Ante la creciente necesidad por cartografiar los océanos, un equipo de investigadores ha mostrado la viabilidad de utilizar especies bentónicas, como las rayas, como herramienta para tal fin. En el caso de las rayas, las descargar eléctricas que generan podrían mantener en funcionamiento los aparatos de medición



Irónicamente en una época tan desarrollada como la actual, la técnica más extendida para cartografiar los fondos del océano consiste en soltar desde los barcos lastres atados con cuerdas en un procedimiento similar al realizado hace más de 100 años.
En general, se trata de una técnica imprecisa que tan solo nos ha permitido cartografiar aproximadamente el 20% de nuestros océanos. Para la comunidad internacional se trata de una cifra minúscula que debe ser mejorada de cara a esta nueva década en la que los océanos se presentan como vitales para dar sustento a casi la mitad de la población mundial actual.
De hecho, disponer de datos precisos y actualizados nos permitiría no solo descubrir nuevos recursos, sino gozar de las herramientas necesarias para gestionarlos de manera eficiente, de acuerdo con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).
En vista de este contexto, numerosas entidades públicas y privadas se han lanzado a buscar nuevas herramientas para cartografiar los fondos oceánicos, como la Fundación Nippon-GEBCO, que a través de sondas han cartografiado más de 14 millones de kilómetros cuadrados.
Uno de los métodos más llamativo lo ostenta el Centro RIKEN de Investigación de Dinámica de Biosistemas (BDR) de Japón. Según una reciente investigación realizada por sus científicos, es posible utilizar especies bentónicas -aquellas que viven en los fondos del océano- para explorar los fondos y, además, de obtener información de la biota en la que residen.


“Nuestro concepto es utilizar criaturas bentónicas como agentes para la exploración de los fondos marinos. Se puede crear un mapa del fondo marino rastreando la posición de la criatura que se mueve de forma autónoma. Por lo tanto, pueden utilizarse para obtener no solo información topográfica, sino también información sobre la biota, incluidos los alimentos o los enemigos naturales presentes en un área en el futuro”, informan los investigadores en el trabajo.
En concreto, para sus experimentos utilizaron dos especies de rayas de la zona (Dasyatis akajei y Narke japónica) a las que instalaron un sensor de comunicación, denominado pinger, de no más de 30 centímetros de largo con el fin de no molestar al animal. Este dispositivo tenía la cualidad de recargarse con las propias descargas eléctricas que emitían las rayas, por lo que podía estar en funcionamiento durante mucho más tiempo y de una manera sostenible.
“Para este estudio se midió la energía generada por estas especies. Descubrimos que en algunos casos podían producir hasta 100 vatios de potencia, suficiente para mantener en funcionamiento el rastreador. Esto es una ventaja porque no hay otras criaturas en el mar que produzcan unas descargas eléctricas tan potentes”, argumentan los expertos.
Además del sensor, los científicos equiparon a las rayas con unas cámaras que servirían de apoyo para crear más tarde mapas tridimensionales de los suelos oceánicos. En cualquier caso, el peso del pinger y de la cámara no supusieron un peso superior al 5% del total del animal.
Con el material ya instalado, realizaron un primer experimento en un tanque de agua con el que obtuvieron unos resultados totalmente positivos y que permitieron pasar a la segunda fase: probar este método en un entorno real.
Para ello, sumergieron a alas rayas en una zona de unos 20 metros de profundidad y se las permitió nadar a 40 metros más allá del barco que las estaba controlando. Tras varias horas de trabajo, comprobaron que los mapas realizados por las rayas coincidían con los registros del fondo oceánico ya analizado.
A pesar de los datos positivos, y de las ventajas que supone la utilización de rayas para el análisis de los fondos oceánicos, los investigadores explican que este método aún tiene unos desafíos que superar como, por ejemplo, el gran número de animales que se necesitarían para cartografiar una región o los comportamientos de cada animal.
“Si sorteamos las barreras es posible que podamos utilizar a especies bentónicas como herramienta para cartografiar con precisión los suelos marinos. Hasta entonces, aún nos queda un largo camino para adaptar este experimento para un uso real”, concluyen los investigadores.
