La NASA hace una apuesta histórica por la colaboración público-privada

La NASA hace una apuesta histórica por la colaboración público-privada

La NASA hace una apuesta histórica por la colaboración público-privada

Por primera vez en su historia, la NASA apostó en el 2005 por iniciar colaboraciones público-privadas para poder continuar con su carrera espacial. Con el lanzamiento del Crew Dragon se ha demostrado que fue todo un éxito: EEUU logra reducir costes y da a las empresas una oportunidad para “rejuvenecer” el sector espacial


Carlos de Pablo
Madrid | 1 junio, 2020


Los Estados Unidos y la empresa SpaceX han hecho historia este fin de semana, pero para comprender la magnitud de este hito, hace falta retroceder 75 años atrás, concretamente a la caída del III Reich alemán en 1945.

En aquel planeta arrasado por la guerra, las dos superpotencias restantes iniciaron un silencioso pulso para demostrar su supremacía a través de un atípico conflicto conocido como la Guerra Fría. Tal fue la rareza de ese choque de titanes, que el estruendo de las armas cedió su clásico protagonismo al mutismo de los gobiernos, que prefirieron combatir en las sombras con ayuda de la igual de mortífera ciencia.

La carrera espacial que la URSS inició en 1955 con el lanzamiento del primer satélite artificial es uno de los máximos exponentes de ese conflicto científico. En este caso, los Estados Unidos se encontraron muy a la cola y solo se pudieron limitar, en cierto modo, a replicar o mejorar los grandes éxitos soviéticos.

De hecho, a principios de la década de los 60, la URSS ya había puesto en órbita a dos seres vivos, un humano entre ellos, y había lanzado varias sondas para reconocer la superficie de la Luna, la última frontera para demostrar el potencial científico de ambas potencias.

Fue, sin duda, un momento crucial para los Estados Unidos y más teniendo en cuenta que la carrera espacial simplemente se estaba realizando para demostrar la supremacía científica. En palabras del presidente John F. Kenedy:

“Todo lo que hagamos debería estar realmente vinculado a llegar a la Luna antes que los rusos. De otra manera no deberíamos gastar todo ese dinero porque no estoy interesado en el espacio”.

Buzz Aldrin fotografiado por Neil Armstrong en durante la misión Apolo 11 | Foto: NASA

Invadidos por un espíritu de ambición, los Estados Unidos se involucraron por completo en el desarrollo del programa Apolo en 1960 que pretendía llevar a los humanos a la superficie de la Luna. Dicho y hecho, con la famosa frase “un pequeño paso para el hombre y un gran salto para la humanidad”, el astronauta Neil Armstrong gravó su huella en la superficie lunar nueve años después. Los estados Unidos lo habían conseguido: habían vencido a la URSS.

El júbilo y la emoción del momento se apoderaron de todos los ciudadanos estadounidenses, que siguieron apoyando las misiones Apolo hasta el año 1973, momento en el que se dieron cuenta de las graves consecuencias económicas que esta carrera había supuesto para el país.

Para hacernos una idea, los Estados Unidos invirtieron solo en el programa Apolo (existió otro programa llamado Mercury con objetivos similares) casi 20 mil millones de dólares, el 35% del gasto total de la NASA entre 1960 y 1973. En dólares actuales, esa cifra podría situarse por encima de los 150 mil millones.

Debido a los importantes gastos a los que había que hacer frente, el país americano se vio obligado a recortar las partidas de la NASA y, en consecuencia, a dejar en el olvido los avances que se habían producido.

Además, la URSS tampoco estaba interesada en la conquista del espacio, por lo que cualquier aliciente para seguir por esta senda quedaron pulverizados. Tan solo la literatura y el séptimo arte continuaron divagando sobre la conquista del espacio y los secretos que aguardaba.

La reinvención de la NASA

En los años posteriores, la agencia espacial norteamericana continuó centrada en la investigación espacial, pero con una visión alejada de aquellas conquistas espaciales que perduró hasta el año 2000.

Con la entrada del nuevo siglo, y prácticamente de la mano de su antiguo enemigo, se inició la construcción de la Estación Espacial Internacional (EEI o ISS, por sus siglas en inglés), un enorme laboratorio, con la longitud de un campo de fútbol, que orbita nuestro planeta y que, en esencia, sirve para realizar experimentos de enorme valor para la ciencia.

Esta imagen de la ISS, tal como se encuentra en un contexto contra la Tierra, fue tomada poco después de que el transbordador espacial Atlantis se desacoplara del puesto avanzado orbital el 17 de septiembre de 2006 | Foto: NASA

Para su adecuada gestión, era necesaria la participación de astronautas, por lo que de nuevo la NASA y su homólogo ruso Roscosmos sintieron la necesidad de lanzar humanos al espacio. De hecho, durante los siguientes 20 años, ambas agencias enviaron a 239 astronautas en 85 vuelos, según la NASA.

A esa necesidad se sumaron las vanguardistas ideas sobre la conquista de la Luna con bases permanentes e, incluso, la llegada de personas a Marte. Unas ideas que, si bien eran ambiciosas, resucitaban los viejos problemas de la NASA ya que, un solo viaje tripulado a la Luna le podía costar al país unos 83.000 millones de dólares.

La misiones Soyuz planeaban reducir su frecuencia en el 2020, de ahí la necesidad de conseguir también un programa propio

Por ello, y a raíz del incidente del Columbia del 2003, el gobierno de los Estados Unidos se lanzó a buscar un nuevo modelo operativo público-privado que le permitiese alcanzar sus objetivos científicos a la par que pudiesen dar la oportunidad a empresas a desarrollar tecnologías innovadoras que rejuveneciesen el sector espacial.

En el 2004, el presidente George W. Bush anunció esa nueva visión y, a través de una ley aprobada al año siguiente, encaminó a la NASA a buscar el acceso a la EEI con ayuda de socios comerciales.

“La NASA abandonó su enfoque tradicional para pasar a otro en el que pagaría una cantidad fija a empresas privadas que ofrezcan los servicios requeridos”, comenta la NASA en un informe de evaluación.

Dos empresas a la cabeza

En el 2011, con el aterrizaje del transbordador STS-135 Atlantis, su última misión tripulada, los Estados Unidos se embarcaron en esa nueva aventura que arrancó oficialmente en el 2014 con la contratación de las empresas Boeing y SpaceX, las dos únicas corporaciones cuyas naves, la Starliner y la Crew Dragon respectivamente, pasaron los controles exigidos por la NASA.

Ambas naves espaciales se construyeron a través de una inversión de 6.600 millones de dólares que no fueron repartidos equitativamente. Mientras que Boeing se quedó 4.200 millones, en SpaceX se invirtieron 2.400 millones. Esto no importó a la empresa de Elon Musk que, con un presupuesto menor, se puso rápidamente a la cabeza de este duelo.

El motivo era simple. A partir del 2011, la NASA se vio obligada a acudir a Rusia y a sus vehículos espaciales Soyuz para mandar a sus astronautas a la Estación Espacial Internacional. El coste de este viaje variaba entre los 20 millones y 90 millones por asiento, siendo las últimas misiones las más caras. En total, la NASA indica que se ha gastado desde ese año 3.900 millones de dólares para enviar a 70 astronautas.

El contrato que firmaron las empresas se basaba en los precios de esos asientos (CCtCap con costes fijos) y, mientras que la empresa Boeing los vende a unos 90 millones, SpaceX lo hace a unos 55 millones, suponiendo un ahorro importante sobre los precios que ofrecen las Soyuz.

A esto se añade que SpaceX estableció unos plazos para realizar viajes mucho más cortos (24 meses frente a los 32 de su adversario), por no hablar de que su Falcon 9, el cohete que impulsa a la nave espacial, puede reutilizarse, ahorrando así otra enorme cantidad para futuros lanzamientos.

Todas estas ventajas, unidas a un imprevisto en la última prueba de la Starliner, provocaron que la NASA diese la oportunidad de oro SpaceX al concederle estos días el honor de realizar el primer viaje espacial tripulado a lomos de un vehículo espacial “privado”.

“Es la culminación de una increíble cantidad de trabajo del equipo de SpaceX, de la NASA y de otros socios. Puedes ver esto como el resultado del trabajo de cientos de miles de personas”, explicaba Elon Musk en el momento del lanzamiento.

En todo caso, de haberse decantado por una u otra empresa, este viaje se hubiese presentado de la misma forma ya que es, sin duda, un capítulo más en la historia de los viajes espaciales en la que, por primera vez en la historia de américa, agencias privadas pudieron aportar su grano de arena a esa carrera espacial.



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