India siempre ha tenido una relación tortuosa con al agua. La historia del subcontinente se ha contado entre sequías, monzones y viajes a pozos. Incluso para el comienzo del segundo mandato del actual primer ministro, Narendra Modi, en 2019, los paseos de varias horas diarias para abastecerse de agua todavía eran una realidad para alrededor de un 10% de la población, unas 120 millones de personas, principalmente en zonas rurales.
Para un político que se jacta de entender los problemas de sus compatriotas más desfavorecidos, y que ha hablado de cómo su madre sufría por ir todos los días por agua, que tantos indios todavía viviesen en esas condiciones era inaceptable. ¿La solución? El despliegue de la misión Jal Jeevan, que consiste en instalar por lo menos un grifo de agua conectado a la red en cada institución pública y hogar rural del país para el 2024, año de las siguientes elecciones. A medio camino las proyecciones del gobierno auguran una misión cumplida, pero la revelación de problemas fundamentales en el manejo de los escasos recursos hídricos del país y la financiación duradera de los sistemas afecta los prospectos para el medio y largo plazo.
La inmensa tarea es liderada por el Ministerio Jal Shakti, que se puede traducir como Ministerio del Poder del Agua, y cuenta con un generoso presupuesto de unos 44 mil millones de euros; una cifra inusitada para un programa de este tipo a nivel global, el cual revela la seriedad del asunto para el ejecutivo de Modi, que ni siquiera lo redujo a raíz del golpe económico que ha supuesto la pandemia. No obstante, esa es solo una de las cifras que dimensionan el cometido: según el ministerio, 18,000 ingenieros gubernamentales supervisan a cientos de miles de contratistas y trabajadores que están instalando más de cuatro millones de kilómetros de tuberías para conectar alrededor de 192 millones de hogares distribuidos en las 600,000 aldeas del país.
La campaña estrella de Modi
El proyecto es propio de la naturaleza y estilo político de Modi, que tiene una tendencia hacia las soluciones ambiciosas y mediáticas que refuerzan su estatus en su cuidadosamente cultivada base nacionalista hindú. Y con el apoyo completo del primer ministro las cosas han avanzado rápidamente, esquivando fangosos trámites burocráticos y divisiones políticas fácilmente.
Algunos incluso comentan que el éxito parcial de Jal Jeevan ha sido el responsable de mantener alta la popularidad del primer ministro y de permitirle seguir controlando el complejo panorama político del país, a pesar de los estragos que ha dejado el covid. Sin embargo, otros tildan el proyecto de campaña publicitaria electoralista y ponen en duda el progreso real de la misión; otros más ni siquiera saben de su existencia.


A este tipo de críticas el gobierno lanza cifras. Ahora 85 millones de hogares en zonas rurales, un 46% del total, tienen agua de grifo, comparado con unos 30 millones hace tres años, según un contador que se actualiza a diario en la página oficial. Además, se ha pasado de una cobertura menor al 10% en escuelas rurales a más del 80% en ese mismo tiempo, dice el balance anual de Jal Shakti. De hecho, al ritmo actual de 100.000 conexiones diarias, asegura el ministerio, el objetivo final es alcanzable. Unos números que indudablemente son asombrosos, pero que por desgracia son imposibles de contrastar de manera fiable pues los contextos regionales varían tanto entre sí -en algunos el programa no ha empezado ni parece estar en el horizonte, en otros está parado- que hacerse una imagen del panorama nacional se convierte en una tarea impracticable.
El gobierno cita el entramado logístico que se ha desarrollado para poner en marcha Jal Jeevan. Los distritos y estados, junto con universidades técnicas, hacen planes específicos para cada región con recomendaciones; luego, organizaciones locales trabajan con los concejos de las aldeas, que se convierten en los administradores públicos. En algunas zonas el programa incluye tuberías y bombas que transportan agua desde fuentes como represas a decenas de kilómetros de distancia. En otras, aldeanas -principalmente mujeres, dejando ver una perspectiva de género que atraviesa el proyecto, pues ellas son quienes históricamente han sido las encargadas de recoger agua- son entrenadas para revisar la calidad y salubridad del agua usando uno de seis kits desarrollados especialmente y luego reportar los resultados a una plataforma nacional.


Todo esto supone un progreso sin precedentes. Si bien desde su independencia a mediados del siglo pasado India mejoró paulatinamente sus índices de distribución de agua, desde el año 2000 los avances habían sido demasiado lentos. Los efectos de esta situación son variados e interconectados, afectando desde la salud, a la educación y por último el crecimiento económico en general. Por ejemplo, según datos de Unicef, se estima que las enfermedades transmitidas por el agua suponen actualmente pérdidas de casi 530 millones de euros cada año para el país. La meta final es que la escasez de agua deje de ser un factor negativo en el crecimiento económico del país, recuerda el gobierno en sus comunicados.
De las victorias rápidas a los retos a largo plazo
A pesar de las asombrosas estadísticas, creíbles del todo o no, a medida que se avanza y se sortean obstáculos -políticos, burocráticos, naturales y tecnológicos- que habían imposibilitado llevar agua potable a las zonas rurales durante décadas, han empezado a aparecer nuevos problemas que vislumbran que será muy difícil mantener un servicio estable y confiable en los millones de nuevas conexiones de grifo.
Por un lado, el modelo de financiación de los recién creados sistemas públicos de agua ya muestra señales de generar tensión. En principio la idea es que los nuevos usuarios paguen una módica mensualidad a los nuevos entes administradores surgidos de los concejos de las aldeas para el mantenimiento. No obstante, en muchas solamente una pequeña porción de los hogares están dispuestos a pagar. Muchos otros están acostumbrados a recibir subsidios y otras “cortesías” como parte de una cultura política asistencialista, y ahora no ven por qué el agua habría que pagarla. Ante esto, el gobierno ya ha hecho contingencias, asegurando miles de millones para el mantenimiento futuro de las nuevas conexiones, pero el recuerdo de numerosas iniciativas pasadas fallidas alimentan el escepticismo.


La disponibilidad del agua es otro factor que hace peligrar el sistema entero, pues India es uno de los países con mayores índices de agotamiento de recursos hídricos en el mundo. Ante sequías cada vez más intensas, el país se ha volcado a explotar sus acuíferos subterráneos desde hace décadas y hoy en día extrae más agua del subsuelo que China y Estados Unidos juntos. Esta agua abastece el 85% del agua potable de zonas rurales y el 48% en zonas urbanas, además de ser usada extensivamente también para regadíos. Sin embargo, se está acabando rápidamente. Con alrededor de la mitad de los acuíferos ya en niveles críticos, se prevé que en las próximas décadas se empiecen a secar del todo.
Ante esta realidad la misión Jal Jeevan incluye planes de sostenibilidad para asegurar el abastecimiento hídrico a largo plazo. Los puntos que incluye son demasiados para nombrar, pero se enfoca principalmente en hacer mejor uso del agua de lluvia -pues actualmente apenas se aprovecha una pequeña fracción- y de limitar el uso de acuíferos subterráneos para la irrigación en toda la India. No obstante, por ahora en el terreno no se ha puesto en marcha ningún proyecto de este estilo.


Con dos años de plazo para que se acabe el segundo mandato de Modi, y llegue el momento de valorar por completo la misión Jal Jeevan, el ministerio Jal Shakti todavía tiene mucho que hacer para asegurar el legado del proyecto histórico. Aunque se ha avanzado a gran ritmo hasta ahora, las dudas se asientan y el riesgo de que todo termine, como tantas otras veces, en tuberías abandonadas y grifos secos, se hace sentir.
