Tras la pandemia de coronavirus, los patinetes eléctricos parecen una respuesta limpia e individual a los transportes en común y están ganando popularidad, pero plantean problemas ambientales por su consumo eléctrico y su poca durabilidad



Aunque ya han perdido el estatus de novedad absoluta que tuvieron durante gran parte de 2019, los patinetes eléctricos han llegado para quedarse. Según avanza la desescalada, cada vez es más normal ver a personas utilizando los servicios de e-scooters compartidos que proliferan por las principales ciudades de Europa. Además, el fin del confinamiento estricto ha puesto sobre la mesa la necesidad de promover formas de transporte individual, libre de emisiones y que respete la distancia social, si se quiere evitar que un aumento del uso de automóviles cause picos de polución que parecían olvidados gracias al coronavirus.
El patinete eléctrico parece una respuesta ideal: una opción individual, sin emisiones en ciudad y que tiene incluso un lado divertido e informal. Sin embargo su corta historia reciente arroja luces y sombras a medida que surgen estudios que plantean dudas sobre la seguridad y sostenibilidad de este medio de transporte. Sobre todo en su forma más habitual en las calles: los servicios de patinetes compartidos.
Los también llamados Vehículos de Movilidad Personal (VMP), según la nomenclatura de la Dirección General de Tráfico, han estado disponibles para la compra durante más de una década, pero muchos siguen siendo prohibitivamente caros. No fue hasta que aparecieron los modelos compartidos, que son una opción asequible y accesible, que su popularidad se disparó. Desperdigados por la ciudad, sin base a la que anclarse, el e-sharing permite alquilar estos aparatos por minutos usando una simple aplicación de móvil.
En 2018, aparecieron las empresas de patinetes compartidos Bird y Lime, que fueron introduciendo su producto rápidamente por las ciudades de los EEUU. Poco después, las compañías de este tipo empezaron a proliferar como setas, muchas con sede en Europa o Asia, por lo que el patinete eléctrico pudo expandirse rápidamente a nivel internacional a través de las grandes urbes. Actualmente, los esquemas de uso compartido de los VMP están presentes en más de 100 ciudades de al menos 20 países, desde Chile hasta Corea del Sur pasando por Nueva Zelanda.
Sin embargo Europa y los EEUU, cuna de estas opciones y con fuertes apuestas urbanas para buscar fórmulas para limitar la polución, continúan dominando el mercado en términos de uso. Esto ha obligado a las autoridades a improvisar legislaciones sobre este tipo de vehículos, que en consecuencia varían enormemente según el país. En España, está prohibido circular o aparcar estos aparatos en la acera y, aunque la normativa no los considera vehículos propiamente dichos y el seguro no es obligatorio, existen ya fuertes sanciones por conducir bajo los efectos del alcohol o hacerlo de noche sin la ropa reflectante adecuada.
Pero lo más importante es la duda ambiental que plantean. ¿Es el patinete eléctrico una opción realmente sostenible? ¿Cuáles son sus posibles problemas ambientales? Preguntas pertinentes sobre todo porque los diferentes análisis de mercado prevén que la popularidad de estos vehículos seguirá creciendo en los próximos años. De hecho, para 2024, se prevé que haya 4,6 millones de e-scooters compartidos en funcionamiento en todo el mundo, frente a los 774.000 que se calcula estaban a disposición del público en 2019.
Un problema de emisiones y vida útil
No es oro todo lo que reluce. Aunque los patinetes compartidos presumen de estar libres de emisiones cuando se usan para desplazarse para la ciudad, lo cierto es que el proceso de fabricación, traslado y gestión de los mismos genera emisiones de gases de efecto invernadero, que aumentan sobre todo si los aparatos en cuestión tienen una vida útil corta. La mayoría de los e-scooters compartidos necesitan ser recolectados, cargados y redistribuidos regularmente a lo ancho y largo de la ciudad, a menudo utilizando vehículos alimentados con combustibles fósiles.
Según un estudio de 2019 realizado por la Universidad Estatal de Carolina del Norte, los patinetes eléctricos pueden ser más respetuosos con el medio ambiente que la mayoría de los automóviles, pero son menos ecológicos que otras opciones, como las bicicletas eléctricas o tradicionales, caminar y el transporte público. Los investigadores desarrollaron un “análisis del ciclo de vida” de la industria del patinete eléctrico y observaron todas las emisiones asociadas con cada aspecto del desarrollo de estos vehículos: la producción de los materiales, la batería de iones de litio y las piezas de aluminio; el proceso de fabricación; enviar el patinete desde su país de origen a su ciudad de uso; y recoger, cargar y redistribuir estos vehículos de dos ruedas como parte del servicio.
Estos resultados han sido confirmados en parte por el trabajo de investigación del Lufthansa Innovation Hub, que ha clasificado las emisiones de carbono estimadas de varios tipos de transporte. Según sus hallazgos, las emisiones promedio de un patinete eléctrico compartido son más altas que las de los trenes, autobuses, bicicletas eléctricas, automóviles eléctricos e híbridos e incluso que los ciclomotores de gasolina de menos de 50 centímetro cúbicos.


Por supuesto, estas emisiones pueden reducirse, sobre todo si se optimiza el número de viajes que realizan los servicios de mantenimiento para cargar y mover los patinetes, además de utilizar vehículos libres de emisiones para estos menesteres. Pero el gran problema actual es la vida útil de los VMP: según las principales compañías de e-sharing, los patinetes compartidos están destinados a durar entre uno y dos años, pero debido a los daños accidentales o deliberados que sufren al estar al aire libre sin vigilancia ni sujeción, muchos duran mucho menos tiempo que eso.
El medio estadounidense Quartz analizó a modo de prueba en la ciudad de Louisville, Kentucky, cual era la vida útil promedio de un e-scooter Bird, una de las marcas más conocidas. Normalmente, no llegaban siquiera a aguantar un mes: la media fue de 29 días y la mediana, de apenas 25. Según el análisis que realizaron, las explicaciones eran múltiples: por un lado, estos dispositivos no han sido diseñados para un uso intensivo en todo tipo de clima y en todo tipo de terreno por estadounidenses que, en promedio, apenas están por debajo del límite de peso recomendado. Además, comprobaron que los patinetes eléctricos, como las bicicletas compartidas sin anclaje que aparecieron antes, son un imán para vándalos y ladrones.
No sustituye al coche
El otro gran problema de los patinetes eléctricos como alternativa verde a la movilidad urbana es el uso que se suele hacer de ellos. Aunque las grandes compañías de e-sharing promocionan sus servicios como una alternativa ecológica a los viajes cortos en automóvil, lo habitual es que en realidad reemplacen los viajes a pie, en bicicleta o en el transporte público. Según un estudio de la consultora francesa 6-t, que recopila datos de todas las ciudades galas donde se han desplegado estos aparatos, el 44% de los usuarios locales habría caminado si los patinetes eléctricos no hubieran estado disponibles y el 30% habría utilizado el transporte público. Solo el 8% habría utilizado un automóvil personal o un taxi para llegar a su destino de no existir esta opción.
Es cierto que los hábitos de viaje varían en todo el mundo, pero en general la tendencia es que el patinete sólo sustituye una parte pequeña de los viajes en coche. Según un estudio encargado por la ciudad de Wellington, en Nueva Zelanda, los patinetes eléctricos que se repartieron por la ciudad acabaron remplazando sobre todo muchos viajes a pie, aunque también evitaron el uso del automóvil en mayor medida que en Francia, casi un 21%. Y en la ciudad estadounidense de Portland, hasta el 36% de los usuarios locales habrían viajado en automóvil, aunque un porcentaje aún mayor (45%) habría caminado o usado una bicicleta, ambos modos de transporte con menos emisiones. En España aún no se han realizado estudios de este tipo.
Por lo menos, parece que las compañías de patinetes eléctricos compartidos están prestando cada vez más atención a las preocupaciones existentes sobre su posible daño al medio ambiente, algo lógico si se tiene en cuenta que basan gran parte de su estrategia de comunicación en la sostenibilidad de sus productos. Algunas ya han empezado a introducir el uso de energía renovable en las operaciones, tanto en las cargas de los patinetes como en los vehículos que tienen que transportarlas. También se están desarrollando VMP con baterías intercambiables que reducen la necesidad de traslados y, sobre todo, cada vez más empresas intentan diseñar patinetes con una mejor vida útil, mejorando su diseño y reparabilidad.


La empresa estadounidense Bird afirma que su último modelo de patinete eléctrico dura hasta dos años, lo que reduce bastante el impacto ambiental, ya que esa misma compañía ha admitido que sus primeros e-scooters duraron aproximadamente tres o cuatro meses. El otro gigante del sector, la también estadounidense Lime, prometió recientemente que su flota de vehículos de transporte y carga serían 100% eléctricos para 2030, aunque en ciudades como París, la compañía ya ha cambiado toda su flota de vehículos a electricidad, además de poner a prueba un sistema baterías intercambiables para reducir aún más las emisiones.
En cualquier caso, los patinetes eléctricos siguen siendo un producto relativamente nuevo en la movilidad, y aunque su historia ha evolucionado rápidamente, todavía queda camino por recorrer. Es posible que, según se generalice su uso y avancen las normativas sobre la circulación y la sostenibilidad de estos vehículos, cada vez más personas utilicen un medio de transporte que tiene beneficios indudables en esta era de distanciamiento social. Pero es necesario asegurarse de que el uso del patinete sea sostenible y que sobre todo complemente, y no sustituya, otras formas de viaje ecológicas, algo que sin duda requerirá mucho trabajo por parte de las empresas privadas y las autoridades locales y nacionales.
