La multiplicación y virulencia de los conflictos armados en Oriente Próximo han causado enormes problemas sociales y obligado a huir de sus casas a millones de personas que ahora ven como la sequía y el estrés hídrico podrían amenazar definitivamente su supervivencia



Oriente Próximo es sin duda una de las regiones del mundo más afectadas por la guerra. Desde conflictos enquistados como el que existe entre Israel y Palestina desde hace más de siete décadas hasta enfretamientos de nuevo cuño como la guerra civil que sufren Siria o Libia, la población de esta región que abarca todo el territorio entre Irán y Marruecos es una de la más afectada por la violencia. Sin embargo, la falta de paz no es la única amenaza para el bienestar de unas sociedades que han intentado acostumbrarse a vivir dentro de un conflicto permanente: la ausencia de agua gestionada de manera segura y en cantidad suficiente para cubrir las necesidades básicas es un problema cada vez mayor en muchos países de la zona, que ven como a un alto estrés hídrico se suma una mayor frecuencia e intensidad de sequías que dificulta seriamente sus posibilidades de supervivencia.
Esta misma semana, varias organizaciones no gubernamentales han alertado de que más de 12 millones de personas en Siria e Irak, incluidos cientos de miles de desplazados, están sufriendo los efectos de la sequía y se enfrentan al colapso «inminente y total» de su acceso al agua y la producción de alimentos. «En la región, la altas temperaturas, los bajos niveles récord de precipitaciones y la sequía están privando a la gente de agua para beber y para la agricultura», indicaron 13 ONG presentes en Oriente Próximo, entre las que se encuentran Acción Contra el Hambre, CARE Internacional o el Comité Noruego para los Refugiados, en un comunicado publicado el lunes.
En total, según sus cálculos, hay unos 400 kilómetros cuadrados de tierras agrícolas que están en riesgo de padecer una sequía que acabe por desertizar por completo el terreno, además de poner en serias dificultades la producción energética. En concreto, en el norte de Siria, dos presas, que proporcionan electricidad a tres millones de personas, se enfrentan al cierre total por la falta de niveles de agua suficientes en sus embalses, mientras que varias comunidades en Alepo, Raqa y Deir al Zur, incluidos algunos campos de refugiados, ya han sufrido un aumento de brotes de enfermedades transmitidas por el agua, un síntoma incofundible de una falta de acceso a agua y saneamiento seguros. Mientras, en Irak, la escasez de agua ha afectado a tierras agrícolas, industrias pesqueras, la producción de electricidad y fuentes de agua para el consumo doméstico.Según la ONU, Siria sufre la peor sequía en siete décadas e Irak afronta su segunda temporada más seca en 40 años debido a las bajas precipitaciones. «La situación demanda que las autoridades de la región y los gobiernos donantes actúen rápidamente para salvar vidas en esta crisis, que se suma al conflicto, la covid-19 y el declive económico», ha advertido el director regional de CARE, Nirvana Shawky, que recordó que la falta de agua en las presas de Oriente Próximo no solo supone un importante problema hídrico y alimentario sino que «impacta en otras infraestructuras esenciales, incluidas las instalaciones de salud».
Alto estrés hídrico
El estrés hídrico ocurre cuando la demanda de agua representa una parte sustancial de la cantidad disponible durante un período determinado o cuando la mala calidad del agua restringe su uso. En Oriente Próximo, prácticamente todos los países de la región sufren esta condición por una combinación de falta de lluvias, deficiente gestión de los recursos, mala condición de las infraestructuras y, por supuesto, los conflictos armados. Según los datos proporcionados esta misma semana por Unicef en la Semana Mundial del Agua, esta región es la que más escasez de agua sufre de todo el mundo: de los 17 países con más estrés hídrico, 11 se encuentran aquí, en la que cerca de 66 millones de personas de la zona carecen de saneamiento básico, y solo una proporción muy baja de aguas residuales es tratada de manera adecuada.
El informe, titulado Quedándose sin agua: el impacto de la escasez hídrica en los niños de Oriente Próximo y Norte de África destaca las principales causas que hay tras la escasez de agua en la región, que incluyen el aumento de la demanda de la agricultura y la expansión de tierras irrigadas a través de acuíferos. Mientras que a nivel mundial la agricultura representa el 70% de media del uso de agua, en esta región el porcentaje es de más del 80%. Esta explotación excesiva, sumada a los conflictos y la inestabilidad económica y política de la región, han aumentado la demanda de fuentes de agua de emergencia, incluido el transporte en camiones, lo que agrava aún más el agotamiento de las aguas subterráneas, según Unicef.


«La escasez de agua está teniendo un profundo impacto sobre los niños y sus familias, empezando por su salud y nutrición. También está empezando a ser cada vez más una causa fundamental de conflictos y desplazamiento», ha explicado el director adjunto regional de Unicef para Oriente Próximo y Norte de África, Bertrand Bainvel. «En este contexto, es todavía más inaceptable que quienes combaten en conflictos tengan como objetivo las infraestructuras de agua», ha agregado, antes de pedir que los ataques sobre esas infraestructuras «deben parar».
Otros factores que contribuyen a la escasez de agua son, según asegura esta agencia de la ONU, la migración de la gente de las zonas rurales a las urbanas, el crecimiento de la población, una gestión deficiente del agua, el deterioro de la infraestructura de agua y temas de gobernanza. «En muchos países de la región, los niños tienen que caminar distancias cada vez más largas para ir a buscar agua, en lugar de pasar ese tiempo en la escuela o con sus amigos jugando y aprendiendo», ha lamentado el asesor regional de Unicef para temas de agua y saneamiento en Oriente Próximo y el Norte de África, Chris Cormency. Sin embargo, la experiencia demuestra que con ayuda al desarrollo y colaboración entre actores se puede lograr mejorar la situación incluso en zonas de conflicto como Sudán.
El PNUMA y Darfur
La región de Darfur, situada en Sudán pero fronteriza con Chad, tiene una historia reciente muy complicada. El conflicto civil entre comunidades de diferente orientación étnica o religiosa desgarró Darfur a principios de la década de 2000, matando y desplazando a cientos de miles de personas en una guerra que ha dejado un enorme reto humanitario pero también hídrico. Y es que, tal y como explica el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) en una nota publicada esta semana, en toda esta árida región de Sudán, el agua siempre ha sido uno de los productos más preciados y, sin ella, la vida literalmente llega a su fin.
Con el cambio climático, la disponibilidad de agua para la agricultura y la vida se ha vuelto más impredecible. Las precipitaciones han sido irregulares y las temperaturas están aumentando, lo que ha provocado escasez de alimentos y conflictos a medida que los agricultores y pastores compiten por los escasos recursos naturales. Sin embargo, la sequía no es la única consecuencia indeseada: cuando el suelo se ha secado durante largos meses de calor, no puede absorber aguaceros repentinos por lo que, cuando llega el agua, se escurre en riadas repentinas, se precipita hacia los lechos de los ríos secos y barre todo lo que tiene por delante. Solo en Darfur del Norte, más de 40 personas se han ahogado desde el año pasado en incidentes de este tipo.


Pero existen soluciones innovadoras basadas en la naturaleza para abordar los problemas ambientales de Darfur y otros países de Oriente Próximo que sufren estrés hídrico y un alto grado de violencia. Un ejemplo es el proyecto que está implementando el PNUMA en colaboración con la Comisión Europea en Wadi El Ku, cerca de El Fasher, la capital de Darfur del Norte, que ha servido para construir presas que conservan el agua de lluvia y la regulan cuando llegan las inundaciones. Sin embargo, la iniciativa no solo busca que la vida de los residentes sea más sostenible, sino también reducir los conflictos entre los pastores nómadas de camellos, ganado y cabras y los agricultores.
El proyecto se encuentra ahora en una segunda fase, que comenzó en 2018 y se traducirá en la construcción de varias presas, canales de riego, bosques comunitarios, cinturones de protección y otras intervenciones adicionales que mejorarán los medios de vida de 100.000 personas mientras se restauran los recursos naturales. “El proyecto Wadi el Ku demuestra porqué es fundamental que las agencias de la ONU, los donantes y el gobierno trabajen mano a mano con las comunidades locales para restaurar el medio ambiente. Asegurar que los residentes de la región administren los recursos naturales de manera inclusiva está ayudando a terminar con la desconfianza entre las comunidades agrícolas y nómadas ”, explica Gary Lewis, Director de Desastres y Conflictos del PNUMA.
