La imagen de una enorme mancha negra equivalente a 4,9 millones de barriles de crudo extendiéndose sobre las aguas del Golfo de México encendió la preocupación del Gobierno mexicano. Aquella explosión de 2010 de la plataforma petrolera de BP, Deepwater Horizon, cerca de las costas de Luisiana, fue la chispa que inició una investigación para descubrir cómo prevenir que un vertido masivo acabara siendo arrastrado por las corrientes marinas y tiñera de negro las aguas mexicanas.
La necesidad de un plan de prevención de riesgos se materializó en una inversión de 150 millones de dólares pública y privada para financiar un equipo de más de 300 investigadores con un objetivo claro: determinar cómo afectaría un vertido de esas dimensiones a México y cuáles serían las opciones disponibles para controlarlo.


Sin embargo, la titánica tarea de estudiar la superficie mexicana de los de casi 1,6 millones de kilómetros cuadrados de extensión que tiene el Golfo requería de varias instituciones. De esa forma nació el Consorcio de Investigación del Golfo de México (CIGoM) en 2015, un conglomerado de 13 universidades y centros de investigación que trabajan para buscar respuestas en tantos litros de agua de mar.
Entre las líneas de esa gran investigación -que incluye medir la calidad del agua o estudiar la sensibilidad de los cetáceos a los vertidos- estaba la de encontrar bacterias capaces de comer crudo. Un remedio sostenible para hacer desaparecer un derrame mediante la biodegradación.
Alexei Licea, uno de los investigadores de ese equipo, explica que ya existía el precedente de la presencia de bacterias que se alimentan de crudo en otros países. En el caso de México, solo había que confirmar su presencia, el tipo de bacteria y dónde se concentraban para determinar su utilidad. “Se infería que había bacterias, pero se desconocía en qué puntos geográficos exactamente. Se sabía que había en EEUU, pero no necesariamente tenían que ser las mismas ni tener la misma eficacia para vertidos en México”, detalla.
Un festín de crudo para las bacterias
Estos microorganismos son capaces de digerir hidrocarburos y hacerlos desaparecer. Estas bacterias encuentran fuentes de alimento en las emanaciones naturales de crudo marinas, propias de aquellos puntos donde se concentran grandes reservas de hidrocarburos que acaban por desbordarse y salir a la superficie.
Producen sus propios ácidos para disolver el crudo y hacerlo más digerible. Son capaces de reducir una gran mancha negra a microgotas y, como mueren de inanición al terminarse el crudo, su uso es sostenible, sin huella ni residuos.


Hasta ahora, la forma más extendida de limpiar un vertido de crudo es agregando dispersantes químicos. “No es más que un detergente que disuelve aceite como cuando lavas los platos en casa. Pero la grasa sigue ahí, simplemente no la ves”, apunta el investigador. En paralelo, si existen bacterias que pueden comerse de forma natural el crudo en la zona, al añadir dispersante se podría poner en riesgo su vida. Contar con ellos en aguas expuestas a vertidos es una ventaja natural para controlarlos.
“Se busca un remedio sostenible para hacer desaparecer un derrame mediante la biodegradación”
Pese a que existe un mercado que comercializa estas bacterias, Licea subraya que al provenir del extranjero pueden no ser igual de eficientes fuera de su hábitat. Pueden tardar hasta seis meses en adaptarse a un ecosistema nuevo. Por ejemplo, las bacterias del Golfo Pérsico están habituadas a alimentarse del tipo de crudo que se produce allí, a vivir en las temperaturas de esas aguas y rinden más dentro de la profundidad donde crecieron. “Las de aquí ya estarían adaptadas al entorno y podríamos hacer consorcios bacterianos a la medida, dependiendo de si se requiere degradar petróleos pesados, ligeros, mexicanos o extranjeros”, señala el investigador. Incluso se podría aislar el ácido que producen las bacterias para añadirlo a los derrames, “preparar el festín” para los microorganismos, de forma que puedan digerir un vertido más rápido.
La travesía de la investigación
Durante cinco años se realizaron 14 cruceros de exploración marítima, algunos con expediciones que duraron hasta tres semanas. Analizaron muestras de agua y sedimento a diferentes profundidades y temperaturas. En algunos de los 444 puntos a explorar, se llegaron a estudiar muestras de 3.200 metros de profundidad. En otros se estudiaron puntos más superficiales cercanos a la cálida Península de Yucatán. Tras mapear el Golfo de México, se consiguió reunir una colección de bacterias con un incalculable valor genético.


CORTESÍA: Consorcio de Investigación del Golfo de México (CIGoM)
“Las caracterizamos para ver qué petróleos degradan, a qué velocidad y si se pueden usar con fines de biorremediación”, cuenta Licea. De momento, el consumidor principal será Pemex, la petrolera mexicana. “Si eres una empresa que va a hacer exploración y luego explotación de hidrocarburos en el mar y tienes dos puntos geográficos como candidatos, tendrás que saber las condiciones de ese punto para poder elegir. Si en el punto A las corrientes van del océano a la costa y no hay bacterias, pues yo le apostaría al punto B, porque el impacto en caso de vertido será menor”, apunta el investigador.
La variedad de bacterias hallada en los diferentes puntos puede ser utilizada incluso en derrames masivos, como el reciente vertido del Mar Negro. “Se pueden almacenar bacterias y producirlas. En tres meses se podría tener lista la cantidad necesaria para controlar un vertido, dependiendo de la dimensión del desastre. Por ejemplo, tres mililitros de bacterias pueden eliminar hasta un litro de petróleo”, explica Licea.
Además, como fueron encontradas en puntos con condiciones ambientales muy variadas, se cuenta con diferentes tipos de bacterias capaces de devorar desde el crudo más ligero de un vertido en aguas cálidas y superficiales en Brasil hasta los restos más pesados de derrames antiguos que se hayan quedado en el frío fondo marino, como podría ser el caso de Galicia con los residuos del desastre del Prestige.
Licea señala que el banco de información genética de bacterias con el que cuentan ahora las instituciones mexicanas tiene “un potencial enorme”. Solo se necesita la financiación para explotarlo más allá de un uso nacional para vertidos. “México podría ser cabeza en la venta de bacterias”, dice entusiasmado, también para otros empleos industriales de estos microorganismos, desde degradar derivados de hidrocarburos como plásticos, pasando por la producción de espesantes alimenticios, hasta la creación de nuevos tipos de antibióticos.
