Un estudio confirma que los seres que habitan los lugares más profundos de la Tierra, como la Fosa de las Marianas, se contaminan con mercurio de fuentes antropogénicas debido a que los cadáveres de los peces que lo ingirieron en la superficie lo transportan hasta los fondos oceánicos



El mercurio es un elemento químico que, a través de la erosión de las rocas y las erupciones volcánicas, se ha ido depositando de forma natural en la superficie de este mundo. Sin embargo, y al igual que ha ocurrido con todos los ciclos nativos de la Tierra, el del mercurio se ha visto alterado por los impactos antropogénicos que ha incrementado la presencia de este elemento notablemente.
El problema de este aumento es que muchas bacterias pueden transformarlo en metilmercurio, catión organometálico que se presenta como un potente compuesto neurotóxico con la capacidad de acumularse en los organismos y, por lo tanto, penetrar en las cadenas alimentarias.
Cada año se emiten al ambiente más de 2.000 toneladas métricas de mercurio debido a las actividades humanas
“Durante muchos años nadie advirtió que los peces estaban contaminados con mercurio y que ello provocaba una extraña dolencia que afectaba a la población de la localidad y otros distritos”, explica la OMS.
“Al menos 50.000 personas resultaron afectadas en mayor o menor medida, y se acreditaron más de 2.000 casos de la enfermedad de Minamata, que alcanzó su apogeo en el decenio de 1950, con enfermos de gravedad afectados de lesiones cerebrales, parálisis, habla incoherente y estados delirantes”, añade la organización internacional.
En respuesta, la humanidad aprobó en enero del 2013 el Convenio de Minamata sobre el Mercurio, un tratado mundial que tiene con fin proteger la salud humana y el medio ambiente de los efectos adversos del mercurio limitando la emisión antropogénica de este elemento a la tierra y agua.
No obstante, ese tratado no entró en vigor hasta el 2017, por lo que muchos países continuaron vertiendo mercurio en el medio, incluso incrementando en algunos casos las sus emisiones. Esto hecho ha conducido a que muchos científicos encuentren presencia de este elemento incluso en los lugares más remotos de nuestro mundo, como lo es la Fosa de las Marianas de más de 10.000 metros de profundidad.
El último estudio en este sentido lo ha liderado Joel Blum, geoquímico ambiental de la Universidad de Michigan. Según este científico, “se pensaba que la presencia de mercurio antropogénico se limitaba a los primeros 1.000 metros de profundidad, pero con las nuevas investigaciones queda demostrado que los humanos están impulsando su llegada a las áreas más remotas del mundo”.
En su trabajo, el equipo de Blum analizó la composición isotópica del metilmercurio en tejidos de peces caracoles (Pseudoliparis swirei) y crustáceos localizados a más de 10.000 metros de profundidad en la Fosa de las Marianas. Concretamente, se centraron en el análisis de la concentración de isótopos estables del mercurio para esclarecer la fuente de procedencia del elemento.


Gracias a ello, descubrieron que el mercurio de la fosa tenía la misma firma química que el mercurio que se podía encontrar en el interior de los peces situados en las capas superficiales del océano. Esto los llevó a pensar que el mercurio de los cadáveres de la superficie se hundía hasta el interior de la trinchera, donde después servía como alimento y, en consecuencia, entrar dentro de los seres que habitan en las profundidades.
«Estudiamos la biota de la trinchera porque vive en el lugar más profundo y remoto de la Tierra y esperábamos que el mercurio allí fuera casi exclusivamente de origen geológico, es decir, de fuentes volcánicas de aguas profundas», comenta Blum.
«Nuestro hallazgo más sorprendente fue que encontramos mercurio en organismos de fosas de aguas profundas que muestra evidencia de su origen en la zona de la superficie del océano iluminada por el sol», argumenta el experto.
Para el equipo de científicos, estos hallazgos cobran una especial relevancia para determinar la probabilidad que tenemos los humanos en ingerir mercurio a escala global. “Aunque comemos pescado capturado en aguas menos profundas, necesitamos comprender el ciclo del mercurio a través de todo el océano para poder modelar los cambios futuros en el océano cercano a la superficie”, señala Joel Blum
