¿Cómo nació internet? Dicen que hubo un primer “he aquí” entre ordenadores de la Universidad de Stanford y la de Los Angeles, el 29 de octubre de 1969. A partir de ese día, el ciberespacio fue el nuevo éter –esa esfera aparente que rodea la Tierra– para las comunicaciones humanas. Desde entonces y hasta hoy, las tecnologías de la información han ido sofisticándose y abarcándolo todo, tanto en nuestra vida cotidiana como en la más alejada de las operaciones satelitales. Y esto, sin terminar de convencer ni a los pioneros ni a los actuales desarrolladores de la inteligencia artificial (IA), que siguen planteándose problemas e incógnitas, en especial, sobre la distorsionada representación de lo humano o la torpeza de los robots, entre otros.
Werner Herzog, director de la innolvidable Fitzcarraldo, es ese cineasta que complejiza conceptos para expandirlos, dedicó a estos enigmas un documental llamado Lo and behold: el inicio de internet (o los “ensueños del mundo conectado”, según las reveries of the conected world del título original), en 2016, y que actualmente está disponible en varias plataformas online como la española Filmin.
La fluidez de los cauces de Internet
Para sorpresa de muchos, el agua es uno de los disparadores del particular recorrido de Herzog, quien, para esta película, pudo entrevistar a monstruos sagrados (el inventor del IP, Bob Kahn o el pionero Leonard Kleinrock) y a personajes excéntricos (Elon Musk) del mundillo, a hackers (Kevin Mitnick) y neurocientíficos (Marcel Lust), gracias a la producción de NetScout, un gigante de la ciberseguridad. Y resulta que el agua ayuda a reflexionar también sobre los cauces en territorio cibernético.
La anécdota inspiradora la cuenta el propio Ted Nelson, uno de los pioneros del pensamiento sobre la red y quien acuñó los términos hipertexto e hipermedia: “Fue una experiencia de niño con el agua y la interconexión. Iba en un bote con mis abuelos, en Chicago, y mientras arrastraba la mano por la superficie del agua, tomé conciencia de cómo se movía entre mis dedos, como si se abriera de un lado y se cerrara del otro. Noté cómo, en ese cambiante sistema de relaciones, algunas cosas eran similares, casi las mismas, y aun así, diferentes. Eso, que era tan difícil de visualizar y expresar, podía generalizarse a todo el universo, porque el mundo es un sistema de relaciones y estructuras cambiantes. La interconexión me pareció, entonces, una vasta verdad. Y expresar esa interconexión ha sido el centro de mis pensamientos”.


Herzog se muestra fascinado por aquella noción de interconexión como posibilidad de desarrollo sano y fructífero de una red de redes y, por eso mismo, permite a Nelson que le detalle las razones de su disidencia con otro científico pionero, recientemente fallecido, llamado Larry Tesler, a quien se le atribuyen la creación de los comandos de cortar, copiar y pegar. La explica el propio Nelson: “El centro de mi trabajo informático consistió en expresar, representar y mostrar la interconexión, especialmente entre escrituras. La escritura es el proceso de reducir un tapiz de interconexión a una secuencia limitada. Y, en cierto modo, eso es ilícito, porque se trata de una compresión arbitraria de lo que debería expandirse. Esto significa que las computadoras actuales traicionan esto porque no hay ningún sistema para cortar y pegar; cambiaron el significado de las palabras ‘cortar y pegar’ y aparentaron que era lo mismo. Larry Tesler, que es un buen amigo mío, cambió esas palabras, y yo considero que eso es un crimen contra la humanidad, porque la humanidad no tiene herramientas de escritura decentes. Este es el problema de la interconexión, representación y secuenciación, un proceso similar a la cuestión del agua”.
Nelson se aferró a una esa visión acerca de la manera en que había que enlazar la información para que la interfaz siempre fuese muy accesible a las personas, mientras Internet tomó otros atajos, apostilla Herzog.
Lejos de una mímesis eficiente de lo natural
El documental aborda el fenómeno de Internet desde múltiples perspectivas, que van desde su aporte a un tiempo moral y culturalmente creativo, hasta el modo en que se comprime el entendimiento del mundo (números en lugar de ideas) o el desarrollo de raras hipersensibilidades que afectan la salud y que han originado comunidades rurales alejadas de antenas. Hay pros y contras explícitos en este mundo hiperconectado. Entre los últimos, se hace un paneo sobre las conductas egoístas que se han extendido en la era digital, o el modo en que Internet y los ordenadores han acabado con el pensamiento crítico profundo, como analizan sus propios creadores.
Es verdad que las máquinas se usan para sustituir el reconocimiento de las cosas que no se ven en su contexto de realidad, como se argumenta en el filme. Sin embargo, en el terreno educativo, por ejemplo, un profesor de robótica de Stanford, llamado Sebastian Thrun, confiesa que, dando las mismas clases a los 200 privilegiados estudiantes de la que es una de las universidades más reputadas del mundo y a otros cientos de alumnos de sitios lejanos (que jamás tendrían acceso a un centro de estudio como el que lo emplea), descubrieron que entre los primeros 400 estudiantes sobresalientes no había ninguno de Stanford. Estas constataciones surgen de la posibilidad de contar con estos grupos de contraste, gracias a la interacción digital.
“Internet tiene que evolucionar hasta volverse invisible, como la electricidad, a la que accedemos a través de un tomacorriente sin más preocupación”, señala el cosmólogo Lawrence Krauss, en diálogo con Herzog, cuya reconocible y calma voz en off nos acompaña a dudar y a aprender, o dejarnos llevar por sus paisajes y sus cavilaciones. Sin ir más lejos, indagar en la paradoja de esta red que facilita la visibilidad total, a la vez que cuenta con un background “oscuro”, sin registros originales, ni manuscritos que permitan rastrear todos los datos de la prehistoria de su creación, según los expertos.
¿La ciencia ficción falló en sus pronósticos? Hay quien dice que en los libros icónicos del género hubo coches voladores pero nada parecido a Internet: eso sí, los neurocientíficos aseguran que en el futuro se podrá tuitear con la mente, sin necesidad de escribir ni hablar… porque la telepatía ya es demostrable, al menos a distancias muy acotadas.


Por último, desmontando las rutilantes virtudes de la inteligencia artificial, los propios diseñadores aseguran que cualquier insecto es infinitamente más avanzado que el mejor de los actuales robots. La conclusión es que no hay nada que temer, mientras ningún artefacto artificial se acerque a la capacidad de una cucaracha.
