La caída de un asteroide hace 66 millones de años no solo exterminó la mayor parte de la vida con su explosión, terremotos y la enorme nube de polvo que ocultó los cielos durante años. Los expertos creen que el impacto produjo tsunamis de más de un kilómetro de altura que pudieron recorrer más de 3.000 kilómetros



La extinción del Cretácico-Paleógeno, ocurrida hace 66 millones de años, es uno de los eventos de su clase más conocidos, no solo porque durante aquellos momentos desapareciesen tres cuartas partes de las especies de vegetales y animales, sino porque acabó con el reinado de los dinosaurios, dando comienzo a la era actual gobernada por mamíferos.
En este caso, tal episodio de destrucción parece haber ocurrido prácticamente de la noche a la mañana porque, aunque algunas hipótesis apuntan a un gran periodo de actividad volcánica y cambios climáticos, la más sólida de ellas confirma la caída de un enorme asteroide que dejó un cráter de casi 200 kilómetros de diámetro en la península de Yucatán, en México.
Las pruebas que abalan este suceso se han estudiado desde hace décadas, siendo una de las más curiosas las cicatrices dejadas por el bíblico tsunami que propició el impacto, con olas de hasta un kilómetro y medio de altura que llegaron a impactar notoriamente en las costas de América del Norte. Porque cualquier agente capaz de perturbar el agua puede generar tsunamis, y un asteroide de unos 11 kilómetros de diámetro no iba a ser una excepción.
Una de las primeras evidencias de aquel tsunami se estudió en el 2019 en un sitio de fósiles en Dakota del Norte, a 3.000 kilómetros del lugar del impacto. Allí los expertos encontraron un amasijo de fósiles de animales terrestres y acuáticos, mezclados con los escombros liberados del impacto.


“Aunque los fósiles de peces normalmente se depositan horizontalmente, en el sitio, los cadáveres de peces y los troncos de los árboles se conservan al azar, algunos en orientaciones casi verticales, lo que sugiere que quedaron atrapados en un gran volumen de barro y arena que se arrojó casi instantáneamente. Además, esos sedimentos datan de hace 66 millones de años”, refleja un artículo publicado en la revista de Science News.
Ahora, las pruebas provienen de las costas de Luisiana, a unos 1.000 kilómetros del lugar del impacto. Allí, un grupo encabezado por Gary Kinsland, geocientífico de la Universidad de Louisiana, analizó los datos de las imágenes sísmicas que una empresa petrolera había obtenido previamente.
Según Science, Gary Kinsland llevaba más de 10 años pensando que Luisiana podría contener pistas sobre lo que sucedió en los mares costeros poco profundos tras la caída del asteroide ya que esta región estaba parcialmente inundada por el agua oceánica.
Dicho y hecho, cuando observaron las imágenes de una capa a 1.500 metros bajo tierra, pudieron ver una serie de ondas fosilizadas denominadas “megaripples”, que estaban separados por intervalos de hasta 1 kilómetro de distancia y tenían un promedio de 16 metros de altura.
«El agua era tan profunda que una vez que cesó el tsunami, las tormentas regulares no pudieron perturbar lo que había allí», señala el experto a la revista, donde aclara que fueron los escombros levantados por el asteroide los que preservaron esta prueba.


Para Kinsland, estas son la huella de las olas del tsunami cuando se acercaron a la costa en aguas de unos 60 metros de profundidad, perturbando los sedimentos del lecho marino. Además, su orientación revela también su lugar de procedencia, que no es otro que el cráter de México.
«El tsunami continuó durante horas o días mientras se reflejaba varias veces dentro del Golfo de México mientras disminuía en amplitud», señala el equipo en el estudio. “Lo que esculpió las ondas que todavía podemos detectar hoy fueron las fuerzas de las enormes paredes de agua que se estrellaron contra la plataforma poco profunda cerca de las costas y se reflejaron hacia su fuente”, añaden.
Los expertos sospechan que existen muchas más evidencias de estas ondas de tsunami posteriores a la colisión dentro de los datos sísmicos alrededor del Golfo de México. “Los estudios futuros podrían proporcionar aún más detalles sobre este dramático evento, reconstruyendo la larga historia de la vida en nuestro planeta”, resaltan.
Cabe destacar que, si bien el impacto del meteoro fue devastador, lo que realmente mermó la vida en nuestro planeta fueron los cambios climáticos asociados, así como una capa de polvo que oscureció el Sol durante años y que, entre otras cosas, bajó las temperaturas.