Algunas dudas razonables en el ecuador de la COP26

Algunas dudas razonables en el ecuador de la COP26

Tras una primera semana frenética, la COP26 encara sus últimos siete días con algo de escepticismo ante los posibles resultados, sobre todo por los anuncios de algunos países como Australia o Arabia Saudí de que no piensan abandonar los combustibles fósiles a corto plazo


La segunda mitad de la COP26 ha empezado en una clave notablemente distinta al inicio del lunes pasado. La mayor parte de los analistas señalan que esta semana es la definitiva para sellar los teóricos acuerdos alcanzados durante la primera semana. Sin embargo, el escenario no acompaña especialmente y las dudas comienzan a aparecer. El nivel y prioridad de los temas a debatir tanto en la agenda oficial como en las agendas paralelas han decaído notablemente. Prueba de ello es la falta de entusiasmo (incluso tibieza) con la que se ha recibido el discurso del expresidente de EEUU Barack Obama, el cual no ha ofrecido nada sustancialmente distinto a lo ya conocido y expresado en multitud de ocasiones, especialmente como uno de los ideólogos fundamentales de los Acuerdos de París de 2015.

Lo que no se ha hecho durante la primera semana, es difícil que se haga en esta segunda y última. Durante estos próximos días está comprometida la presencia de centenares de ministros, dirigentes regionales y políticos más bien del escalafón técnico. Esto ayuda a que se ratifiquen los compromisos concretos, pero difícilmente obtener nuevos acuerdos adicionales a los que se anunciaron durante la pasada semana. Un elemento que juega un papel positivo para sellar pactos concretos es el pragmatismo con el que está dirigiendo los debates la presidencia británica.

Más allá del discurso del expresidente Obama, el primer día de COP tras el parón del domingo ha tenido bastante que ver con la sesión plenaria del sábado en materia de agricultura, sector forestal y uso de la tierra, ya que el término clave ha sido “mitigación”. Es un debate de interés que entronca con cuestiones de enorme relevancia examinadas durante miércoles, jueves y viernes en materia de creación de estándares comunes y reglas de definición de qué es “verde” y qué no, cómo se mide lo “limpio” o lo “sucio” y qué herramientas son válidas y cuáles no para medir el impacto climático en cualquier parte del mundo, en cualquier país y en cualquier sector económico.

Es evidente que la dispersión de criterios no se ha conseguido minimizar en esta COP26 (al menos hasta el momento). Pero sí se ha destacado un elemento interesante como es la existencia de “agujeros negros” en la metodología estadística o incluso contable que permiten que cada país, empresa, grupo ecologista o inversor utilice criterios distintos y heterogéneos a la hora de “vender” su carácter “verde”.

NDC
Las emisiones de GEI tienen previsto aumentar un 16% para el 2030.

Quizá el “agujero negro” más relevante sea la contabilidad del neteo de emisiones de CO2, la cual cada vez más se basa en acciones de reforestación o incluso con la amplificación contable del efecto sumidero del sector LULUCF (sector forestal, usos y cambios de uso de la tierra) como es patente en las discusiones de la Comisión Europea en torno a la fijación del Nivel de Referencia Forestal (“Forest Reference Level”, FRL).

El uso (y abuso) de los bosques pretende ser aprovechado por países, empresas y grupos sociales contaminantes como forma de reducir lentamente su polución bruta, para que en términos netos parezca que se reduce mucho más de lo que realmente sucede. La tonelada de CO2 emitida en Europa por la quema de carbón polaco o alemán, difícilmente puede ser compensada con hectáreas forestales en el Amazonas. Hasta la fecha no hay estudio serio científico que establezca una equivalencia en acciones de este tipo, las cuales se extienden por todo el mundo y son usadas como elemento de reclamo de marketing político y corporativo. Hace ya mucho tiempo que dejó de usarse en la literatura climática la distinción entre “emisiones brutas” y “emisiones netas”, y con esa confusión se juega de una manera activa.

También dudas en el adaptación

De este concepto de “mitigación” se pasa al de “adaptación” o, lo que es lo mismo, el diseño de la transición energética desde los combustibles fósiles y técnicas de producción altamente contaminantes a otro escenario de energías limpias y tecnologías “net zero”. En pleno debate sobre las que pueden considerarse como “energías de transición”, los países que más dependen de bienes contaminantes prefieren pagar más derechos de emisión, subvencionar actividades que sirven más para dar mensajes que para contribuir a una descarbonización efectiva o trasladar sus responsabilidades a pactos globales que repartan costes y ganen tiempo para ralentizar la transición unos años más.

El ejemplo de países árabes como Arabia Saudí es notable. Pero un ejemplo desarrollado que ha dejado clara aquí en la COP26 su negativa a renunciar a un ritmo acelerado de reducción de emisiones brutas (empezando a desmantelar su industria exportadora de carbón) es Australia.

Huelga estudiantil por el clima en Sídney, Australia, en 2019.

Australia es el segundo mayor exportador del mundo de carbón (sólo este país supone el 4% de la producción global) y la principal fuente de seguridad energética para la industria china. Al mismo tiempo que el Gobierno australiano ha publicado un plan de “net zero” en 2050, subraya que no va a desmantelar ni el parque de generación energética de carbón, ni tampoco la minería.

¿Cómo es posible, por tanto, alcanzar cero emisiones netas en 2050 de esta forma? Es un ejemplo más que evidente de que en materia de adaptación al cambio climático hay mucho camino por recorrer.



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