Arranca la Cumbre del Clima de Glasgow o COP26, el encuentro internacional para abordar el gran reto global de nuestro tiempo: la subida de temperaturas cuyos estragos son cada vez más evidentes. La reunión estaba prevista para 2020, pero tuvo que ser aplazada por la pandemia de coronavirus. ¿El año extra que hemos tenido ha servido para algo?
Como todo en la negociación climática internacional, que ya suma tres décadas, la situación tiene sus luces y sombras, un panorama difícil de interpretar, gaseoso, como los humos que calientan nuestra atmósfera.
Gobiernos y agentes sociales han iniciado ya la transición a energías más verdes, y asistimos a un cambio de modelo que ya no tiene vuelta atrás. En España, por ejemplo, en 2020 las instalaciones fotovoltaicas aumentaron su potencia instalada un 34,1 % respecto al año anterior y su producción supuso el 6,2 % de la electricidad del país, un valor superior al de las centrales de carbón por primera vez.
Pero, al mismo tiempo, los científicos señalan que las emisiones siguen siendo excesivas y que a este ritmo el cambio climático alcanzará consecuencias catastróficas. Al mismo tiempo, sigue creciendo la presión social, esta vez abanderada por grupos de jóvenes que reemplazan en la contestación a los escleróticos lobbies ecologistas. Se agitan las calles pidiendo a los líderes políticos más ambición y un golpe de timón. Y los legisladores son sensibles al voto callejero, ya se sabe.


Mientras, el sector productivo ya sabe que el futuro debe ser renovable o no será y lleva tiempo adelantándose a los hechos. Petroleras gigantes como BP explican a sus accionistas que en unos años seguirán siendo líderes energéticos mundiales, pero sin usas hidrocarburos. Y los fabricantes que antes decían que era anatema renunciar al motor de combustión corren ahora por ser los primeros en copar el mercado del vehículo eléctrico. Todo conduce a la descarbonización de la economía mundial. La cuestión es ¿llegaremos a tiempo? ¿hemos tardado demasiado en reaccionar?
Será difícil que la COP26 pueda dar solución en dos semanas a este panorama tan complejo. La sociedad tiene por costumbre pedir a este tipo de encuentros soluciones inmediatas; y la realidad demuestra que los avances en este tipo de negociaciones son lentos, tercamente lentos, pero en la dirección adecuada.
La cuestión es ¿llegaremos a tiempo? ¿hemos tardado demasiado en reaccionar?
Ofrecemos aquí algunas claves para interpretar lo que puede suceder en las dos próximas semanas que durará el encuentro internacional.
Pero cabe anticipar ya una predicción asentada sobre la base de lo que ha ocurrido en las 25 cumbres anteriores: ocurra lo que ocurra, el veredicto de la calle será que no ha sido suficiente y que seguimos sin resolver el problemas. Los responsables internacionales asegurarán por su parte que se sigue avanzando y mejorando.


1. No hay acuerdo que firmar
Que nadie se sienta defraudado si no sale un gran titular de esta cumbre. Lo primero a tener en cuenta es que, a diferencia de décadas anteriores, no hay acuerdo que firmar. No se trata de eso, ya que el pacto existe. Es el Acuerdo de París, aprobado en 2015 y que compromete a 193 países a contener la subida de temperaturas en el margen de seguridad de los 1,5 grados.
Lo que toca hacer en Glasgow es evaluar el grado de cumplimiento de ese acuerdo, pedir mayores esfuerzos a cada país y fijar detalles técnicos sobre cómo registrar la aportación de cada estado. De nuevo, la sociedad ansiosa de soluciones inmediatas se encontrará decepcionada ante cualquier resultado, por positivo que este sea, que pueda salir de Glasgov
2. Aumentar la ambición de cada país
El acuerdo previo al de París, el Protocolo de Kyoto, pactado en 1997, señalaba objetivos concretos a cada Estado. En París se optó por otra solución. A ningún país se le exigía nada, sino que se le invitaba a anunciar de forma voluntaria las llamadas contribuciones determinadas a nivel nacional (NDC por sus siglas en inglés). Hasta ahora, solo la UE, incluida España, ha mostrado compromisos concretos, numéricos, con fecha, ambiciosos y conducentes a lograr el objetivo de dejar las temperaturas en una subida de 1,5 grados para final de siglo.
Uno de los objetivos de Glasgow es precisamente exigir más. Pedir a los países que se comprometan con cifra y plazo.
3. El objetivo de los 1,5 grados está lejos
Los compromisos manifestados por los países no sirven para frenar la subida global de temperaturas de aquí a final de siglo y dejarla en 1,5 grados, es decir, el objetivo que se marcó en París en 2015. Esta es la conclusión del reciente informe del Programa para el Medio Ambiente de la ONU presentado esta semana. Señala que la senda actual llevaría a un aumento 2,7ºC para el año 2100.
El informe sobre la brecha de emisiones titulado en español La calefacción está encendida fue presentado por el secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, quien afirmó: “Como dice el título del informe ‘La calefacción está encendida’. Y como muestra el contenido, el liderazgo que necesitamos es inexistente«.
Según el trabajo, la contribuciones determinadas a nivel nacional (NDC) , es decir, los compromisos firmes expresados por los países, solo permitirán rebajar un 7,5% por ciento las emisiones para 2030. Esto queda muy lejos del objetivo de 55% necesario para dejar la subida en 1,5ºC.
4. Financiación de países pobres
Cuando toca pagar, los plazos se alargan más todavía que cuando se trata de reducir emisiones. En 2015, en París, se aceptó que en 2020 la comunidad internacional movilizaría 100.000 millones de dólares al año hacia los países en desarrollo para que estos mitigaran o redujeran emisiones y, además, tomaran medidas de adaptación al cambio climático.
La realidad es que, en 2021, sólo se ha logrado aportar 80.000 millones. Y los países donantes afirman que están en la senda de lograr llegar a los 100.000 millones en 2023, o quizá con suerte en 2022. En el mejor de los casos, dos años de retraso. Puesto que los países ricos no parecen dispuestos a rascarse el bolsillo con la celeridad prometida por ellos mismos, las economías emergentes no se sienten concernidas moralmente a reducir sus emisiones con el consecuente efecto inmediato sobre su productividad. Es el caso de la India, que con 1.500 millones de personas supone el 20% de la población mundial, que esta semana dejaba claro que sin gestos por parte de Occidente no iba a cambiar su ritmo productivo.
5. Crear normas para medir lo que se hace
Uno de los aspectos fundamentales de la reunión de Glasgow y el que menos titulares acaparará es el de las Rule Books, es decir, las normas sobre cómo medir los avances que se hagan. Puesto que hablamos de un marco abierto donde cada país se ofrece a reducir sus emisiones, lo primero que hay que conseguir es un sistema de medición, reporte y contabilización homogéneo. Un tema abierto desde el 2015 en París y en el que los técnicos trabajarán durante dos semanas.
En el fondo es fácil de entender: las emisiones de gases de efecto invernadero de un país son algo muy complejo de medir, teniendo en cuenta que provienen de instalaciones concretas, como una factoría energética, o de sectores difusos, como el transporte o la agricultura. ¿Quién mide, cómo se mide, cómo se comunica, quién lo cuenta y cómo lo hace? Tarea fundamental y de espesa negociación, pero clave.
6. Llega un nuevo gas, el metano
Cuando se habla de gases de efecto invernadero solemos referirnos al dióxido de carbono (CO2) por antonomasia. Pero en realidad, los compuestos que calientan la atmósfera son media docena y, por simplificar, hasta se habla de «toneladas de CO2 equivalentes» para referirse a la aportación del resto de gases.
Entre los más ubicuos y con más efecto está el metano (CH4), un compuesto procedente de la descomposición de la materia orgánica, y de la digestión de alimentos por parte de los mamíferos, como las vacas, y cuyo peso en el clima es destacado.
Los expertos explican que la reducción del metano podría limitar el aumento de la temperatura más rápidamente que la del dióxido de carbono. Este gas, el segundo mayor contribuyente al calentamiento global, tiene un potencial de calentamiento más de 80 veces superior al del dióxido de carbono en un horizonte temporal de 20 años; además, su vida en la atmósfera es más corta que la del dióxido de carbono: sólo 12 años, frente a los cientos que puede durar el CO2.
Uno de los asuntos a tratar en Glasgow es cómo tomar medidas para atajar las emisiones de metano. Sobre todo teniendo en cuenta que su efecto sobre el clima es potente y rápido. Dada la urgencia por mitigar emisiones antes de 2030, reducir metano rápidamente sería muy beneficioso.
7. Los sectores productivos y las empresas son clave
En la COP25 de Madrid ya pudo verse que los sectores productivos y las empresas están anticipando el futuro y tomando medidas.
En Glasgow vamos a ver más que nunca el papel clave que empresas y sectores han tomado en la lucha climática. Iniciativas de Naciones Unidas como el ONU Global Compact aúnan a compañías alineadas con el cumplimiento de la Agenda 2030, que incluye entre sus 17 objetivos de desarrollo sostenible el de la lucha contra el cambio climático.
Dentro de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC), la entidad impulsora de las COP como la de Glasgow, las compañías privadas tienen un rol importante. No en vano, algunas de ellas llevan tiempo tomando medidas en línea con la descarbonización. De hecho, algunos actores empresariales son los que en épocas recientes han demandado a los gobiernos señales claras y marcos regulatorios adecuados para reforzar la senda de la transición ecológica.
8. Mercados de carbono
La UE ha sido pionera en la creación de un mercado interno de carbono que penaliza a los actores por la emisión de gases de efecto invernadero y crea un marco claro de intercambio de derechos de emisión, que pueden comerciarse o compensarse.
Ampliar esto a nivel global es una de las ideas del Acuerdo de París, pero seis años después la cuestión sigue sin aclararse. En la COP25 de Madrid, el famoso artículo 6 del Acuerdo de París, referido a este tema, quedó aún sin solucionar. Y está por ver que en la reunión escocesa se dilucide.
Si ya era complicado imponer esta especie de arancel global, en un mundo cada vez más abocado a guerras comerciales y proteccionismos patrios resulta difícil creer que todos los estados vayan a aceptar una horca caudina climática que los 0bligue.
La Cumbre del Clima de Glasgow o COP26 durará dos semanas. Como es habitual, en la primera semana se celebrará el encuentro político de alto nivel, con la presencia de mandatarios mundiales. Este año hay ausencias sonadas, como las de los líderes de China y Rusia; pero la comparecencia de Joe Biden, haciendo ver que EEUU vuelve al escenario climático internacional sin duda supondrá un impulso.
La segunda semana es la dedicada a la parte técnica, la negociación de los detalles, menos mediática pero sin duda la más relevante desde el punto de vista práctico
