Hace 65 millones de años se extinguió el último dinosaurio no aviario. Igual que los gigantescos mosasaurios y plesiosaurios en los mares y los pterosaurios en los cielos. El plancton, la base de la cadena alimenticia del océano, se vio muy afectado. Muchas familias de braquiópodos y esponjas de mar desaparecieron. Los restantes ammonites de concha dura se esfumaron. Se redujo la gran diversidad de tiburones. Se marchitó la mayor parte de la vegetación. En resumen, se eliminó más de la mitad de las especies mundiales.
¿Qué causó esta masiva extinción que marca el final del Cretácico y el comienzo del Paleógeno? Los científicos todavía no han encontrado una respuesta definitiva. Quien lo consiga deberá explicar por qué murieron estos animales, mientras que la mayoría de los mamíferos, tortugas, cocodrilos, salamandras y ranas sobrevivieron. Las aves se libraron. Al igual que las serpientes, bivalvos y los erizos y estrellas de mar. Incluso las plantas resistentes capaces de soportar climas extremos les fue bien.
Los científicos suelen coincidir en torno a dos hipótesis que podrían explicar la extinción del Cretácico: un impacto extraterrestre, por ejemplo, un asteroide o un cometa, o un período de gran actividad volcánica. Cualquiera de los dos escenarios habría ahogado los cielos con restos que privaron a la Tierra de la energía del sol, impidiendo la fotosíntesis y extendiendo la destrucción arriba y abajo de la cadena alimenticia. Una vez que se asentó el polvo, los gases de efecto invernadero bloqueados en la atmósfera habrían provocado que se disparara la temperatura, un repentino cambio climático acabó con mucha de la vida que logró sobrevivir a la prolongada oscuridad.


La teoría del impacto extraterrestre proviene del descubrimiento de que un estrato de roca que data precisamente de la época de la extinción es rico en iridio. Este estrato se encuentra en todo el planeta, en la tierra y en los océanos. El iridio es raro en la Tierra pero se encuentra en los meteoritos con la misma concentración que en este iridio. Esto condujo a los científicos a afirmar que el iridio se esparció por el planeta cuando un cometa o un asteroide cayó en algún lugar de la Tierra y a continuación se evaporó.
De acuerdo con la BBC, a mediados de la década de los 80, cuando un grupo de arqueólogos estadounidenses examinaba imágenes satelitales que mostraban la península de Yucatán, en México, no sabían cómo interpretar una imagen que los descolocó por completo: un anillo casi perfecto de unos 200 kilómetros de ancho.
Los cenotes, esos depósitos de agua de manantial azules, son un elemento básico de los folletos turísticos de Yucatán y se repiten en este paisaje árido abriéndose paso por las vastas llanuras de Yucatán, un estado de bosque seco y bajo en el extremo este de México. Vistos desde el espacio, forman un arco en forma de medio círculo, como hecho por un compás.
Los arqueólogos descubrieron este patrón -que circunda la capital de Yucatán, Mérida, y las ciudades portuarias de Sisal y Progreso- casi de forma casual, mientras intentaban comprender qué había sido de la civilización maya que una vez había gobernado la península.
Los mayas usaban los cenotes como forma de suministro de agua potable, pero la extraña disposición circular de los hoyos que se podía ver en las imágenes satelitales dejó perplejos a otros investigadores y especialistas durante el Simposio Latinoamericano de Sensoramiento Remoto, celebrado en Acapulco en 1988.
Para la colombo-argentina Adriana Ocampo, una científica que se encontraba en la audiencia y quien entonces era una joven geóloga planetaria en la NASA, la formación circular le pareció la señal que apuntaba a la línea de investigación a la que había dedicado gran parte de su carrera.
«Tan pronto como vi las diapositivas, me dije: ‘¡Ajá, esto es algo asombroso! Estaba muy emocionada pero me mantuve tranquila porque obviamente no lo sabes hasta que tienes más pruebas», dijo Ocampo, quien ahora tiene 63 años.
Hasta la sugerencia de Ocampo los científicos no habían imaginado que un asteroide podía ser el responsable de esos hoyos en la Tierra.


Al acercarse a los científicos, con el corazón palpitando, Ocampo preguntó si habían considerado un impacto de un asteroide, uno lo suficientemente gigante y violento como para haber marcado el planeta con formas que continúan revelándose 65 millones de años después.
«¡Ni siquiera sabían de qué estaba hablando!», se ríe al recordarlo tres décadas después.
Esa charla informal que Ocampo mantuvo con sus colegas durante aquella conferencia fue el comienzo de una correspondencia científica que sentaría las bases de lo que la mayoría de los científicos creen ya como cierto a día de hoy: que este anillo corresponde al borde del cráter que causó un asteroide de 12 kilómetros de ancho que golpeó Yucatán y explotó con una fuerza inimaginable que convirtió la tierra en agua.
Desde principios de los años 90, equipos de científicos de las América Latina y el Caribe, Europa y Asia han trabajado para completar la investigación de los cabos sueltos que quedan.


Ahora creen que el impacto provocó un cráter de 30 kilómetros de profundidad de forma casi instantánea, llegando a crear, por un momento, una montaña el doble de alta que el monte Everest.
Las temperaturas aumentaron drásticamente durante un tiempo breve en las primeras horas tras la caída del meteorito, lo que hizo que muchos dinosaurios murieran quemados sin remedio. Además, el enorme meteorito levantó una gigantesca cantidad de escombros y residuos que fueron lanzados a la atmósfera y que rodearon por completo la Tierra, depositándose después por todas partes en forma de una fina capa de polvo negruzco muy rico en iridio. Las pruebas del choque de la roca espacial se encuentran reflejadas en las capas terrestres correspondientes a esa época, según los científicos.
Se estima el tamaño del bólido entre 10 a 18 kilómetros de diámetro y que el impacto pudo haber liberado unos 400 zettajulios (4 × 1023 julios) de energía, equivalentes a 100 teratones de TNT (1014 toneladas). El evento de Chicxulub fue, por tanto, dos millones de veces más potente que la Bomba del Zar, el mayor dispositivo explosivo creado (y probado) por el hombre, con una potencia de 50 megatones. Incluso la mayor erupción volcánica explosiva que se conoce —la que creó la Caldera de La Garita en Colorado, Estados Unidos— liberó aproximadamente 10 zettajulios, lo que es significativamente menos poderoso que el impacto de Chicxulub.


El asteroide que formó el cráter habría ingresado a la Tierra a una velocidad de 20 km/s (72 000 km/h), es decir unas 10 veces más rápido que las balas de algunos de los rifles más veloces creados por el hombre.
Tras varios días de un calor insoportable, la temperatura superficial de la Tierra descendió hasta niveles compatibles con la vida, pero el mundo que los seres que sobrevivieron conocían hasta entonces había quedado devastado. El resto de los dinosaurios no pudo soportar los cambios y también desapareció.
Una noche perpetua
Por fortuna para nosotros como especie, los pequeñas mamíferos que pudieron esconderse en madrigueras y comían insectos y plantas acuáticas, que seguían siendo relativamente abundantes tras el impacto, pudieron sobrevivir.
En los años que siguieron al impacto, el mundo habría cambiado radicalmente, con una enorme nube de cenizas bloqueando el cielo y creando una noche perpetua por algo más de un año, haciendo descender las temperaturas a 0º C y matando a aproximadamente al 75% de los seres vivos de la Tierra, incluyendo a los dinosaurios.


Un pueblo tranquilo
Hoy, el punto central del impacto, donde una vez la montaña se elevó, es una pequeña ciudad llamada Chicxulub Puerto, una población, de apenas unos miles de habitantes, que consta de casas de altura baja pintadas de amarillo, blanco, naranja y ocre que rodeaban una plaza urbana modesta. La traducción al español del nombre en lengua maya del poblado, es «pulga del diablo». A pocos kilómetros de Puerto Progreso, principal puerto comercial y turístico de Yucatán, centro vacacional veraniego al que se traslada la mayor parte de la población de Mérida, capital del estado durante los meses de julio y agosto.
Chicxulub Puerto le da tan poca publicidad a ser el lugar más destructivo de la Tierra que quienes quieren visitarlo a menudo se pierden. La población apenas tiene publicidad, así que a menudo los pocos amantes de los dinosaurios que intentan peregrinar por las largas y sinuosas carreteras de este estado mexicano acaban perdidos en otra ciudad cercana llamada Chicxulub Pueblo, a media hora en coche.
Pero incluso si llegan a la ciudad correcta, ubicada a siete kilómetros al este de la costa de arena blanca del popular centro turístico de Progreso, hay pocos indicios de que este fue el escenario de uno de los momentos más desastrosos de los últimos 100 millones de años.
Si paseas por la plaza principal, verás pinturas de dinosaurios dibujadas por niños del pueblo. Pero el único monumento con referencias a su pasado prehistórico es una especie de hueso de dinosaurio con un cierto aire infantil y hecho de concreto que está colocado sobre pedestal en forma de altar con representaciones de especies de dinosaurios.


Hasta que los hallazgos de Ocampo se publicaron en 1991, esta área de Yucatán había sido objeto de poco interés internacional. Hoy en día existe un museo que fue inaugurado en septiembre de 2018 entre Chicxulub Puerto y la capital de Yucatán, Mérida, a 45 kilómetros al sur.
«Chicxulub Puerto y sus alrededores merecen ser más conocidos en todo el mundo», dice Ocampo, quien nació en Colombia pero se mudó de niña a Argentina y llegó a los Estados Unidos a los 15 años.
El asteroide, aunque provocó devastación en el área, benefició a una especie por encima de todas las demás: los humanos, millones de años más tarde, pues evolucionaron gracias a la destrucción de los mayores depredadores del mundo. Sin ese impacto, la humanidad difícilmente podría haber existido.
«Nos dio una ventaja para poder competir y prosperar, como al final hicimos», asegura la científica. El descubrimiento de Ocampo se produjo tras más de una década de investigación del impacto de los asteroides. Pero la clave para entender lo que podían significar esos hoyos en la tierra fue su trabajo con una figura legendaria de la ciencia espacial, Eugene Shoemaker.
Shoemaker, el pionero geólogo estadounidense a quien se le conoce como uno de los fundadores del campo de la ciencia planetaria, sigue siendo, 21 años después de su muerte, la única persona cuyas cenizas están enterradas en la Luna.
Fue él quien había indicado a Ocampo que era poco probable que los círculos casi perfectos hubieran sido el resultado de otras fuerzas terrestres que no fueran asteroides y que esta hipótesis podría proporcionar pistas sobre el desarrollo geológico de la Tierra.
La idea de que un asteroide gigante había destruido a los dinosaurios fue propuesta por los californianos Luis y Walter Alvarez, padre e hijo de ascendencia española, a principios de los años 80. «Pero en ese entonces fue extremadamente controvertido», asegura Ocampo.
Lo que ella hizo fue colocar una de las últimas piezas del rompecabezas que empezó a relacionar todas las ideas desparramadas entre los científicos que trabajaban de manera independiente con fragmentos de información.
Por ejemplo, tan temprano como en 1978, el geofísico Glen Penfield -trabajando con Antonio Camargo Zanoguera para Pemex, la compañía petrolera mexicana- había volado sobre las aguas del mar Caribe cerca del Puerto Chicxulub. Usando un magnetómetro, escaneó las aguas en busca de petróleo, pero lo que encontró fue la mitad del cráter que se encontraba sumergida. Pero la información pertenecía a Pemex, por lo que no se puso a disposición del científico.
La primera persona en conectar el anillo de Yucatán con la teoría de los asteroides de Alvarez fue un periodista de Texas llamado Carlos Byars, quien escribió un artículo para el Houston Chronicle en 1981 preguntandose si los dos fenómenos podían estar relacionados.
Más tarde, Byars compartió su teoría con un estudiante llamado Alan Hildebrand, quien luego se acercó a Penfield después de examinar unas rocas en Haití, y fueron ellos dos quienes determinaron que el cráter no era un volcán, sino un impacto de asteroide.
«Byars recibe el crédito por ser el primero en juntar las piezas, ¡un periodista!», exclama Ocampo. «Es una historia increíble cuando se juntan todas las piezas».
Toda esta información puede ayudarnos a entender en las posibilidades de vida fuera de la Tierra. Por ejemplo, es utilizada por la nave Curiosity de la NASA, que aterrizó en Marte en 2012 y que ha pasado los últimos seis años investigando el entorno y la geología marcianos.
Un lugar único en el mundo
Los escombros descubiertos a partir de los impactos de asteroides en Marte en comparación con los hallados en Chicxulub muestran similitudes que indican que Marte debió haber tenido una atmósfera mucho más densa que la de ahora, más cercana a la que tiene hoy la Tierra y que permite la vida en nuestro planeta.
«Es importante para nosotros saber qué sucedió en el pasado para estar preparados para el futuro», asegura Ocampo. «Nos da una visión realmente buena de lo que ha sucedido en la evolución geológica de Marte».


Gran parte de los misterios del cráter Chicxulub todavía permanecen enterrados. México ha pedido que el cráter sea reconocido por la Unesco. Hay muy poco que los visitantes puedan ver, ya que el impacto fue hace mucho tiempo. Los turistas que visitan uno de los pocos remanentes que todavía hay, los impresionantes cenotes, donde se puede nadar entre los peces y las raíces colgantes de los árboles, ignoran que estas características geológicas existen solo porque la caliza blanda de las que están hechas fue forzada a la superficie desde el subsuelo debido al impacto de un asteroide gigantesco.
Ocampo ha visitado el lugar en múltiples ocasiones, sin embargo considera que muy poca gente allí es consciente de la importancia del lugar. «Las autoridades locales están tratando de que la gente tenga un mayor conocimiento sobre este fenómeno único», dice Ocampo, quien también es una defensora de la educación en ciencias planetarias en América Latina.
«Es un lugar único en nuestro planeta. Realmente lo es y debería ser conservado como Patrimonio Mundial».