Pasaban ocho minutos de las 2.52 de la madrugada del martes 17 de noviembre, hora prevista para el lanzamiento desde la base de Kurú en Guayana Francesa, cuando algo salió mal en el proceso de despegue y puesta en órbita del satélite español Ingenio y el francés Taranis. Iban ensamblados a bordo de un cohete Vega, el vehículo de factura italiana que la compañía Arianespace y la Agencia Espacial Europea (ESA) emplean desde 2012 para enviar material al espacio.
El proceso de fuga de la gravedad terrestre y colocación en órbita debería haber llevado una hora y media hasta su consumación, a 630 kilómetros de altura. Pero nada más empezar algo se torció. La transmisión en vivo por televisión se cortó.
Tras apagar la transmisión en directo, la Agencia Espacial Europea comunicó que ocho minutos después del despegue y tras el primer encendido del motor, se había identificado una desviación de la trayectoria, «lo que supuso la pérdida de la misión”. La ESA informó ayer de que el satélite español se estrelló en una zona remota del Ártico, junto a los resto del cohete Vega y el satélite Taranis de la la agencia espacial gala CNES.


El resultado es un varapalo para la ingeniería española y para los proyectos de observación de la Tierra, del cambio climático y de desastres naturales, o para los conocimientos aplicados para la gestión del riego y el agua que el SEOSAT-Ingenio pensaba llevar a cabo durante los próximos siete años y que iba a poner a disposición de gestores públicos y actores privados. Una herramienta que todos perdemos.
El fallo de la puesta en órbita no es achacable a nuestro país, pues en este caso España aportaba el producto y solo requería que la ESA contribuyera a su colocación en el espacio. Pero el suceso sí tiene consecuencias para España.
De momento, el SEOSAT-Ingenio no ha alcanzado su órbita y el avanzado aparato se ha perdido. Pese a que el desarrollo tecnológico, el conocimiento adquirido y la inversión realizada han sido un impulso para nuestro tejido de conocimiento e industrial, se pierden las prestaciones inmediatas que iba a ofrecer y que iban a permitir mejorar la aportación española a necesidades globales de observación del planeta y, especialmente, conceder a nuestro país un sistema propio para estudiar nuestro territorio.
El Ministerio de Ciencia publicaba ayer un mensaje en Twitter interpretando lo ocurrido:
A pesar de su pérdida, #SEOSATIngenio ha beneficiado a la industria española, capacitándola para conseguir contratos por valor muy superior al coste del satélite. La inversión ha vuelto a España multiplicada, generando conocimiento, innovación y empleo.
➡️https://t.co/i5MP0XHrqt pic.twitter.com/0aiUHuNHm9
— Ministerio de Ciencia e Innovación (@CienciaGob) November 17, 2020
La misión iba a ser un hito porque se trataba del primer satélite casi 100% español.
Liderado por el Centro para el Desarrollo Tecnológico Industrial (CDTI), este proyecto se inició en 2008 y ha movilizado 200 millones de euros. Ha sido la primera vez que España diseña y desarrolla un sistema completo espacial. De hecho, los contratistas principales, el subsistema, los equipos, los operadores y la explotación comercial han sido españoles.


La carrera espacial no es fácil
La pregunta es si es posible volver a iniciar el proceso, fabricar de nuevo el SEOSAT-Ingenio con el conocimiento aprendido y proceder a un nuevo lanzamiento, pero esto es algo que, de momento, en las duras horas transcurridas tras conocerse la noticia, resulta difícil responder.
No es la primera vez que un suceso así ocurre. La NASA tuvo siempre sus propios aparatos de lanzamiento y dos epicentros espaciales en Houston (Texas) y en Cabo Cañaveral (Florida). En los últimos años la agencia estadounidense ha ampliado su repertorio, abriéndose a la colaboración privada con los cohetes SpaceX desarrollados por la compañía de Elon Musk, o incluso contratando a sus antiguos adversarios rusos, que son quienes lanzan los cohetes tripulados de la NASA desde el último vuelo del transbordador americano Atlantis en julio de 2011.
En todos los tiempos ha habido accidentes, algunos tan sonados como la postrera misión del transbordador espacial Challenger, que se desintegró en su décimo vuelo en enero de 1986, provocando la muerte de sus siete tripulantes. O la del Columbia, en febrero de 2003, en la que fallecieron otros siete astronautas y que marcó el ocaso del proyecto estrella de la era Reagan, el fascinante transbordador con aspecto de avión futurista.


Rusia, que siempre tuvo su propio sistema, eficaz, a su manera, sigue empleando su tecnología y hasta la presta a ahora a otros, como los americanos, pues… da resultados.
Conocida es la anécdota legendaria y nunca confirmada del encuentro entre soviéticos y estadounidenses tras la caída del muro, que valió para conocer cómo solucionaba cada uno retos pequeños y a la vez importantes de la vida en el espacio.
Para escribir en ingravidez, por ejemplo, los americanos desarrollaron un bolígrafo especial de inyección por presión de tinta gel que podía escribir boca arriba y permitió luego crear herramientas que todos usamos. Los rusos se quedaron estupefactos. “Nosotros usamos lapiceros”, dijeron. Sencillo y funcional, efectivamente, pero nada innovador.
Debido a ese estilo práctico, la base de Baikonour, en la actual Kazastán, sigue tan activa como en los tiempos de Jruschev o Breznev. Naturalmente hubo fallos desde los 50, pero no tan conocidos como otros, pues la opacidad de la antigua URSS permitía ocultar los fracasos y contar solo los logros.
No hay que olvidar, por otro lado, que lanzar cosas fuera de la órbita terrestre sigue siendo una cuestión de quemar combustible, un desafío de empuje que, pese a toda la tecnología añadida en décadas, sigue afrontando el mismo problema de siempre: la velocidad de escape.
Todos los cohetes actuales que ponen objetos costosísimos en el espacio no son más que desarrollos ulteriores al primer cohete moderno, las V2 que el alemán Wernher von Braun lanzó sobre Londres al final de la Guerra Mundial cargadas de explosivos. No mucho más elaborados eran los misiles Scud que Sadam Hussein arrojaba sobre Israel en las guerras del Golfo 50 años después.
El concepto es el mismo. Importa lo que se ponga encima del cohete, ya sea un satélite de alta tecnología española, un paquete de explosivos o un posible armamento nuclear.


Cabría recordar que el alemán Von Braun, creador de las V2, quien tras el final de la contienda mundial acabaría trabajando en EEUU, no hizo más que seguir el camino abierto por el ruso Konstantín Tsiolkovski, el Padre de la Cosmonáutica, quien en 1902 hace ya 120 años, propuso crear un vehículo metálico autopropulsado para salir de la Tierra.
Tsiolkovski, posiblemente uno de los grandes talentos rusos no represaliado en algún momento por Stalin, también anticipó ideas avanzadas sobre temas como la astrobiología, que forman parte de la frontera del conocimiento actual. Para defender la posibilidad de vida en otros planetas, escribió el conocido aforismo: “La ausencia de evidencia no es evidencia de ausencia».


Unos 50 años después, su compatriota Yuri Gagarin montó encima de un diseño inspirado en sus ideas para convertirse en el primer cosmonauta de la Humanidad. Era la prueba fehaciente de que Tsiolkovski había encontrado la fórmula magistral para llegar a la Luna, que era un cohete y no un cañón, como Julio Verne había apuntado previamente.
No obstante, la opción cañón también fue estudiada por el ruso y desechada. Tsiolkovski confió en la autopropulsión… y acertó. Porque 120 años después sigue siendo la aceptada y compartida por todos. Pero a veces falla. Y hemos sido víctimas de ella.
El diseño del cohete tipo Tsiolkovski, preliminar a todo, era similar al actual: poner una gran cantidad de combustible en un vehículo metálico y confiar que todo salga bien en la trayectoria. En 2020 seguimos dependiendo de eso. Para lanzar objetos tecnológicos y costosos como el SEOSAT-Ingenio, tenemos que montarlos sobre un aparato robusto, cargar este con material inflamable y encender la mecha.
Europa, que llegó después de Estados Unidos y la URSS a la conquista del espacio, ha creado su propio campo de lanzamiento en el trópico de la Guayana y ha recurrido a los cohetes Vega italianos, los Soyuz-2 soviéticos y los Ariane franceses para hacer sus lanzamientos. La compañía francesa Arianespace es la que opera estas tareas para la agencia espacial europea.
A veces, las cosas se tuercen. Y ha ocurrido justo cuando a bordo del transporte espacial iba la joya de nuestra tecnología, que además estaba pensada para ofrecer respuestas a demandas actuales como el cambio climático, la gestión de desastres naturales o asuntos fundamentales como la gestión hídrica.
¿Qué podría salir mal?, advertía la ESA
“El lanzamiento y la fase de órbita temprana de una misión es la parte más peligrosa de su vida”, afirmaba la ESA. Nada más ser lanzado al espacio por su cohete, y aún no completamente despierto, los controladores de la misión deben encender sistemas clave y probar sus funciones básicas, mientras se mantiene a salvo de los peligros del espacio, decía la ESA.
“Para prepararse para cualquier eventualidad, los equipos de misión de la ESA testan una serie de escenarios de lanzamiento simulados que comienzan mucho antes del despegue” explicaba la agencia europea.
En algunos, la misión funciona perfectamente. En otros, conocidos como «simulaciones de contingencia», los problemas se inventan y se lanzan como reto para ayudar a los equipos a desarrollar estrategias para manejar cualquier número de problemas que podrían ocurrir durante la misión real, explicaba la ESA. El fallo del lanzador Vega en su ruta de escape de la gravedad terrestre hizo en este caso que la misión fracasara, antes siguiera de iniciar el despliegue de los satélites Ingenio y Taranis que portaba.
Aparato de observación terrestre
El satélite SEOSAT-Ingenio era uno de los proyectos bandera de la ingeniería aeroespacial en nuestro país. Su misión era ofrecer imágenes de la superficie terrestre con una definición de detalle máximo.
Sus instrumentos ópticos de alta precisión iban a permitir captar imágenes de 60 kilómetros de lado donde cada pixel equivaldría a 2,5 metros de lado, lo que serviría para captar información con la máxima resolución.
El SEOSAT-Ingenio tenía previsto situarse a 670 kilómetros de altitud en una órbita heliosíncrona, es decir, siempre observando la Tierra iluminada por el sol.ç
Hubiera dado más de 14 vueltas a la Tierra todos los días, con una ruta marcada que le permitiría captar imágenes de cualquier punto cada tres días, incluido todo el territorio español. Esa cadencia de paso ayudaría a monitorear cambios sutiles en el terreno o el agua.
Como explicábamos en nuestro diario en días recientes, el SEOSAT-Ingenio iba a ofrecer servicios de utilidad pública relacionados con uso y monitorización de suelo, cartografía, agricultura de precisión, mapeado urbano, estudios sobre recursos hídricos y medio ambiente, entre otros.
Además, el satélite podría utilizarse para trazar mapas de desastres naturales, como inundaciones, incendios y terremotos.
En el caso del agua, el SEOSAT-Ingenio portaba instrumentos que ofrecerían valiosa información a los servicios de asesoramiento de riego como instrumentos de gestión para lograr una mayor eficiencia en el uso del agua.
Por ejemplo, se podrían elaborar mapas de riego y monitorizar el uso del agua, entre otros usos. El Ministerio de Ciencia presentó recientemente un informe con los servicios que el SEOSAT-Ingenio podría ofrecer a las administraciones públicas.
Comisión de investigación
Arianespace y la ESA han creado una comisión de investigación para esclarecer el fracaso del lanzamiento del Vega y la pérdida de los dos satélites que portaba. Al parecer, errores de integración del cohete malograron la misión.
Desde que se usó por primera vez en 2012, el lanzador Vega había realizado ya 17 vuelos para la Agencia Espacial Europea y Arianespace. El último incidente tuvo lugar en julio de 2019, cuando hubo un fallo de propulsión en una etapa temprana.


En esta ocasión, el error ha ocurrido más avanzado el despegue. Las primeras tres etapas funcionaron hasta el encendido de la etapa superior AVUM, ocho minutos después de la salida de la plataforma de lanzamiento.
En ese momento se detectó una trayectoria degradada, seguida de una pérdida de control del vehículo y la posterior pérdida de la misión, que se estrelló en el Ártico, explica la ESA.
Investigaciones iniciales realizadas tras el fracaso de la misión con los datos disponibles, apuntan a que un problema relacionado «con la integración del sistema de activación de boquillas AVUM de la cuarta etapa del cohete Vega es la causa más probable de la pérdida de control del lanzador», afirma la ESA. Ha habido más detalles después: fue un fallo humano y no un problema de diseño el causante. Al parecer, unos cables esenciales para esa etapa se conectaron al revés.
Según un comunicado de Arianespace, la comisión de investigación proporcionará pruebas detalladas «para explicar por qué no se tomaron medidas para identificar y corregir el error de integración».
Los Vega, junto a los Ariane 5 y Soyuz-2 rusos son operados por Arianespace, la compañía francesa fundada en 1980 y que lleva a cabo estos trabajos para la Agencia Espacial Europea. Hasta ahora ha realizado más de 240 lanzamientos, 17 de ellos con los Vega italianos.
Como propietaria del cohete, Arianespace expresa sus más «profundas disculpas» a los clientes y fabricantes de satélites involucrados en esta misión. Se da la circunstancia de que el vuelo de SEOSAT-Ingenio no estaba asegurado, pues según explica la ESA no es habitual que este tipo de misiones tengan esa cobertura.
El SEOSAT (Spanish Earth Observation Satellite) Ingenio era un producto tecnológico íntegramente español.
Liderado por el Centro para el Desarrollo Tecnológico Industrial (CDTI), este proyecto se inició en 2008 y ha movilizado 200 millones de euros. El programa está financiado por el Gobierno de España a través de un acuerdo firmado por el CDTI y la Agencia Espacial Europea.
El consorcio industrial tiene gran número de empresas españolas lideradas por AIRBUS D&S (segmento vuelo) e INDRA (segmento terreno).
La operación y explotación del satélite ha sido concedida al Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial (INTA).
Se trata del mayor proyecto del sector espacial jamás realizado en España, aunque con trazas internacionales por la presencia de la ESA en todo momento.
En el proyecto han trabajado empresas como Airbus, Thales Alenia Space, Indra, GTD, Crisa, Deimos Space, GMV, HV Sistemas, Iberespacio y SENER Aeroespacial
