrofización que en 2016 lo convirtió en una sopa verde, lo cierto es que, para los expertos que siguen su evolución día a día, ya antes de las lluvias su situación distaba de ser estable.
Según explica Juan Manuel Ruiz, científico titular del Grupo de Ecología de Angiospermas Marinas (GEAM) del Instituto Español de Oceanografía en Murcia, el evento que hace tres años tiñó unas aguas históricamente transparentes, “supuso un cambio de estado a una situación más deteriorada y vulnerable”.
A la izquierda, el Mar Menor el 19 de agosto de 2019. A la derecha, el 13 de septiembre de 2019. Esta imagen proporcionada por el Instituto Geográfico Nacional contiene contiene datos del programa europeo Copernicus de observación de la Tierra procedentes del visualizador Sentinel Hub Playground. | Foto: Sentinel 2.
Para el investigador, el hecho de que desde entonces se hayan podido observar periodos de aguas transparentes puede haber llevado a “algunas voces” a caer en la tentación de interpretarlo como síntomas de recuperación, pero los datos de los meses previos a la riada indicaban que se entraba en una nueva fase de eutrofización, “que en agosto era más que evidente dados los elevados valores alcanzados por algunos indicadores clave”.
Cuando hay una excesiva carga de nutrientes, como nitratos y fosfatos, los organismos habituales dejan de poder asimilarlos y entran en juego algas y fitoplancton que enturbian el agua. Eso impide que la luz del sol llegue al fondo y la vegetación que lo habita deja de realizar la fotosíntesis.
Este fenómeno provocó que entre 2014 y 2016 se perdieran un 85% de las praderas marinas. Estas están formadas por plantas vasculares, no algas, que contribuyen a retener sedimentos y a oxigenar el agua, creando las condiciones propias de un entorno de aguas claras y aptas para que prosperen el resto de organismos.
Según el oceanógrafo, desde entonces la laguna cuenta con una menor capacidad de resistir y responder a perturbaciones como la sufrida estos días si bien “hay que dar cierto margen para ver cómo responde la dinámica del ecosistema”.
Aguas subterráneas: la clave que no se ve
Para comprender bien por qué la salud del entorno natural más conocido de la Región de Murcia está en peligro hay que retroceder décadas atrás y profundizar en la hemeroteca y, también, bajo tierra. Buceando en la primera pueden encontrarse artículos en la prensa nacional de principios de la década de los 80 en los que vecinos, científicos y colectivos ecologistas denunciaban “vertidos de las minas cercanas; los hidrocarburos procedentes de las numerosas lanchas que lo cruzan, así como distintos productos agroquímicos, plaguicidas y abonos minerales”, por no hablar de “la secuela de una importante contaminación orgánica por la ausencia de la necesaria infraestructura sanitaria”.


Si profundizamos bajo tierra nos encontraremos con una de las consecuencias asociadas a la expansión sin control de la agricultura intensiva. Y es que el acuífero cuaternario del Campo de Cartagena, que puede acumular hasta un stock de entre 1.500 y 2.000 hectómetros cúbicos, está fuertemente contaminado por nitratos, según explica José Luis García Aróstegui, científico titular del Instituto Geológico y Minero de España (IGME).
“El problema es que la laguna costera está apoyada en el acuífero y recibe aportes que pueden estar entre los 30 y los 50 hectómetros cúbicos al año, aunque la cantidad exacta está por determinar”, añade García Aróstegui al tiempo que recuerda que las lluvias intensas como las de estos días hacen subir el nivel piezométrico y empujan al exterior cantidades importantes de aguas que ya estaban contaminadas. “Es posible que el acuífero alcance niveles históricos que pudieran suponer aportes igualmente históricos”, añade.
La laguna costera está apoyada sobre un acuífero contaminado con nitratos de origen agrícola y recibe de él entre 30 y 50 hectómetros cúbicos al año. Esto perjudica la calidad del agua del Mar Menor y estimula el crecimiento de algas que enturbian el equilibrio del ecosistema
Gonzalo González, investigador del Centro de Edafología y Biología Aplicada del Segura (CEBAS-CSIC), coincide con este diagnóstico. Sobre la manera en que pueda influir la DANA en el equilibrio del sistema lagunar, González hace énfasis en la composición de los sedimentos que haya podido arrastrar el agua.
El científico incide en que hay que tener en cuenta que el aporte extra de nitrato se vuelve mucho más eficiente como fertilizante cuando se combina con el fósforo y este último ha podido llegar en grandes cantidades arrastrado en superficie por el agua. Por desgracia, es precisamente en otoño cuando se llenan los campos de gallinaza y estiércol para alimentar la cosecha de invierno.
Por lo tanto, para conocer el alcance real del impacto de las lluvias una parte importante del esfuerzo científico debe ir encaminado a cuantificar los aportes de nitratos, que pueden continuar durante meses a través de la descarga de agua del acuífero, y los fosfatos que han llegado arrastrados en los sedimentos.
Un futuro difícil de predecir
Colectivos científicos y ecologistas como la Asociación Meteorológica del Sureste (AMETSE) y la Asociación de Naturalistas del Sureste (ANSE) han recordado estos días que, si bien esta gota fría (DANA en el argot meteorológico) ha sido la más intensa de los últimos 50 años, ni se trata de un fenómeno aislado ni de una situación que deba tomarse como excepcional en esta parte de la península Ibérica. En 1987 y, sobre todo, en 1957 hubo episodios similares y es de esperar que sean más frecuentes con el cambio climático por lo que urgen a adoptar medidas.
De momento, las brigadas medioambientales han comenzado a retirar vehículos y barcos hundidos que junto a miles de fragmentos de poliestireno de origen agrícola, mobiliario urbano y todo tipo de enseres fueron arrastrados cuando el agua recuperaba sus antiguos cauces.
Además, el Gobierno regional ha puesto en marcha una campaña de muestreo para tener cuantificados los sedimentos que han entrado en la laguna y ha habilitado una plataforma abierta a la colaboración ciudadana para que “todas aquellas personas que tengan cualquier tipo de dato útil lo faciliten”.
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Para los expertos, son indispensables cambios estructurales que deberían empezar por la retirada de los cultivos ilegales, situación por la que el fiscal superior de la Región de Murcia llevó en 2017 ante la justicia por delitos contra el medio ambiente y prevaricación a 34 personas, entre las que se incluyen ex cargos del Gobierno regional, de la Confederación Hidrográfica del Segura (CHS) y de empresas del Campo de Cartagena.
Además, los cultivos legales deben comenzar una transición para ser más sostenibles ambientalmente. “Si los agricultores han podido pasar en pocos años de una agricultura tradicional a una agricultura industrial que requería una gran inversión, ¿cómo no van a poder ir a un modo de producción más sostenible?”, afirma Gonzalo González.
Sin embargo, aún con un vertido cero, como anuncia el plan del Gobierno central, “tenemos 300.000 toneladas de nitratos que seguirán saliendo del acuífero aunque el campo se llene de algarrobos”, recuerda el investigador del CSIC. Por eso, los hidrogeólogos apuestan por crear un sistema de drenaje que permita sacar agua del acuífero, desalarla y reutilizarla. Reutilizarla, eso sí, “controlando la fertilización con sustancias de liberación lenta y ajustada”.
A esto habría que añadir otras medidas como el papel fundamental que pueden ejercer los humedales naturales y artificiales en cuyos suelos sin oxígeno habitan bacterias que utilizan el nitrato en sus procesos biológicos.
“Hay que tomar todas las medidas necesarias para reducir o amortiguar las entradas de agua y sedimento a la laguna”, explica Juan Manuel Ruiz, que resume la situación de esta manera: “Si algo “positivo” aportan estos episodios tan drásticos es que de ellos se desprenden lecciones que, si se saben ver e interpretar, nos pueden indicar el camino hacia las soluciones”.
El investigador de Instituto Español de Oceanografía lo tiene claro, la violencia de los efectos de esta riada no solo tienen que ver con la intensidad inusual de las precipitaciones sino también con la realidad agrícola y urbanística del territorio. “Asumir esta realidad podría ser un buen enfoque para adoptar las medidas adecuadas”.