Un grupo de científicos ha encontrado en las capas exteriores de Venus una sustancia, la fosfina (PH3), que es un fuerte indicador de vida. Los expertos creen que aún es pronto para sacar conclusiones claras y que es necesario seguir investigando las fuentes que lo producen



Venus, más bien conocido como el lucero del alba, es el segundo planeta más cercano al Sol y uno con las condiciones climáticas más extremas dentro de nuestro Sistema Solar. A pesar de estar mucho más alejado que Mercurio, este planeta registra temperaturas que superan los 400°C gracias a su atmósfera compuesta por gases de efecto invernadero, como el dióxido de carbono (CO2), que producen un efecto invernadero a gran escala.
Dadas las condiciones atmosféricas, la ausencia de agua, las altas presiones y las temperaturas abrasadoras, los científicos han pensado que la vida en Venus es imposible. Sin embargo, un equipo internacional de investigadores, encabezados por la profesora Jane Greaves de la Universidad de Cardiff, ha publicado un artículo en Nature Astronomy donde han puesto de manifiesto todo lo contrario.
La noticia inesperada es que los expertos han hallado fosfina o trihidruro de fósforo (PH3) en la atmósfera exterior del planeta. Este compuesto se presenta en forma de incoloro, inflamable, tóxico e inodoro en estado puro que, en ocasiones, adquiere un olor similar al pescado podrido.En la Tierra, este gas es producido mediante dos mecanismos: el primero es a través de procesos antropogénicos industriales. El segundo, y no menos importante, es a través de procesos biológicos en determinados microorganismos.
Diversos expertos han señalado que otros planetas, sobre todo gaseosos, poseen fosfina ya que las altas presiones de estos cuerpos celestiales pueden llegar a producirla. En cambio, aunque Venus posee un calor y presión excepcional, sus condiciones no son capaces de igualar a las que se encuentran en lugares como Saturno o Júpiter.
Del mismo modo, en la Tierra los volcanes pueden emanar la fosfina, por lo que los científicos creen que, bajo la densa capa de nubes, procesos geológicos desconocidos pueden ocultar la verdadera fuente de fosfina.
En este sentido, los científicos han descubierto que la proporción de fosfina en Venus se sitúa en 20 partes por billón o mil millones (ppb), una cantidad que, aunque relevante, no se explicaría del todo mediante este proceso ya que la atmósfera tóxica baja destruiría el gas en cuestión de segundos. Por este motivo creen que algo debe estar produciéndolo en la atmósfera exterior, donde las temperaturas rozan los 30 grados.
Aun así, esta teoría también plantea problemas ya que las nubes siguen siendo lo suficientemente tóxicas como para destruir cualquier tipo de vida, por lo que los científicos se han centrado ahora en tratar de explicar cómo podría protegerse un tipo de vida bajo estas condiciones.
Por este motivo, el equipo señala que se necesitan más observaciones y modelos para estudiar el origen de este gas en la atmósfera de Venus y que deben buscarse otras características espectrales del PH3, además de plantear que un muestreo in situ en sus nubes y superficie permitiría examinar de cerca las fuentes de este gas y resolver el misterio.
En cualquier caso, para Amanda Solloway, ministra de ciencia en Reino Unido, se trata de un descubrimiento inmensamente emocionante que ayudará a aumentar nuestra percepción del universo e, incluso, a resolver esa pregunta que tanto nos hacemos sobre la posibilidad de vida en otros planetas distintos a la Tierra.
El PH3 se ha propuesto como una biofirma cuya detección podría indicar la existencia potencial de alguna forma de vida en otro planetas, aunque su observación resulta complicada ya que muchas de sus características espectrales son fuertemente absorbidas por la atmósfera de la Tierra.
Para resolver este problema, el equipo de científicos utilizó por primera vez el telescopio James Clerk Maxwell (JCMT), situado en Hawái, para detectar la fosfina y, al mismo tiempo, hicieron uso de 45 telescopios del Atacama Large Millimeter / submillimeter Array (ALMA), en Chile.
Ambas instalaciones observaron Venus con una longitud de onda de aproximadamente 1 milímetro, mucho más largo de lo que el ojo humano puede ver y que solo está al alcance de los telescopios localizados a gran altitud.
«Este fue un experimento hecho por pura curiosidad, en realidad, aprovechando la poderosa tecnología de JCMT y pensando en futuros instrumentos. Pensé que podríamos descartar escenarios extremos, como las nubes llenas de organismos. Cuando obtuvimos los primeros indicios de fosfina en el espectro de Venus, ¡fue un shock!», ha señalado Jane Greaves.
De esta forma detectaron una firma espectral que es exclusiva de la fosfina y estimaron una abundancia de 20 partes por mil millones en las nubes de Venus.
