Hace ya tres años que un Dia Mundial del Medio Ambiente de 2019 las páginas de El Ágora se abrieron por primera vez para descubrirnos todo un mundo acuático.
El agua, que hasta entonces conocíamos en estado sólido, líquido y gaseoso se mostraba al mundo en nuestras páginas, también, en estado digital.
Preludio de cómo la digitalización cambiaría nuestra forma de entender los recursos y la propia vida, aunque eso pudimos constatarlo un par de años después.
2019: no dejar a nadie atrás
Entonces, ya éramos conscientes la importancia de que consumíamos más de lo que nos podía proporcionar el planeta, y toda una legión de jóvenes de la generación Z, alentados por Greta Tumberg, señalaban la falta de acción de los líderes mundiales para frenar el impacto del cambio climático que entonces aún confiaba en que el Acuerdo de París sería la salvación.
Dos Conferencias de las Partes de Naciones Unidas para el Cambio Climático, la primera COP en Madrid en 2019, una pandemia y una guerra después hacen tambalearse las prioridades climáticas, cuando la realidad, y así nos lo han mostrado las páginas El Ágora es que son, ahora, más necesarias que nunca.
Los lemas escogidos por Naciones Unidas para conmemorar los tres Días Mundiales del Agua que hemos vivido con nuestros lectores sintetizan como este recurso esencial para todo, desde nuestra propia existencia al desarrollo de las civilizaciones, la equidad, la igualdad, la educación, la alimentación y la sed, ha ido ganando protagonismo en la conciencia social y, por ende, en la de los que gobiernan. No dejar a nadie atrás, Agua y cambio climático, El valor del Agua y Hacer visible lo invisible.
En 2019, casi de manera premonitoria arrancamos bajo el lema “No dejar a nadie atrás”.
Sin duda, el estrés hídrico acuciante en muchas partes del mundo y con un gran impacto en el arco Mediterráneo, donde se sitúa España, acompañado de fenómenos meteorológicos adversos convertidos en desastres naturales hidrológicos, por exceso y por defecto a nivel global protagonizaron nuestras noticias.
En España aprendimos lo que era un DANA, una Depresión Aislada en Niveles Altos, y la diferenciamos de las gotas frías por su temporalidad. Y supimos que no estábamos preparados para afrontar los riesgos del cambio climático.
La riada de Santa María, uno de los mayores desastres vividos por la Vega Baja levantina puso en evidencia, no solo el poder y a fuerza del agua sino la acuciante necesidad de implementar medidas de mitigación del riesgo de inundaciones.
Con soluciones basadas en la naturaleza como el Parque Inundable de la Marjal, tanques de tormentas y anticontaminación, nuevos drenajes urbanos, la digitalización de las redes y su gestión, y un enfoque a partir del estudio del riesgo que pone sobre la mesa la necesidad de poner el conocimiento y la tecnología al servicio de la previsión y las alertas tempranas, porque si algo aprendimos es que detrás de estas catástrofes naturales hacer bien las cosas salva vidas.
Y no sólo en la costa, donde el riesgo de inundación por lluvias torrenciales se ve agravado con la subida prevista de más un metro del nivel mar, ciudades del interior peninsular como Madrid o Toledo y las recurrentes crecidas del Ebro evidenciaron que la mitigación debía ser prioritaria para combatir un cambio climático que golpeaba, cada vez más fuerte con el agua.
Esa agua que corría por los grifos de nuestros hogares sin que apenas reparásemos en cómo ese alimento, el más controlado de todos, llegaba con absoluta garantía de seguridad a todos los hogares españoles. Algo que era poco menos que un milagro para muchos millones de personas en el mundo.
Una de cada cuatro personas habita en países en los que se vive al límite de sus recursos hídricos, con un consumo por encima del 80% de la disponibilidad de agua.
Algunas regiones españolas también están cerca de lo que ahora se conoce como “Día Cero”, el día en que los grifos se secan y que ya ha amenazado a ciudades de 17 países desde Ciudad del Cabo hasta São Paolo o Chennai, o la propia Dublín, porque el agua además de existir tiene que estar “tecnológicamente disponible”.
Mucho más milagroso allí donde no hay grifo contar con un retrete del que poder tirar de la cadena. Mientras que aquí descubríamos un “monstruo de las toallitas” al que alimentábamos sin ser conscientes arrojando toallitas y otros productos de higiene al inodoro provocando pérdidas de 200 millones de euros al año en el ciclo del agua.
Un ciclo que adolece, desde mucho antes, de falta de inversiones infraestructurales para poner a punto los 450.000 km de tuberías de aducción, distribución y saneamiento que recorren nuestro país para paliar nuestra sed o, lo que es lo mismo, una distancia equivalente a dar once vueltas al mundo; esas 1.225 grandes presas tan cerquita de la obsolescencia o de las más 2.300 depuradoras que tantos quebraderos de cabeza vienen dando a España por sus deficiencias en materia de saneamiento según las directivas europeas.
Hoy tres años, un cambio de legislatura europea y otra española, una pandemia y una guerra después, seguimos contando la misma noticia con pocos cambios…
2020: Agua y cambio climático
Nuestro primer aniversario nos dejó ver cómo habíamos sido testigos de Doce meses cruciales para el planeta, doce meses en los que un acontecimiento tras otro nos llevaba a constatar que el cambio de paradigma que marcará el siglo XXI se materializaba en 2020, convirtiéndolo, sin lugar a duda, en el año que vivimos peligrosamente.
Así se anticipaba en la COP25, que quiso el azar que cruzara el Atlántico hasta Madrid como señal de que Europa, erigida en adalid de la lucha contra el cambio climático, con un Ejecutivo renovado y una apuesta clara, con su Green Deal o Pacto Verde Europeo, estaba lista para liderar los avances hacia los objetivos marcados en el Acuerdo de París, debilitado tras el abandono de Estados Unidos de esta lucha.
Ya entonces se habló de cómo la pérdida de diversidad por causas antropogénicas podría favorecer la aparición de nuevos patógenos que provocasen pandemias a nivel global; pero nunca sospechamos que tres meses después, en marzo de 2020 el covid-19 paralizaría al mundo entero.
No supimos leer las señales y hasta ese drástico frenazo de la actividad humana, no tomamos conciencia de nuestra vulnerabilidad y aprendimos a mirar al futuro y al planeta con ojos más humildes.
La pandemia también nos ha enseñado que la ciencia debe estar en el centro de las soluciones siempre y que la colaboración y las alianzas, avanzar todos juntos, es el único camino para superar esta y otras crisis. Y, además, nos hizo ver cuánto necesitamos un recurso que en los países desarrollados consumimos sin apreciarlo y en los países más vulnerables carecen de él: el agua.
El agua ha sido el mejor escudo que ha tenido la humanidad frente al covid y las manos limpias la mejor receta para la salud en estos años pandémicos de los que aún no salimos. Sin embargo, en un mundo en el que 3.000 millones de personas (el 40% de la población) no dispone de instalaciones seguras para poder lavarse las manos con agua y jabón, se ha puesto en evidencia las desigualdades en el acceso a este preciado recurso y cómo de lejos seguimos en los Objetivos de Desarrollo Sostenible que nos marca la Agenda 2030.
No hay duda de que la pandemia de covid-19 ha puesto al descubierto la urgente necesidad de una acción mundial en materia de seguridad hídrica.
Sobre todo, en una situación de crisis climática que generaliza y agudizará los desafíos relacionados con la disponibilidad de agua y los eventos hidrológicos extremos, como inundaciones y sequías.
Sin olvidar los profundos cambios en la demanda de agua debido al crecimiento y desplazamiento de la población, la intensificación de la agricultura y la degradación de la infraestructura.
Así desde Naciones Unidas se destacó durante este 2020 pandémico, la importancia de invertir tanto en infraestructuras del agua como en gobernanza para suministrar el recurso más básico para la vida de las comunidades, su desarrollo y su protección frente a la enfermedad.
La ONU, consciente de la importancia del agua en la estrategia global frente al covid-19, en el mes de julio de 2020 activó el Marco Mundial de Aceleración del ODS 6 con el objetivo de apoyar el progreso acelerado de los países en cinco esferas decisivas para conseguir agua limpia y saneamiento para todos: financiación; datos e información; desarrollo de capacidades; innovación; y gobernanza.
Y vinos como el agua limpia era nuestra mejor barrera frente al virus, y la sucia, nuestras aguas residuales una herramienta esencial como alerta temprana epidemiológica. El control digitalizado y sistematizado de las aguas residuales, gracias al liderazgo tecnológico de las empresas del sector de agua como Agbar permitieron ofrecer un sistema de monitorización casi en tiempo real de la prevalencia del covid en cada ciudad, incluso en barrio, para facilitar la toma de decisiones de los responsables sanitarios. Adelantándose casi en 10 días a la evolución sanitaria de la pandemia.


Un ejemplo de ciencia y tecnología al servicio de la sociedad que se consigue gracias a la colaboración público-privada y a las alianzas.
Y con este lema por bandera El Ágora fue desgranando como la apuesta europea por el Pacto Verde y el liderazgo de España en esta transición ecológica iba tomando forma, cada vez más hidratada pero aún demasiado seca. Una transición que empezó siendo energética y que ya es también hídrica, al incorporar el poder del binomio agua-energía y el potencial tractor de la economía azul.
Unas páginas repletas de información elaborada desde casa, como casi todas las actividades que se pudieron hacer en remoto en nuestro país y en el resto del mundo mientras esperábamos las vacunas como agua de mayo.
Y entre tanto el agua nunca faltó en nuestro país gracias al reconocido compromiso del sector (trabajadores y empresas) del ciclo urbano del agua, al pie del cañón durante la peor pandemia de los últimos 100 años, garantizando siempre el acceso a ese derecho universal (y esa necesidad ineludible) que es el agua potable y el saneamiento, a salvo del coronavirus, hasta con sistemas de presencia continua (confinamiento) en las instalaciones esenciales para seguridad de todos.
Técnico del ciclo de agua urbana trabajando durante el confinamiento total que vivió España desde marzo a junio de 2020.
Y después del confinamiento arropando a los más vulnerables, todos esos colectivos que de repente se veían avocados a una pobreza sobrevenida por la crisis económica que dejó como secuela el virus. Una protección, asumida por el conjunto del sector y que se ha traducido en que en estos dos años de pandemia no se ha cortado el suministro de agua a ningún usuario por dificultades en el pago.
2021: el valor del agua
Y así llegamos a 2021, el año de la resiliencia, de la reconstrucción, de la digitalización como herramienta transversal para esa transición ecológica y justa con la que queremos salir de esta crisis postpandemia y el año en el que agua nos mostró su gran valor.
Una de las citas claves de 2021 fue la COP26, una Cumbre del Clima cuyo principal resultado volvió a ser un pacto de mínimos que no contenía grandes compromisos vinculantes a nivel de lucha contra el cambio climático. Además, aunque sí hubo avances como el reconocimiento por parte de los países de que están fallando a la hora de recortar emisiones, además de la primera mención explícita a acabar con los combustibles fósiles que se encuentra en un acuerdo de este tipo, la cita celebrada en Glasgow se cerró sin una sola referencia clara al agua en su declaración final.
A pesar de que fue un año especialmente seco, preludio de la sequía que hoy vislumbramos, arrancó con un fenómeno meteorológico inusual.
Filomena, una tormenta de frío polar y nieve, la más intensa del último medio siglo, que sepultó en apenas cinco días casi 240.000 kilómetros cuadrados de España, el 46,9% del país y afectó a 14 millones de personas. La nieve destrozó cientos de miles de árboles, colapsó ciudades y paralizó la logística y el transporte del país, provocó importantes daños en infraestructuras y cultivos revelando el largo camino hacia la resiliencia urbana que nos queda por recorrer.
Sin duda 2021 fue el año de la reconstrucción, una reconstrucción verde e hidratada que fue tomando forma a los largo de los meses tras la aprobación del Plan de Recuperación y Resiliencia de España que, más allá de la transición energética ya esbozaba una transición hídrica, como dictaba la histórica Ley de Cambio Climático que vio la luz pocos meses antes, y que con una dotación inicial prevista para el sistema hídrico, repartida en diferentes capítulos, de 2.000 millones de euros se ha traducido en un importante impulso al Plan Nacional de Depuración y Saneamiento (Plan Dsear) para acabar con las multas de Europa por depuración insuficiente y un Proyecto Estratégico para la Recuperación y Transformación Económica (PERTE) para digitalizar el sector del agua en España, que conocimos a principios de 2022.


Pero esa transición hídrica también se ha materializado en los Planes Hidrológicos de tercer ciclo 2022-2027 que marcará la senda de la adaptación de la gestión del agua al nuevo escenario de cambio climático, que en nuestro país estará marcado por un mayor mayor déficit de precipitaciones y una menor disponibilidad de recursos hídricos acompañada con frecuentes periodos de sequía e inundaciones, que exigen un cambio de paradigma que incorpore la incertidumbre y el riesgo en la gestión.
Un Plan que contará con una inversión que alcanzará los 20.000 millones de euros al final del periodo con las aportaciones del resto de administraciones y agentes competentes en la materia.
Una gestión de los recursos para garantizar la seguridad hídrica y ambiental de nuestros cauces y masas de agua, que impulsará el saneamiento y la depuración en el tratamiento de las aguas residuales urbanas, la renaturalización fluvial y la incorporación de las fuentes de agua no convencionales (reutilización y desalación) al mix hídrico para preservar las fuentes naturales.
Una planificación que incorpora el riesgo de inundación y la digitalización del ciclo agua para optimizar hasta la última gota.
Pero 2021 fue el año en el que se empezó a cerrar el circulo infinito en el ciclo del agua. Un sector que ha apostado por la circularidad, la descarbonización y la eficiencia energética. Liderando el camino hacia el residuo cero y la autosuficiencia en muchas de sus plantas, desarrollando la capacidad energética del ciclo del agua con posibilidad de generar energías y combustibles para mover flotas de autobuses urbanos.
Una circularidad que, gracias a los modelos tecnológicos y de investigación de colaboración público-privada como Cetaqua han permitido convertir las depuradoras en Biofactorías, auténticas minas en la ciudad que valorizan todos sus productos.
Un modelo que el agua ya exporta a otras industrias como la minería o la conservera.
2022: hacer visible lo invisible
Y así llegamos a 2022, el año de las aguas subterráneas. De la lucha contra la contaminación difusa de los acuíferos. Un año de crecimiento truncado por un conflicto bélico que nos ha devuelto a los principios inspiradores del tratado de Roma en los que la autonomía energética, productiva y alimentaria echan el pulso a la agenda verde mundial, amenazada por una recesión económica sin parangón.
Un año de sequía, en el cuerno de África, en Chile y también en España que arrastra un déficit de precipitaciones del 33% y unas reservas de agua que no llegan al 50%.
Un año de inflación en el que la protección a los vulnerables sigue estando en el centro de la agenda hídrica.


¡Son solo tres años y cuántas páginas hemos llenado de agua!
El Diario del agua tiene que seguir fluyendo informaciones que nos hagan más responsables y sostenibles con los recursos en general y con el agua, en particular.
Tenemos que dejar de vivir tan deprisa, hay que dar un respiro al planeta y bebernos su agua sorbo a sorbo, como el tesoro que es.
Porque el futuro tiene que ser verde o no será y la Tierra sin agua es solo eso, tierra.
