El primer área protegida del mundo fue el Parque Nacional de Bogd Khan Uul en Mongolia en 1783, al que siguió la declaración del Parque Nacional de Yellowstone en Estados Unidos en 1872. A partir de este se empezaron a proteger áreas con un interés natural remarcable en todo el mundo. Pero hablamos de áreas terrestres: el océano tuvo que esperar mucho más.
No fue hasta 1979, más de 200 años después que el primer parque nacional, la primera reserva marina se declaró en las Antillas holandesas y fue el parque nacional marino de Bonaire.
Esto nos da una idea de dónde el ser humano ha puesto la importancia de la conservación de la naturaleza. Somos animales terrestres y tenemos serias dificultades para saber qué está sucediendo en lo profundo del océano sin la ayuda de la tecnología.
Jacques Cousteau a mediados del siglo XX mostró a través de sus documentales a miles de personas en todo el globo las maravillas del mundo submarino y la importancia de conservarlo.
La tecnología al servicio de la oceanografía
Gracias también a los inventos tecnológicos que aportó el capitán Cousteau como el equipo de buceo autónomo, las cámaras submarinas o los minisubmarinos, la investigación de los mares pudo dar un gran salto.
“Es difícil saber qué está pasando ahí abajo” comenta Eneko Aspillaga, investigador del Instituto Mediterráneo de estudios avanzados (IMEDEA) que se encuentra en las Islas Baleares.
Eneko ha dedicado parte de su experiencia como investigador a estudiar el comportamiento de la fauna marina. La dificultad de sus investigaciones radica en poder observar a los animales más tiempo que lo que dura una inmersión.


Es ahí donde nuevamente entra en juego la tecnología. Eneko y su equipo pescan distintos individuos de las especies que les interesa investigar (Mero, langosta, raor, lubina, etc) y con una pequeña operación inocua les introducen un dispositivo llamado marca acústica.
Este aparato emite una señal de baja frecuencia permitiendo a los investigadores conocer por dónde se ha ido desplazando el individuo marcado gracias a una red de receptores acústicos con la que son monitorizados. Esta red de receptores conforma la Balearic Tracking Network.
Estas marcas tienen además incorporados sensores de presión, temperatura y actividad que permiten saber dónde y como se mueven los peces marcados.
Cada pez tiene su personalidad
“Esto nos permite entender cómo se comportan los peces”, señala el investigador. “Hemos descubierto que hay individuos de la misma especie que son más madrugadores y otros más dormilones. No podemos asumir que los peces de una misma especie se van a comportar igual, cada uno tiene su personalidad. Esta diversidad de comportamientos es también parte de la riqueza de los ecosistemas, por lo que es algo a tener en cuenta en su conservación” recalca Eneko.
Los investigadores del IMEDEA, además de utilizar la telemetría acústica, investigan a los especímenes capturados en laboratorio. Hacen distintos experimentos para conocer si son agresivos o miedosos, activos o pasivos… y analizan si hay componentes genéticas asociadas.
“Por poner un ejemplo, los peces más agresivos suelen ser los que antes pican el anzuelo. Si se eliminan a estos individuos más atrevidos, los que se reproducirán serán los más miedosos solamente y esto modificaría el comportamiento de la población y disminuiría su variabilidad genética” explica Eneko. Esto podría traducirse en una dificultad añadida para los propios pescadores que les costaría más capturar peces.
Todo este conocimiento aporta datos de calidad de gran valor que pueden utilizarse para redefinir, y evaluar y gestionar de una manera más efectiva las áreas marinas protegidas.
Las reservas marinas tienen un efecto positivo en la conservación de las poblaciones, pero ahora se sabe que no del mismo modo a todas las especies. Aquellas más sedentarias como el mero salen más beneficiadas que las más móviles como la lubina. Las segundas salen de los márgenes de las reservas marinas y son más susceptibles de ser pescadas.
El IMEDEA tiene más de 15 años de experiencia utilizando la tecnología de la telemetría acústica. Gracias a la mejora de los marcadores acústicos es posible hacer un seguimiento a largo plazo de las especies más longevas como el mero.


Los individuos marcados de las especies más longevas se convierten en centinelas para mostrarnos posibles cambios de comportamiento debidos a la actividad pesquera y al cambio climático.
Esta tecnología de telemetría acústica usada por la Balearic Tracking Network contribuye a monitorizar los efectos del calentamiento global y la contaminación; genera información demográfica fundamental para la gestión de una pesca sostenible, y permite evaluar la dinámica y conectividad de las reservas de interés pesquero para maximizar su beneficio ecológico y social.
Una visión global del océano
Una iniciativa impulsada por investigadores de varios países europeos, de la que forma parte la Balearic Tracking Network, es la red europea de seguimiento de fauna (European Tracking Network). Gracias a una iniciativa suya, tres de las principales compañías fabricantes de dispositivos de tracking han acordado fabricar dispositivos que sean compatibles entre ellos para la comunidad de seguimiento acuático.
Ya que toda la red europea de seguimiento utiliza estos dispositivos, se abre la posibilidad de hacer monitoreo de individuos que se desplacen por todos los mares europeos. “Se podrían marcar especies de migraciones largas como los tiburones o los atunes y así comprender mejor su comportamiento” resalta Eneko.


Esto podría abrir la posibilidad de crear redes mundiales de seguimiento a largo plazo que permitiría tener una visión global muy detallada del comportamiento de la vida marina.
Sin duda cada vez somos más conscientes de la importancia del océano y sus dinámicas. La tecnología nos permite adentrarnos y comprender un mundo que nos es extraño y hostil pero que a la vez nos nutre de alimento, medicinas y tiene una importancia vital para el clima del planeta.
La vida en la tierra surgió del mar y nuestra supervivencia depende en parte de si somos capaces de preservarlo.
