La conferencia climática COP26 ha llegado a su fin este sábado con un día de retraso, alcanzando finalmente un acuerdo de mínimos con el que se pide a los países que aumenten sus planes climáticos para 2030 durante el próximo año y se reduzcan las subvenciones a los combustibles fósiles



Con un día de retraso y tras horas de maratonianas negocaciones, la XXVI Conferencia de las Partes (COP26) de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático que se celebraba en Glasgow (Reino Unido) ha echado el cierre este sábado con un pacto de mínimos que, aunque no contiene grandes avances vinculantes a nivel de lucha contra el cambio climático, sí supone el reconocimiento por parte de los países de que están fallando a la hora de recortar emisiones, además de la primera mención explícita a acabar con los combustibles fósiles que se encuentra en un acuerdo de este tipo. La necesidad de acelerar la descarbonización parece clara y todavía se mantiene vivo el compromiso para que la temperatura del planeta no aumente más de 1,5 ºC, algo que ha sido celebrado por grandes potencias como Estados Unidos o la Unión Europea pero que incluso para el presidente de la COP26, el británico Alok Sharma, supone un resultado «imperfecto».
Es cierto que todos los participantes eran conscientes al comenzar la conferencia de que saldrían decepcionados de la COP26. Al fin y al cabo, esa es la propia esencia de un acuerdo entre casi 200 partes en el que cada cual vela por sus intereses nacionales. Pero el llamado Pacto Climático de Glasgow supone al menos una constatación colectiva de que la ambición en la descarbonización debe incrementarse ya, con un documento que en el que se llama a todos los países a revisar y fortalecer el año que viene sus objetivos nacionales de reducción de emisiones (conocidos como NDC, por sus siglas en inglés) para 2030. Una referencia nada velada a naciones como China, India o Arabia Saudí, que han fijado calendarios de neutralidad climática vagos o que van mucho más allá de 2050 como fecha límite.
Fueron precisamente estos países, en una negociación paralela con la Unión Europea y Estados Unidos los que recortaron una de las principales aportaciones del texto, que inicialmente incluía una referencia a la necesidad de acabar con el carbón y con los subsidios fósiles que se vio aguada en el último minuto por una enmienda que modificaba la «eliminación progresiva del carbón» por su «reducción progresiva». Un auténtico jarro de agua fría para los negociadores y especialmente para el presidente de la cumbre, que se emocionó hasta las lágrimas ante este revés y pidió disculpas por «cómo se han desarrollado los acontecimientos». «Entiendo la profunda decepción pero creo que, como ya habrán notado, es vital que protejamos este paquete de medidas», dijo Sharma.
A pesar de este cambio de última hora, que modificó también la petición inicial de que los países acabaran con las subvenciones a los combustibles fósiles para añadir un interpretable «inefecientes», en cualquier caso estamos ante la primera vez que en una decisión de la ONU de este tipo menciona a los combustibles fósiles y el carbón, los principales responsables de las emisiones de efecto invernadero que están detrás del calentamiento global. Un pequeño paso hacia adelante que para la vicepresidenta y ministra para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, Teresa Ribera, presente en las negociaciones, supone «un buen acuerdo y sienta las bases para la nueva etapa hasta 2030».Y es que, aunque el acuerdo final reconoce que existe una brecha en los compromisos nacionales de reducción de emisiones, su firma supone la puesta en marcha de programa de trabajo para hacer viable el objetivo del 1,5ºC estableciendo revisiones anuales de ambición que suponen un imporante avance frente al ciclo quinquenal recogido en el Acuerdo de París. De hecho, con el objetivo de mantener la presión sobre la ambición al más alto nivel, el secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, organizará un evento de líderes en 2022 para debatir sobre ambición climática en el que se intentará ser más concisos a nivel de descarbonización global e impulsar acciones sectoriales concretas para esta década a fin de reducir de forma notoria el uso del carbón y terminar con los subsidios a los combustibles fósiles.
Sin financiación climática
Sin embargo, uno de los mayores retos que se planteaba la COP26, el relativo a la financiación climática que los países industrializados deben destinar a los más pobres para favorecer su transición ecológica, ha quedado finalmente sin resolver. Para consternación de los países en desarrollo, el acuerdo no incluye ningún punto relativo a la reparación climática, ya que Estados Unidos y otras naciones ricas bloquearon una propuesta de un mecanismo de financiamiento para ayudar a las víctimas de la crisis climática, al igual que un llamado a destinar una parte de los ingresos del comercio de carbono a financiar la adaptación de los territorios con menor capacidad económica y por tanto más vulnerables a los efectos del calentamiento global.
Eso sí, el Pacto Climático de Glasgow sí que recoge el compromiso los países ricos de sacar adelante la promesa de 2009 de destinar 100.000 millones de dólares al año a partir 2020 y hasta 2025 para que los países con menos recursos hagan frente al cambio climático en materia de mitigación y adaptación. También se ha acordado la creación de un mecanismo que busca canalizar esas ayudas, que serán gestionadas a través la llamada Red de Santiago. Pero aún no hay mecanismos claros cobre cómo recaudar esa financiación, lo que arroja dudas sobre la capacidad de cumplir con un compromiso que, a pesar de tener más de una década de antigüedad, nunca ha estado cerca de cumplirse.


Durante el plenario de balance final de la conferencia, muchos países lamentaron que el paquete de decisiones acordadas no fuera suficiente. Algunos incluso lo llamaron «decepcionante», pero en general, parece haber un reconocimiento genereal de que lo acordado estaba equilibrado con lo que se podía conseguire en este momento, dadas las enormes diferencias existentes entre los casi 200 países que tienen que alcanzar un acuerdo por unanimidad.
“Sé que estáis decepcionados. Pero el camino del progreso no siempre es en línea recta. A veces hay desvíos. A veces hay zanjas. Pero sé que podemos llegar allí. Estamos en la lucha de nuestras vidas, y esta lucha debe ganarse. No rendirse nunca, nunca retirarse. Tenemos que seguir empujando hacia adelante», aseguró Guterres, que añadió que es hora de entrar en «modo de emergencia»,y empujar para que en la COP27 se avance mucho más en medidas clave poner fin a los subsidios a los combustibles fósiles, eliminar el carbón, poner precio al carbono, proteger a las comunidades vulnerables y cumplir el compromiso de financiación climática de 100.000 millones de dólares.
Algunos avances
En cualquier caso, según apuntó Sharma, las delegaciones podrían decir “con credibilidad” que han mantenido 1,5 grados al alcance. “Pero su pulso es débil. Y solo sobrevivirá si cumplimos nuestras promesas. Si traducimos los compromisos en acciones rápidas. Si cumplimos con las expectativas establecidas en este Pacto Climático de Glasgow para aumentar la ambición hacia 2030 y más allá. Y si cerramos la gran brecha que queda, como debemos hacerlo ”, dijo a los delegados en el plenario final. Un optimismo moderado que se deriva de que, aunque tímidos, en la COP26 sí que se han conseguido algunos avances que demuestran que, al menos, la comunidad internacional es consciente de la gravedad del problema climático.
Uno de los más importantes, además de la llamada a aumentar ambición y la mención a los combustibles fósiles, es el acuerdo alcanzado en torno al artículo 6, uno de los últimos grandes flecos que quedaban por cerrar de París con el que se busca regular los mercados de carbono. Esta herramienta, mediante la cual los países y empresas que han emitido más de lo que debían pueden comprar a terceros países derechos sobrantes o realizar proyectos para la reducción de emisiones, tenía algunos agujeros como la doble contabilidad, una trampa que permitía que el país emisor y el receptor se apuntasen las mismas reducciones de emisiones. Esto ha quedado prohibido, aunque finalmente sí se permitirá incluir créditos antiguos procedentes del Protocolo de Kyoto, lo que podría suponer problemas de contabilidad de carbono.


En cualquier caso, el pacto en torno al artículo 6 es quizás una de las mejores noticias de una COP26 en la que, más allá de las negociaciones oficiales, sí ha habido anuncios paralelos muy interesantes. Uno de los más importantes fue que los líderes de más de 120 países, que representan alrededor del 90% de los bosques del mundo, se comprometieron a detener y revertir la deforestación para 2030. También ha habido un pacto en torno al metano, liderado por Estados Unidos y la Unión Europea, por el cual más de 100 países acordaron reducir las emisiones de este gas de efecto invernadero para 2030. Y más de 40 países, incluidos grandes usuarios de carbón como Polonia, Vietnam y Chile, acordaron alejarse de esta materia prima, uno de los mayores generadores de emisiones de CO2.
Además, para sorpresa de muchos, Estados Unidos y China se comprometieron en la COP26 a impulsar la cooperación climática durante la próxima década, en una declaración conjunta en la que mostraron su disposición a cooperar en una variedad de temas, incluidas las emisiones de metano, la transición a energías limpias y la descarbonización, y reiteraron su compromiso de mantener viva la meta de 1,5 grados centígrados. Pequeños faros de esperanza en una cita climática que, aunque no ha acercado ni de lejos a lo que el planeta exigía, supone un necesario paso adelante que, eso sí, tendrá que aprender a correr para llegar a evitar las peores consecuencias previstas del calentamiento global.
