Avistar halcones, observar líquenes, presenciar inundaciones o detectar un posible foco de contaminación con la ayuda del olfato. Son algunos ejemplos de proyectos de ciencia ciudadana en los que cualquier persona puede participar. El denominador común de todos ellos, además de su componente ambiental, es que están liderados por mujeres.
Aunque faltan datos nacionales e internacionales que muestren la proporción de estas iniciativas impulsadas por científicas y otras expertas, en España y en otros países algunos estudios reflejan que sigue siendo un ámbito más masculino, como ocurre, en general, en la esfera científica.
“Aún queda bastante camino para que la ciencia, también la ciudadana, sea más accesible e inclusiva, en todos los sentidos, incluyendo las cuestiones de género”, señala a El Ágora Maite Pelacho, investigadora y gestora de proyectos en la Fundación Ibercivis y coordinadora del Observatorio de la Ciencia Ciudadana en España.
Según Pelacho, en nuestro país y también en otros, la evolución general de este tipo de iniciativas que implican una participación activa de la ciudadanía ha estado ligada al desarrollo de la tecnología y a un aumento de la cultura participativa. “La ciencia ciudadana siempre ha existido pero los avances tecnológicos han conducido a iniciativas antes inimaginables, tanto para investigadores profesionales como para cualquier otra persona interesada”, resalta.
Coincidiendo con el Día Internacional de la Mujer, en El Ágora hemos seleccionado algunos de estos proyectos impulsados o en los que participan investigadoras y otras expertas.


Observar auroras boreales desde el Ártico
Desde hace más de un año, para Sunniva Sorby y Hilde Fålun Strøm la ciencia ciudadana es su forma de vida. Estas dos exploradoras nacidas en Noruega cuentan con cuatro décadas de experiencia en las regiones polares. Su pasión dio lugar al proyecto Hearts in The Ice (Corazones en el hielo, en castellano), donde aglutinan todos los proyectos en los que participan y animan al resto de personas a unirse.
“Desde ahora hasta mayo tenemos diferentes acciones que se relacionan con el cambio climático. Nuestro objetivo es involucrar e inspirar a los jóvenes, nuestros futuros líderes, a mantenerse curiosos, informados y a participar en la conversación sobre el cuidado del clima”, indican las exploradoras a El Ágora.
De los proyectos en los que participan destacan el uso de drones para recopilar datos ambientales en regiones altas del Ártico y también observaciones de fitoplancton que realizan en aguas cercanas a su base de operaciones, una pequeña cabaña ubicada en Bamsebu, en el archipiélago de Svalbard (Noruega).


Desde ese emplazamiento envidiable contemplan sin contaminación lumínica las auroras boreales. “Nuestras observaciones ayudarán a los científicos a comprender mejor su estructura y las condiciones ambientales en las que ocurren”, sostienen. También están tomando muestras de los microplásticos que llegan hasta esas regiones inhóspitas.
Aunque, de momento, no han lanzado su propio proyecto de ciencia ciudadana, lo tienen en mente. Le gustaría fundar Climate Care Ambassadors (Embajadores del cuidado del clima, en castellano), formado por personas que quieran mantener su curiosidad, adentrarse en la naturaleza y hacer una contribución a la ciencia.


La pandemia dificulta un proyecto de la Antártida
Sin abandonar las regiones polares nos vamos a la Antártida. Finalizada hace solo unos días la campaña española, más corta y con menos misiones científicas de lo habitual debido a la pandemia, la crisis sanitaria ha complicado el proyecto de ciencia ciudadana Desafío Bajozero, en el que los escolares son los protagonistas.
El objetivo inicial era que estudiantes de entre 14 y 20 años propusieran una misión científica o una ruta para el vuelo con un dron que se ejecutaran en la Base Gabriel de Castilla, en colaboración con el Ejército de Tierra.
“Ha habido complicaciones con los buques españoles y no llegó el suficiente material para llevar a cabo el proyecto. Aun así, antes de que acabara la campaña, se intentó mandar un código de programación de los sensores y estamos a la espera de saber si pudieron recoger datos o no”, cuenta a El Ágora Laude Guardia, gestora del proyecto impulsado por la Fundación Ibercivis, en colaboración con la Academia de Inventores.


A pesar de las complicaciones, están planeando un plan B para los centros participantes con el objetivo de que cada uno pueda trabajar con su estación de medición y los estudiantes aprendan a analizar datos de temperatura, presión o CO2. Así podrán compararlos con registros de otros centros o de otras estaciones de recogidas de datos.
En busca de líquenes por la Ciudad Condal
De vuelta a nuestro país y siguiendo el ejemplo de Londres (Reino Unido) y de otras ciudades europeas, nacía el proyecto Líquens de Barcelona. “Los líquenes son organismos complejos muy sensibles a la contaminación y por ello nos permiten evaluar y monitorizar la calidad del aire que afecta a la vida en las ciudades, en nuestro caso, Barcelona”, dice a El Ágora Laura Force, coordinadora del proyecto, que está asociado a la Oficina de Ciencia Ciudadana de Barcelona Ciencia.
Para participar, cualquier persona que esté en Barcelona puede hacerlo con su móvil a través de la plataforma Natusfera. “Solo tienen que sacar dos fotografías del liquen, una con mayor detalle y otra general, aportar la ubicación y responder el mayor número de detalles de lo que han visto”, detalla la bióloga.


Las observaciones revisadas y validadas, además de incluirse en el proyecto, se registran en la Global Biodiversity Information Facility, una organización que da acceso abierto y gratuito a datos sobre cualquier tipo de forma de vida de la Tierra.
Pese a cubrir alrededor de un 8% de la superficie terrestre, los líquenes siguen siendo bastante desconocidos para la sociedad. “El tiempo recorrido por este proyecto y el trabajo realizado gracias a la ciencia ciudadana nos ha permitido empezar a darles voz”, afirma la científica. “Los hemos buscado en rincones de la ciudad que no hubiéramos podido prospectar sin la colaboración y las oportunidades que nos ha brindado la ciencia ciudadana”, añade.
Las fresas como indicadoras de la contaminación
Otra forma de medir la calidad del aire es gracias a las fresas, en concreto, con macetas de estas plantas que sirven como estaciones de monitorización de la contaminación ambiental por metales. Hablamos del proyecto Vigilantes del Aire.
“Utilizamos las propiedades magnéticas de la contaminación metálica acumulada en hojas de fresa como bioindicador de la contaminación atmosférica. Lo que hacemos es analizar la señal magnética de miles de muestras que han sido previamente situadas y cuidadas por científicos ciudadanos en el exterior de su vivienda, como ventanas, balcones o terrazas, durante tres meses”, describe a El Ágora Mari Carmen Ibáñez, gestora del proyecto impulsado por la Fundación Ibercivis, en colaboración con el Instituto Pirenaico de Ecología.


Bajo la sencilla idea de llevarse a casa una maceta de planta de fresa y colaborar con la ciencia cuidándola y enviando un par de hojas en un sobre que los organizadores entregan con la propia planta, se consigue llegar a todo tipo de público, desde niños a amas de casa o ancianos en residencias.
Ibáñez recuerda que empezaron el proyecto en 2017 en Zaragoza con 1.000 participantes. El año pasado lo ampliaron a 5.000 personas –con el apoyo de la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología– y en esta nueva edición han vuelto a repartir 5.000 plantas. “Las muestras nos las acaban de enviar los participantes y serán analizadas a corto plazo para tener los resultados este mes de junio”, calcula.


La nariz, el sensor más perfecto
Para luchar contra la contaminación, la ciencia ciudadana se está ayudando de todos los sentidos, en especial, del olfato. Lo sabe bien la ingeniera química Rosa Arias, que investiga sobre la contaminación por olor desde 2004.
“La presencia de malos olores no solo supone una molestia puntual para la ciudadanía, sino que puede conllevar estrés, ansiedad, dolor de cabeza, insomnio o agravar problemas respiratorios. Además, el mal olor puede ser un indicador de problemas ambientales más graves”, advierte a El Ágora la científica, que es fundadora y CEO de Science for Change.
Consciente de este problema, a Arias se le ocurrió que la población podía ayudar a monitorizar estos olores con el mejor sensor: su propia nariz. Y así puso en marcha la app OdourCollect, que permite crear mapas de olores colaborativos. Utilizando esta metodología como base, nació el proyecto europeo D-NOSES, que coordina desde la Fundación Ibercivis y que conecta la ciencia ciudadana con las actividades emisoras de este olor, autoridades y expertos.
La aplicación OdourCollect la puede utilizar cualquier persona y ya cuenta con más de 1.100 registradas y más de 9.100 observaciones de olor recogidas en todo el mundo. “La contaminación por olor, a pesar de ser la segunda causa de queja medioambiental después del ruido, está poco regulada”, puntualiza Arias.


En España, de hecho, no existe una regulación específica, pero con D-NOSES han logrado impulsar la creación de un grupo de estandarización para crear una norma que monitorice esta contaminación involucrando a la ciudadanía afectada. “De conseguirlo será la primera norma con el concepto de “ciencia ciudadana” en su título, por lo que sentará precedente para toda la comunidad”, mantiene la ingeniera.


Parejas de halcones en las ciudades madrileñas
Más que el olfato, si hay un sentido del que los halcones hacen gala es la vista. La ciencia ciudadana también se ha fijado en ellos, en concreto, en las parejas de halcones peregrinos (Falco peregrinus) urbanos de todas las poblaciones de la Comunidad de Madrid.
Arantza Leal, técnica de Ciencia Ciudadana de SEO/BirdLife, coordina este proyecto cuyo objetivo es el seguimiento sistemático de todas estas aves, buscando y comprobando nuevas ubicaciones.
¿Cómo pueden ayudar los madrileños? “Informando de si ven a algún halcón, especialmente en la época reproductora y reportando las lecturas de anillas, ya que hemos marcado más de 100 ejemplares en estos años y parte de la información la obtenemos gracias a las lecturas de las anillas que hacen los ciudadanos y colaboradores del proyecto #HalconesMadrid”, concreta a El Ágora Leal.
Además, si alguno tuviera la suerte de tener una pareja criando en su casa, en la jardinera de su balcón, por ejemplo, la recomendación es no molestarlos y avisar a SEO/BirdLife para que hagan el seguimiento escribiendo un email a aleal73@gmail.com. “Gracias a la colaboración de decenas de voluntarios hemos identificado nuevos territorios, recibido información de movimientos de dispersión de los pollos e incluso conocemos con más detalle las causas de muerte de los juveniles por el marcaje”, enumera la experta.


A la caza del mosquito tigre
De los majestuosos halcones pasamos a un invertebrado volador mucho menos admirado: el mosquito. El proyecto Mosquito Alert une a la ciudadanía con científicos y gestores de salud pública y medio ambiente para luchar contra el mosquito tigre (Aedes albopictus) y el mosquito de la fiebre amarilla (Aedes aegypti principalmente), que son los vectores de enfermedades como el zika, el dengue o el chikungunya.
La colaboración ciudadana se ha consolidado desde que empezó el proyecto. “Desde 2014 ha habido más de 100.000 registros de la aplicación a nuestros servidores y hasta la fecha estas personas han aportado unos 30.000 datos. También sabemos que en los meses de verano hay unas 3.000 personas con la aplicación activa en un momento dado”, comenta a El Ágora Aitana Oltra, coordinadora científica de Mosquito Alert y técnica superior de apoyo a la investigación de la Universidad Pompeu Fabra.


Gracias a esta participación, como recuerda la científica, se ha avanzado en el descubrimiento del mosquito tigre en varias comunidades autónomas como Andalucía o Aragón y se ha registrado la presencia de una nueva especie que nadie buscaba, el llamado mosquito del Japón (Aedes japonicus) en Asturias.
Según Oltra, este proyecto pone de manifiesto la importancia de la colaboración de todos los agentes. “Necesitamos entender el papel que cada uno puede y debe tener e involucrarnos conjuntamente. La ciencia ciudadana nos permite empezar a romper estas fronteras”, incide.
Testigos de inundaciones
Antes de que este tipo de iniciativas se etiquetarán bajo el concepto de ciencia ciudadana, María del Carmen Llasat, directora del grupo GAMA de la Universidad de Barcelona, puso en marcha el proyecto FLOODUP. Su objetivo era sensibilizar a la población frente a las inundaciones y otros riesgos naturales a partir de la recogida y transmisión de información a través de una aplicación, además de proporcionar información sobre los riesgos en sí y su prevención.
“La app está actualmente disponible en castellano, inglés, francés, catalán y euskera para que se pueda utilizar en una gran extensión geográfica”, explica a El Ágora Llasat. Hasta el momento han participado más de 700 personas enviando observaciones o en los talleres y actividades del proyecto.


Como explica Montserrat Llasat-Botija, jefa del proyecto, se puede participar de tres formas. La primera, compartiendo información como fotos, testimonios o datos sobre el episodio o daños que se han producido como consecuencia de fenómenos naturales, por ejemplo, inundaciones o lluvias intensas. Si alguien ha vivido de cerca un episodio de este tipo, también puede contestar un cuestionario y, por último, participar en un grupo focal.
“Hemos podido complementar información de episodios de inundaciones como serían los eventos de septiembre de 2018 en el Maresme y de octubre de 2019 en la cuenca del río Francolí, así como obtener información de eventos históricos”, relata a El Ágora Llasat-Botija. Además, FLOODUP también ha sido útil para mapear diferentes entornos identificando buenas prácticas o lugares de riesgo.
De clasificar galaxias a encontrar asteroides
De la tierra pasamos al cielo. Para observar el cosmos, el Observatorio Astronómico de la Universidad de Valencia, en colaboración con la Consejería de Educación, Cultura y Deporte de la Generalitat Valenciana, puso en marcha la iniciativa Aula del Cel, que incluye proyectos de ciencia ciudadana para los escolares.
Debido a la pandemia, durante este curso las sesiones se están realizando de forma online. “Nosotros actuamos como mediadores de proyectos de ciencia ciudadana. Es decir, enseñamos a los docentes y estudiantes a que participen en diversos proyectos que ya hay puestos en marcha”, recalca a El Ágora Mónica Pallardó, coordinadora didáctica del Aula del Cel.


Algunos de estos proyectos son Galaxy Cruise, donde se clasifican imágenes de galaxias, Cazasteroides.org, con el que se buscan asteroides, o Cities at Night, con el que se clasifican imágenes de la Estación Espacial Internacional para ayudar a los científicos de la NASA a medir la contaminación lumínica.
Cualquier persona con un equipo informático y conexión a internet puede participar. “Hemos conseguido que el alumnado aprenda sobre galaxias, asteroides, contaminación lumínica… Que se sumerja en el mundo de la investigación científica que pocos ven a su alcance y, lo más importante de todo, ¡hemos pasado un rato divertido!”, subraya Pallardó.
Ciencia abierta en el sector fotovoltaico
De vuelta a la Tierra, concluimos este viaje con GRECO, un proyecto de investigación financiado por la Comisión Europea cuyo principal objetivo es poner en práctica la ciencia abierta y otros enfoques de investigación e innovación responsables en un proyecto de investigación del sector fotovoltaico.
“Con la acción de ciudadanos y sociedad civil se ha conseguido identificar fallos reales por exposición de módulos antiguos (de más de 10 años) y desarrollar metodologías para reparación in-situ, favoreciendo la economía circular y alargando la vida útil de las instalaciones”, expone a El Ágora Ana Belén Cristóbal, investigadora del Instituto de Energía Solar de la Universidad Politécnica de Madrid y coordinadora del proyecto.


Además, gracias a la colaboración ciudadana se ha puesto en marcha Generation Solar, una base de datos de propietarios de instalaciones solares en forma de app que permite a los investigadores conocer detalles de estas para poder trabajar y mejorar el modelado de la producción eléctrica. Por su parte, los usuarios también pueden contactar con vecinos para conocer mejor el funcionamiento de la instalación o buscar consejos.
La investigadora calcula que GRECO ha trabajado de forma activa con unos 500 ciudadanos. “La ciencia ciudadana será importante si cuidamos su esencia, que es que tenga impacto en la ciencia profesional. Es decir, que los datos y actividades de los científicos ciudadanos tengan repercusión en investigaciones reales”, opina Cristóbal.
