Una nueva y flamante generación de astronautas se dispone a reanudar la exploración espacial. La NASA ha elegido a 10 candidatos, de un total de 12.000, par darles dos años de riguroso entrenamiento. Si rinden como es debido, algunos de ellos caminarán sobre la Luna y otros vivirán en la Estación Espacial Internacional. Después de algunas décadas de relativo desinterés, las estrellas vuelven a estar en el punto de mira de Estados Unidos. Y de sus competidores.
“Hoy damos la bienvenida a 10 nuevos exploradores, 10 miembros de la generación Artemis”, declaró Bill Nelson, administrador de la NASA, en una base militar de Houston. “Solos, cada uno de estos candidatos tiene ciertamente lo que hay que tener, pero, juntos, representan exactamente el credo de nuestro país: e pluribus unum. De muchos, uno”.
Entre los candidatos, de entre 32 y 45 años, hay seis hombres y cuatro mujeres. Siete de ellos provienen de alguna rama de las Fuerzas Armadas. También hay un arquitecto naval, un doctor en ingeniería biológica y un médico y físico. Uno de los veteranos de la fuerza aérea, Anil Menon, fue responsable médico de la empresa SpaceX, donde participó en varios lanzamientos al espacio.
Los elegidos comenzarán su entrenamiento en enero. Durante los siguientes dos años aprenderán numerosas tareas, agrupadas en cinco categorías: manejo y mantenimiento los sistemas de la Estación Espacial Internacional, aprendizaje de cómo caminar en el espacio, conocimientos de robótica compleja, pilotaje del jet T-38 y nociones de ruso. Los estudiantes se asegurarán en todo momento de estar en plena forma física y mental para mantener los niveles de trabajo del grupo. Una vez en el espacio, la falta de gravedad, la radiación y los cambios en los ciclos de luz pueden pasarles factura. Entre un 60% y un 80% de los astronautas sufren algún tipo de afección como náuseas, mareos o una rápida pérdida de apetito y de peso.


Se trata de la vigésimo-tercera promoción de astronautas y su misión va a ser completar el llamado Proyecto Artemisa. En palabras del New York Times, “el desafío más abrumador de la NASA desde que los americanos aterrizaron en la Luna en los años 60 y 70 durante el programa Apolo”. Y ese es exactamente el objetivo: volver a plantar un par de botas, hechas de 12 capas de acero inoxidable entretejido, tereftalato de polietileno y otros materiales, en nuestro satélite.
Estados Unidos no es el único país interesado en relanzar la carrera espacial. China acaba de probar exitosamente un misil hipersónico que podría ser capaz de colocar armas nucleares a alturas difíciles de detectar, o, incluso, aunque esto violaría el Tratado del Espacio Exterior, en órbita.
La misma semana en que la NASA anunció su “generación Artemis”, Rusia colocaba en el espacio a un milmillonario japonés y su asistente de producción. La intención de Yusaku Maezawa, que pasará 12 días en la Estación Espacial Internacional, es grabar su experiencia para colgarla en su canal de Youtube, y seguir desbrozando el camino de ricachones interesados en darse una vuelta por las estrellas.
La aventura de Maezawa, fundador del mayor portal de moda online de Japón, sigue la estela de otros selectos turistas espaciales. El pasado 11 de julio, Richard Branson, fundador de Virgin y aficionado a batir récords, se convirtió en la primera persona que viaja al espacio a bordo de su propia nave; una marca con al que venció a Jeff Bezos, dueño de Amazon, por apenas nueve días. La empresa de Branson planea comenzar a ofrecer viajes turísticos espaciales el año que entra.
Las hazañas de Branson y Bezos han inspirado todo tipo de chanzas acerca de cómo estos hombres maduros tratan de demostrale al mundo, subidos a vehículos fálicos, que siguen siendo jóvenes y varoniles. Bromas que, sin embargo, no pueden empañar el hecho de que estamos ante una nueva era de avances científicos, exploración, desarrollo económico y quién sabe si hasta colonización de otros planetas.


Si hubiera que identificar la fecha en la que todo empezó a cambiar, en la que el mercado interestelar se abrió a nuevos competidores, sería el sábado 28 de septiembre de 2008: el día en que el Falcon 1, fabricado por SpaceX, una de las empresas que dirige el inventor Elon Musk, se convirtió en el primer cohete privado de la historia que se colocaba en órbita.
Una década larga después, SpaceX sigue mejorando sus cohetes y sus lanzamietos. En los últimos 12 años, su modelo Falcon 9 ha sido lanzado en 134 misiones, 132 de las cuales (98,51%) han sido un éxito. En 2015 fue el primer cohete capaz de entregar un cargamento en el espacio y volver a la Tierra intacto. La capacidad de reutilizarlo, a diferencia de otros cohetes, es la clave para reducir el coste y multiplicar las posibilidades de este tipo de viajes.
Este es, también, el objetivo fundamental de Astra, una compañía empeñada en fabricar cohetes poco costosos. En un reciente reportaje de la agencia Bloomberg, su consejero delegado, Chris Kemp, decía que otras empresas utilizan materiales caros y sofisticados para sus cohetes, como carbono o cosas impresas en 3D, y les gusta presumir de ello. Astra, en cambio, usa sobre todo aluminio. Ahora mismo diseña dos cohetes que, asegura Kemp, serán mucho más fáciles y baratos de construir que los de la competencia. Quiere llegar a fabricarlos en masa, diariamente, para 2025.
Compañías como Astra miran mucho más allá de ofrecer viajes ocasionales a famosos y millonarios. El futuro está, por ejemplo, en los satélites. Numerosas empresas tecnológicas quieren colocar satélites en el espacio, pero la oferta de cohetes que parten a hacer entregas es extremadamente limitada, lo cual eleva los precios y genera listas de espera de meses. Colocar tu satélite en un cohete de SpaceX, por ejemplo, cuesta unos 60 millones de dólares.
El objetivo de Astra, con sus cohetes baratos y de rápida fabricación, es reducir tanto el precio del transporte como la lista de espera. Uno entraría en su página web, resevería un hueco como quien se compra un billete de avión, y en dos o tres semanas tendría su artilugio orbitando la Tierra por un precio razonable (Astra aspira a que cada cohete le cueste medio millón de dólares, una fracción de los precios actuales).


Según el periodista de Bloomberg especializado en tecnología espacial, Ashlee Vance, ahora mismo hay unos 2.200 satélites en órbita. Un número que puede crecer, en la próxima década, hasta los 50.000 o 100.000. Dice que este es el gran mercado del futuro al que casi nadie está prestando atención.
Pero es un mercado extremadamente duro. Hoy en día, en la práctica, solo SpaceX y la neozelandesa Rocket Lab están volando a menudo al espacio. Otras 80 startups están tratando ferozmente de llegar a ese nivel. Recientemente, 20 han desaparecido.
De momento, la NASA sigue siendo la punta de lanza de la conquista espacial. Su nuevo proyecto ha sido bautizado en la tradición de los nombres de la mitología grecorromana. Fue el ingeniero Abe Silverstein quien tuvo la idea de llamar Mercurio al primer proyecto de la NASA, creado por el presidente Dwight Eisenhower en 1958. Mercurio, con sus zapatos alados y su inteligencia y audacia, recibió la luz verde del Gobierno. Una tradición quedaba inaugurada. El Proyecto Apolo, en el que participaron Neil Armstrong y Buzz Aldrin, era todavía más grandioso. Apolo era un dios que cruzaba el cielo en un carro de fuego. Artemisa, con vistas al futuro, es la diosa iega de la caza y el nacimiento. La nueva fase de la carrera por las estrellas.
